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Una putita indecisa

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Ahí estaba yo, indecisa, sin saber qué hacer. Mi mente decía que subiera a mi cuarto y me acostara, que era demasiado tarde. Pero mi panochita tenía otros planes. Y como toda putita que se precie de serlo, tuve que hacerle caso.

Unas horas antes mi novio, que era casado, había pasado por mí, para llevarme a una fiesta con sus amigos del trabajo. Es ese tiempo yo estudiaba la Universidad por lo que compartía casa con una amiga y con un amigo del dueño de la casa, que tenía como un mes de haber llegado y con el que casi no tenía amistad. Recuerdo que, al regresar de la Uni, me metí a bañar y me dispuse a depilarme la panochita, porque sabía que esa noche estaría muy bien atendida.

Al salir del baño, me puse un bra y una tanguita sexys, me puse un vestido entallado y muy corto, me maquillé y a las 5 de la tarde en punto, estaba lista para salir. Justo en ese momento sonó mi teléfono; era mi novio que me avisaba que llegaría 20 minutos más tarde. Eso me dio tiempo para escoger con más calma las zapatillas que llevaría, pues las que traía no me convencían del todo. Escogí unas negras de tacón de aguja, que eran mis preferidas y que hacían juego con el vestido. Me miré al espejo y me veía como me gusta, como una verdadera putita.

Cuando mi novio llegó quedó encantado por cómo me veía. Me dijo que sería la envidia de sus amigos, me abrazó deliciosamente y pude sentir lo dura que se le había puesto la verga con solo verme. Eso me hizo sentir muy halagada y no pude contener el deseo de tocársela por encima del pantalón, que era algo que siempre le gustaba que hiciera. Yo me había puesto tan cachonda que le pedí que me la metiera un poco, pero el siempre tan correcto, me dijo que ya íbamos tarde y que mejor, lo dejáramos para después de la fiesta. Así que no me quedó más remedio que aceptar.

Cuando llegamos a la fiesta, que era por el cumpleaños de uno de sus amigos, pude sentir las miradas de varios de ellos que casi me desnudaban con los ojos, lo que hizo que mi panochita se mojara todavía más de lo que ya estaba. Entramos y comenzamos a tomar y a bailar. Yo era una de las chicas más jóvenes. Debo decir que mi novio era 10 años mayor que yo, por lo que las esposas o novias de los amigos de mi novio, me miraban con cierto recelo, sobre todo por lo putita que me veía.

En un momento de la fiesta, le dije a mi novio que necesitaba ir al baño y el dueño de la casa, con mucha consideración, nos dijo que podíamos usar el baño que estaba en el piso de arriba. Así que subimos mi novio y yo y nos metimos juntos al baño. Era la oportunidad que los dos estábamos esperando y en cuanto terminé de orinar, mi novio me dio la vuelta, me recargó sobre la taza y me la empezó a meter deliciosamente. Mi panochita estaba tan mojada que su verga entró con mucha facilidad. Estuvimos cogiendo por cerca de 10 minutos, pero tuvimos que interrumpir para no levantar sospechas de sus amigos, porque escuchamos que nos estaban llamando. Nos acomodamos la ropa y salimos del baño como si no hubiera pasado nada. Bueno, al menos eso es lo que nosotros queríamos hacer creer o aparentar, pero lo cierto es que sus amigos, sabían lo que estábamos haciendo, pues no dejaban de bromear con que habíamos tardado en bajar.

La fiesta siguió entre baile, bromas y bebida y alrededor de la una de la mañana, mi novio me dijo que era hora de irnos. Salimos de la fiesta y tan solo al subir a su auto y arrancar, comenzamos a tocarnos el uno al otro. El metió su mano por debajo de mi vestido y mi tanga y pudo sentir como sus dedos se hundían en mi panochita por lo mojada que estaba, pues tenía unas ganas inmensas de coger. Yo por mi parte le bajé el cierre del pantalón y comencé a masturbarlo. El me pidió que me quitara la tanga y se la diera, cosa que obedecí de inmediato. Cuando se la di, pude sentir que estaba muy mojada. Él la tomó y se la acercó a su cara para olerla, lo que hizo que mi panochita comenzara a palpitar como si tuviera vida propia. Después de oler mi tanga, la guardó en la bolsa de su pantalón. No pude contener mis ganas de mamarle la verga, por lo que me acerqué a él y se la comencé a chupar. Era tan excitante que él fuera manejando y yo chupándole la verga.

Como yo iba muy entretenida, no supe que ruta tomamos hasta que se detuvo el auto. Para mi sorpresa, mi novio me había llevado a mi casa en vez de al motel. Como vio mi cara de contrariedad me dijo que ya era tarde, que al día siguiente tenía una reunión muy importante en el trabajo y prefería que dejáramos la ida al motel para el día siguiente. Le dije que sí, que estaba bien pero que no podía irse si metérmela, así que pasamos a la sala. Como yo ya iba sin tanga, solo me levantó el vestido, se sacó la verga, me acomodó sobre un sillón y me la empezó a meter. Yo tenía muchas ganas de gritar de lo rico que estaba sintiendo, pero tuve que contenerme porque no quería que mis compañeros de casa se enteraran de la cogida que me estaban dando. No supe si fue el alcohol, el pensar que mis compañeros podían escucharnos o lo incomodo del sillón, pero el caso es que por más que lo intentamos no pude venirme y a mi novio le pasó igual. Así que después de un rato, decidimos dejarlo para el otro día y salí a la puerta a despedir a mi novio.

Luego que regresé a la sala, pasé al baño que estaba en la planta baja y decidí subir a mi cuarto que estaba en el tercer nivel. Al ir subiendo la escalera y pasar frente al cuarto de mi compañero de casa, vi que su puerta estaba abierta y la luz estaba encendida. Lo primero que vino a mi mente es que se había quedado dormido sin apagar la luz, por lo que me dispuse a hacer mi buena acción del día. Entré un poco buscando el apagador y de manera involuntaria miré hacia donde estaba la cama. La imagen que vi fue muy provocativa y perturbadora. Ahí estaba mi compañero de casa, boca arriba, aparentemente dormido, con un bóxer negro ligeramente bajado, dejando al descubierto su verga completamente erecta. Retrocedí lentamente sin apagar la luz, esperando que no me hubiera escuchado y me dispuse a continuar subiendo las escaleras hacia mi cuarto, como si nada hubiera pasado. Habría subido unos seis escalones cuando empecé a dudar de si estaba haciendo lo correcto.

Ahí estaba yo a medio camino sin saber qué hacer. Me dije a mi misma que ya era tarde, que debía dormir, pero mi panochita empezó a palpitar recordando la rica verga de casi 20 centímetros, que había visto unos segundos antes y que no estaba dispuesta a ignorar. Por otra parte, mi novio ya se había ido y no se iba a enterar. Así que llena de deseo, regresé sobre mis pasos y entré otra vez al cuarto, cerrando la puerta detrás de mí. Lo que pasó ahí adentro es una historia tan deliciosa y prohibida que no me atrevo a contar… todavía. Lo único que diré por ahora es que, a las cinco de la mañana, salí de su cuarto y me fui al mío, para guardar las apariencias. Pero desde esa noche, me convertí en su putita y seguimos cogiendo en secreto por cerca de un año.

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