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Una enfermera muy eficiente

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Hace trece años, a la edad de 37 años, tuve que ingresar en un hospital para ser operado de una hernia inguinal.

Todo el personal sanitario fue muy atento conmigo, pero desde el primer día de mi ingreso noté que una enfermera ponía mucho interés en mí. Para ella había sido un flechazo, amor a primera vista. El hecho de enterarse de que yo tenía pareja, no le hizo desistir de su actitud insinuante. Los flirteos y tonteos hacia mi persona siguieron con todo descaro.

La enfermera se llamaba Paula, tenía 29 años y era de aspecto muy interesante. Talla 1,60 m, de cuerpo delgado, con media melena color castaño hasta los hombros y usaba gafas de pasta que le daban un aire de empollona muy característico de algunas enfermeras (con el tiempo descubrí que se empollaba de todo).

Cuando me traía la bandeja con el desayuno o el almuerzo siempre me decía frases como “Este guapetón que no pase hambre” y yo pensaba “Contigo en la cama seguro que no la pasaría”.

Casi siempre se despedía de mí con un guiño o con una sonrisa picarona.

Ya el primer día de estancia me había puesto tan cachondo con sus coqueteos y roneos que aquella misma noche me la tuve que cascar de lo lindo. Al no poder moverme de la cama me la limpié como pude con unos Kleenex y me quedé dormido muy relajado.

Paula siempre hacía o el turno de mañanas o el de noches, así que, nunca coincidía con mi chica pues esta solía venir por las tardes a visitarme.

El caso es que por la mañana irrumpe Paula en mi habitación para asearme y rasurarme la entrepierna ya que unas horas más tarde me llevarían a quirófano para la intervención.

Me lava todo el cuerpo con mucha parsimonia y como recreándose con la vista, contemplando mi cuerpo desnudo bien trabajado a base de deporte.

Cuando llega a mi entrepierna me coge el pene y me lo descapulla. Se da cuenta que por la noche me masturbé al ver restos de mi semen dentro del prepucio. Estaban cuajados ya. Paula me mira de soslayo con una media sonrisa y me dice:

–Ya veo que ayer tuviste juerga. ¿Echas de menos a tu chica?

–La verdad es que cuando me la pelé no pensé en ella, precisamente –le contesto, intentando tomar la delantera y ser más descarado que ella.

–¿Y en quién pensabas entonces?

–Espero que no te ofendas, pero mientras me la zurraba pensaba en ti.

–Vaya, vaya –fue la escueta respuesta que me dio mientras con una esponja frotaba con fuerza mi glande y prepucio para dejarlos bien limpios de restos espermáticos y de orina. No pude evitar que el miembro se me pusiera morcillón.

Después cogió una maquinilla de afeitar y comenzó a rasurarme el pubis y las ingles.

También la pasó por el escroto y el pene. Este ya estaba más tieso que un mástil.

Paula actuaba como quitándole importancia al asunto, pero la verdad es que no todos los pacientes reaccionan de esta manera. Ella era consciente de que mi verga estaba inhiesta por su actitud de tonteos y piropos descarados del último día. Se sentía responsable y la enorgullecía. En ocasiones soltaba algún suspiro y gemido acalorados, mientras seguía rasurando la zona.

Se pasaba mi rabo de mano en mano al tiempo que cogía la maquinilla con la que le facilitaba mejor el rapado inguinal.

Una vez terminada la rapa, al ver en qué estado estaba mi miembro (todo empalmado y ya goteando incluso), me dijo:

–Y ahora, ¿qué hacemos con esto? ¿Vas a ir así al quirófano? Jajaja

Abrió un bote que contenía gel cicatrizante y me lo fue untando y repartiendo por pubis, ingles, testículos y polla. Me masajeaba con ímpetu. En el nabo se paraba más, agarrándolo por la base con las dos manos y soltándolo al llegar a la punta del capullo. Repitió esta operación varias veces. Me dejó todo el tronco del nabo bien empapado de aquella crema. Luego recogió los utensilios y se despidió con un “Buena suerte en la intervención, guapo”.

–¡Joder con la calientapollas! –pensé–. ¿Y ahora qué hago?

No podía masturbarme porque en un rato me llevarían al quirófano y tampoco era plan de llevar la polla llena de restos de semen. La única solución era distraer a la mente con temas que no tuvieran nada que ver con el sexo para que se me bajara el hinchazón.

Cuando me vinieron a buscar y me sacaron por el pasillo, todas las enfermeras me desearon suerte y Paula con una sonrisa socarrona y con mucha sorna me dijo:

–A ver si consiguen bajarte la hinchazón… de la hernia.

Yo pensé para mis adentros “Menuda faena me has hecho. Me las pagarás en cuanto vuelva”.

Volví, pero con tanta anestesia que se me pasó buena parte de la tarde sin enterarme de nada. Por la noche, ya más despejado, aproveché para machacarme la picha, aunque con cuidado para no dañar los puntos de sutura que me pusieron en la ingle. Pero era más mi ansia de procurarme algo de alivio en los huevos, descargando una buena lechada, que el dolor que pudiera provocarme en la ingle recién intervenida.

Por la mañana volvió a aparecer Paula, para depararme las labores higiénicas de rigor.

Otra vez me lava todo el cuerpo parándose con mucho esmero en la zona operada. Después vuelve a limpiarme los genitales. Observa que tengo restos de cuajada y me comenta que soy muy guarro, que parezco un mandril.

–Pensarías en mí, al menos, cuando te la sacudías, ¿no? –me suelta.

–Por supuesto. Sobre todo porque me dejaste con la miel en los labios y eso incrementó mi deseo en ti –le contesto.

Paula no hacía más que frotarme el capullo con unas toallitas para eliminar todo resto de lechada que pudiera haber. A continuación me untó esta vez un gel hidratante por el pubis, verga y cojones. A medida que me lo untaba me magreaba con energía la entrepierna. Volvió a conseguir ponérmela más tiesa que un bate de beisbol. Friega que te friega sobándome los huevos y la polla. De repente, acerca su cara a mi pubis y se zampa medio rabo. Me lo mastica como si quisiera saborearlo al máximo. Le pega unos buenos morreos al capullo. En eso que se escucha una voz en el pasillo que dice:

–Paula te reclaman en la habitación 5. Acude enseguida por favor.

En esto que Paula se despide de mi con un piquito en la boca, dejándome el sabor de mi polla en los labios y se retira diciéndome:

–En un cuarto de hora vuelvo y remato la faena, ¡tío buenorro!

–¡Otra vez se va dejándome un calentón de aúpa la muy calienta-braguetas! –pensé, ya mosqueado.

Y otra vez me toca hacer otra gayola pensando en lo puta interruptus que estaba resultando ser esta Paula.

Al día siguiente la misma historia. Pero esta vez, cuando me la estaba mamando y la vuelven a llamar para no sé qué recado de los cojones, la sujeto del cabello y le digo:

–¿No te enseñaron en la Facultad que antes de empezar otro trabajo primero hay que rematar la faena que se tiene entre manos? De hoy no te libras. Vas a saborear mi lechada y tragarte hasta la última gotita que salga de mi uretra. Me queda un minuto para correrme, después vete a donde quieras. Eres una cerda y a las chicas como tú hay que llenarles la boquita de leche merengada.

Mientras le decía todas estas cochinadas para excitarme al máximo y correrme pronto, ella no hacía más que resoplar y bufar de lo cachonda que se estaba poniendo con la situación. Además, le excitaba mucho que le llamara cerda y guarra.

Se metió una mano dentro del pantalón del uniforme y como que comenzó a frotarse el higo. Se corrió prácticamente al mismo momento que yo.

Mientras eyaculaba en su boca ella experimentaba unos espasmos, fruto de su propio orgasmo, que le obligaban a cerrar los maxilares superior e inferior y morderme la polla con fuerza. Al mismo tiempo que me corría como efecto de un placer inmenso, a su vez, experimentaba un dolor atroz por la fuerte dentada que me estaba infligiendo por su incontrolada rigidez maxilofacial. Algo de lefa se tragó, pero la mayoría se le salía por la comisura de los labios resbalando por la barbilla y por mis huevos.

Al día siguiente, por la mañana, Paula no apareció en mi habitación. Pregunté por ella y me dijeron que ese día hacía el turno de noche. Aquella mañana me aseó una enfermera de 60 años muy ruda, con cara de pocos amigos. Yo extrañaba a mi Paula y sus masajes.

Por la tarde vino mi chica a visitarme. Ella estaba enterada de todo pues somos una pareja abierta, muy liberales y muy putos. Cuando me preguntó qué tal la mañana, le contesté:

–Muy bien, casi no tengo dolor ya. Pero esta mañana no vino Paula, hoy hace el turno de noche.

–Pues quiero que cumplas como un hombre esta noche. Tírate a esa furcia, sácale la tontería –fue su contestación y claro, los deseos de mi mujer son órdenes para mí.

Mi mujer, aprovechando que tenía el piso para ella sola aquellas noches, se iba llevando a diversos amigos, para que le calentaran la cama y la enfriaran a ella. No le gusta dormir sola. Yo, con mi eficiente enfermera Paula, intentaría hacer lo mismo. Tenía mucho esperma acumulado y quería descargarlo en ella.

Por fin llegaron las 22 h. La voz de Paula ya se escucha por los pasillos. En esto que asoma su rostro por la puerta y me pregunta:

–¿Qué tal el día?

–Bien, pero te echaba de menos –le digo.

–¡Ay, zalamero! Más tarde vengo por aquí y me cuentas –y se despide con un guiño de ojos tan sugerente que me activó el miembro. Ella venía con ganas de guerra. Sus intenciones eran las mismas que las mías.

Ya pasadas las 00:30 h, aparece por el umbral de la puerta. Me comenta que su compañera de turno ya se acostó y que ella venía a hacerme un poco de compañía.

Entonces, después de una escueta charla sobre lo que hicimos durante el día, la comienzo a acariciar y le beso el cuello. Ella se deja. Mientras, acerca una mano a mi entrepierna por debajo de las mantas y me la soba. Yo le pido que me monte, que me cabalgue como una buena jinete. No se lo piensa dos veces y en cinco segundos se quita la casaca, el pantalón, el sujetador y las bragas. Se mete conmigo en la cama, se sube a mi polla y se la calza de una embestida. Tenía el chocho tan caliente y mojado que no le costó ni un segundo zampársela entera por su boca inferior.

Comienza la follada con un ritmo medio, un empellón cada dos segundos, para poco a poco ir subiendo el ritmo. Al mismo tiempo, nos besamos y lamemos con una pasión desbordada todo el rostro, orejas, cuello y pezones.

A ella se la nota acalorada. Jadea y resopla mientras comienza a sudar por la frente. Sus gafas se empañan y se las quita. Observar su cara de vicio no tiene precio, casi babeaba.

Ahora ya me folla a buen ritmo. Nuestros pubis chasquean con fuerza. Al cabo de unos diez minutos suelta un alarido y me muerde con garra un hombro. Era la señal que yo estaba esperando. Entonces, aprovechando sus últimos espasmos y contracciones vaginales, la agarro por las caderas y, acelerando el ritmo que Paula comenzaba a bajar, consigo llegar al clímax. Le riego bien las paredes internas de su concha y empujo con fuerza, intentando mandarle el máximo de esperma posible a su útero. Buscaba dejarla preñada. Que le quedara un bonito recuerdo de nuestro encuentro.

Nos quedamos abrazados y acurrucados hasta que nos invadió el sueño.

Sobre las cinco de la mañana vino la compañera a despertarnos. Le dijo a Paula que se fuera arreglando, que era tarde y que había que hacer la ronda final por las habitaciones antes de terminar el turno.

Paula me comentó que esa mañana me darían el alta. Me dejó su número de teléfono anotado en un posi sobre mi mesilla y me dijo:

–Llámame para quedar algún día e ir al cine o a cenar. No me importa que estés casado.

–Por supuesto que te llamaré. No es fácil encontrar una enfermera tan eficiente y complaciente como tú en estos tiempos –le aseveré.

Fuimos amantes durante un largo tiempo, hasta que un buen día Paula se echó novio. Este estaba en contra de las relaciones abiertas y ella decidió romper con lo nuestro.

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