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Tropa Loca (2)

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Ya conté que, en la prepa, teníamos un grupo bastante amplio que para todo hacíamos reuniones y excursiones y nos la pasábamos muy bien, no se trataba de parejas, sólo amigos, era baile entre todos y paseos en bola, aunque si se daban las condiciones podía haber algo más, pero sin compromiso... (Sí, más de una compañera quedó embarazada y en dos casos hicimos colecta para pagar el aborto). Nos hacíamos llamar La Tropa Loca, porque nos sonaba bien ya que había un programa de televisión con ese nombre y también de éste tomó su nombre un grupo musical que tuvo sus triunfos con música de rock y después se pasó a la onda grupera.

La historia del reencuentro inicia con mi esposo Saúl y sus amigos entre los cuales hay de todo, ya comenté en el relato “Velada y revelada” y en “Chocolate oscuro con relleno de crema" cómo me tiré a dos de ellos, y hubo más. Otros me pidieron hacer el amor, pero no me atraían mucho y, en cambio, un ingeniero químico y pintor con bigotes al estilo Dalí, y otros dos más, no pasaron entre mis piernas por más insinuaciones que les hice.

Resulta que, en una mesa redonda propiciada por una universidad, coincidieron Saúl, Enrique, un escritor joven, y Roberto Soto, mi compañero de prepa. Al término de ésta, departieron en la comida y posteriormente, acompañados de unas botellas de vino local, continuaron la charla en la recámara del hotel de uno de ellos.

Desde la comida, Soto le comentó a Saúl que ya lo conocía desde la prepa. Saúl le señaló que estaba equivocado pues él fue a la vocacional en bachillerato. Entonces, Roberto le precisó que lo conoció pues era novio de una compañera del grupo en la prepa, cosa que era cierta. Saúl aceptó y le comunicó que estaba casado conmigo. Soto trabajaba en el centro de instrumentos de la UNAM, diseñando aparatos de medición y otras cosas para los científicos. La plática se desvió hacia las máquinas sexuales que vendían en las tiendas porno, pero Soto les dijo que eso era una trivialidad, “cualquier diseñador industrial puede diseñarlas y construirlas. En todo caso, lo que caería en mi campo sería la medición de los orgasmos”. “¿Y el aprovechamiento de la energía que se produce?”, preguntó Enrique. Soto dudó un poco antes de decir “también”. Bordaron alrededor de estas ideas, ya saben lo que hace el vino. Antes de retirarse a dormir, Enrique tenía una idea para escribir un cuento que fue publicado y premiado posteriormente; Soto, un intrincado problema para lograr un instrumento así; y Saúl había pasado el tiempo divertidamente.

Días después, Saúl fue a entregarle a Soto un artículo que le había prometido a éste para la revista científica de niños en la que Soto era editor. Pasearon por el Centro, y Soto le mostró los instrumentos que estaban en construcción. Saúl dio unas ideas de mejoramiento en algunos casos, de las cuales Roberto tomó nota y agradeció.

–¿Ya solucionaste, aunque sea teóricamente el aparato que sugirió Enrique? –preguntó Saúl.

–No –contestó Soto.

–Es fácil, además con la segunda parte darías una aproximación a una componente de la primera –dijo Saúl y platicó cómo–, a excepción del problema rudo que requeriría medir reacciones cerebrales y químicas en la corteza del hipocampo, pero esa es chamba de los fisiólogos al darte las precisiones.

Soto se quedó maravillado de lo que le indicó Saúl y fotocopió algunos papers que estaba trabajando con unos fisiólogos. “Aunque no son parte del rollo en que nos metió Enrique, pero esto te dará idea de la complejidad que mencionas”, le dijo Soto.

Al día siguiente, Soto habló a la casa preguntando por Saúl, a sabiendas que no se encontraba aquí. Lo que en realidad quería era platicar conmigo.

–¡Qué lástima que no está Saúl! ¡Pero qué bueno que tú contestaste! –exclamó y nos pusimos a platicar casi dos horas recordando los viejos tiempos.

La plática se fue calentando y recordó lo bien que se sintió mamándome las chiches. “¿Ya no tendría yo que acorralarte para eso y más?”, pregunté descaradamente.

–No, hoy lo haría con mucho deseo –confesó–, pero estás casada…

–¿Y tú no? –pregunté.

–Sí, pero quiero hacerlo… –dijo anhelante.

–Yo también quiero, pongámosle fecha –contesté imperante.

A la semana siguiente, después de dejar a los niños en la escuela, Soto me esperó a una cuadra de la casa. Se veía muy bien, seguía peinado como siempre, a la “Benito Juárez”, de raya y pelo embarrado hacia un lado. Subí a su auto y fuimos a un hotel cercano que le indiqué (el mismo donde fui con mi amante Roberto, con Nemesio y otros más).

Apenas entramos al cuarto, nos abrazamos y besamos. Yo lo desvestí primero.

–Ahora tú quítame la ropa a mí –le dije jalándole con las dos manos el miembro que ostentaba una gran erección.

–¡Otra vez estas preciosidades! –dijo cuando me tuvo desnuda de la parte superior y se puso a mamar como bebé.

–Disfrútalas, pero hoy no será sólo eso –le dije acariciando su pelo con una mano y con la otra distribuía en el glande y el tronco el abundante presemen que le brotaba.

Las caricias y mi dicho lo obligaron a desnudarme completamente.

–Ya chupaste arriba, ahora hazlo acá abajo –dije abriendo mis labios.

Soto se hincó y lamió muy rico, no obstante que se dio cuenta que Saúl me dejó bastante semen. “¡Estás escurrida!” exclamó antes de limpiar los rastros de semen que me escurrieron en la mañana, sin poder bañarme porque Saúl me cogió mucho, levantándonos más tarde por ello, y tuve que hacer el desayuno para no llegar tarde a la escuela.

–¡Quién fuera Saúl para hacerte el amor a toda hora! –dijo volviéndome a chupar.

–¿No te molesta el sabor de él? –pregunté.

–Si lo traes puesto, no, tú eres la que sabe rica… –y me tumbó en la cama para seguir chupándome.

Terminó su golosa tarea y se acostó sobre mí. Yo simplemente abrí las piernas cuando me besó para compartirme el sabor del amor matutino que tuve con mi esposo, y sentí cómo entró despacio…, deslizándose en mi encharcada panocha, al tiempo que con una mano en cada teta se ayudaba para jalar mi cuerpo y recorrerme la vagina con su pene. Sin soltarme del pecho, aceleró y me sacó varios orgasmos. Me pareció sentir que se vendría, pero se detuvo.

–¿Qué pasó? –pregunté al interrumpir uno de mis múltiples orgasmos.

–Quiero disfrutarte más tiempo, hacerte el amor en las posiciones que me lo pidas antes de eyacular.

–¡Que caballeroso! –dije antes de darle un beso–. Ponme como tú quieras.

Me puso en cuatro extremidades, me lamió todo el jugo que se había desbordado y, agarrándose de mis chiches (¡mis chiches, siempre mis chiches!) me cogió de perrito sacándome más gritos y orgasmos.

–¡Qué rico lo haces, Soto! ¡Dame más rápido! –exigí y él me complació…

Quedé a punto del desmayo y me acosté a descansar. Soto me lamió los senos al tiempo que acariciaba el vello de mi pubis. Cuando me repuse, me monté sentada en él. Cabalgué dándole el espectáculo de las tetas bailarinas, que les encantaba disfrutar a mis parejas. Soto no fue la excepción. Sentí que otra vez Soto estaba a punto de eyacular y, como ya había pasado el tiempo suficiente para recoger a mis hijos, le dije “¡Vente, lléname de ti!”. Salté más rápido moviéndome en círculos, sintiendo cómo rodaban sus testículos alrededor de mis labios y Soto, al tiempo que bufó lanzó tres potentes chorros de esperma en mi interior que culminó con un grito de satisfacción. Yo también me vine mucho y caí sobre él, lo besé y mi perrito comenzó a darle un postrer deleite al exprimirlo completamente.

–¡Qué rico coges, Tita! Nos hubieras hecho felices a toda la Tropa Loca si hubieses aceptado las propuestas como sí lo hicieron otras de las compañeras –dijo aún con los ojos cerrados.

–No podía, aunque sí quería. Yo era virgen y eso se lo quería guardar a Saúl. Pero no se pueden quejar, a todos los que me gustaban les di a mamar teta, ¿no te gustó entonces? –le pregunté.

–Ya te dije que sí, y me quedé con esa fijación –respondió

–Sí, me di cuenta que en la primera penetración no me las soltaste y, aunque a veces me dolía, me encantó verte feliz mientras yo me venía una y otra vez –le expliqué tomando una teta y se la ofrecí para que mamara.

–¿Cuándo te cogió Saúl la primera vez? –preguntó después de mamar, pero sin soltarme el pecho.

–Fue poco después, ¿te interesa la fecha exacta, el lugar y la situación? –le pregunté jalándole el pene y me puse en posición de 69.

Ya no dijo más, se puso a lamer y yo a saborear loas gotas que aún quedaban dentro de su tronco. Le conté que casualmente me había encontrado con Felipe, otro compañero de la prepa que me gustaba.

–¿Y qué pasó? –preguntó.

–Al igual que tú, no quise dejar pasar la oportunidad de amarlos y darles lo que tanto quisieron… –le conté– Bueno, “quisimos”, sería lo correcto, ¿o no?

–Sí, gracias por este día –me dijo y nos empezamos a vestir. para llegar a tiempo a la escuela de mis hijos.

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