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Tras el primer concierto (II)

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Álvaro se sintió como un estúpido en cuanto se percató del hecho fundamental que había pasado por alto hasta ahora: estando solo con una persona más, cuando ambos se corrían el polvo terminaba; con dos más, debía complacerles a ambos antes de poder descansar. Sin que Héctor tuviera que pedírselo se metió el glande de su pene en la boca. El sabor que percibió también era salado, pero diferente del que impregnaba su boca. Más ácido, quizá. Saboreó la piel cálida y húmeda y tragó un poco más, mirando al hombre a la cara. Este asintió complacido y alentó al muchacho empujando su cabeza hacia abajo.

Si antes había notado punzadas en la mandíbula ahora notaba una verdadera molestia, fruto de la longitud mayor de Héctor, aunque no tenía la anchura de su amigo. Aún con esas, siguió tragando, dejando que el grueso trozo de carne se deslizase dentro de su boca más y más, hasta alcanzar su garganta y provocarle furiosas arcadas. Héctor le sujetó por el pelo y se retiró ligeramente, dejando que se calmase antes de tomar el control. Poco a poco fue avanzando de nuevo, asegurándose de llegar a la garganta, pero de forma más sosegada, intentando no causar arcadas innecesarias y a la vez entrenar al joven para que aceptase todo su tamaño.

Mientras el gigante se afanaba en su boca, Víctor había retirado el consolador del ano del chico. Con los dedos mantuvo abierto el estrecho canal, contemplando el interior rosado y húmedo, lleno de viscoso lubricante que invitaba a penetrarle una y otra vez, comprobar cuánto era capaz de soportar y repetir de nuevo, tan solo porque podía. Con una sonrisa ladina recogió el juguete que había estado usando y le clavó de nuevo, tan despacio que Álvaro pudo notar perfectamente cómo avanzaba por su interior, sobrepasando el punto donde estimulaba su próstata y siguiendo por el recto. Le dejó dentro y sopesó en su mano los testículos del chico, que no pudo evitar mover las caderas pidiendo más.

–¿Estás seguro de que no puede? A mi me parece que es una puta insaciable –comentó el músico, dirigiéndose únicamente a Héctor.

Álvaro, entre ambos, alzó la mirada con cierta sorpresa. Había hablado como si él no estuviese presente, como si no tuviese voluntad alguna en lo que iban a hacerle. La idea le inquietó un momento antes de recordar las aseveraciones de Héctor, que dieron paso de nuevo a la tranquilidad, la confianza y una curiosidad irresistible por saber de qué hablaban.

–No, no puede. Créeme, el chaval es demasiado estrecho.

–¿Seguro? No hace más que tragar como todo un campeón –insistió Víctor palmeando sus nalgas.

Los azotes no iban pensados para hacer demasiado daño, pero todavía las sentía enrojecidas y calientes por los que le habían dado anteriormente, por lo que no pudo evitar soltar dos agudos gemidos y retirarse un poco. Víctor apretó más los testículos dentro de su manaza y Álvaro entendió que más que le valía quedarse quieto si no quería que la presión se convirtiera en algo mucho más doloroso y difícil de soportar. Escuchó un resoplido procedente de Héctor y comprendió que se reía, si no de él, de algo relacionado con él.

–Te lo juro. Pero puedes hacer tú mismo la prueba: fóllate su culo, con ganas, y a ver si no cambias de idea.

–Hagamos la prueba –confirmó con los ojos brillantes y una sonrisa artera en su cara.

Sin dirigirle la palabra Héctor extrajo de un tirón el consolador y le agarró del pelo, usándole a modo de correa para controlarle. El joven notó como el peso detrás de él se elevaba del colchón, que recuperó su forma con un breve chirrido del soporte que le sostenía. Algo aturdido iba a preguntar qué hacían cuando Héctor cambió de postura, sentándose cómodamente al borde de la cama y tirando de él para que se levantase. En ese momento Víctor recogió su coleta y tiró, con la fuerza suficiente para que doliese, pero no lo bastante como para arrancarle ningún pelo. Con los brazos aún a la espalda, firmemente sujetos por las esposas de cuero, avanzó de rodillas por el colchón, temiendo caerse a la hora de abandonar la cama. Se inclinó peligrosamente hacia adelante, perdiendo un momento el equilibrio antes de que el músico le sujetase sin esfuerzo, con uno de sus enormes brazos que más parecían troncos. Abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiese decir una sola palabra la carcajada de Víctor, muy cercana a su oído, se la cerró de nuevo.

–¡Mira esto! Hemos sido unos maleducados todo este tiempo.

Héctor enarcó una ceja, con un ligero desconcierto divertido. Resultaba obvio que la idea de haber sido “maleducado” dadas las circunstancias le resultaba divertida, pero también le causaba curiosidad por saber a qué se refería su amigo. Con maldad Víctor pellizcó uno de los pezones del chico que gimió y se resistió dentro de sus escasas posibilidades. La cara de Héctor se iluminó al comprender lo que pretendía. Con una carcajada metió la mano en uno de los bolsillos pequeños de la mochila y le lanzó algo a su amigo, quien lo atrapó tan rápido que Álvaro no pudo precisar de qué se trataba. Víctor besó el cuello del joven, un gesto de burla pues al mismo tiempo tiró nuevamente de sus pezones, con fuerza, clavando las uñas ligeramente. El placer se mezcló con el ligero dolor que sintió y soltó un grito agudo, mientras jadeaba con fuerza. Su pecho subía y bajaba con agitación, poniendo de relieve los pectorales no demasiado marcados y con ellos los pezones de color claro.

Abriendo la mano Víctor reveló en ella dos sencillas pinzas de tender, de plástico de color azul. Álvaro estuvo tentado de soltar una risilla. Tenía las mismas pinzas en casa, las usaba siempre que hacía la colada para sostener las piezas en el tendedero y jamás se le habría ocurrido usarlas en la cama. No pudo evitar sonreír, expresión que no pasó desapercibida a ninguno de los dos hombres. El músico pasó las pinzas por el pecho del chico, sin dejar de pellizcar sus pezones con la otra mano. Héctor alargó su manaza y masturbó con ella el pene de Álvaro con rudeza, dando bruscos tirones que pronto marcaron el ritmo de los gemidos del joven.

–¿Te hace gracia? –preguntó Víctor, cuyo tono zalamero y casi empalagoso causó un escalofrío al muchacho, inmovilizándole de inmediato–. No debería, estas pinzas son engañosas. ¿Sabías que se pueden usar de varias maneras?

Álvaro negó con la cabeza, sin atreverse a hablar. Héctor pasó su pulgar por el frenillo del joven y apretó con fuerza, arrancándole un grito y provocando que intentase retirarse. Esfuerzo vano pues Víctor le tenía bien sujeto.

–¿Ya te has olvidado de lo que tienes que hacer si te preguntamos?

–No, perdón, perdón, lo siento mucho– se apresuró a responder entre jadeos–. No me hace gracia, es que tengo las mismas pinzas en mi casa y por eso pensé que era divertido, la coincidencia, nada más. Tampoco sé cómo se pueden usar salvo para tender la ropa o cerrar bolsas o algo así.

La explicación, apresurada, embarullada y confusa, pareció divertir a ambos hombres que cruzaron una mirada entre ellos. Con un fuerte azote en sus ya maltratadas nalgas Víctor reclamó nuevamente la atención del joven, que giró la cabeza para mirarle.

–La pinza puede colocarse de dos formas: la más suave es colocando el pezón en este hueco que tiene, así aprieta menos –mientras hablaba abría y cerraba una de las pinzas delante de la cara del chico, que la contemplaba absorto–; la segunda es colocando la pinza de forma que la parte plana presione el pezón, más dolorosa.

Álvaro tomaba aire en aspiraciones rápidas y breves. Uno de los largos mechones rubios se había escapado del puño de Víctor y oscilaba frente a su cara como un péndulo, impulsado por el aliento que escapaba de su boca. Con un gesto delicado el bajista lo devolvió a su lugar con los demás, sacando por un momento la pinza del campo visual del chico que suspiró con cierto alivio. Mordiendo el cuello del joven hizo un gesto a su amigo que levantó de la cama su inmenso corpachón. Situándose frente a Álvaro le dio una bofetada, no muy fuerte, lo justo para llamar su atención y ponerle en máxima alerta. A su espalda podía notar la erección del músico que se frotaba contra él sin que eso le supusiera ningún problema a la hora de mantenerle sujeto. Intentó alcanzar el pene con las manos, dándose cuenta rápidamente de que las muñequeras de cuero se lo impedían por la forzada posición. Tampoco podía alcanzar sus nalgas, que quedaban a merced de Víctor.

–Yo tiro, tú colócaselas como más te guste. Tápale la boca, por si grita.

De nuevo hablaban entre ellos como si él no estuviera. La manaza del músico, áspera y con los dedos encallecidos de las cuerdas de acero del bajo, presionó su boca a la vez que le retenía contra su corpachón. Había soltado su larga melena que ahora le caía sobre la cara, tapándole los ojos. Con un gesto descuidado Héctor se la apartó hacia atrás antes de pellizcar la aureola, de forma que el pezón se proyectó hacia fuera sin ningún esfuerzo. Víctor abrió la pinza y, acercándola al pequeño bulto de carne desde abajo, le pilló con la parte plana, la que ejercía más fuerza. Álvaro intentó gritar, con la adrenalina recorriendo sus venas fruto del dolor que se entremezclaba con el placer y la excitación, pero su grito quedó ahogado contra la palma de la mano del músico que se limitó a apretarle más los labios hasta que se cayó.

Sabiendo que ahora vendía el otro el joven intentó prepararse mentalmente para la sensación. Lo peor era el primer momento, recién colocada. Ahora el dolor se había reducido a una molestia sorda, una ligera palpitación que latía y mantenía su pezón caliente e hipersensible a cualquier mínimo roce. Con los ojos cerrados aguardó a que colocasen la siguiente pinza, pero en lugar de eso se limitaron a tirar de la que ya tenía puesta. Los pequeñísimos dientes de plástico se clavaron con más fuerza en la carne mientras la usaban para mover el pezón de un lado a otro, causando que el chico se retorciese y gimiera descontrolado. Notó que retiraban la mano de su boca, pero se limitó a jadear, con la cabeza gacha y la mirada fija en el suelo. Héctor le sostuvo por la barbilla y le obligó a mirarle, evaluando su estado.

–¿Es tu primera vez usando pinzas? –Álvaro se limitó a asentir con la cabeza, jadeando y con el cuerpo estremecido. Cualquiera de los dos podría haberle castigado por no responder, pero cediendo a la indulgencia Héctor se limitó a proseguir–. Impresionante. ¿Crees que podrías aguantar la otra? No quiero que te fuerces, así que contesta con sinceridad.

La cara del gigante estaba mortalmente seria. Incluso pudo notar sin equivocarse que el brazo de Víctor se aflojaba en torno a su cuerpo, sosteniéndole sin ejercer la más mínima presión. Casi podría asegurar que se limitaba a prestarle cierto apoyo. Clavando la mirada en los ojos negros de Héctor se mordió el labio inferior antes de asentir con la cabeza. Una oleada de calor ascendió por su cuerpo hasta colorear sus mejillas de intenso color carmesí, pero su resolución no varió.

–Sí, puedo aguantar.

A su espalda el bajista soltó una carcajada alegre antes de volver a taparle la boca, tan deprisa que el joven no tuvo tiempo de procesar lo que pasaba. Héctor volvió a apretar la aureola, pero esta vez Víctor no colocó la pinza de inmediato. Se dedicó a jugar con el pezón, pellizcándole con el plástico o empujándole hacia arriba hasta que los jadeos del chico adquirieron un tono de súplica. Colocando la pinza en posición la soltó de golpe, por lo que los diminutos dientes se cerraron con más fuerza que la anterior sobre el sensible pezón. Álvaro soltó un nuevo grito, nuevamente amortiguado por la manaza de Víctor. Héctor agarró su pene, duro y húmedo de líquido preseminal y volvió a masturbarle apretando con fuerza su mano en torno a su longitud. Lo hacía con suma pericia, pero la brusquedad de las caricias contrastaba con el gesto, por lo que únicamente sirvió para aumentar su excitación.

–Basta de juegos, puta. Llevo toda la maldita noche con ganas de comprobar por mi mismo si ese culo tuyo merece o no la pena y no voy a esperar más –gruñó Víctor mientras empujaba al joven hacia Héctor.

Sujetándole del cuello Héctor le dobló el cuerpo hacia adelante. Tan solo el firme agarre que Víctor ejercía sobre las estrechas caderas del chico evitó que diese de boca contra el borde de la cama. Héctor volvió a sentarse en el mismo punto de antes y tras darle una ligera bofetada para que abriese la boca introdujo todo su pene. Las arcadas y el lagrimeo fueron inmediatos. Tan pronto como el glande del hombre alcanzó la garganta comenzaron, pero esta vez no hubo descanso ni tregua. Héctor le forzó a mover la cabeza, volviendo a valerse de su larga melena a modo de correa. A su espalda pudo notar como Víctor deslizaba dos dedos dentro de su ano, que permanecía gloriosamente abierto, lleno de lubricante y listo para ser penetrado.

Agarrando su gruesa herramienta por la base Víctor guió su pene hacia el ano del joven, que se debatía intentando controlar las arcadas mientras Héctor le follaba la boca, con renovada dureza. Empujando con fuerza consiguió meter el glande y buena parte del tronco dentro del orificio, estrecho a pesar de la minuciosa preparación a la que le habían sometido. Con un gemido de placer terminó de entrar impulsando las caderas hacia delante mientras tiraba del muchacho hacia atrás.

–¡Joder! Sí que es estrecho… –jadeó Víctor, empezando a mover la pelvis adelante y atrás–. Es tan estrecho que parece que te chupa hacia dentro.

Héctor se limitó a responder con un gruñido, bajando nuevamente la cabeza de Álvaro que emitía húmedos gorgoteos. Gemidos indefinidos en los que se mezclaba el placer, la humillación, la excitación y el dolor. Nunca había experimentado nada igual y le encantaba. A pesar de todo el tiempo que habían pasado jugando en su ano la anchura descomunal de Víctor bastaba para llenarle por completo, causándole una leve molestia que se iba reduciendo con cada penetración, tan profunda que pensaba que le acabaría atravesando en cualquier momento. Intentando relajarse probó a mover la lengua y acomodar mejor las caderas, confiando en que su esfuerzo pasase desapercibido.

–¡Ja! ¿Has visto eso? A la puta le gusta lo que estamos haciéndole –se mofó Víctor dando una nueva palmada en las ya castigadas nalgas del joven–. Tranquila, putilla, tranquila. Puedes gozar cuanto quieras, como la zorra que eres.

Algo en su cabeza, quizá el último reducto de raciocinio, le decía a gritos que debía sentirse ofendido por ese trato. Sin embargo, ni siquiera intentó hacerle caso. Su pene goteaba profusamente sobre el suelo de madera, las lágrimas rodaban por sus mejillas debido a las arcadas que todavía le sacudían de cuando en cuando y la saliva goteaba de su boca, empapando el pene de Héctor que brillaba a causa de ello. Su ano se abría y se cerraba conforme Víctor le taladraba, sus glúteos parecían gritar a causa del ardor de los azotes y hacía tiempo que sus brazos protestaban por la postura. Sus pezones latían a un ritmo constante, oscilando entre la insensibilidad y el dolor por las pinzas. Cada insulto le encendía, le provocaba en lo más hondo. Siembre había sabido que ser humillado y dominado le excitaba, pero nunca había comprendido hasta qué punto.

Dejándose llevar se acopló al ritmo frenético que imprimían ambos hombres. Cada quien a lo suyo y aún así extrañamente sincronizados. Separó más las piernas, facilitando el acceso a Víctor y a la vez bajando más la cabeza, de forma que Héctor apenas tenía que mover las caderas para alcanzar su garganta. Ambos hombres gemían, jadeaban y gruñían, disfrutando de su cuerpo joven y su evidente entrega. Con los ojos cerrados intentó mantener su deseo bajo control. Se sentía de nuevo próximo al orgasmo, pero el recuerdo del reciente castigo bastaba para intentar que se controlase.

Víctor aumentó más el ritmo, casi tirándole de cabeza contra Héctor que se echó hacia atrás en la cama, otorgándoles algo más de espacio. Resultaba evidente que no era la primera vez que hacían algo juntos, su compenetración saltaba a ojos vistas. Las manos rudas del músico aferraron con más fuerza su estrecha cintura, hincándose en la piel tierna y blanca y dejando marcas rojas, con forma de estrella de mar. Sus gemidos aumentaron de volumen, haciéndose eco del entrechocar de sus cuerpos. Inclinándose sobre el chico mordió su hombro, dejando la marca de sus dientes. Álvaro gritó de placer, sin importarle lo más mínimo que el pene de Héctor aprovechase para introducirse más hondo aún en su garganta.

Con un ronco gemido, más parecido a un gruñido animal que a un sonido humano, el músico consiguió su segundo orgasmo. Mantuvo cogido a Álvaro todo el tiempo, mientras sus testículos seguían descargando en su interior. Se apartó del chico de un tirón y sujetó su rubia melena, apartándole también de Héctor que los miraba divertido y orgulloso. Había sabido desde el primer día que el chico era el idóneo y no le importaba restregárselo algo a su amigo. Álvaro jadeaba, con su pene sobresaliendo hacia adelante. El glande enrojecido y brillante estaba cubierto de líquido preseminal y un chorro del mismo escurría despacio desde el agujero. Sus gemidos agudos y suaves contrastaban con lo que acababa de emitir, señal inequívoca de que estaba intentando controlarse.

–Por favor… –suplicó en el tono más bajo que pudo, preocupado por si le hacían callar–. Por favor… ¿podría correrme? Necesito acabar, lo necesito.

Ambos hombres se rieron en silencio. El pene de Víctor comenzaba a bajar, perdiendo su colosal tamaño por uno más moderado, y aún así aquellas palabras parecieron repercutir de forma directa en él. Sacudiendo la cabeza sonrió de nuevo. El chico era un íncubo, más deseable aún por no ser consciente de ello. Agarrándole por los muslos le alzó sin ningún esfuerzo, divirtiéndose al notar que al chico se le escapaba un grito. Manejándole con facilidad en el aire le obligó a subir las piernas, dejando su ano completamente accesible para su amigo. Héctor se levantó de la cama y acercándose al chico se fijó en su cara. Sus ojos verdes destacaban poderosamente, brillantes y cargados de deseo. Tenía los labios húmedos y las mejillas encendidas.

–No, no necesitas terminar, no aún. –La voz de Héctor era suave a pesar de su tono grave, engañosamente tranquila–. Primero necesitas ocuparte de que lo haga yo, con esto.

En ese momento le metió dos dedos en el ano. El chico soltó un gemido agudo, tensando todo su cuerpo para intentar controlarse. De haber podido pensar en otra cosa, cualquier cosa, todo hubiese sido más sencillo, peor no podía, su mente estaba demasiado enfocada en las sensaciones que experimentaba su cuerpo, en el estado de sometimiento al que le habían reducido con suma facilidad. Asintió con la cabeza, incapaz de articular palabra. Héctor se acercó más y con insultante facilidad le sostuvo en el aire, suspendiéndole sobre su pene. Víctor se sentó en la cama, contemplando el espectáculo con una sonrisa sardónica en la cara.

De un solo movimiento el gigante le dejó caer sobre su pene, que se abrió camino en su interior de una sola vez. Ante el grito del joven y lo tardío de la hora el músico se apresuró a levantarse de la cama y volver a taparle la boca con una de esa manaza. A modo de castigo por el escándalo tiró de una de las pinzas que aprisionaban sus pezones, que habían adquirido un tono purpúreo bastante notable. Sonriendo con maldad abrió la pinza. La sangre se precipitó al pezón que se inflamó de golpe y adquirió un brillante tono rojo oscuro. De no haber tenido la boca tapada el grito posiblemente se habría escuchado por todo el hotel.

–Sigue jugando con sus pezones, deberías ver como se le estrecha el culo cuando lo haces – se carcajeó Héctor, embistiéndole con más fuerza todavía.

Su longitud mucho mayor que la de su amigo llegaba a zonas que este aún no había tocado, y ayudado por el lubricante y el semen que tenía dentro se deslizaba con suma facilidad, de forma que Álvaro rebotaba, sostenido solo por los musculosos brazos del gigante que no parecía acusar el esfuerzo. Apretando más su manaza contra los labios del joven Víctor se inclinó y mordió el pezón recién liberado. Extremadamente sensible, acusó la presión de los dientes del músico. Su cuerpo se vio sacudido por escalofríos y deseó poder sujetarse a Héctor, quien seguía empujando y bombeando sin tregua, gimiendo directamente contra el oído del chico que no podía hacer nada salvo gemir. Su pene se frotaba contra el vientre del hombre que parecía ignorar la humedad caliente que manchaba su piel.

Clavando algo más los dientes Víctor retiró la otra pinza. El dolor fue exquisito, sublime, se concentró en su pezón e irradió en ondas calientes que se esparcieron por su pecho. Sus gritos quedaron ahogados contra la manaza que presionaba contra su boca, pero ni siquiera así se acallaron por completo. El bajista tiró las pinzas sobre una de las mesillas y pellizcó el delicado trozo de carne que lucía las marcas de los diminutos dientes de la pinza. Tiró de él con delicadeza y lo retorció entre sus dedos, escuchando como el muchacho gemía y se retorcía de placer. Su amigo había acelerado el ritmo, clavando su larguísimo pene una y otra vez en el caliente interior de Álvaro. Al soltar el músico ambos pezones a la vez, no pudo controlarse por más tiempo.

Su orgasmo fue salvaje, brutal. Tan intenso que le hizo arquear la espalda mientras el placer y el alivio le inundaban, al tiempo que chorros de semen blancuzcos caían sobre su propio pecho y el de Héctor. Con los ojos cerrados se dejó llevar, abrazando por completo la sensación de liberación y de profunda satisfacción. Si después de aquello habría un castigo no le importaba, en ese momento consideró que bien valía la pena. Liberando por fin la boca del joven Víctor se retiró al baño, donde comenzó a lavarse. El chico se había corrido sin permiso y desde luego no pensaba consentir eso de ninguna manera, pero sabía que por esa noche él no volvería a penetrarle y odiaba estar sucio. Ignorando los movimientos de su amigo, Héctor se limitó a acelerar más y más, con la cabeza contra el hombro del muchacho que seguía gimiendo.

Afianzando el abrazo con el que le mantenía suspendido empujó con más fuerza. Movía la pelvis descontrolado, entrando y saliendo casi por completo del interior del joven del que conseguían salir gotas de lubricante mezclado con semen. Impulsando hacia arriba las caderas jadeó con fuerza, terminando por fin. A diferencia de su amigo había preferido controlarse, por lo que el orgasmo fue increíblemente potente. Sintió como sus testículos se contraían mientras expulsaba un chorro de semen tras otro, marcando a Álvaro que se limitaba a gemir, moviéndose cuanto podía en la incómoda postura en la que estaba. En cuanto la sensación del orgasmo empezó a disiparse salió de un tirón, dejando el ano del chico abierto y dilatado. Del interior, ahora de un tono rojo muchísimo más intenso que antes, escurrieron largas hebras de lubricante que cayeron al suelo.

Con cuidado para que no se cayese le dejó ponerse por fin de pie. Con una sonrisa se percató de lo mucho que le temblaban al chico las piernas. Para no tener casi experiencia lo había hecho divinamente, solo quedaba el asunto del último orgasmo no autorizado. Por un momento pensó en dejarlo pasar, pero viendo que el chico conseguía estabilizarse y cuadrar los hombros supo que estaba dispuesto a seguir. Le examinó con detenimiento, apreciándole bajo una nueva luz en la que se mezclaba el respeto, el orgullo y el deseo. Situándose a su espalda le soltó por fin las muñequeras de cuero que habían abrazado sus muñecas durante buena parte de la noche, frotándole esa zona para que volviese la circulación. Viendo que su amigo regresaba del baño una nueva idea cruzó por su mente.

–Ve al baño y lávate, estás hecho un desastre y aún no hemos terminado. Eres más desobediente de lo que pensé.

Esperaba que el chico protestase, que se negase incluso, pero para su sorpresa no hubo nada de eso. Con pasos inestables, sin dejar de frotarse las muñecas algo entumecidas, se deslizó hasta el baño, entrando directamente en la ducha. Accionó los mandos hasta que el agua caliente cayó en cascada sobre su cuerpo. Cerrando los ojos se apoyó en la pared de la ducha y disfrutó del calor y la sensación de calma de la ducha, tan embebido de ella que ni siquiera se percató de que Héctor entraba en silencio y se limpiaba empleando para ello uno de los dos lavabos. Tampoco se percató de que le dejaba la toalla que había usado antes ahí mismo, para que pudiese secarse después.

Cogiendo el bote de jabón, ahora medio vacío, comenzó a frotar su piel. Al pasar las manos por sus pezones no pudo evitar una mueca de dolor. Enjabonó sus nalgas y su ano, dándose cuenta de que difícilmente podría limpiarse bien por dentro. Con una nueva mueca y tras asegurarse con un rápido vistazo de que se encontraba solo se colocó de cuclillas y empleó la ducha para retirar todos los restos de su interior. Le llevó un par de intentos, pero por fin introdujo un par de dedos y les sacó limpios. Con las mejillas ardiendo, invadido de una súbita timidez, se secó con la toalla y volvió al cuarto, cubriéndose con las manos y procurando mirar al suelo.

Los dos hombres charlaban relajados, tumbados en la cama y ya con los bóxers puestos. Héctor le echó un rápido vistazo y se levantó con agilidad de la cama. Girando en torno a él examinó sus pezones que aún estaban algo inflamados, las nalgas donde se apreciaban las marcas de los azotes de antes y los cercos rojos de las muñecas que ya empezaban a difuminarse. El intenso escrutinio del gigante bastó para que una nueva oleada de excitación le recorriese entero, desterrando el cansancio. Con una sonrisa sádica y un leve empujón entre las escápulas le forzó a caminar hacia la cama, donde le esperaba el músico. No vio ni rastro de los juguetes que habían usado ni tampoco de la mochila, lo que le tranquilizó por un lado y le inquietó por otro.

–¿Recuerdas lo que te dijimos antes? –le interrogó Víctor mientras le hacía subir a la cama.

–Que no podía correrme sin permiso –musitó en tono bajo y obediente, sin mirarlos directamente a los ojos.

A su espalda escuchaba a Héctor sacar algo del armario, pero no se atrevió a desviar la mirada para comprobar qué hacía. El músico le colocó de rodillas sobre el blando colchón. Su sonrisa podía haber pasado por la de alguien benévolo, pero Álvaro se estremeció inquieto.

–Al menos tienes buena memoria. –Concedió el bajista sin variar la expresión de la cara–. Es la segunda vez que desobedeces, y además has vuelto a hacer lo mismo. ¿Sabes lo que nos hace pensar eso?

–No.

–Nos hace pensar que fuimos demasiado suaves contigo –intervino Héctor situándose a su lado–, y que ahora debemos mostrarnos mucho más duros. Por eso, vamos a darte a elegir: puedes recibir veinte azotes como los de antes, con eso seguro que la siguiente vez te controlas; o puedes recibir diez azotes con esto.

En ese punto levantó el puño, mostrando en la mano el grueso cinturón de cuero negro que había llevado el cantante. Uno habría esperado un cinturón lleno de tachuelas, clavos o cualquier otro adorno, pero no era más que un sencillo cinturón, con el único detalle particular de una pesada hebilla de plata con forma de herradura en lugar de ser rectangular. Con los ojos brillantes el chico extendió la mano con timidez, tocando la piel suave y bien curtida. Eran menos azotes, sí, pero sabía que ahí estaba la trampa. Si eran menos, serían mucho más dolorosos que los que pudiesen darle con la mano.

–Nunca… –empezó vacilante– nunca me han dado azotes con un cinturón. Me gustaría probar, pero no sé si lo aguantaré.

–Si no aguantas pararemos, pero intenta soportarlo todo lo que puedas, ¿de acuerdo?

Las amables palabras no vinieron de Héctor, como se habría esperado, sino de Víctor, que le miraba con una amabilidad inusitada, un atisbo detrás de su imponente fachada. Muchísimo más relajado Álvaro asintió. Aunque los azotes le dolerían, y tenían la función de causarle cierto nivel de daño para disciplinarle, no sobrepasarían su límite. Más animado asintió de nuevo con la cabeza y acarició una última vez el cinturón.

–Si es así, de acuerdo. Quiero el cinturón.

Entre los dos le colocaron de rodillas, con la cabeza hundida en una de las mullidas almohadas. De no haber estado tan excitado se podría haber quedado dormido de inmediato. Sin embargo, su corazón había vuelto a acelerarse, retumbando en su pecho como un tambor de marcha. Con cierta preocupación cerró las piernas, asegurándose de que su pene y testículos no quedasen a la vista. No creía que le fuesen a golpear ahí, pero toda precaución le parecía poca. Intuyendo su nerviosismo, ambos hombres le permitieron acomodarse a su gusto. Héctor pasó el cinturón a su amigo y se sentó junto a la cabeza del chico. Le acarició el pelo y le hundió la cabeza en la almohada, dejándole respirar, pero no gritar.

Víctor acarició ambas nalgas, ligeramente rojas y con marcas de dedos. Sus dedos callosos pasaron por la suave piel del chico que gimió nervioso. La espera le ponía ansioso y le hacía tensar todo el cuerpo. Haciéndose cargo de la situación Víctor balanceó el cinturón. La larga cinta de cuero trazó un arco en el aire y con un único golpe de muñeca cruzó limpiamente el espacio e impactó a la vez en ambos glúteos. Un grito indicó que el impacto había sido bueno, lo bastante duro como para doler y marcar, pero no tanto como para causar un daño real ni dejarle marcado de por vida. Los muslos del chico temblaban y su respiración se había acelerado como si hubiese corrido una maratón.

El dolor era mucho más suave de lo que se había imaginado. Más intenso que en un azote con la mano, pero menos de lo que su desbocada imaginación le había hecho creer. A pesar del alivio, el segundo azote arrancó otro grito de su garganta, que se estrelló contra la almohada donde quedó amortiguado. El tercero le siguió casi de inmediato. Sus piernas temblaban incontrolablemente y respiraba en jadeos húmedos, tan acelerados ahora que se acercaban casi a la hiperventilación. La zona donde le habían flagelado con el cinturón parecía arder y quemar como si le hubiesen aplicado una llama en esas franjas de piel. Cuando el siguiente azote le golpeó, cruzando en diagonal las tres marcas previas, apenas pudo reunir autocontrol suficiente para no pedirles parar.

Agarrándose a las sábanas con los puños cerró los ojos con tozudez, negándose a ceder. La situación le excitaba demasiado como para querer que se detuvieran. Cada azote iba seguido de un dolor que se intensificaba al golpear sobre zonas que ya habían recibido antes una mordida del cinto de cuero, seguido de una intensa descarga de adrenalina que le preparaba para el siguiente azote, más intenso si cabía. Gritaba, pero también gemía, se retorcía y se movía en el sitio incapaz de quedarse quieto. Héctor mantenía su cabeza presionada contra la almohada, acariciando su larga y enredada melena mientras.

Uno tras otro, se iban acercando al final. El último azote fue el más duro, marcando una línea roja que pronto se tornó purpúrea, justo en el centro de ambas nalgas, en la zona más golpeada. Con un último grito se dejó caer en la cama, gimiendo y tomando aire en grandes bocanadas. Le ardían los glúteos y sabía que mañana le costaría sentarse, pero a la vez se sentía vivo, pleno. Víctor dejó el cinto sobre la mesilla y se tiró a su lado, recostándose en una de las almohadas con los brazos detrás de la cabeza. Héctor se acomodó al otro lado, dejando al chico entre ambos hombres que los miró alternativamente, con los brazos bajo la cabeza para poder dormir bocabajo.

–¿Te encuentras bien? –preguntó Héctor estirando uno de sus largos brazos hacia el chico.

Con cierta reticencia se apoyó en él, encontrando una postura de medio lado mucho más cómoda que la que pensaba adoptar para dormir. La sonrisa del gigante era amable, tranquilizadora incluso, y en los ojos castaños de Víctor apreciaba un destello cálido que no estaba ahí al iniciarse la noche.

–Estoy bien. Ha sido intenso, pero me ha encantado.

–Nos alegramos, pero mejor que te duermas ya, mañana tenemos que dejar el cuarto pronto –sentenció el músico encendiendo la televisión–. Ha sido una noche excelente, Héctor. Cuando queráis yo vuelvo a repetir, necesita más experiencia.

–Sin duda.

Los dos hombres se quedaron hablando, cruzando susurros por encima de la cabeza del joven. Los tranquilos murmullos se sumaron al ruido de fondo del televisor, aislándole y arropándole. En su cuerpo comenzaba a notar un coro de sordos dolores, demasiado suaves como para resultar poco más que una molestia difusa semejante a las agujetas por deporte. Sonriendo se acomodó más bajo las mantas, estaba deseando adquirir más experiencia y repetir cuantas veces quisieran.

–Nota de ShatteredGlassW–

Gracias a todos por haber leído este relato. Espero que os haya gustado y le hayáis disfrutado mucho. El grupo que figura en el relato es completamente ficticio y la figura de Sköll, o cualquier otro miembro de la banda, no se basa en ninguna persona real.

Este es el último relato que subiré antes de retomar mi horario habitual de un relato cada 7-10 días. El ritmo más acelerado de publicación se debe a los motivos que ya expliqué (que se resumen en que por motivos de salud y tiempo me pasé buena parte de enero y febrero sin poder escribir ni publicar nada). Os agradezco a todos la paciencia que habéis tenido.

Si tenéis comentarios o sugerencias y queréis comunicaros de una forma más personal conmigo podéis hacerlo a través de mi correo electrónico: [email protected].

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