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Un chapero con buena fortuna

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Jaime lo tiene todo. Un novio fiel y con trabajo fijo como funcionario, con turno de mañanas. Un acogedor hogar y un trabajo que lo llena en todos sus aspectos (intelectual, económica y socialmente).

Él trabaja en una sauna gay. Pero algo que no sabe su novio es que no solo hace labores de dependiente y de gestión. También, de forma ocasional, hace trabajos de chapero. No puede evitarlo. Es un chapero vocacional. Esta labor la emprendió cuando ya a la edad de 19 años se iba al cine a la sesión de las 17:00h y se ofrecía a algún hombre que estaba sentado en su butaca solo. La mayoría aceptaban. Sin levantarse de la misma butaca solía hacerles una gayola o una felación. Solo en momentos muy puntuales decidían ir al servicio y allí se lo tiraban.

Su hándicap es que, incluso a día de hoy, a la edad de 24 años sigue teniendo una apariencia muy de nenaza. Pelo semilargo rubio, de ojos verdes, rostro imberbe y con vestimenta muy ajustada.

No tiene pluma pero da más el pego de chica adolescente, plana de pecho, que de hombre adulto. Muchos clientes lo rechazan porque buscan un maricón más masculino y no uno con una estética andrógina.

Esta tarde va a tener suerte. El encargado de la sauna le dice que cuatro jugadores de baloncesto quieren celebrar que ganaron una copa y preguntaron por él. Son tres negros norteamericanos descomunales y un esloveno rubio y muy blanco de tez.

Andan entre el 1,95 m y los 2,10 m de altura los mozalbetes.

Nada más entrar en su gabinete se los encuentra en pelota viva y con sus respectivos miembros viriles en posición de firmes. No podía tener mejor recibimiento.

–Nos informaron de que tú eres un chapero que chupa y folla pollas con pasión y dedicación. Así que, decidimos venir a conocerte y comprobarlo. Hay mucho sieso en tu profesión. Si es cierta la fama que te precede, con nosotros tendrás unos buenos clientes en plantilla –le suelta el que parecía el líder de la banda.

El esloveno se sienta en el suelo y le pide que se monte sobre él. Jaime ni se lo piensa. Se coloca en cuclillas sobre la verga del chaval, dándole la espalda, y se la va endosando poco a poco en su recto. Cuando ya la tiene bien ensartada, chocando huevos contra huevos, comienza a hacer círculos con sus caderas para notarla, sentirla, bien adentro.

Uno de los norteamericanos se posiciona en frente de Jaime y le ofrece su rabo largo y grueso en su boca. Jaime intenta poner en práctica el número del traga-sables, de esos que solía ver de pequeño en el circo, y comienza a manducar aquella caña de chocolate. Obviamente solo le cabía la mitad, aunque no sería por falta de empeño del maromo que tenía enfrente, que agarrándole por el pelo del cogote se la hincaba con fuerza.

Los otros dos norteamericanos se colocan a los costados de Jaime. Este se enganchó a sus vergas, con ganas, más con la intención de tener un asidero al cual agarrarse y no perder el equilibrio (para poder coger impulso y bombear la polla que tenía debajo), que con la intención de masturbarlos. Pero de forma indirecta, ajena a su voluntad, aquello se iba pareciendo poco a poco a un par de gayolas, aunque de las malas.

Los maromos se iban turnando en sus posiciones. Cuando Jaime se metió la primera polla negra por el culo, no pudo evitar soltar unos alaridos de dolor. Pero a medida que los esfínteres anales se iban dilatando y adaptando al grosor de aquellas trancas, los alaridos de dolor se fueron transformando en aullidos de placer.

Así estuvieron un buen rato, como media hora (Jaime cabalgando el nabo de turno que tuviese debajo; empalándose por la garganta todo el rabo que pudiera del de enfrente; y sujetado a dos mástiles para mantener el equilibrio, no caerse, y poder coger impulso para follar mejor y con más fuerza).

En momentos como estos es cuando envidiaba a las mujeres por tener tres orificios y no solo dos. Así sería más llevadero el trabajo.

En esto, que el de abajo, que era otra vez el esloveno (después de un tiovivo de varias vueltas, pasando por culo, boca y manos), dice que se corre. Agarra a Jaime por la cintura, con fuerza, y se la calca todo lo que puede, para que los chorros de esperma le lleguen al mismísimo intestino delgado.

Al poco rato se desacopla y deja sitio al siguiente. Él decide ocupar el puesto de una de las agarraderas, para que Jaime siguiera teniendo dónde sujetarse y no caerse. Aunque esta última empezaba a mostrar cierta flacidez, para esta función a Jaime le servía.

La lechada del primero le sirvió al segundo como lubricante a medida que iba bajando por el recto y salía al exterior a través de la comisura de los esfínteres de Jaime. La lefa empapaba la polla y formaba un pequeño charco en los cojones del segundo maromo.

Una vez que este se corre también, dándole buenos empellones al culazo de Jaime, se desengancha dejándole el sitio al tercero. Este al ver que está saliendo esperma a borbotones del recto del mancebo, los recoge en la palma de la mano y se los da a beber. Jaime lame, como un perrito fiel, la palma de la mano de su amo. Cuando se la deja bien limpia y seca, el tercero decide que Jaime se ponga a cuatro patas. Este obedece y el norteamericano se la endiña, en dos estocadas, toda dentro de su ya enrojecido trasero.

Las arremetidas tan fuertes que le da casi lo hacen caer de bruces. Le coge del pelo. Le tira hacia atrás. Le escupe en la cara y le dice:

–Vas a quedar empachado de polla para una buena temporada. ¡Pedazo maricón!

Jaime sentía un fuerte escozor en el ano. Estaba deseando que se corriera, pero aún faltaba el cuarto. Cuatro pollas grandes y gordas como mástiles de un barco de alta mar. Todas ellas follándolo bien. Pensar en esto le seguía excitando pero su trasero le pedía un descanso.

El tercero por fin se corre. Aprieta su pubis con garra, en varias arremetidas, contra las nalgas del mancebo aniñado. Explota en una riada de esperma en lo más profundo de las entrañas de Jaime. El empotrador gime, jadea y resopla al mismo tiempo que insulta a Jaime diciéndole:

–Pedazo maricón, aquí tienes tu recompensa. Chapero barato. Guarro asqueroso.

El cuarto, compadeciéndose de Jaime, prefiere eyacular en su boca al comprobar que los esfínteres del mancebo están tan irritados e inflamados que no admitirían ser penetrados otra vez, aunque fuera con el dedo meñique.

Coge a Jaime del pelo, a la altura del cogote, y se lo calza bucalmente. Lo folla con una furia desatada. A Jaime le salen babas hasta por los orificios nasales de lo fuerte que le peta la garganta.

Por mucho que lo intenta no consigue meterle más de dos tercios de butifarra en el interior de la boca. Por fin este también se corre. A Jaime le salen restos de esperma por la comisura de los labios y por las narices, de la cantidad de lefa que le descargó.

Se despiden de él con un “Nos veremos la próxima semana. Eres la puta que estábamos buscando”.

A Jaime no le hace gracia que lo insulten en femenino. Él es chapero y a mucha honra.

Las putas, los gigolós y los chaperos mantienen una fuerte rivalidad. Hay mucha competencia y no consiente que lo insulten con calificativos o epítetos de otras profesiones.

Se vuelve a casa, con el culo bien abierto y vacío ya de semen, y con la cartera bien cerrada y llena, esta sí, de buenos fajos de billetes.

Le recibe su novio con una cena romántica por ser el cuarto aniversario de relación. Su pareja espera tener una noche loca de lujuria y desenfreno. Jaime se excusa. Pone como pretexto que tiene una fuerte jaqueca.

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