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Un viaje en tren con gayola incluida

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De veinteañero en el tren Estrella nocturno mucho anduve,

con sus compartimentos cerrados y su pasillo lateral, la emoción contuve.

Lástima que ya no exista aquella forma de viajar e ilusionar,

con el avión y el AVE pocas aventuras amorosas puedes ambicionar.

 

En uno de aquellos viajes una mujer de mediana edad se sentó frente a mí,

en el compartimento éramos varios los pasajeros y a una charla amena accedí.

La mujer era muy elegante y culta, y con su elocuencia me embaucó,

hablaba de todo un poco y mi atención e interés captó.

 

La mujer llevaba botas de tacón, falda larga plisada, blusa y abrigo de piel,

el pelo recogido en un moño, gafas y en su angelical rostro algo de sombra de ojos y pintalabios color miel.

A medida que se adentraba la noche los pasajeros iban apeándose,

de madrugada, en aquel compartimento, solo quedábamos los dos y fue acomodándose.

 

Me comentó que su marido, puntual, la aguardaría en el andén,

que era un hombre afable y correcto. A todo le decía amén.

Tampoco escatimó elogios hacia mi persona, por simpático y educado,

yo le devolví los halagos. El cortejo empezaba. Lo tenía estudiado.

 

Aprovechando que yo era un viajero de paso al cual nunca más vería,

se lanzó a hacer algo que en su entorno laboral y social se abstendría.

Sentándose a mi lado me espetó un morreo tan intenso,

que no dudé en cogerle una mano y guiarla hacia mi paquete, ya inmenso.

 

Ella, bajando la cremallera sacó del interior mi rabo a tomar el fresco,

comenzó a machacarlo, con garra, hasta ponérmelo bien inhiesto.

Cubrió mi entrepierna con su abrigo por si alguien asomaba por el pasillo,

y sin perder el ritmo del machaque me iba lamiendo el cuello, sacando brillo.

 

El tiempo se nos echaba encima y se quedó con ganas de montarme,

pero era toda una experta zurrando sardinas, llegó a impresionarme.

Por fin llegué al éxtasis manchando el abrigo de considerable lechada,

ella exprimía mi polla, luego limpió su mano en la tela abrevada.

 

Sin despeinarse el moño ni desmaquillarse demasiado,

¡qué deliciosa gayola me proporcionó!, quedé extasiado.

Decidimos bajar del vagón por diferente puerta,

le dio un piquito a su marido y se fue alejando de mí, la muy puerca.

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