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Un mal día (1 de 6)

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Nota al lector: Esta historia ha sido escrita de principio a fin y será publicada periódicamente. Espero que las disfrutes.

I

Me acosté con la certeza de que aquella noche se cerraba una etapa. Es cierto, todavía faltaba dar el último paso. No obstante, sentí un alivio muy profundo por todo el camino recorrido. Después de tantos años de sacrificios y esfuerzo, ¿qué podía salir mal?

Hundí mi nuca en la almohada de plumas, me cubrí apenas con la sábana y el techo oscuro de mi cuarto, apenas iluminado por el reflejo urbano de la ventana, me transportó 6 años atrás en el tiempo. Aquella primera noche en Buenos Aires fue igual pero diferente. Aquella Verónica Lann era la misma, pero distinta. En aquella oportunidad también se proyectaba sobre el cielo raso el reflejo de la ciudad, pero la cama de la residencia no tenía ni punto de comparación que este fabuloso King Size. También era un diciembre caluroso. La habitación compartida tenía una única ventana que permanecía abierta de par en par. El ruido constante de los motores y caños de escape era el alto precio que debíamos pagar por alguna brisa esporádica cargada de humedad. Hoy podía disfrutar del silencio y de los veinticuatro generosos grados del aire acondicionado.

Aquella primera noche me había costado conciliar el sueño. Mi mente solitaria estaba abrumada de anhelos e inseguridades. Con apenas 19 años había logrado mi primer objetivo: llegar a Buenos Aires, a la gran ciudad. Pero me tocaba empezar de cero. Miles de preguntas se agolpaban en mi cabeza, pero había una que gobernaba a todas; una que volvía una y otra vez era la misma: ¿Podré?

Nací y me crie en Mendoza. Mi padre era experto en vinos y trabajaba en una bodega importante. Cuando murió yo era muy pequeña. Él le dejó a mamá el dinero suficiente para que me educara en el mejor colegio de Mendoza y ella cumplió su deseo. Vivíamos de la pensión de papá y todos los ahorros se destinaban para pagar la escuela privada, bilingüe, en la que hice mi secundaria. Mamá nunca trabajó y siempre vivimos con lo justo que nos permitía su pensión. Ella siempre decía que el deseo de mi padre era que, después del colegio, entrara a trabajar a la bodega. Pero yo tenía otros planes. Por eso, durante el último año de la secundaria me inscribí en secreto para participar en el certamen para la elección de la reina de la vendimia y lo gané. No me interesaba el concurso, pero sí el premio en efectivo. No era mucho, pero era mi pasaje de ida. El boleto a mi futuro. Desde entonces, la misma pregunta volvía una y otra vez: ¿Podré?

Hoy, seis años después, tengo la certeza y la tranquilidad de saber que sí. Soy una flamante Licenciada en Marketing desde hace unos meses, recibida con honores, y ahora estoy aplicando para comenzar a trabajar en GlobaliaTech como asesora de ventas y mercadotecnia. El comienzo no fue sencillo, el dinero del premio se terminó en seis meses. Pero, poco a poco, las cosas se fueron acomodando. En los momentos más difíciles siempre me aferré a mi objetivo. Todas las decisiones debían ajustarse a él. Puede resultar un pensamiento demasiado pragmático, pero cuando el contexto no es favorable, no queda más alternativa que cambiarlo hasta crear otro que sí lo sea. Eso explica en gran medida cómo pasé de la cucheta marinera del cuarto compartido en la residencia, a este lujoso King Size.

Durante el último tramo de la Universidad, una amiga me presentó a Emiliano. Hasta ese momento yo había tenido algunas pocas parejas ocasionales, pero nada serio. Estaba muy enfocada en no descuidar mi carrera mientras trabajaba de camarera para mantenerme. Con Emiliano al principio me costó. Nunca me había imaginado estar con un tipo más de veinte años mayor que yo. Cuando nos conocimos, él recién se había divorciado y se estaba mudando a un departamento en el barrio de Palermo, donde ahora vivimos desde hace un año.

¿Si estoy cómoda? Sí. ¿Si es el hombre de mi vida? No me hago esas preguntas tan idealistas. Lo cierto es que nos complementamos bien. Él es médico anestesista y trabaja mucho desde muy temprano en la clínica más importante de Buenos Aires. Le va muy bien y no tiene hijos que mantener. Esto me permitió dejar de preocuparme por lo económico y abocarme a terminar mi carrera. Al comienzo me constó resignar mi autonomía, pero luego entendí que se trataba de una inversión a largo plazo. Él me ayudo a que lo viera de este modo.

Lo cierto es que mañana finaliza esta etapa que comenzó seis años atrás. Después de una batería intensiva de cursos, exámenes, test, procesos de selección, focus groups, etcétera, mañana es mi última entrevista con el Ingeniero Nelson Iriarte, el CEO en Argentina de GlobaliaTech. Lo que se evalúa en este caso es el nivel de inglés. Por eso estoy tranquila. Además del colegio bilingüe mi mamá me anotó en una academia desde los seis años. Siempre me decía que era importante el inglés para vender los vinos a todo el mundo. Me hizo rendir todos los exámenes internacionales. Hablo ingles de corrido casi como el español. Estoy tranquila por eso y porque, a pesar de las inseguridades normales de estar en una situación como esta, hoy tengo una gran certeza: Puedo.

Miré el celular para chequear una vez más que la alarma de las 7am estuviera activada. Luego lo dejé nuevamente sobre la mesa de noche. Con mi muslo desnudo rocé la rodilla de Emiliano. Ni se mosqueó, estaba profundamente dormido. Cerré los ojos. Los reflejos de las luces proyectadas en el techo fundieron a negro. Estaba tranquila, segura, convencida: nada podía salir mal.

Cuando las gotas de lluvia comenzaron a serpentear por el cristal de la ventana y su sombra a proyectarse sobre el cielo raso como un enjambre de espermatozoides gigantes, yo ya estaba dormida.

—Well, Verónica, tell me: Do you consider yourself a proactive person?

—Of course, Mr. Nelson. I take each goal as a personal challenge.

—Fine. And… Do you consider yourself a responsible girl?

—Extremely. I always take care to reduce unpredictability as much as possible.

—Interesting, but... Sometimes unexpected things just happen. How do you react to the unexpected?

—Well, I... I… —La pregunta me descolocó. Me gustaba tener todo bajo control y me intranquilizaba pensar en lo inesperado.

—You get nervous?

—Well... Maybe… a little.

Entonces, Iriarte, quien estaba sentado frente a mí en el escritorio haciéndome la entrevista, salió repentinamente de mi campo visual. Su voz ahora provenía de mucho más cerca… me hablaba al oído. Yo estaba bloqueada y no podía girar para verlo. Extrañamente Iriarte ya no usaba el inglés…

—¿Querés que te ayude a relajarte? ¿A bajar la ansiedad…?

—Eso sería… very nice, Sr… —Escuché mi propia voz como un balbuceo incoherente.

Entonces empecé a sentir un cosquilleo intenso en la entrepierna. Estaba completamente desnuda. Instintivamente me contorsioné en la silla intentando cubrirme, pero pude sentir que algo se deslizaba dentro de mí… algo que me llenaba por dentro.

—Mmm… Acá abajo está como la mañana, Vero: todo empapado…

La voz de Iriarte ya no le pertenecía. Sentí que perdía el control sobre mí misma, sobre la entrevista, sobre mi cuerpo… Entonces desperté.

Abrí los ojos de golpe, pero al estar boca abajo no pude hacerme una imagen inmediata de la situación. El primer registro de lo que sucedía no fue ni el peso del cuerpo que yacía montado sobre mis muslos, ni el pistón que entraba y salía lentamente de mi cuerpo... Solo podía sentir el roce continuo del costado de mi cara contra la almohada. Por esa fracción de segundo que dura el instante liminal entre sueño y vigilia, estuve segura que era Nelson Iriarte quien me tenía tumbada de bruces sobre el King Size y me cogía rítmicamente.

—¿Eh…? ¿Qué pasa? ¿Qué hacés? —Logré articular

—Es una terapia para bajar el estrés en momentos de tensión: Se llama garchar. —respondió Emiliano con su sarcasmo habitual.

Sentí que mi sangre se encendía, aunque no precisamente por los efectos de la terapia. Era bronca, indignación provocada por la situación de sometimiento en la que me encontraba. Estuve a punto de estallar en gritos y pataleos, pero me enfoqué en mi respiración. Inhalé y exhalé tres o cuatro veces mientras los roces de todo el costado derecho de mi cara contra la almohada se intensificaban al ritmo de las estocadas de mi pareja.

—¿Vos nunca escuchaste hablar del consentimiento, no? —pregunté, respondiendo a su sarcasmo—. ¿No te das cuenta que estoy durmiendo?

—Te pregunté si no te querías relajar con un mañanero y no me contestaste… Entonces lo tomé como un sí.

Lejos de detenerse, intensificó sus embates. Sin voltear la mirada podía imaginarlo erguido sobre sus rodillas, balanceándose sobre mi cuerpo inerte que yacía entre sus piernas. Me resistía a girar. No quería verlo.

—Para mi generación, el consentimiento es otra cosa, Emiliano—. Respondí, filosa, resignada, pero golpeando donde más dolía.

—¿Ah, sí, pendeja? Ahora vas a ver la cogida que te pega este viejo meado. —replicó desafiante ante mi provocación.

Entonces me agarró del culo con ambas manos y me abrió como se abre una fruta madura. Sentí que los músculos de mi sexo y de mi ano se estiraban al límite, aunque no llegó a lastimarme. Sus penetraciones empezaron a ser cada vez más profundas. Mi mente se confundió entre la bronca y el placer. La terapia empezaba a hacer efecto sobre mí, pero no iba a concederle esa victoria. Entonces cerré los ojos con fuerza y me obligué a volver a mi sueño en plena conciencia. Expulsé a Emiliano del cuarto. No me costó nada. Ahora era el ingeniero Iriarte quien me montaba con rudeza, abriendo mis nalgas y penetrando mi sexo con rudeza. Comencé a gemir. El morbo de pensar que era el CEO de una multinacional el que me sometía a su antojo, activó algo en mí…

Emiliano se empoderó al percibir mi cambio de actitud.

—Ah, Ah… ¿Cuándo me vas a regalar… esa cola apretadita que tenés? —rogó en medio del embate. Siempre obsesionado con lo mismo.

—When your behavior better… ¡Ah…! I will consider it, Mr. —contesté en voz alta.

Le estaba respondiendo a Iriarte, no a Emiliano. Eso me provocó un cosquilleo eléctrico en el vientre que me hizo levantar levemente la cadera para facilitar y profundizar la penetración. Esto pareció tener un efecto catalizador en los ánimos de mi amante que empezó a acelerar las embestidas. Mi cuerpo sometido ya estaba a punto de explotar en un orgasmo liberador, pero justo en ese momento llegó un gruñido animal desde mis espaldas. Inmediatamente, aquello que había amanecido conmigo, dentro de mí, desapareció repentinamente. De golpe me sentí absolutamente vacía, hueca, anestesiada, inconclusa, sola… Los microtemblores que ya habían comenzado a recorrer mis piernas y presagiaban la intensidad del final, se cortaron en seco. El primer chorro caliente lo sentí a lo largo de toda mi columna vertebral. El segundo llegó aún más lejos, impactando sobre mi cabello y mi mejilla izquierda. El tercero, cuarto y quinto fueron perdiendo intensidad y ganando espesura. La mayor parte terminó sobre mis nalgas y mis orificios aun estirados por las manos opresivas de mi amante.

—Uff… qué polvo, nena… Cómo me gusta tu generación. —Y después agregó la más estúpida de las preguntas jamás formuladas—: ¿Te gustó?

—Of course, Mr.— Respondí con un suspiro desganado e insatisfecho que Emiliano nunca percibió o que confundió con agotamiento.

Sin moverme, entredormida y en la misma posición en la que me había despertado con su miembro caliente adentro, lo escuché reírse mientras abría la ducha.

A los 20 minutos, su voz desde la sala me deseaba suerte con la entrevista, también dijo algo sobre que le había calentado que le hablara en inglés. Justo después cerró la puerta del departamento. Sin mirar el reloj supe que eran las 6.30, como todas las mañanas desde que vivo con él, sale a la misma hora. Tenía treinta minutos más para descansar. No pensaba moverme hasta las 7. No había acabado y no era la primera vez que me pasaba. Había mentido sobre eso, y en eso tampoco era la primera vez. Sin embargo, no me sentía del todo insatisfecha. Pensar que era otro tipo el que me estaba cogiendo, pero sobre todo hablarle a mi novio como si le hablara a ese otro tipo, había sido una transgresión, una resistencia pasiva ante su avasallamiento. Eso me había calentado bastante. Podría haberme hecho unos dedos para dar por concluido el tema, pero mi mente ya estaba en otro lado. Necesitaba descansar.

Antes de volver a dormirme sentí la lluvia golpeando contra la ventana: “estás empapada como la mañana”, me había dicho… ¿quién? ¿Emiliano o Nelson? Noté que el esperma de la mejilla había empezado a resecarse. El día había empezado con… ¿una violación?... —¡No exageres, Vero! —Con un orgasmo (fallido) fingido, eso sí.

—¿Qué más podría salir mal hoy? —Me pregunté. Y me volví a dormir por un rato. El día todavía no había comenzado… ¿o sí?

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