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Una inesperada tarde de verano

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Alejandra colgó el teléfono y lo puso en su regazo. La conversación con Any, su mejor amiga, se había concentrado una vez más en Raúl, y estaba excitada por lo que le había relatado en esta ocasión. tenían tiempo viéndose solo para tener sexo y estaba fascinada con el tamaño de su herramienta. Él era maestro de su facultad: un hombre mayor de cabello castaño y ojos verdes que la había cautivado desde que lo vio. No omitía ningún detalle cuando le contaba de sus sesiones amatorias, que en ocasionas eran bruscas y en lugares públicos; era la tercera vez que terminaba empapada escuchando la voz aguda de su amiga.

Al principio, Alejandra no tenía interés en él, pero al imaginar cada detalle que relataba su amiga, poco a poco fue sintiendo curiosidad, pues era imposible no imaginar sus cuerpos desnudos y sudorosos en algún hotel de paso o en la sala de la casa de Raúl, como había sido en esta ocasión. “Me sostuvo de la cintura tan fuerte que me dejó marcados los dedos, pero me cogió como nunca”, le dijo entre risas antes de colgar. Metió la mano en su pantaleta y se sorprendió por la humedad que emanaba de su vagina. Se recostó en la cama y se tocó despacio hasta correrse.

En alguna ocasión, había fantaseado con acostarse con su maestro de literatura, que para ella tenía un encanto especial que la hacía no dejar de mirarlo durante las lecciones. Solía sentarse en el primer asiento de la fila con el solo propósito de verle el bulto, que imaginaba sería de buen tamaño. Se vio a si misma arrodillada en el salón de clases vacío, con la blusa del instituto desabrochada y devorando su herramienta, mientras él le sostenía el cabello con una mano dirigiendo sus movimientos. El cansancio después del orgasmo le sobrevino y se quedó dormida.

El tema pronto quedó olvidado cuando dejaron de verse y aunque le seguía relatando de sus andanzas con parejas casuales, no se excitaba de la misma manera que lo hacía con los relatos de Raúl. Él era especial.

Meses después de aquella llamada se acercaba el fin de cursos, y era costumbre que la facultad hiciera una pequeña celebración para los estudiantes de primero. Any esperaba con ansias ese día por lo que invitó a Alejandra a un centro comercial para comprar un pequeño conjunto que tenía pensado estrenar ese día con su pareja de turno. Cerca del mediodía llegaron a la última boutique de su recorrido. Alejandra se tomó su tiempo revisando prenda tras prenda hasta que finalmente se metió al probador.

Any no encontró nada de su agrado y la esperó afuera de la tienda. Pasado un rato, escuchó la voz de su amiga afuera del probador y Alejandra se apresuró a vestirse. Al salir la vio platicando con un hombre mayor que le llamó la atención, y de inmediato lo reconoció por la descripción que le dio su amiga.

Raúl era más apuesto y alto de lo que había imaginado, y al igual que su amiga, no podía dejar de ver sus ojos de color aceituna. La saludó con un suave apretón de manos y un beso en la mejilla que la impregnó de su perfume; estaba cautivada con la presencia de aquel hombre mayor que no le quitaba la vista de encima.

Alejandra se sentó junto a Raúl, que veía sus pechos sin disimulo, y lejos de incomodarse empezó a sentirse nerviosa. De cierta manera le recordaba a su maestro, que era amable y directo como él. Any bromeaba y se reía tomándolo del brazo sin dejar de ver a su amiga, que se sentía ruborizada por la cercanía de aquel hombre mayor.

Después de un rato de conversar, Raúl le dice algo al oído a su amiga y esta se ríe dándole un pequeño golpe en el pecho.

- Nos está invitando a su casa y quiere ver lo que compré. ¿Nos acompañas? -Le preguntó Any.

- Claro que no. ¿Cómo crees? – Contestó Alejandra ruborizada entre risas, aunque se moría de ganas por ir con ellos. Tenía curiosidad y estaba empezando a excitarse.

- Solo será un rato, lo prometo. -Insistió con un guiño. Raúl la veía atento con una sonrisa sin decir nada.

Le dio un vistazo rápido a su entrepierna y finalmente accedió. Any y Raúl caminaron tomados de la mano hasta el estacionamiento.

Camino a su departamento, Raúl no paraba de mirar a Alejandra en el espejo retrovisor. Sentía que aquella mirada llena de lascivia la desvestía lentamente, y el hormigueo inconfundible del deseo se hizo presente. Dejó de ponerle atención a su amiga y divagó en sus pensamientos, centrados en los encuentros de Any con aquel hombre que la miraba con deseo. Se acarició el pecho y Raúl le guiñó un ojo.

A los tres les pareció una eternidad llegar hasta su casa, que estaba bastante alejada de la ciudad. Era una edificación grande que les mostró casi cuarto por cuarto. Al finalizar el recorrido, Raúl preparó un par de bebidas y se las entrego, con una sonrisa maliciosa en los labios. Alejandra estaba nerviosa y tras darle un trago, descubrió que su respiración se estaba agitando. Sentía la curiosidad del deseo y sobre todo el morbo de estar en aquella casa, que había sido escenario de varios encuentros con su amiga.

Any se sentó junto a Raúl, y no paraba de ver los pechos de su amiga. Ambas se dieron cuenta de eso y se hizo una cierta atmosfera de tensión que Alejandra se moría por romper, pero se negaba a dar el primer paso. La plática entré los tres se volvió cada vez más íntima y, entre risas nerviosas, Alejandra confesó no ser virgen. Hecho que hizo brillar los ojos de Raúl, que la miraba con deseo ya descaradamente. Any estaba plenamente excitada por ese momento de morbo, pues recordaba cómo había sido la primera vez de su amiga. Quería dar más detalles al respecto, pero esperaba que ella lo hiciera. Poco a poco Raúl se fue acercado a Any, que lamía sus labios con deseo, y esperando un beso de aquel hombre mayor que la había poseído en cada cuarto de su casa.

Puso una mano en el bulto de Raúl y se besaron. Fue un beso lento y largo, cargado de erotismo y deseo. Alejandra veía sus lenguas jugar mientras las manos de su maduro amante aprisionaban los pequeños pechos de su amiga, que se iba resbalando en el sillón hasta casi quedar acostada. Aquella mano grande y varonil acariciaba su cuello y sus pechos, y rozaba con descaro su entrepierna. Any desabotonó la camisa de Raúl, para tocar el pecho lleno de vello de aquel hombre, que fácilmente podría ser su padre.

Alejandra los miraba detenidamente con la respiración agitada y se acariciaba las piernas con impaciencia. Raúl despegó los labios de su amiga y metió la mano por debajo del vestido, que ya había dejado expuestos sus muslos cobrizos. “¿Quieres probar?” Le preguntó a Alejandra sin dejar de tocar a su amiga. Ella asintió con la cabeza y se acercó a él. Se besaron despacio, con los ojos cerrados, jugando también con sus lenguas. Raúl tenía labios muy suaves y un sabor diferente a todos los que había probado. No era un beso inexperto y torpe como los demás; era para ella un “macho maduro”, como le había contado su amiga. En pocos minutos, estaba tan mojada que su pantaleta se había adherido a su piel.

Las manos de Raúl acariciaron sus piernas y fueron subiendo hasta sus pechos, que eran mucho más grandes que los de su amiga. Alejandra pujaba sin dejar de besarlo y le acariciaba la cara con manos temblorosas por el deseo. Any se quitó el vestido acomodándose junto a Alejandra y acarició los muslos de su amiga. Nunca la había tocado una mujer y mucho menos Any, pero la sensación era tan excitante que se dejó hacer sin decir nada. Los labios de Raúl fueron bajando hasta su cuello y mordisqueó ligeramente sus pezones sobre la blusa. Any los miraba excitada, acariciando ya su entrepierna. “¿Por qué no jugamos un poco?” dijo Raúl desbotonando la blusa de Alejandra.

Se levantaron y fueron a un sillón más grande que daba hacia la ventana. Las cortinas estaban abiertas y fácilmente podía verse el interior de la casa desde la calle, pero no les importó; se desnudaron despacio y Raúl les cubrió los ojos con sus mismas prendas, mirando casi atónito el joven cuerpo de Alejandra. Sus cabellos oscuros cubrían sus pechos, adornados por un par de pezones grandes y de un color café claro. Fue bajando sus manos hasta sus anchas caderas y luego avanzaba hasta sus muslos, gruesos y firmes. Lo que lo cautivaba más era su bello rostro redondo y perfecto, con ojos grandes de color almendra y una sonrisa amplia con labios gruesos y tiernos. Aquella chica era su fantasía casi perfecta y no podía esperar para tocarla. Se recostaron en el sillón, una junto a la otra, mientras él les abría bien las piernas de un tirón. Any se excitaba más con su brusquedad y lo mismo Alejandra. Les gustaba el sexo pasional y tierno, pero también amaban la tosquedad y la rudeza, sobre todo Any.

Raúl hundió la cara entre las piernas de Alejandra, que gimió desinhibida al contacto con su lengua. Pasaba por toda su raja y se detenía en la entrada de su vagina.

- ¿Te gusta ser su puta, Ale?- Le dijo Any acariciando los pezones de su amiga.

- Sí... ¡Si! – Le contestó con voz ahogada acariciando los cabellos de Raúl, que movía la cabeza casi frenéticamente entre sus piernas.

Alejandra se excitaba más por las palabras de su amiga, cuya voz se había transformado en un suave ronroneo, y cuando la escuchó gemir casi estuvo a punto de correrse. Raúl empezó a penetrar a Any con dos dedos sin dejar de lamer el coño de su amiga. “Métemelos más, papi…” le decía moviendo las caderas y acoplándose al movimiento de su mano. Aquella habitación se llenó con los agudos gemidos de las dos, que hacían palpitar el pene de Raúl totalmente enhiesto.

Los rápidos movimientos de la lengua de Raúl producían más humedad en Alejandra, que convulsionaba en el sillón atenazando con sus piernas la cabeza de su amante. “Que rica estás, Ale. Tienes una cosita increíble”. Le decía escupiendo sobre la entrada de la vagina para luego penetrarla con dos dedos. Alejandra veía a su amiga en sillón totalmente fuera de sí y eso la excito. Sus pequeños pechos se mecían con la mano de Raúl que alternaba sus besos entre las dos.

De pronto les quitó las prendas de la cara y se sentó entre las dos: “Quiero verlas mamar” les dijo acariciándose la polla. Alejandra se levantó recogiéndose el cabello y se hincó frente a él. Estaba ansiosa por meterse a la boca aquella polla brillosa y llena de venas. Any se hincó también junto a ella y le acarició los pechos tiernamente. Jamás los había tocado, ni siquiera como juego, pero siempre tuvo curiosidad de verlos desnudos. Alejandra fue besando poco a poco la tranca, recorriendo toda su extensión con los labios; se detenía en los huevos y regresaba hasta el glande, sosteniéndolo con ambas manos. “Chúpamela ya, zorra” le ordenó con una bofetada. Alejandra se excito más y metió el glande a la boca.

Empezó succionando despacio y jugando con su lengua en círculos; Raúl bufaba de placer echando la cabeza para atrás, cada vez que su boca subía y bajaba, apretando sus labios con fuerza; aquella chiquilla lo hacía como ninguna otra. Alejandra detuvo la felación y dirigió el pene a la boca de su amiga que la miraba extasiada. Sin dejar de acariciar sus pechos se metió el pene de Raúl a la boca y movió la cabeza con fuerza. Raúl las miraba con una expresión que denotaba una mezcla de asombro y placer pues lo que le estaban haciendo no se podía comparar con nada.

Any empezó a dar arcadas y Raúl sentía como su garganta aprisionaba su pene. Se sentía cerca del orgasmo, pero quería terminar dentro de Alejandra, que lo tenía obsesionado desde Any le habló de ella. Se sintió atraído por su cuerpo, que distaba mucho de ser el de una chica de 18. Estaba buenísima y por fin la tendría para él.

“Vamos a la habitación…” Les dijo Raúl poniéndose de pie. Al avanzar por el pasillo, sus ojos se clavaron en las nalgas de Alejandra, que se movían de manera casi hipnótica. Eran suaves y tersas y vibraban con apurado andar. Entraron a su alcoba y se acostaron sobre la cama.

La habitación olía a cigarro y perfume y eso las excitaba también; el ambiente era muy acogedor e incitaba irremediablemente al pecado. “¿Cuántas habrá tenido en su cama?” se preguntaba Alejandra sintiendo la suavidad de las sábanas en su espalda. Any se recostó sobre ella y la besó, reanudando su lento masaje en sus pechos. Raúl vio la escena y el pene le palpitó ya enfundado en un preservativo.

Se colocó sobre Alejandra que abría bien las piernas, ansiosa por sentirlo dentro. Su vagina estaba empapada y sus flujos mesclados aun con la saliva de Raúl, corrían ya por sus muslos. Él la sujetó de las muñecas hundiendo su pene de golpe. Alejandra lanzó un gemido y se aferró a la cintura de Raúl, que empezó a taladrarla con fuerza. Sus movimientos eran lentos pero consistentes y no paraba de insultarla. “Que puta eres, zorra. ¿Te gusta que te metan la verga desconocidos?” le decía moviéndose sobre ella; Any besaba fuertemente a su amiga, acariciando su cara y sus cabellos enmarañados sobre la almohada. Las embestidas de Raúl se hicieron más rápidas y aunque la estaba lastimando, ella le pedía no parar entre gemidos casi ahogados. Estaba extasiada por la manera como aquel pene se abría paso en su interior y los besos húmedos y casi desesperados de su amiga. “¿Ya te vas a correr?” le peguntó dándole pequeños mordiscos en los labios y Ale movió la cabeza. El orgasmo estaba cerca pero quería que se prolongara, pues amaba la combinación de dolor y placer que le producían los movimientos de Raúl; amaba la rudeza con la que la poseía.

Raúl se detuvo un momento acomodando las piernas de Alejandra en su pecho. Any estaba por llegar al orgasmo solo viendo como aquel pene entraba y salía de su amiga que no paraba de gemir y que a duras penas podía controlar su respiración. Raúl se hincó sobre y la cama y continúo taladrándola más rápido. Aquella posición había intensificado el contacto por lo que ahora los gemidos de Alejandra eran más agudos y prolongados. Su amiga continuaba con el masaje en su clítoris viendo la expresión de placer de los dos, fundidos en un delicioso vaivén. Raúl se lamió dos dedos y los metió en su amiga, que estaba totalmente empapada. Any se recostó sobre la cama y empezó a mover su cintura al mismo ritmo que su mano. Aquella sensación se intensificaba conforme abría un poco los dedos dentro de su vagina y luego los giraba lentamente. Su voz se fue apagando y lanzó un agudo gemido al correrse. Alejandra también convulsionó y se corrió violentamente. Fue un orgasmo prolongado y muy intenso, que hizo que se le cortara la voz un momento; Raúl no dejaba de bombear, aunque sus movimientos eran más lentos.

Lentamente retiró el pene de Alejandra, que aún movía las piernas con los restos de su orgasmo. Estaba cansada, pero quería seguir, pues aquel hombre le había regalado el orgasmo más intenso de su vida y quería más.

Se colocó en 4 y de nuevo Raúl hundió su cara en su vagina. Le dio un par de lengüetazos y la penetró con la lengua, saboreando sus jugos que brotaban casi a chorros de s vagina. Le escupió varias veces con fuerza, al tiempo que le daba una fuerte nalgada; el cálido dolor le provoco una extraña sensación de placer y gimió con los ojos cerrados. Raúl lo notó y le dio otra, acercando su falo a sus labios punzantes.

Any deseaba sentir la lengua de su amiga, así que se colocó frente a ella con las piernas abiertas. Alejandra la miraba con expresión de lujuria y totalmente desinhibida besó su entrepierna. Jamás había tenido una experiencia lésbica, por lo que aquella vagina rasurada era la primera que veía de cerca. El olor la cautivaba y sentía un hormigueo distinto a que le producía verle el bulto a su maestro o incluso, a Raúl mismo. Poco a poco fue pasando la lengua a lo largo de su raja y Any soltó el primer gemido. El sabor de la vagina de su amiga era diferente a todo lo que había probado y no le pareció desagradable, de hecho, le fascino. Por lo que movía su lengua ávidamente mientras Raúl la penetraba con fuerza. Nuevamente los gemidos de los tres se intensificaron y tomaron un ritmo perfecto. Any se acariciaba los pechos con fuerza mientras las manos de Alejandra buscaban otro orgasmo en su clítoris.

Raúl bombeaba rápidamente casi al borde del orgasmo, pero su experiencia le hacía saber cuándo bajar el ritmo e intensificarlo. Estaba jugando con esa chiquilla tanto como podía y ella disfrutaba con sonoros gemidos.

Antes de correrse, Raúl sacó intempestivamente el pene de Alejandra y la arrojó sobre la cama. Estaba casi al borde del orgasmo nuevamente y aquel movimiento pausó la sensación. Como si se tratara de una muñeca, tomó a Any de los costados y acomodándola en 4, empezó a penetrarla con fuerza. Alejandra los veía cada vez más excitada, acariciando los testículos de Raúl, que chocaban con las nalgas de su amiga. El ritmo era casi frenético, lo que volvía los gemidos de Any más pausados.

Raúl las miraba a las dos, perdido en los movimientos de los pechos de Alejandra, que se masturbaba viéndolos hacer el amor. Estaba sorprendida por el ritmo que había tomado y sobre todo por la larga duración de aquella sesión: ambas habían alcanzado el orgasmo varias veces y él continuaba impávido, penetrándolas a las dos. Los relatos de su amiga eran más ciertos y de un momento a otro, lo deseo como deseaba a su maestro.

“¡Papi, me voy a correr! ¡Sigue, sigue!” Dijo Any con la voz entrecortada. “Acaba de una vez, puta, quiero terminar en tu amiga” Le contestó Raúl dándole una fuerte nalgada. La voz de Any se cortó nuevamente y explotó en un gemido ahogado. Raúl detuvo sus movimientos y retiro el pene nuevamente de su amiga, que cayó rendida en la cama tratando de recuperar el aliento. Alejandra tomó el pene de Raúl, empapado en los fluidos de su amiga y tras lamerlo un par de veces se sentó sobre él.

Raúl se quedó quieto mientras Alejandra movía sus caderas con ritmo, apoyada en su pecho. Sus senos se mecían con los embates y Raúl se dedicó a masajearlos despacio. Eran perfectos, redondos y pesados. Con los ojos cerrados, disfrutó como ese mazo de carne entraba y salía casi completamente y de nuevo comenzó a gemir. Raúl casi no podía aguantarse, pues aquella estrecha vagina lo apretaba deliciosamente.

Al cabo de unos minutos, y casi sin poder contenerse. Raúl se levantó con ella sujetándola de las piernas. Unidos así, la llevó hasta el espejo de cuerpo completo que estaba frente a su cama. “Quiero que veas tu cara de puta, cuando te cojo así” le dijo sin dejar de penetrarla. La sujetó bruscamente de la cintura y continuo con sus embestidas, que eran mas fuertes y pausadas. Any se levantó y se acercó a ellos acariciando su entrepierna. Estaba agotada pero también quería seguir.

Tomó el rostro de su amiga y la besó tiernamente. Secretamente Alejandra tenía esperando aquel beso desde hace mucho y al sentir los labios de su mejor amiga por primera vez se excitó aún más.

“Ven acá, puta” Le dijo Raúl y trayéndola hacia él la penetró nuevamente. Sin dejar de besarse, Any acariciaba el cuerpo de su amiga que esperaba nuevamente su turno, y cuando Raúl sentía que estaba por correrse, alternaba nuevamente con Alejandra. Así continuaron unos minutos hasta que Raúl ya no pudo más, sintiendo como una oleada de semen se detenía en su glande. Con un brusco movimiento forzó a Alejandra a hincarse frente a él y apenas se retiró el condón, cuando la su boca aprisionó su pene, recibiendo fuertes y prolongados chorros de semen caliente que llegaron hasta su garganta y salieron por las comisuras de los labios.

Aquel sabor amargo no dejaba de excitarla y tras saborear su espesura, tragó todo el contenido de su boca. Raúl la miró satisfecho y beso a Any en los labios.

Estaban exhaustos y sudorosos, acariciando aun sus cuerpos vibrantes. No pararían pues aún faltaban horas para el anochecer.

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