En la noche, Saúl propuso un juego de cartas, como siempre, según me comentó Ángela. Con esto daba él inicio a sus maniobras que terminaban en una borrachera de conjunto, con juegos no muy simpáticos que digamos. Pero había opiniones.
Saúl:
– Y bien, como tenemos un nuevo miembro del grupo, vamos a explicarle las normas. Se reparte una carta a cada uno y el número más bajo pierde y el más alto gana, así que este le pregunta al perdedor si quiere trago o pregunta o confesión. ¿Entendido? Listo, entonces a empezar – reparte las cartas y gana él y pierde Sonia. Pregunta Saúl:
– Trago, pregunta o confesión. Y Sonia responde “trago”, Saúl le sirve un chupito de ron y se lo manda de una. Reparte nuevamente y gana Cristina y pierdo yo. Pregunta Cristina, pero como no soy de mucho beber, respondo que “pregunta”. Y Cristina me interroga:
– ¿Te gusta Ángela, te gusta mucho? – yo respondo que sí, que mucho. La siguiente mano la gana Sara y pierde Cristina, quien escoge Pregunta. Sara interroga:
– ¿Te gusta el nuevo amante de tu madre? ¿Qué te parece? Y Cristina le responde:
– ¡A quien tiene que gustarle es a ella, no a mí, pero eso es evidente, le gusta; sino, ¡Mírale la carita que pone! – así continuamos con el juego, hasta que, en un momento dado, Saúl está parado repartiendo las cartas y Ángela le pasa por un lado rumbo a sentarse junto a mí. En eso, él le larga una nalgada que retumbó en la sala. Ella arrugó la cara y se volteó hacia él, con mucha tranquilidad y le dijo:
– No te atrevas a pegarme una nalgada de nuevo, no te atrevas – el muy estúpido, creyéndose rey del patio y acostumbrado tal vez a serlo, le respondió que él le pegaría un cachete en sus hermosas nalgas cada vez que le diera la gana, porque ese trasero le pertenecía por antigüedad. Ella trató de responderle, pero no pudo, porque yo me levanté, lenta pero decididamente y me acerqué a él, a pocos centímetros de su cara y le dije:
– No acostumbro amenazar a nadie, pero a partir de este momento, no le pongas un dedo encima a Ángela o a Cristina, porque te parto la cara. Es una advertencia, para que no te caiga de sorpresa.
El muy imbécil no lo podía creer, nuevo Alfa en su manada. Y ripostó:
– Estas son mis chicas, así que yo aquí hago lo que me da la gana y ningún recién llegado va a decirme lo que debo hacer. Además, a ellas les gusta como las trato, ¿No es cierto, chicas? – Sara y Sonia respondieron riendo, pero Ángela y Cristina se le quedaron mirando, despectivamente. Yo me senté, porque no hablo más de una vez. Perro que ladra, no muerde. El ambiente se distendió con algún comentario jocoso de alguien y seguimos jugando, todos bebiendo chupitos por haber perdido, preguntando cosas de doble sentido, bastante bebidos ya, hasta que Ángela le pidió a Cristina que le trajera un vaso con agua de la cocina. Al pasar junto a Saúl, este le largó un manotón a sus nalgas y la chica se resintió. Yo me paré, le silbé y cuando el imbécil volteó a mirarme le di un coñazo tan fuerte en plena cara que cayó para atrás cuan largo era. Estuvo algunos minutos sin poder levantarse, mareado. Cuando por fin se paró, lo miré y le dije:
– Te lo advertí, yo no hablo por hablar. Si no sabes respetar a las damas, escoges muy mal método para aprender, muy doloroso. La advertencia sigue en pie – el infeliz se fue al baño con la nariz sangrando, roto el puente y el labio superior. Lo llevaron sus dos perras, Sara y Sonia. Ángela tenía cara de triunfo y Cristina me miraba como aturdida. Sin saber qué decir, hasta que miró a su madre y me dedicó una linda sonrisa.
De esta manera, se terminó el juego, esta noche ya no habría salida y Ángela y yo subimos a su habitación y Cristina y Niko se fueron a la de ella. Eso me llamó la atención y no pude evitar preguntarle a Ángela:
– ¿Ellos duermen juntos? – ella me respondió que:
– Cuando ella no se siente feliz, busca a su hermano para dormir abrazada a su espalda, porque así se siente segura. Y supongo que, con Saúl en esta casa, ella se asegura de esa manera que él, Saúl, no se atreva a molestarla mientras duerme. Aunque tengo mis dudas si a la hora de la verdad eso serviría para algo – yo insistí en querer saber y continuó diciéndome que:
– Saúl ejerce un poder muy grande, muy fuerte, una gran influencia sobre Niko. Pareciera que lo tiene en sus manos, tal vez por algo que sabe de él y que Niko no quiere que nadie más sepa. Por eso Niko no reacciona cuando Saúl se pasa con nosotras. Si Federico mi marido estuviera aquí, Saúl se comportaría como un corderito, pero como no está, él se ha erigido en el macho dominante de esta manada. Y yo, lamentablemente, por mi eterna posición de mujer sumisa, no le he podido parar el trote. O quizás no he sabido… o no he querido…
Esta última frase me dejó helado:
– ¿No has querido?, no te entiendo – ella me explicó, pero sin poder ser de manera alguna convincente, que Saúl era divertido, aunque era un canalla miserable, pero que ya eran muchos años de conocerse y en fin…
No me gustó su explicación y me convencí a mí mismo que iba a tener que pararlo en seco, tarde o temprano. Esta mujer me gustaba mucho, pero aquí todos estaban en manos de un despreciable ser, ese Saúl tan divertido y tan perverso. Cualquier cosa podía pasar. Ya había realizado tres trastadas, una con Sara y otra con Sonia, una semana antes, sin que yo supiera quienes eran, pero yo lo había presenciado. Ya lo sabía, había ubicado a estas dos mujeres como las víctimas del pervertido flaco. Y otra con Ángela, donde pude ver claramente que era un degenerado. Y Ángela y Cristina corrían peligro allí con él.
Esa noche como podrás suponer fue un calco de la anterior, en lo referente a lo acontecido en la habitación. Sexo del bueno, con todos los ingredientes y después del segundo polvo, caí desecho. Ella seguía masturbándose, porque me decía que siempre necesitaba hacerlo, después de acabar. Quería más, pero no creo que un hombre normal pueda con eso. En la madrugada, de nuevo, enculada. Y luego, dormir hasta las 10:00 am.
En el otro piso se escuchó, ya de madrugada, un poco de actividad, Sara y Saúl, pero terminó abruptamente cuando el tipo se fue de hemorragia nasal otra vez.
Al levantarnos, sábado por la mañana, nos bañamos y antes de que pidiera más, le dije que bajáramos a desayunar. Luego a caminar por la playa. Entonces, sentados en un banco de playa, bajo unas matas, ella se acomodó contra mi pecho, sus piernas sobre mí y se acurrucó como el día anterior y le comenté:
– Hace una semana, el jueves pasado en la noche, que es cuando abren la disco, yo estaba tratando de encontrar a Pili, la hija de un amigo, como también hice este jueves cuando nos conocimos. En un momento dado, hacia la medianoche, vi un espectáculo que me desagradó mucho, pero que solo he llegado a conectar después de conocer a Sara y a Sonia, además de ver de cerca al imbécil de Saúl. Es el caso que el tipo flaco les daba “chupitos” a las dos mujeres que iban con él, una rubia despampanante vestida de verde limón, todo su cuerpo ajustado y otra castaña, de muy buen ver, con unas tetas descomunales. Ambas iban vestidas como para no dejar lugar a dudas que buscaban pelea. Y el flaco les daba mucha bebida, seguido. En algún momento, sacó algo de su bolsillo, que no pude ver ni me imaginé que podría ser y lo echó en el vasito del tequila, luego se lo dio a la rubia, quien se lo mandó de una. Al rato, esa rubia estaba que volaba, encendida como un cohete y él la manoseaba, la magreaba, le daba nalgadas durísimas, que dolían según pude notar. Comportamiento que ya conocemos del personaje éste. Entonces se dirigió con ella, tomándola por la cintura, hacia un grupo de cinco o seis tipos blancos, españoles, creo. Negoció con ellos un momento, recibió unos billetes y les entregó a la chica. Luego se marchó. Yo seguí allí para ver los acontecimientos y bueno, ya te puedes imaginar. Los tipos se sacaron las pollas y ella, de rodillas, se las chupó todas. Luego uno de ellos la enculó descaradamente y sin salivita, a lo bravo. Luego otro y otro. Yo me fui de allí asqueado, estaba siendo testigo de una violación en grupo. Al apartarme, cerca de allí, estaba el flaco con la otra chica, la tenía en cuatro patas, casi desnuda y ensartada desde atrás, no sé si vaginal o analmente. Y ella se las chupaba a una fila de más de nueve individuos, entre ellos dos negros, que hacían cola y pagaban 100 pesetas cada uno. Me provocó matarlo, pero no era mi problema. Así que salí de allí a vomitar y me regresé a Palma, a dormir. Ese domingo, la Gendarmería contactó al ama de llaves de Antonio, mi amigo porque habían encontrado el sábado en la mañana a Pili desmayada en la playa, desnuda, ebria, drogada y violada, para variar. Ahora que hemos estado juntos, en tu casa, te puedo asegurar que esas dos chicas eran Sara y Sonia y el que las jodía era Saúl. Te lo juro por lo más sagrado.
Ángela se puso a llorar, así como estaba en mis brazos, cual chiquilla. Ese maldito era un depravado.
Esa noche, cuando todos se encontraban reunidos para empezar el juego de cartas, Ángela se levantó y les dijo:
– Les agradezco que se sienten, porque tengo algo importante que comunicarles, hoy sábado por la noche. Esta es mi casa, no nuestra casa, no, no, mi casa, solo me pertenece a mí. Y ustedes son mi familia. Si, te incluyo, Sonia, porque te conozco desde que tú y Cristina eran unas crías. Aquí estamos para pasar un verano más, como todos los años, pero ahora tenemos aquí a alguien que nunca nos había acompañado antes. Y a ti, Sara, que hacía tiempo que no venías con nosotros. Pero esto se ha ido de madres y tú te has encargado de que se desmadre… – dijo señalando a Saúl, quien se quedó asombrado. Y continuó:
– Hace poco vi con Federico una película del oeste, un western, que se llamaba algo así como “Ha llegado un nuevo sheriff al pueblo”. Pues bien, les aseguro, ha llegado un nuevo sheriff a esta mi casa – todos voltearon a mirarme a mí, el recién llegado. Y ella dijo:
– No, no lo miren a él, no se trata de él, el nuevo sheriff soy yo – todos se quedaron mirándola, asombrados, hasta que Sara se lanzó la carcajada. Ángela aguantó estoica. Cuando Sara se recompuso, Ángela retomó:
– Si, yo soy el nuevo sheriff, llegó la ley y el orden a mi casa. Se acabó el relajo. Tu Saúl, eres un depravado, un mal nacido que me vendiste a unos negros el jueves en la disco – y relató todo, tal cual yo se lo había contado. Y después siguió con el relato de hoy, sobre el anterior viernes, con Sara y Sonia como protagonistas. Después: – Tú, Sonia, amaneciste en la playa, aquí enfrente, desnuda y borracha. Sucia como si te hubieras revolcado en la tierra. Y no sabías nada de ti. Y de ti, Sara, no sabemos nada, creo que regresaste desnuda, porque de aquel vestido verde tan bello no hemos vuelto a saber.
La cara de Saúl era un poema, roja como un tomate, tanto que nuevamente empezó a sangrar por la nariz. Y Ángela lo señaló con su dedo acusador:
– Tienes 10 minutos, por el reloj de Alejandro, para recoger tus cosas y marcharte de mi casa. Alejandro te acompañará, junto con mi hijo, para estar seguros que solo te llevas tus pertenencias y no causes daños. Dentro de 10 minutos, ya no lo detendré, porque creo que tiene ganas de ajustarte cuentas por lo que nos hiciste.
Yo me puse en pie de inmediato, lo tomé por un brazo y le saqué del bolsillo un frasco de pastillas. Las revisé y había unas 18 pastillas de un frasco de 50, de Yohimbina. Las mostré y les dije a las tres chicas víctimas del imbécil, que con eso las drogaba noche tras noche. Cristina preguntó qué era eso y le expliqué que era una droga utilizada por los veterinarios para animar a las vacas para que se dejasen montar por los toros, para ponerlas “malucas”, en pocas palabras. Una pastilla para una vaca de 200 – 250 kg. Imagínense la dosis para una mujer que pesa cuatro o cinco veces menos. Cristina y Ángela lo miraban con odio, Sara me miraba a mí con el mismo odio, como si yo fuese el depravado y Sonia no se lo podía creer. Empezó a golpear a Saúl, por la cara, le daba patadas, lo insultaba:
– Eres un maldito, como me puedes haber hecho eso a mí, tan bien que lo estábamos pasando. Ojalá te mueras, depravado.
– Se acabó la conversación, comienzan a correr los 10 minutos, ya – dijo Ángela. Y yo puse mi cronómetro a correr y subí con él a su habitación, que compartía con Niko. Nicolas ni siquiera se había movido de su sitio. La mamá lo increpó y entonces nos siguió. En la habitación, Saúl estaba como drogado, desesperado porque le habían descubierto el juego. No atinaba a recoger sus cosas. Entonces le di una bofetada y le dije que pusiera atención a lo que hacía, porque después de los 10 minutos, vendrían los coñazos. Por fin recogió y bajamos, salimos con él hasta la calle y allí le dije:
– Ya sabes que no amenazo, solo advierto, para que no te agarre de sorpresa. Si te acercas a cualquiera de los que aquí estamos, las chicas, Niko o a mí, te vas a arrepentir. Voy a contarte una anécdota muy divertida, para que veas que no soy tan malo. Hace unos años, en Caracas, en una fiesta, un imbécil como tú le cogió una nalga a mi hermana, delante de muchas personas. Y se burlaba de ella, le decía que estaba muy rica, aunque algo flojita. Algunas personas, especialmente los muchachos, se reían y mi hermana se sentía muy humillada. Entonces aparecí yo, lo tomé de los huevos con mi mano derecha -allá decimos de las bolas- y se las apreté. Se puso pálido, dejó de reír, no podía ni respirar. Yo fui aumentando paulatinamente la presión sobre sus queridos huevos, lentamente, hasta que sonó como algo que se rompe. Se los destrocé con la mano. El tipo cayó desmayado y solo se levantó como media hora después. Luego supe que al día siguiente tenía las pelotas más grandes que una bola de Balonmano y a los pocos días se las tuvieron que quitar, porque ya no le servían de nada. ¿Sabes lo que es un eunuco? Bueno… adiós, Saúl, realmente fue desagradable conocerte.
Le di la espalda para entrar en la casa, cuando sentí que sonó un golpe muy fuerte. Rápidamente volteé y vi que Niko le había dado un golpe majestuoso en la boca del estómago. El pobre infeliz se dobló y sin aire, cayó de rodillas. Y Niko entonces le dijo:
– Me cansé de ti, de tus amenazas, de tus malos tratos. Tampoco te voy a amenazar, como dice él, pero te advierto, si algún día te acercas a mi madre, mi hermana o mi tía, incluso a Sonia, tal vez quien te destroce los huevos sea yo. Estás advertido.
Entramos a casa y el panorama era diverso. Ángela estaba satisfecha, ni más ni menos y abrazó a su hijo. Cristina estaba exultante, me dio un largo abrazo y un beso muy dulce en la mejilla. Sonia lloraba como si se le hubiera muerto la madre y Sara me veía con un odio mortal. No soporté más su cara de odio y la increpé:
– ¿Qué pasa, porque me miras así? – a lo que ella respondió:
– Porque eres un cretino, acabas de llegar aquí, sabrá Dios de donde, a sembrar discordia entre nosotros. Acabas de destruir la reputación de un chico adorable que no te había hecho nada, que solo nos traía felicidad a todas aquí. Y ahora convertiste a mi sobrino en un monstruo como tú. No te basta con haber envenenado a mi hermana. Ahora si se desmadró todo aquí – y se quedó retándome con la mirada. Ángela se acercó a ella, lentamente, se paró enfrente de ella y de pronto, le largó un bofetón a la cara y le soltó:
– ¿Estas así de pervertida por ese maldito? Si quieres te puedes ir con él, aquí no quiero gente de su calaña.
Esa noche Ángela me premió con una sesión de placer como nunca había experimentado en mi vida, ni siquiera con Tita. Aquella mujer me cogió, me disfrutó y luego me soltó en la cama para que durmiera. Fue un solo polvo, pero ella, en todo el proceso, desde las simples caricias, hasta el final, se corrió más de 10 veces. Gritó y gimió a placer y en un momento dado me dijo al oído que iba a tener que cogerme a Sara para que dejara la pendejada. Durante un tremendo orgasmo, volvió a clavarme las uñas en la espalda, hasta hacerme sangrar. Y me decía que yo tenía la mejor verga que ella hubiera probado en su vida y había probado unas cuantas. Esa noche buscó una cinta métrica de costurera en su neceser y en mi mejor momento midió unos 22 cm. Estaba que se relamía. Luego me dijo que estaba pensando seriamente en dejar a su marido, porque este semental era mejor que el que ella tenía en casa. Y nos dormimos.