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Uno no es suficiente

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Mi esposa y yo estábamos viendo televisión, un sábado en la tarde, relajados, sin prisa alguna ni planes a la vista en mente. La película, sin embargo, tenía escenas de sexo que resultaron sugerentes para poner a volar la imaginación y cambiar la rutina un tanto pasiva. Una cosa es la fantasía y otra totalmente diferente la realidad. La verdad, en el matrimonio, con el paso de los años, de repente, se despierta la curiosidad y los impulsos para buscar aventuras y atreverse más allá de lo convencional. ¿Por qué no?

Pues bien, pasados los minutos, ella me sugiere que salgamos a hacer alguna cosa y que no nos quedemos en casa. Bueno, dije yo. ¿Cómo qué quieres hacer? No sé, contestó. Salgamos por ahí y vamos viendo. Y, la verdad, con esa respuesta, me dio la impresión de que ella quería pegarse una revolcada sexual con alguno, si acaso se daba la oportunidad. Así que, accediendo a la petición, le dije, bueno, arréglate para la ocasión y vamos viendo qué hacer.

Su arreglo personal me fue dando pistas sobre lo que realmente tenía en mente, pero no hice comentario alguno y seguí la corriente. Su atuendo la hacía ver muy provocativa y “mostrona”, como decimos por aquí, de modo que nuestra salida de seguro tenía un propósito diferente a ir a un cine, a un restaurante, a un salón de baile o algún sitio así.

De modo que salimos sin rumbo fijo y, por el camino, fui afinando el destino final. ¿Quieres que vayamos a bailar un rato? Sí, respondió, puede ser. Pero, si quieres hacer otra cosa, pues me dices. No contestó. Permaneció en silencio, mirando afuera del vehículo mientras avanzábamos. Yo parecía tener claro qué era lo que ella quería y esperaba descubrir en sus reacciones si acertaba o no en mis suposiciones.

Me fui dirigiendo a una zona de la ciudad, caracterizada por ofrecer sitios de entretenimiento para adultos, discotecas, sex shops, moteles, bares swinger y sitios de encuentro. Y, por el aspecto de su semblante, me pareció que no me había equivocado en haberme dirigido allí.

Procedí a estacionar el vehículo y salir a mirar por ahí, caminando por aquellas calles, a ver de qué nos provocábamos. Ella pareció estar de acuerdo, porque, sin decir nada, me siguió. Andamos por sitios anteriormente recorridos, en otras oportunidades, y aquello pareció entusiasmarla aún más. Entonces, llegados a “Pussycat”, alguno de tantos lugares, no hubo duda en volver a visitar ese lugar, porque el sitio es bastante visitado por hombres que van en busca de aventuras.

Ella, por lo que me daba cuenta, por alguna razón estaba ávida de retozar con algún macho. De seguro la temática de aquellas películas vistas unas horas antes habían despertado su energía sexual y quería, de alguna manera, desfogar sus apetitos. Y, de hecho, me preguntaba, si el tema era únicamente sexo, ¿por qué no simplemente se había mostrado dispuesta conmigo y hubiésemos compartido cama un rato? Lo cierto, según mis análisis, es que en su fantasía yo debía ser espectador de sus aventuras y eso era lo que la animaba a plantearse el reto y hacer más atractiva la aventura.

¿Entramos a “Pussycat”, me preguntó? Pues, por lo que me pareció, te llama la atención entrar… ¿O no? Porque hay más sitios por acá. A este ya habíamos venido alguna vez, pero si quieres vamos a conocer otros lugares. Entremos acá primero, dijo, y después vemos si hay tiempo y nos damos una vuelta por otros sitios. Mmm… pensé, satisfacer la calentura va para largo esta noche. Entonces, diciendo y haciendo, entramos al lugar.

Como siempre, el lugar estaba en penumbras, con una luz púrpura muy tenue y poco concurrido a la hora que llegamos. Esta como solo fue mi comentario. ¿Será que está muy temprano? No importa, comentó ella. La gente ira llegando con el paso de las horas. Bueno, dije yo, acomodémonos y esperemos a ver qué pasa.

Habíamos estado en ese lugar, quizá un año atrás. Lo llamativo del “Pussycat” es que está ubicado al lado del “Jardín Real”, un motel con 130 habitaciones. Es fácil encontrar habitación disponible, de modo que, si se liga a alguien en la discoteca, la aventura, sin ninguna duda, termina en el edificio contiguo. Ese era el encanto de aquel lugar, pensé yo. Al fin y al cabo, es mejor malo conocido que bueno por conocer.

Nos acomodamos en un rincón y pedí unos tragos para empezamos a ambientar de lo que sería la velada. Inicialmente salimos a bailar los dos. Prácticamente éramos los dueños de la pista en compañía de las pocas parejas que allí se encontraban. Mientras estábamos allí, mi mujer, con recato y bastante disimulo, no dejaba de escudriñar hacia la barra, identificando quiénes acudían por allí y pudieran captar su atención.

Habiendo estado en esa situación anteriormente, las reglas del juego estaban claras. Ella, una vez encontrara alguien de su interés, procuraría entrar en contacto con la persona para charlar, conocerse un poco y proponer directamente, si era el caso, las intenciones del encuentro. La condición para el interesado en follársela, como siempre, que yo estuviese presente. No era tan complicado. El asunto es que apareciera, entre los hombres que había por ahí, alguno que le disparara el apetito y se iniciaran los acercamientos.

Había pasado el tiempo y, al parecer, no había presa a la vista. Y, con el pretexto de ir a arreglarse un poco, ella dijo dirigirse al baño. La verdad es que aprovechaba el pretexto para darse una vuelta y ver si alguien se interesaba en ella al verla deambulando sola por ahí. Y, como esa fórmula ya había funcionado antes, pues también funcionó esta vez. Al rato llegó a la mesa acompañada de un caballero. Nada especial a mi parecer, pero un macho dispuesto, al fin y al cabo. Se presentó como Arturo. Se sentó un rato a conversar con nosotros y, sin que pasara mucho tiempo, mi esposa lo convidó a bailar.

Ella sale a bailar con ellos y, si se mueven bien, con ritmo, toma la decisión de si vale o no la pena la aventura. Y a partir de ahí se desarrolla todo lo demás. Yo imaginé que aquello iba a concretarse, porque no veía mucha competencia entre los hombres presentes. Y, si ella le había puesto el ojo, sus razones tendría. Me quedé contemplándolos mientras bailaban y el caballero, quizá con luz verde para ir más allá por parte de ella, se atrevía a manosear el cuerpo de mi mujer que, por lo visto, daba su aprobación para aquello.

Una vez llegados a la mesa, ella, con toda naturalidad, me comunica que Arturo quiere estar con ella un rato, si yo no tengo inconveniente. Pues, le contesto, que por mí no hay inconveniente. Yo simplemente quisiera saber si ya es una decisión tomada y, si es así, pues vamos. Eres tú quien está interesada. Sí, me respondió, tengo muchas ganas. Bueno, replico, ¿qué tienes en mente? Ir a donde podamos estar solos. Ya tú sabes. Si, lo sé, vamos al edificio de al lado.

Ella se adelanta, porque ya sabe por dónde es el camino, y yo me quedo atrás para pagar la cuenta. El caballero duda en seguirla a ella o esperarme. Le digo, bueno, si de verdad se la quiere culiar es mejor que la acompañe. Ya los alcanzo. Si señor, me responde. Y, ¿quiere ver algo en particular? Me pregunta. Pues que haga lo que sabe hacer con las mujeres. No yo ni ella tenemos problema con eso. Ok, me respondió y se apuró a reunirse con mi mujer.

Al llegar al “Jardín Real”, ellos me esperaban en la recepción. Ya tenemos habitación, comentó ella. Bueno, ¿y qué esperamos, pregunté yo? Nada, dijo ella. Te esperábamos para subir todos juntos. Bueno, adelántate, le dije yo a mi esposa, voy a comprar condones. Ah, sí, menos mal te acordaste… se me olvidaba. ¿Algo más? Pregunté. Te esperamos arriba, comentó.

Cuando llegué a la habitación la puerta estaba entreabierta. El caballero esperaba sentado en la cama y mi esposa, según supuse, había entrado al baño. ¡Claro! Era infaltable el retoque antes de la faena. Maquillaje, labial, perfume. Todo hacía parte del cortejo y seducción que ponía en juego mi mujer para motivar a su macho a ponerse en acción. Y aquel hombre, excitado como debía estar, no nos hizo esperar.

Llegada ella a su lado, él la abrazó y la besó apasionadamente. Y no sé si él a ella, o ella a él, porque la escena se vio muy natural. Mi mujer estaba lanzada a la aventura y no escatimaba en comportarse espontáneamente ante el caballero, de modo que él, viéndose aceptado, también aportó lo suyo para que aquello fluyera. Y sintiéndose muy macho, se comportó como tal y se abalanzó sobre ella para hacerla suya. Esa era la idea ¿no?

La excitación estaba disparada en ambos y, sin decirse palabra, cada uno empezó a desvestirse por su lado. Mi esposa, más bien rapidito, estuvo como Dios la trajo al mundo en segundos. Y el caballero, también apurado, la seguía muy de cerca. Al bajar su pantalón, mi esposa pudo ver cómo era el miembro que iba a tener entre sus piernas y, por la expresión de su rostro, le apeteció. Tanto, que de inmediato se arrodilló frente a él para deleitarlo con su boca, empezando así a propiciarle a aquel hombre una deliciosa mamada.

El tipo no se la creía. Ella, teniendo entre sus manos aquel miembro grueso y voluminoso, continuaba lamiéndole con inusitada dedicación. Disfrutaba aquello, sin duda. Y él seguramente estaba que estallaba de placer, así que, un poco inquieto, tal vez porque ella lo iba hacer acabar pronto, interrumpió a mi mujer y le dijo que la quería penetrar. Para ella, aquella urgente solicitud resultó estimulante y, sin mediar palabra, se recostó en la cama abriendo sus piernas para recibirle. Y, mirándome, extendió su mano e hizo una seña. ¡Claro! Era hora de instalar el condón.

Se lo alcancé al caballero, quien, rápidamente se lo colocó. No quería hacerla esperar y, apurado como estaba, no dudó en introducir su miembro en la húmeda vagina que ansiosa lo esperaba. Vi como aquel grueso miembro entraba ajustado en la cocha de mi esposa que, poniendo sus manos en las nalgas de aquel, le animaba a que fuera más profundo y empujara como debía ser. Y él, claro, siguiendo aquella guía, así lo hizo. Bombeaba con gran vigor y, presa de la emoción que sentía, la besaba apasionadamente mientras seguía empujando rítmicamente.

Eso, ciertamente, debió ponerla a ella a mil revoluciones por minuto. Ya la conozco bastante y, cuando su rostro se sonroja, sé que la está pasando bastante bien. El cuerpo del tipo era normalito, nada especial, pero algo le elevaba la temperatura a mi mujer, que, a estas alturas, trataba de contenerse, pero no podía y de a poco empezaba a gemir como suele hacerlo cuando está bastante excitada. El ruido que producía el mete y saca de su miembro en el cuerpo de mi mujer se hacía más intenso y con ello también la intensidad de sus gemidos.

Así, en esa posición, ella alcanzó su orgasmo y empezó a gemir de manera sonora. ¿Qué estaría sintiendo? Ni idea. Lo cierto es que la faena con aquel parecía estar logrando el objetivo de calmar su ansiedad. Ella contoneaba su cuerpo mientras él seguía allí, haciendo lo suyo. Segundos después el ritmo de las embestidas masculinas se apaciguaba y, quizá retardando al máximo su propio orgasmo, él fundió su cuerpo con el de ella, tratando de hacer eterno aquel momento.

Los dos jadeaban, exhaustos del esfuerzo. Quizá más ella que él. O, por lo menos, después de tantos gemidos, era evidente que ella demostraba con mayor soltura sus sensaciones. El, macho controlado, tenía la respiración agitada. Se quedó un rato allí, encima de ella, esperando que la calidez de su miembro se apagara. Poco a poco se fue incorporando, sacando su miembro con delicadeza. Mi esposa parecía querer retenerlo un tiempo más, pero el tipo ciertamente necesitaba tomar un aire y recuperar la vitalidad del miembro que ya había cumplido la tarea.

Estuvo rico, le dijo mi mujer. Espero que la hayas pasado bien. Sí, dijo él, estuvo bueno, respondió mientras se sentaba a un lado de la cama. Y ella, quedándose recostada, con sus piernas abiertas, así como estaba, le conversó un rato. ¿Vienes seguido por aquí? No, respondió. Hoy entré por curiosidad y con la intención de tomarme unos tragos y pasar el rato. Estuve de suerte. Jamás antes me había pasado esto. ¿De verdad? Replicó mi mujer. Llegué a pensar que frecuentaba este lugar. No, respondió. Lo de hoy fue casualidad.

¿Eres casado? Sí. Y, ¿ella sabe dónde estás? No, para nada. Yo iba para la casa y, no sé, me dieron ganas de darme una vuelta por acá, tomarme un trago y ver qué pasaba. Nada más. ¿Y no te dio desconfianza que una mujer te propusiera ir a la cama? No. Usted se ve elegante, diferente. No tuvo reparos en aceptar. Me excitó la novedad. Es raro que una mujer se le acerque a uno a pedirle eso. Me pareció un tanto raro, pero, ¿por qué no averiguar qué podía pasar? Bueno, dijo ella, voy a vestirme y arreglarme, quizá me demore. Ha sido un gusto, dijo. Se levantó de la cama y entró al baño.

Nuestro hombre, después de aquello, quedó cortado. Si tenía en mente otra cosa, no había esperanzas. Había sido evidente que la aventura había terminado y, por otra parte, él no pronunció palabra ni dijo nada si es que quería continuar. Así que, una vez ella cerró la puerta del baño, él se vistió y, al rato, educadamente se despidió de mí. Muchas gracias por todo, dijo, abandonando la habitación. Hasta pronto.

Yo me quedé viendo la televisión mientras ella hacía presencia de nuevo, lo cual sucedió mucho rato después. Había tomado una larga ducha y, pasado el tiempo, después de mucho rato, finalmente salió, recuperada y repuesta, supongo, vestida y arreglada, como si nada hubiera pasado. Me pareció ver otra discoteca frente a dónde estábamos. ¿Nos damos una vuelta por allá? Buen, si tú quieres ¡vamos!

Bajamos a recepción y, dirigiéndome al encargado, le comenté que aún no iba a entregar la habitación y que volveríamos en un rato. Tranquilo, dijo, quédese con la llave y me la devuelve después. Así que salimos de allí hacia la otra discoteca que había visto mi mujer. Por alguna razón ella se adelantó mientras yo la seguía unos pasos atrás. En la entrada del lugar, a un lado de la puerta, había un muchacho, parado allí. Llegué a pensar que se trataba del portero o algo así, pero, para mi sorpresa, una vez mi mujer pasó a su lado, este le mando la mano y apretó sus nalgas, diciéndole, mamita, usted está muy buena.

Yo, que venía unos pasos atrás, traté de molestarme por el atrevimiento, pero, para mi sorpresa, mi mujer, aparentemente calmada y en sus cabales, lo tomó de la mano y mirándolo de arriba abajo, le dijo, bueno, me parece que pudiéramos hacer el amor los dos. ¿Será que en la cama es tan atrevido como aquí? Si quiere se lo demuestro, le respondió el descarado aquel. Ella no es una jovencita, pero, pensé, así como estaba vestida, de verdad era evidente que la hembra se estaba insinuando. ¿Qué perdía el muchacho con atreverse? A lo mucho una reprimenda. ¿Por qué me sorprendía lo que había pasado? En fin.

Lo cierto es que ella, sin soltar su mano, le dijo, bueno, ya que está dispuesto ¡vamos! A ver qué tan machito eres. Y se fue devolviendo por donde habíamos venido. Ella, junto a su conquista, pasó a mi lado, ignorándome, como si no me conociera, de manera que el muchacho no tenía idea de cuál era mi papel en todo este embrollo. Me hice el desentendido y seguí el juego, pues, sabiendo que disponíamos de estadía en el “Jardín Real”, tarde que temprano nos íbamos a encontrar.

El muchacho, asumiendo su papel de macho alfa, se dedicó a morbosear a mi mujer todo el trayecto. Metió sus manos por debajo de su falda y, puedo decir con certeza, que, llegados a la puerta de la habitación él ya sabía qué clase de hembra tendría a su disposición. Y ella, tal vez también lo había intuido y, si le había puesto el ojo a ese muchacho, pues de seguro le había detectado el encanto. Lo cierto es que las llaves del cuarto las tenía yo, así que tuvieron que esperar.

Ellos llegaron primero a la habitación, así que cuando me reuní con ellos, parecían conversar mientras duraba la espera. Te presento a mi esposo, le dijo ella al muchacho. Nos va a acompañar. ¿Tienes algún problema con eso? No, no señora, contestó. Yo, mientras tanto, abría la puerta. Bueno, sigamos, comenté. Mi esposa ingresó primero, luego el chico, quien me saludó con un mucho gusto. Y yo les seguí.

No más cerrar la puerta, ellos ya se habían colocado frente a la cama. Mi mujer, llevando el control de la situación, instruyó al muchacho para que se acostara de espaldas y, en esa posición, procedió a bajarle el pantalón. Y, al hacerlo, ambos nos llevamos tremenda sorpresa, porque el muchacho poseía tremendo miembro, que, una vez expuesto, se irguió como el cuerno de un rinoceronte, porque así parecía; grueso en la raíz y delgado en la punta.

Mi mujer, en medio de su calentura, no se aguantó, y, despojándose de la falda y sus pantis, le instaló el condón con evidente placer, palpando aquel miembro, y, consecuente con su intención, lo cabalgó de inmediato. Su torso seguía vestido, pues no se quitó la blusa que llevaba puesta. Actuó rápido, acomodándose el glande de aquella tremenda verga en su vagina, dejándose caer sobre ella para empezar a subir y bajar al ritmo de sus crecientes emociones. La verdad es que la escena era muy picante y excitante. Más aún cuando ella, desaforada, empujaba con sus nalgas como si no hubiera mañana. Estaba realmente excitada y parecía que aquello no acabara nunca.

El muchacho, pasivo, solo era testigo de las maniobras que mi mujer realizaba para satisfacer sus ímpetus. Ella se movía de lo lindo sobre aquel y yo me deleitaba viendo como aquella verga entraba y salía del cuerpo de mi mujer, quien, sin descanso, empujaba con mayor vigor, adelante y atrás, a lado y lado, en círculos. Pensé que esa profunda penetración le pudiera causar alguna molestia, pero, por lo visto, más que incomodidad, lo que le generaba aquel contacto era un tremendo e inusitado placer. Estaba desencajada, pero muy entusiasmada con la aventura. Creo que ni siquiera ella misma habría imaginado que la noche fuera a terminar en eso.

Pasados los minutos ella, que gemía al vaivén de sus sensaciones, llegó al clímax. Tras un sonoro ¡uuuy…! su cuerpo cayó rendido sobre el cuerpo de aquel y cesó toda acción. Estuvo rico, le dijo al muchacho, y permaneció recostada sobre él mientras tomaba aliento y se recuperaba. Y, al cabo de unos instantes, se acomodó a su costado, palpando con su mano el miembro que acababa de disfrutar.

Tendidos allí, sobre la cama, conversaron un rato. ¿Y qué hacías cuando te contacté? Preguntó ella. Estaba esperando a un amigo, contestó él. Tenemos una cita con unas amigas, pero, habíamos quedado de vernos con él antes y entonarnos un poquito antes de que ellas llegaran. ¿Y es que acaso ustedes no llegaban con ellas? Ellas viven fuera de la ciudad y se vienen a pasar el fin de semana en la capital. Aprovechamos para divertirnos y pasar el rato antes de su regreso. A veces se van el domingo. A veces el lunes, depende de su agenda.

Y, tu amigo, ¿ya llegó? No lo sé. No me he comunicado con él. Déjame ver. A continuación, el hombre se levantó, tomó su celular y estuvo chequeando los mensajes en su whatsapp. Está por acá, comentó, pero me dice que las muchachas están retrasadas. No van a llegar en menos de dos horas y es posible que prefieran irse para su casa y encontrarnos otro día. Me pregunta sí nos tomamos algo y esperamos o si, de una, les cancelamos la cita. Bueno, dijo mi esposa, ¿será que está dispuesto a compartir con nosotros un rato? Tengo ganas de estar con dos hombres al mismo tiempo. ¿Le llamará la atención el programa?

Coméntale en qué andas, le indicó mi esposa, y pregúntale si puede venir a hacernos compañía. Y nos cuentas. Yo, escuchaba aquello entre sorprendido y expectante, porque, después de haber visto a mi esposa darse gusto con dos tipos en la misma noche, no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Será que quiere alardear con el muchacho y ver cómo reacciona? Y si le siguen la corriente, ¿será que sigue con la aventura? El muchacho, entonces, entró al baño y se dispuso a llamar a su compañero. Básicamente le comentó que se estaba comiendo una hembra y que ella quería que le dieran entre dos. Así que, al salir, nos dijo que todo estaba arreglado y que su amigo no tardaba en llegar.

Cuando el otro muchacho llegó, estuvo atento a lo que su amigo le indicaba. Así que, instruido por él, procedió a desnudarse frente a todos nosotros, un poco receloso de verme allí presente, pero, habiendo hablado con su compañero previamente, ya sabía cómo era la aventura en la que se había metido. Mi esposa, para integrarlo en la actividad, le pidió que la terminara de desnudar y empezó a acariciarle su miembro, menos voluminoso que el de su amigo, pero nada despreciable para lo que se proponía mi mujer. ¿Qué quieres hacer? Le preguntó ella. Quiero penetrarla, contestó él, si me lo permite. Ven, contestó, haciendo la seña de que se aproximara, abriendo sus piernas para recibirle.

La cosa avanzó rápido, porque el tipo, después de acomodarse el condón, se acomodó en medio de las piernas de mi mujer y, en posición de misionero, la penetró y empezó a embestirla. Ella, al parecer complacida con lo que estaba sintiendo, le pidió al otro muchacho que se colocara a su lado, a la altura de su rostro, para poder mamarle su verga mientras era penetrada por su amigo. El miembro de este se puso erecto de inmediato y, sintiendo ella la dureza excitante de ese miembro, le pidió que cambiaran con su amigo y que no la desatendieran. Así que uno y otro empezaron a penetrarla por turnos. Le daba el uno un rato y luego le cedía el puesto al otro. Ella, al parecer satisfecha con lo que pasaba, disfrutaba con la alternancia de sus machos.

Después de un rato le pidió al recién llegado que se acostara y. colocando se ella en posición de perrito sobre él, le pidió a verga grande que la penetrara desde atrás hasta que la hiciera acabar mientras ella se lo mamaba a su amigo. Entonces, el hombre, con licencia para gozarse a mi mujer, introdujo su erecta y enorme verga en la vagina de mi mujer, quien seguramente disfrutaba con la profundidad de la penetración que aquel joven le proporcionaba. Empezaron los gemidos, las contorsiones de cuerpo y, finalmente, sus orgasmos. Pero, dada la intensidad de las sensaciones y no obstante haberse venido, no quería renunciar al momento, así que esperó hasta que el tipo eyaculó y sacó su miembro.

Pásate para atrás le dijo al otro y dale hasta acabar, así que el tipo, ni corto ni perezoso, se instaló detrás de mi mujer y le dio a su antojo hasta que, después de bombear por unos minutos y manosear a mi esposa hasta que más no pudo, alcanzó su propio orgasmo y estuvo presionando las nalgas de ella hasta que su erección terminó, momento en el cual sacó su miembro un tanto flácido, pero con el condón cargado de semen. La escena de ver a los dos hombres dándole duro a mi mujer estuvo genial. Los tipos, que no se la creían, una vez terminada la faena y con la actitud manifiesta de mi esposa de que aquello ya había acabado, procedieron a asearse, vestirse y educadamente despedirse.

Los dos, mi esposa y yo, nos quedamos un rato más ahí, mientras ella se recuperaba del esfuerzo y la intensidad de las emociones experimentadas. Oye, apunté yo, jamás imaginé que hoy fuéramos a terminar. Y yo tampoco, contestó ella, pero me surgieron unos deseos intensos de tener sexo y, la verdad, con uno no era suficiente. Y estuvo bien como pasó. La pasé bien y ya estoy calmada. Así que, ante eso, sin palabras. Sorpresas te da la vida…!!!

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