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Trans gorda madura me termina cogiendo (encuentro con Gaby)

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Antes de convertirme en Isis Valeria, yo era un hombre hetero “normal”; pero en el fondo siempre tuve una fascinación por la ropa femenina y por las chicas trans y tv. A los 19 años, comencé a usar sitios webs (antes de llamarlos “apps”) buscando mis primeras conversaciones con chicas trans y tv.

Así conocí a Gaby, una mujer trans en proceso hormonal, madura, de cerca de 50 años, gordita y de rasgos faciales gruesos, no era una belleza estilizada y abusaba del maquillaje, pero todo eso me excitaba.

Comenzamos a intercambiar mensajes amistosos; primero pensé que no estaba interesada en mí y por eso, un poco desesperado por no saber cómo llevar la situación al siguiente nivel, le escribí directamente que me parecía muy atractiva y que me gustaría invitarla a tomar algo. Ella no era de mensajes muy largos, pero me dijo que le gustaba el plan y me dijo cómo llegar a su casa; yo, sin mucha experiencia sobre el sexo, pensé que quería que pasara por ella para ahorrarle el traslado a un café o restaurante.

Llegué a su casa una noche de viernes y salió a recibirme muy arreglada, con una peluca rubia con muchísimo volumen, maquillaje exuberante y una falda negra corta con vuelo. Como vivía en un edificio de departamentos, la seguí con mi mirada clavada en su culo mientras subía frente a mí las escaleras. Podía ver su calzoncito negro satinado bajo su falda y se me antojaba sentir esa textura en mi cara.

Me pasó a su sala, me invitó agua y platicamos un poco antes de besarme; yo me dejaba hacer por esas manos y esa lengua traviesa de mujer mayor mientras ella me decía cosas como “estás bien chiquito, mi amor”, “me gusta tu barbita” o me preguntaba cosas como “¿ya has estado con una chica como yo?”

Entre besos apasionados fuimos a su cama, yo la apretaba a mi cuerpo de su cintura y nalgas. Ella, más hábil, me había quitado sin que me diera cuenta el cinturón y estaba bajando mi pantalón y mi calzón para tomar mi pene entre sus manos, masturbarme apenas unos segundos y empezar a darme la mamada de mi vida: se metía mi verga completa, la cubría con sus labios gruesos, me miraba de reojo mientras deslizaba su boca hacia atrás, sólo para detenerse en mi glande, sacar su lengua y pasarla por todo el glande, para luego abrir la boca y volver a introducir toda mi verga en ella.

Estaba tan a su merced que no noté cuando siguió besándome alrededor del pene, en mis ingles, mis testículos, mis caderas… Así seguía besando hasta que me rodeó… de pie, a la orilla de su cama, ella estaba en cuclillas de frente a mis nalgas y comenzó a besarlas, a morderlas, a nalguearlas…

Me decía “Tienes buen trasero”, “están muy ricas tus nalgas”, “sí estás nalgón, corazón” y, mientras hacía todo eso, comencé a sentir su lengua traviesa abrirse paso en mi ano. Una sensación de placer y miedo me invadió, pues comencé a temer que ella quisiera penetrarme y no al revés. Mis temores pronto se confirmaron: me indicó con un movimiento de sus manos que me recargara en su cama, con el culo al aire… mientras se liberaba de su calzoncito negro que despertó en mí tanto deseo. Vi su verga gorda y vieja pero muy dura acercarse a mi culo mientras ella me decía, sin ningún recato y con una voz naca: “Para el culitooo”.

Yo no supe cómo reaccionar. Le pedí que no lo hiciera, pero mi curiosidad y lo caliente de la situación me jugaron en contra: en lugar de decirle un no tajante, le dije que, como no se había puesto condón, no me sentía a gusto dejándola entrar. “No te preocupes, corazón, estoy sana… pero a mi edad ya se me duerme si busco ahorita un condón. Ándale, te voy a cuidar y te lo voy a hacer rico”. Esto lo dijo mientras se abría paso entre mis nalgas y me sujetaba bien para que no me zafara; yo, entre el miedo de no hacerla enfadar y lo cachondo que estaba por la situación, finalmente la dejé entrar: paré el “culitooo” como me lo pidió y, aunque de momento dolió un poco, la Gaby ya estaba dentro de mí, bombeando y gimiendo con su voz cada vez más grave, diciéndome “puta”, “perra”, “puerca”... “¿Te gusta que te cojan, putito?”, “¿Quieres mecos, putito?” mientras me nalgueaba fuerte y me enterraba las uñas en la cadera.

La Gaby se vino rápido, se quitó la peluca sudada del esfuerzo y se acostó a mi lado. Platicamos mucho esa noche; me besaba los pezones, me apretaba las nalgas y me contaba de sus amantes.

Estuvimos viéndonos así mucho tiempo más después de esa primera vez: ella me dio mis primeros tips de maquillaje, me vio convertirme en Isis Val, me presentó con otros hombres y compartimos machos en más de una ocasión. Pero eso, como dicen, es otra historia.

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