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Un día de sexo en casa

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Son las 9 de la mañana, tengo cuarenta años y aunque estoy muy a gusto tumbada sobre la cama en ropa interior masturbándome, disfrutando del roce de mis dedos bajo las bragas... Es hora de levantarse y hacer el desayuno. María, la chica de la limpieza, llega a las 10. Trabaja martes y viernes durante un par de horas. Es joven, culona y algo torpe. Sentada en la taza del váter el pis choca con fuerza en las paredes blancas. Tiro de la cadena y pienso en ella, reflexionando mientras me tiro dos pedos insonorizados bajo el rugir de la cisterna.

La semana pasada la zurré por primera vez. Quemó mi camisa favorita con la plancha por estar en las nubes. No era la primera vez que hacía algo mal. La idea de disciplinarla surgió de casualidad. Primero pensé en despedirla, pero me rogó que no volvería a hacerlo, que necesitaba la "plata". Después de las súplicas llegó el silencio tenso, justo después de pedirme por tercera vez que reconsiderase mi decisión de echarla. La miré de arriba a abajo y de alguna manera que todavía no me explico, apareció la palabra azotaina en la conversación.

El rubor en su rostro, el sí nervioso a mi indecente propuesta, solo hicieron aumentar mi deseo. No me anduve con rodeos, le ordene que se bajase los pantalones y las bragas, me senté en una silla y la tumbé boca abajo sobre mi regazo. Su trasero era tierno al tacto, las nalgas pálidas separadas por una raja larga y generosa. Sobe la carne desnuda y luego, con energía, dejé caer la palma abierta de mi mano sobre su pandero, haciéndolo temblar como a un flan. Repetí una y otra vez buscando la perfección, deleitándome con el espectáculo, notando el cosquilleo de la excitación.

- Buenos días Marta. ¿Qué tal ha dormido?

Me saludó al entrar.

Observo que trae unos pantalones negros y una camisa blanca. Durante un momento pienso en como sería azotarla a cuatro patas sobre la cama, sin camiseta, sin sujetador, con las tetas colgando y danzando con cada golpe de zapatilla. Pero todavía no ha hecho nada mal.

Una hora después un pequeño error. Insuficiente... pero tengo tantas ganas de verle el culo.

- María, ven aquí.

- Señora.

- ¿Te gustaría recibir algo más de dinero, digamos el doble?

Le explico que ese dinero exige perfección o trabajo y disciplina.

Media hora después la caliento el culo con la zapatilla mientras acaricio sus pechos colgantes.

Treinta minutos más tarde pienso en ello, me excito pero antes de llegar al placer me contengo.

Por la tarde espero a mi novio en bragas, hago la cena asegurándome de mover el trasero, insinuante, juguetona... luego sirvo la comida en sujetador.

No llegamos a salir de la cocina, el postre intacto en la mesa. Mi espalda contra la pared y su boca comiendo mi boca mientras sus manos atrapan mis pechos.

El miembro masculino no tarda en aparecer. Me doy la vuelta y apoyo mi mejilla contra los azulejos y respiro hondo. Sus manos tiran de mis bragas, su pene busca la rendija y de repente, noto el vigoroso empujón, recibo el órgano sexual dentro de mi dejando escapar un gemido gutural. Mis piernas tiemblan, mi cuerpo se llena de electricidad, nuestras bocas, nuestras lenguas llenas de saliva se encuentran, se chupan. Él sale de mi unos instantes para volver inmediatamente a penetrarme una y otra vez con ritmo, con pasión salvaje.

El orgasmo me alcanza, me posee y yo, incapaz de contenerme, pido que aquel éxtasis no acabe nunca.

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