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Un affaire en Montevideo

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Se acerca el camarero con el pedido que le hice. Estaba sola y había conseguido una mesa en un pub irlandés del barrio Pocitos, una de las mejores zonas de Montevideo, y además no estaba lejos del hotel donde me hospedaba.

"Disculpa, ¿qué es esto? Yo te pedí un Campari"

"Sí, esto es un Campari, es lo que vos me pediste." me replicó el camarero.

"Pero por lo que veo parece que tiene zumo de naranja, ¿qué es lo que tiene?"

"Sí claro, tiene jugo de naranja. Lo servimos así."

"Ah, disculpa, debí aclarártelo: yo lo tomo puro, con hielo y nada más. Ok, OK, déjalo, no te preocupes, lo tomo igual. ¡Gracias!"

El chico ofreció cambiármelo de la forma que yo lo tomo pero yo rechacé y agradecí el gesto, finalmente me quedé con el Campari con zumo de naranja. No es como me gusta a mí pero, tampoco era para hacer una tragedia.

Pasaron algunos minutos, la gente conversaba en sus mesas, los camareros pasaban de un lado para otro con los pedidos de cervezas, cocktails, whiskys, y platos tipo tapas (en Uruguay le llaman picadas), también hay sandwiches, milanesas, me pareció ver miniaturas de pescado, etc. Yo estaba mirando el menú para pedir algo sólido. A media tarde había comido algo pero ahora estaba con hambre. El día había sido complicado en la empresa.

"Te traigo un Campari puro, solo con hielo, como a vos te gusta." era nuevamente el camarero.

"No, no es necesario, yo estoy tomando el que me habías traído, está bueno igual. Dile al barman que le agradezco pero..."

El camarero me interrumpió. "No es el barman el que lo ordenó sino el señor que está ahí." Y me señaló con la cabeza un hombre sentado en una mesa a mi derecha pero un poco corrida hacia atrás, por lo que yo tenía que voltear la cabeza para poder verlo.

"Muy amable, gracias caballero, valoro su cortesía." dirigiéndome al señor que me había mandado el inesperadamente polémico «Campari puro».

"Es un placer señorita. Es una obligación de todo uruguayo tratar cortésmente a los extranjeros. ¿Puedo saber de dónde eres?" Hablo bien el español pero no puedo evitar disimular mi acento alemán con mezcla de francés.

"Soy alemana, pero vivo en Paris"

"¿Estás de visita en Uruguay?"

"No, estoy por razones de trabajo, vengo cada 3 o 4 meses a Buenos Aires, Santiago y Montevideo".

"Mucho gusto y bienvenida al Uruguay, mi nombre es Daniel Imbert"

"Del mismo modo un gusto, Esther Hoellenriegel. Imbert es un apellido bastante común en Francia."

"Bueno, sí, son descendiente de franceses, pero yo ya soy tercera o cuarta generación en Uruguay. Disculpá, ¿te molesta si me siento contigo?, así no tenemos que forzar la voz para hablar."

Le hice seña con la mano para que ocupe la silla que estaba a mi izquierda en mi mesa. Trajo consigo su whisky y extendió su mano hacia mí la cual estreché. "Sabés una cosa, yo fui al Colegio Alemán acá." -me comentó.

"Interessant! Ich wusste nicht, dass Sie hier eine deutsche Schule haben." [¡interesante! No sabía que vosotros tenéis un colegio alemán acá.]

"¡Ah! fui dos años nada más y francamente recuerdo poco de alemán. Yo era un niño, después mis padres me mandaron a otro colegio, también bilingüe, pero español-inglés. Francamente tenés un buen dominio del español, lo hablás muy bien, se te nota algo en las erres y en alguna ese."

"Hice un curso de español en el Instituto Cervantes y con mis viajes a América del Sur creo que me manejo lo suficientemente bien con el español, o como algunos gustáis llamar el castellano."

Me recomendó pedir un sandwich de jamón crudo y rúcula en pan de ciabatta. Seguí su consejo y realmente quedé conforme. El pidió lo mismo.

"¿En qué trabajas Esther?"

"En una empresa especializada en cosmética y productos de belleza con sede central en Paris."

"¡Opa! ¿Y vos que cargo tenés allí?"

"Directeur Général de la Division Cosmétique Active. Y directeur du marketing commercial pour le Chili, l'Argentine et l'Uruguay."

"¡Wow! Estoy en compañía de una alta ejecutiva de una empresa internacional."

"No es para tanto, yo soy una más en la plantilla de la empresa. ¿Tú a qué te dedicas?"

"Soy productor rural; planto arroz y crío ganado vacuno."

"Mmmm, Uruguay hizo un acuerdo con Turquía para vender carne vacuna. Perdisteis el mercado ruso."

"Por lo que veo no solamente sabés de cosméticos y productos de belleza. Dominas los mercados de commodities en general. ¿Estás casada?"

"Sí, y tú?

"Divorciado. Y dime, ¿tu esposo vive contigo?"

"Claro, vivimos en París. Él no viaja mucho pero yo sí, ya te dije que cada dos, tres o cuatro meses vengo a Chile, Argentina y Uruguay."

"Si yo fuera tu esposo no te dejaría salir al exterior sola."

Aunque suponía cuál era la respuesta, igual pregunté: "¿Por qué?"

"Sos demasiado bonita para dejarte sola. Elegante, con una personalidad clara."

"Gracias, pero en un matrimonio tiene que haber confianza..."

"¿Tienen hijos?"

"Sí, un chico de 17 años y una hija de 13 años. Los cuatro somos alemanes pero tanto Michael como Selina aprendieron a hablar en Francia. Selina aprendió a decir «mamá» en francés. En los partidos de fútbol de la selección francesa contra Alemania gritan los goles de Mbappé o de Griezmann. Y si Alemania hace un gol por medio de Thomas Müller protestan porque algún defensa francés no lo marcó bien. ¡Traidores a la patria! Ja ja" A la vez le mostraba de mi celular algunas fotos de mis hijos, mi esposo y yo.

"¡Ja ja ja! Se afrancesaron, y a vos y a tu marido eso no les debe de gustar."

"No hago cuestión, Rainer, mi marido, discute un poco con Michael, pero sobre fútbol nada más. Son muy buenos estudiantes."

La conversación transcurrió cordialmente; hablamos de varios temas hasta que terminamos de comer y beber y él muy caballerosamente se ofreció a pagar la consumición.

"¿Te gustaría caminar por la rambla?" me preguntó.

"¿Ahora?"

"Claro. La rambla está estupenda para caminar. Hoy es una noche muy calma, no hace frío. ¿Qué decís?"

"Bueno, pero después me acompañas al hotel, ¿sí?"

"¿Dónde te hospedas?"

"Aquí cerca, en un hotel frente a ese lugar que vosotros llamáis Kibon, Quimbom, o algo parecido."

"Ja ja ja. Kibon. Ya sé a qué hotel te referís. Claro que te traigo."

Lo que los uruguayos llaman «rambla» no es nada parecido a las ramblas de Barcelona. Se asemeja más al Malecón de La Habana o la Promenade Des Anglais en Nice. Es una avenida que bordea el mar con una extensión continua de alrededor de 30 km. En toda su extensión pasa por barrios de buen nivel social. Posee una vereda (acera) ancha por la cual se desplazan personas, bicicletas. Realmente un lugar muy disfrutable. Ideal para caminar despreocupadamente sobre todo en una noche como aquella.

Así que dejamos el pub nos dirigimos a la rambla. Una vez allí nos caminamos por ella algunas manzanas hacia el Centro.

"¿Estás de medias?" me pregunta.

"No, aunque todavía no llegó el verano la temperatura está muy agradable. No me puse medias. ¿A qué se debe esa pregunta?" Pensé que si seguimos así me iría a preguntar si llevaba ropa interior. Es más que obvio que en poco rato este tipo me estaría follando, lo tengo asumido desde el momento en que ordenó que me llevaran el Campari.

"Porque si no tenés medias, te sacás los zapatos, y caminamos por la arena, con esos tacones que llevás es imposible caminar en la arena." me aclaró.

Estuve de acuerdo, me quité los zapatos, bajamos por una de las escaleras y empezamos a caminar por la arena. Las olas rompían a escasos metros de nosotros.

"¿Cómo es tu relación con tu esposo?"

"Perfecta. Nos entendemos muy bien, en la educación de nuestros hijos, en las cosas de la casa, salvo en la política, el es del Christlich Demokratische Union Deutschlands (de centro derecha), y yo estoy con el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (socialistas). Pero toleramos nuestras opiniones políticas y no nos peleamos por esos asuntos."

"¿Y en la cama, se entienden bien?"

"Ja ja ja. Claro que sí. Muuuy bien."

"¿Te satisface plenamente?" -me preguntó.

"200 %, es un excelente amante." -respondí.

"¿Le sos fiel?"

Me tomé un rato en responder, sabía que esa pregunta aparecería de un momento a otro. "En Francia le soy absolutamente fiel."

"¡Caramba! Esa es una respuesta inusitada e intrigante. ¿Y cuándo estás fuera de Francia?"

"No es lo mismo estar sola en tu casa que estar sola en una habitación de un hotel. ¿Se entiende?"

"Perfectamente, te entendí. ¿Practican sexo oral?"

"¡Eeehhh! ¡Vas muy lejos en tus preguntas!... ¿Acaso no es lo que más placer le produce a los hombres?"

"Por supuesto, y estoy seguro que vos le hacés las cosas fáciles a los hombres..."

"No entendí" Sí, había entendido, pero me gustaba el juego en el que habíamos ingresado.

"Bueno, Frau Esther, una mujer tan bonita, yo diría que perfecta como vos, con esas hermosas piernas, elegante, un cuerpo magnífico, a través de la ropa es notorio que tenés unos senos espectaculares, le levantás el espíritu a cualquier hombre."

Me reí. Me causó gracia la analogía de «levantás el espíritu». "No estás en condiciones de saber si mis senos son espectaculares. Tú te los imaginas." -le di pie para que de un paso importante para dentro de un rato culminar con nuestros cuerpos desnudos en una cama.

"No mi querida Esther. No me los imagino, los percibo a través de tu ropa. Esa blusa que traes facilita la imaginación..."

"Bueno, quizás la blusa sea un poco holgada y la tela de seda ayude a la imaginación..."

Lo miré con una sonrisa, y él pasó su brazo derecho por mi hombro. Adopté una actitud complaciente, incluso apoyé mi cabeza sobre su hombro, éramos casi de la misma altura. Con su mano izquierda me tomó del mentón, nuestros labios se acercaron y honestamente no puedo decir quien fue el primero que introdujo la lengua en la boca del otro. Ya a esa altura me empezó a correr un escalofrío que iba desde mi nuca hasta mi entrepierna. De inmediato la misma mano que me había tomado del mentón se dirigió hacia mi seno izquierdo. La sensación fue sublime. Yo lo tomé de la nuca con una mano; en la otra mano tenía mis zapatos con aquellos tacones que no podía soltar, si lo hacía segura que me olvidaba de ellos.

Como dijo Julio César «Alea iacta est» (La suerte está echada). Mi única duda era saber adónde me iba llevar para follarme como las circunstancias lo indicaban.

"Quisiera que pasemos la noche juntos. ¿Qué decís?" propuso. Me reí por dentro recordando la primera vez que un uruguayo me invitó a salir. En aquella oportunidad me dijo si aceptaba cenar con él y después «hacíamos algo».

"¿Tú qué propones?" le pregunté.

"Podemos ir a mi casa o a tu hotel. El único problema de mi casa es que mi madre vive conmigo. Por supuesto que no va a hacer ningún tipo de problema ni se va a meter en nada, pero quizás vos te sientas inhibida."

"Entiendo", respondí. "Entonces, ya que estamos a cerca de 200 m del hotel. Te invito a que conozcas mi habitación."

"¿Me permitirán entrar?"

"Monsieur Imbert, ¿tú no conoces aquellos versos de Quevedo: «Poderoso caballero es don Dinero»?"

"¡Caramba! Hermosa, inteligente y con conocimientos hasta de literatura española."

"Ja ja ja" -respondí, y nos encaminamos hacia mi hotel. Al llegar pasé por conserjería. "Buenas noches, le quería pedir autorización para que el señor (señalando a Daniel) suba conmigo a mi habitación."

"Señora Hoellenriegel, por reglamento el hotel dispone que las visitas se reciben en el lobby, en el restaurante o en alguno de los bares que posee el hotel." -me dijo el conserje.

Moví la cabeza a un lado y lo miré como dando a entender: «¿te parece que esos son lugares son adecuados para desnudarse y follar toda la noche?»

Ni tonto ni perezoso el conserje entendió el significado de mi mirada y mi gesto con la cabeza. "Eh, señora, en ese caso el hotel le cobraría un suplemento, ¿me entiende?"

"Me parece perfecto. Vale. Es lo que corresponde. Va por mi cuenta." mientras le decía esto sacaba de mi bolso una de las tarjetas de crédito, pero el conserje, me cortó.

"No, no, no, no es necesario ahora, señora. Por favor, el señor puede pasar. Después arreglamos. Que tengan una buena noche." -me dijo.

En el ascensor Daniel me abrazó: "Sabés manejar a la gente, con una mirada sutil lo resolviste en escasos segundos."

"¿Tú crees que me va a cobrar un plus por dejarte pasar? Cuando yo haga el check-out se va a hacer el tonto, el boludo como decís vosotros, «Esteee, lo del señor que subió con usted el otro día no se lo incluyo; cortesía del hotel». ¡Mentira! Puro teatro para que yo le deje una buena propina."

Entramos a mi habitación. 5° piso, con una excelente vista hacia la playa Pocitos. Me saco la chaqueta abotonada y la dejo sobre una silla. "Puedes sacarte esa chaqueta, o campera como la llamáis aquí. Déjala ahí."

Con asombrosa rapidez nuestras bocas se funden en un beso apasionado mientras nuestras manos recorren el cuerpo del otro. Siento su miembro erecto a través de la ropa. Él está muy interesado en mis senos. Pero en seguida me aparto. "¿Te parece bien si apago la luz. Por la ventana entran las luces de la ciudad?" le pregunto.

"Sí, está bien, de acuerdo" responde.

Camino hacia la ventana bajo las sombras de la habitación. Sé que se acercará y me tomará por mi espalda. Estoy húmeda por la angustia y la demora de sus intenciones por desnudarme. Llevo una blusa amplia, y una pollera apenas por encima de la rodilla. Ya me quité el calzado. Las luces que entran por la ventana hacen brillar mi anillo de casada.

Sus manos van a mis caderas y acerca su cuerpo al mío. Siento su pene rígido que lo acomoda entre mis muslos. Sus brazos rodean totalmente mi cintura. Sus manos suben hasta mis tetas y allí se detienen acariciándolas a través de mi ropa. Inclino mi cabeza hacia atrás, queda apoyada en su hombro y emito un gemido.

Me da vuelta y va directamente a mis labios. Sus manos se agarran de mi rostro y las mías de su cintura. Pasión y frenesí en un beso infinito. Muerdo sus labios. Ambos buscamos la posición perfecta para disfrutar lo máximo de la boca del otro. Ambos besamos con pasión llenos de lujuria.

Me empuja contra la pared sin despegarse de mi. Sus manos ya no me acarician, ahora sostienen mis muñecas contra la pared. Nuestros cuerpos ensayan un compás de integración. Mis gemidos se van haciendo más cómplices cada vez. La habitación sigue en silencio total. Solo chasquidos de nuestras bocas interrumpen la sala. La lujuria se refleja sus ojos. Amarrados por el deseo nos quedamos inmóviles unos segundos solo para hablarnos con la mirada.

Las ropas pesan y ya estoy húmeda después de semejantes besos. Nos acercamos a la cama. La oscuridad reina en la habitación, pero las luces que entran de afuera nos permite movemos sin problema. Se queda detrás de mi aún vestido. Me deja en esa posición unos segundos sin moverse ni decir nada, hasta que sus manos rebuscan en mi ropa con una intención de despojo.

Me ayuda a deshacerme de mis prendas. Me saca por arriba mi blusa, me siento más libre y cómoda y la lanza hacia donde estaba mi chaqueta. Sus dedos agarran mi sujetador desde atrás y me lo empuja para arriba como queriendo desenfundarme. No es la forma correcta de quitarlo pero de todas formas permite que mis pechos ahora estén libres.

Estar desnuda de la cintura para arriba y dándole la espalda solo merece una cosa: suavemente aparta mi cabello a un lado y sin titubeo se pega a mí para acariciarme el vientre y agarrar mis pechos.

Su cara se clava en mi cuello como si quisiera besarme pero solo se queda dando suaves mordisco desde la nuca a los hombros. Sus manos recorren mi cuerpo hasta que enfocan su atención en mis pezones. Solo hace falta poco rato para que su ropa siga el mismo camino que la mía.

Sus manos se asoman a la fosa en mi vientre y sin demasiada urgencia acarician el pubis como un acto de curiosidad, solo para retroceder y con determinación desabrochar mi falda.

Se encuentras en una posición privilegiada. Justo donde mis glúteos acaparan tu rango de visión y lo someten en un encanto visual al alcanzar rebajar mi falda hasta alcanzar las rodillas, que finalmente alcanza a quitármela. La arroja también a donde ya estaban mis chaqueta y blusa. Se queda admirándome casi toda desnuda. No me incomoda. Me quedo cautiva, presa y debilitada por las ganas de estar él.

Acaricia mis muslos como invitando a mi tanga a abandonar mi cuerpo. Y me baja la tanga para que caiga al suelo. Me pide de forma educada aunque un poco imperativamente; "Poné tus manos en la pared y abrí un poco tus piernas por favor." Lo que me sorprende y me desencaja pero obedezco en silencio. Acaricia mi rostro suavemente como señal de agradecimiento. Los gestos a veces pueden expresar más que las palabras.

Estruja mis hombros como masajes. Siento como se empieza a extender por mi espalda, que se arquea suavemente e irremediablemente mis caderas se empinan delante de él. Mi cara colapsa con la pared, pechos y manos igual. Acaricia cada una de mis nalgas. Sus dedos me estrujan los labios vaginales para seguir con mis muslos.

Susurra: "Date vuelta." Frente a frente, su mirada inspeccionado mi figura. Es la primera vez que ve mi pecho desnudo. Mis pezones lo invitan a comerme entera. A lo que reacciona agarrándome la cara con las manos para acercarse hasta mis labios. Veo una mirada profunda y animal en sus ojos. Lleno de deseo por mi, me come la boca como si fuera a un delicioso manjar chupando, mordiendo y besando mis labios.

Se separa de mi. La luz es tenue pero puedo disfrutar de la silueta de sus hombros, su piel, sus delicados glúteos. Exclamó: "¡arrodillate!" Con voz suave y algo de autoridad. Lo que obedezco con dulzura y sin saber lo que viene.

Aún lleva puesta la ropa de abajo y una vez que estoy arrodillada me deja a la espera mientras se quita la ropa que le queda. Solo unos me separan de su pene colgado y paciente en la desnudez. La tenue luz acompaña la escena dando un ambiente teatral y poético que a ambos nos inspira y emociona. Lo veo dar la vuelta y quedar de espaldas a mi y hace algo que no entiendo.

Llego a su pene. Acaricio su ingle, sus testículos y su pene que rápidamente gana firmeza. Das pasos lentos y seguros conmigo en brazos y me dirige hacia la cama que nos espera con sábanas limpias y recién puestas. Sus manos me sostienen temblorosa por saber lo que nos espera. Mis brazos en su cuello le permite dejarme resbalar por su cuerpo hasta dejarme de pie frente a la enorme cama que para él es ajena.

Sus manos se separan de mí al final y sus ojos disfrutan del contraste de mi cuerpo frente a un paisaje inapropiado para una mujer casada. El silencio nos rodea, pero por dentro, las voces me piden que me folle. Me atormenta la indecisión sobre el futuro de nuestros cuerpos.

Finalmente sus manos se posan en mi espalda justo detrás de mis senos, su cuerpo se pega al mío y anida los labios en mi cuello. Rápidamente noto el calor que se aloja entre mis nalgas, acompañado del sentir de los muslos y el tórax que escoltan a un indecente pene que se endurece rápidamente al sentir las fronteras entre mis glúteos. Arqueo la espalda para provocar el roce contra él y al sentirme empinada no puede hacer más que sujetarme de las caderas y con mucho cuidado me acomoda enfundando su pene entre mis nalgas.

Los movimientos leves de mis caderas provocan deseo y pasión que se imprimen directamente en lo erguido y duro de su pene, que contengo entre las nalgas. Siento ocasionales espasmos del glande que me dejan en claro lo que está preparado. Susurro casi en un gemido: "¿qué quieres de mi? Pídemelo." Reclamo aunque es muy raro que yo hable cuando hago el amor.

Me siento servil y dispuesta a dejarme hacer sin objeciones. Con un hilo de voz me señala: "parate sobre la cama y subí los brazos hacia arriba y quédate de espalda." Mi mirada le deja claro que obedeceré pero no sé que trama. Aun así, cumplo no sin darle un beso en los labios. Él hace lo propio y se aleja de mi al subir a aquella cama. Siento como pone música. La melodía de un saxofón a un ritmo de compases claros y no demasiado lentos. Mis brazos se elevan con la música y sin decirme nada mi cuerpo empieza a balancearse de lado a lado liderado por mis caderas como si de una ofrenda se tratara.

"Qué bien lo hacés, no te detengas." Exclamó. Siento que se pega a mí pero sin tocarme desde atrás. Bailo con discreción y sensualidad. Hasta que me desorienta un soplo de brisa cálida en las caderas, que me sorprende y me hace mirar lo que pasa. Su boca sopla sobre mi desapareciendo en la humedad. Mis pechos brincan juguetones y mis muslos se contorneasen y me derrito. El baile me lleva a ofrecer mis nalgas, el aire caliente de su boca se mete entre mis piernas y alcanza mi vagina. Saborea la delicia de mi piel.

Cerré los ojos pero sin dejar de bailar, notó mi pelo largo casi en las nalgas cuando él me las separa con las manos y me deja clavado un beso que no se me borrará jamás. Levanto una pierna para dejarle lugar. Él aprovecha para besarme y morderme los pliegues como si me dibujara a besos. Sus manos están sobre mis muslos y me acarician firmes y con aplomo.

Olor de hombre que despierta mi sentido más animal y me sujeta las nalgas para poder ver mi sexo abundante de ganas. "Bajate Esther. Dejame verte bien." Dice al retirarse mientras se asegura de no perder ningún movimiento.

Mi mirada lujuriosa le confirma lo que quiero, por lo que se apodera de aquel lugar y adopto una postura lasciva y desenfadada dejando mi cara sobre aquella sábana. Solo me apoyo en ella y mis dos rodillas dejándole ver claramente donde deseo que ponga su lengua.

Sin pensarlo más saborea los surcos de mis labios vaginales, mi estado le provoca ansias y delirios de poder a la vez que sus oídos se deleitan con un suave quejido largo y placentero que le indica que lo está haciendo muy bien. Mi vagina le pone la boca aguada. Mantengo mi postura abierta y ofrecida para que se sirva de mí sin miedos ni temores. Continúa lamiendo desde dónde el vello crece, pasando por los surcos de un sexo dominado por las ganas.

Solo unas pocas veces hicieron falta para exprimirme jugos adornados de gemidos y chillidos ahogados en la cama. Sus manos acarician mis piernas que se mantienen abiertas delante de él. Escucha mis gemidos al tiempo que escarba con su lengua mi vagina.

Estira la mano e introduce sus dedos índice y mayor dentro de mi boca. Me vuelve loca y los chupo con esmero. Inmediatamente me voltea con rapidez y decidida y sin dudar demasiado voy por su pene endurecido. Sujeta mi cabello y me acomoda desde la nuca para sostenerme y me encuentro sujeta. Solo puedo abrir la boca y sacar un poco mi lengua para dejarle paso a su glande enrojecido de ganas y palpitante de placer.

Me llevo el pene a la boca y lo trago entero de un solo movimiento, lo cual le revuelve el morbo que siente por mí. Los ruidos no se hacen esperar al llegarme todo el pene a la vez que él me aprieta desde la nuca para que yo pueda oler su vientre y sentir mi cara contra él.

Las arcadas aparecen y me libera para normalizar mi respiración. Continúo pero con cada arcada le succiono el pene desde lo más profundo y me doy cuenta que eso le da mucho placer. Al sacarlo cede con su mano detrás de mí aunque no suelta mi cabellera. Me restriega su pene por la cara. Siento el calor de su miembro en todo mi rostro y su olor me excita todos mis sentidos.

Repetimos esa escena de sumisión donde me consume enteramente con una pose sensual mientras usa mi cara como si fueran mis caderas y me penetra en la boca como si se tratara de mi vagina.

Saca su pene de mi boca y me besa. Siento mi sabor mezclado con el suyo y me excito. Me come mis labios con desespero mientras me lleva jalada del pelo hasta ponerme de espaldas en la cama. Se acuesta sobre mí y sin problemas mete su pene en mí. Sin preámbulos, sin preparatorios. Mi vagina se estrecha con el pasar de su pene que me calienta las entrañas y me arranca gemidos. Gemidos que me elevan y me consumen la cordura.

Nos ponemos ladeados en la cama, abro las piernas como puedo para dejarle entrar y sus manos ahora me sujetan del cuello y los hombros. Me mantienen quieta mientras empuja contra mí para arriba. Nos acomodarnos mejor y mi vagina recibe a su pene en lo más profundo y con cada hincada siento el glande en el útero. Mis gemidos son bestiales.

Me susurra al oído: "¿Sos mía? Te siento solo mía. No lo podrás negar jamás... gringa puta... fina, hermosa y elegante, pero reputa. La mina más reputa que he conocido."

Lo escucho sin responder. Me aplasta el clítoris y noto como los huesos de la pelvis son los que nos impiden que no me pueda atravesar más... Me aferro a él y me obliga a tener un orgasmo producto del roce y las caricias. Lo humedezco tanto que no me cabe la menor duda de que me chorreo para él. Pero aún no se ha corrido.

Me sujeta del cuello y me guía para quedar acostada en la cama boca arriba, mi cabeza queda en el abismo de la cama y cuelga para tener una imagen al revés de sus piernas acercándose a mí. Veo todo como si el piso fuera el techo. Sé perfectamente lo que va a pasar y su cara de vicio no oculta las intenciones de buscar placer en mi boca. Estoy lista para aceptarlo sin condiciones.

Acomoda mi cabello que llega al suelo. Pone en posición mi cara en el borde de la cama y ofrece su glande endurecido por los actos anteriores a lo que respondo abriendo mi boca y darle cabida en mí sin oposición. Su pene va desapareciendo poco a poco al mezclarse con lo húmedo de mi boca. Sostiene mi cabeza como si se tratara de mis caderas. Su pelvis sabe lo que hace y se balancea frente a mi rostro que acepta las embestidas fuertes, cediendo ante la dificultad de mi posición.

Me deja tomar aire periódicamente y poder seguir en su juego. (En este caso estar con la cabeza hacia abajo y el hombre parado en sentido inverso se hace difícil mantener el falo adentro de la boca.)

Después de algunos intentos logro recibirle muy adentro de mi garganta y complazco su morbo. Me produce espasmos en el cuerpo como arcadas pero nota que estoy decidida a complacerlo sin pedir nada a cambio. Mis manos se posan en sus muslos sujetándolo para seguir recibiéndole. Me sujeta cada mano con las suyas, las lleva a sus nalgas y me acota:

"Guíame vos con tus manos Esther." Me llena de sorpresa y morbo, al ver que sus caderas obedecen a los impulsos de mis manos, llenándome la boca a voluntad. Es morboso sentir como lleno la boca con su ímpetu y vicio, tal y como él quisiera, pero soy yo quien lo guía. Me abre las piernas para poder acariciarme por adentro y eventualmente frotarme los labios vaginales.

Sacó su pene de mi boca. Respiro. Siento lo que sucede en mis partes bajas. El pene queda a un costado de mi rostro mientras jadeo. Sus dedos se cuelan entre mis pliegues. Lo dejo involucrar ambas manos para separar los labios vaginales y frotar mi clítoris. La escena se torna morbosa por el simple hecho de que él puede hacer lo que quiera con mi cuerpo y aun así lo disfruto como si hiciera lo que quiero. No pongo reparo en cumplir sus fantasías.

Disfrutar de su toque, que me hacer volver a humedecer rápidamente. Se pone pie y me extiende la mano invitándome a pararme junto a él y me hace caer entre sus brazos solo para devorarme la boca con vicio y pasión. Me toma con ambas manos y alcanzo a comprender sus intenciones cuando mis pies se despegan del suelo y me uno a sus deseos rodeándole con mis piernas.

La imagen es tremendamente excitante, al subirme a su torso, trepándome sobre él y escalando mi placer al notar las intermitentes caricias de su pene es mi parte más baja y expuesta. Sus brazos debajo de mis muslos y sus nalgas aferradas a mí. Las luces están apagadas y las sombras dan un sabor a secreto y escondido al instante en que alcanzo a tantear su órgano abriéndose paso dentro de mí.

Me aferro a su cuello y mis caderas se acomodan para rodearle la cintura. Me siento empalada y contenta sobre él que busca llegar cada vez más adentro.

"Quiero que me lo des todo Esther. Aquí y ahora."

Sus palabras taladraron mi ego y le dejé claro que cumpliré su deseo haciendo que mi vagina y su pelvis se froten. Sus manos apoyan mis faenas empujándome y soportando el peso de mi pasión volcarse sobre su pelvis.

Mi corazón se acelera. Mi cuerpo ya no admite que él llegue más a fondo en mí. Ahora solo existe la ansiedad de explotar. Ambos decidimos acabar lo que hemos empezado. Me cuelgo de su cuello empiezo a tener un delicioso orgasmo entre sus brazos y por su parte suelta sus instintos y eyacula en mis entrañas en medio de gemidos y meneos lascivos.

Dos días después, cerca de las 11 de la mañana ya terminé mi check-in en el aeropuerto. Me espera un cansador viaje a París, con 2 conexiones: Montevideo-Sao Paulo / Sao Paulo-Madrid / Madrid-Paris. Me dirijo a la puerta de embarque...

"Esther, Esther, Esther" Daniel llegaba agitado. "Disculpa, en el trayecto hubo un choque y me demoré por eso."

"¿Cómo está el señor del Campari?"

"Ja ja ja. Muy bien, ¿y la germana más bonita que he conocido?"

"Excelente, gracias. Tengo algunos minutitos, si quieres podemos tomar un café en Starbucks."

Aceptó, nos sentamos, pedimos dos cafés y me entregó un regalo.

"Oh, gracias. Por la forma no parece un Campari. Ja ja ja." dije. "¿Lo abro?" Asintió con la cabeza. Lo abrí: "¡Wow! Carolina Herrera 212, gracias y felicitaciones, porque es mi perfume preferido, gracias, gracias." Y me levanté para estamparle un beso por encima de la mesa.

"Vos te lo merecés. Esther, sé que no tenemos mucho tiempo. Quería preguntarte si podemos vernos la próxima vez que vengas a Montevideo, ¿es posible?"

Mi respuesta fue una mirada firme directa a sus ojos. De esa forma lo obligaba a continuar...

"Estoy enamorado de vos." Exactamente lo que yo suponía. "Ayer me pasé todo el día pensando en vos, no te pude sacar de mi mente en ningún momento." Con puntos y comas lo que yo imaginaba.

"¿Te estás enamorando de una «gringa puta... fina, hermosa y elegante, pero reputa. La mina más reputa que has conocido»? ¿Recuerdas tus palabras del día en que me follaste de todas las formas en que se te antojó para satisfacer tu morbo y tu ego?"

Silencio, no hubo respuesta. Me levanté. "Ya es hora de ir a la puerta de embarque." Una pausa y le dije: "Pasé momentos deliciosos contigo. Ha sido un gusto conocerte." Lo besé. Nos besamos. "Wir sehen uns bald - Nos veremos pronto, y gracias por el Campari"

"Buen viaje Esther"

"Danke, meine Liebe - Gracias mi amor"

(9,64)