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Y pensar que a algunos les gusta

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Me llamo Diego y estoy casado con Ely desde hace tres años. Nuestra unión, al cabo de un año de noviazgo, fue consecuencia del enamoramiento mutuo. Tengo treinta y nueve de edad y le llevo cinco. Soy del montón, no se van a dar vuelta para mirarme pero tampoco provoco rechazo.

En cambio ella es una hermosa mujer en el aspecto que uno quiera enfocar. Físicamente muy linda, buen gusto en el vestir sin ocultar pero sin mostrar, educada, culta y sumamente femenina. En el trabajo está bien considerada por su seriedad y eficiencia. Es verdad que su sueldo es modesto pero mis ingresos bastan y sobran para nuestras necesidades, por lo cual su remuneración la usa para darse algunos gustos.

Nuestra unión discurría placentera y apaciblemente en todos los aspectos hasta el día en que una fatídica llamada telefónica trastornó toda la relación.

Una mañana, poco antes del mediodía estando en casa, la llamé al celular por una necesidad que se había presentado en mi trabajo y que ella seguramente estaría en condiciones de asesorarme. Con el aparato pegado a la oreja escuché una voz de hombre preguntando quién era, recibiendo como respuesta

-“Callate es mi marido”, después, sin darse cuenta que habían hablado con la comunicación abierta, respondió.

-“Hola”

En una fracción de segundo sentí asombro, dolor, bronca y retorné al equilibrio, algo francamente milagroso.

-“Hola querida, quería hacerte una consulta. Decime dónde estás así nos juntamos”

-“No te molestes, estoy en un negocio, pero como no tienen lo que busco en unos minutos salgo para casa pues no tengo que volver al trabajo”

-“Perfecto, yo también voy para casa”

Aunque no era una evidencia concluyente, la imaginación se puso totalmente en mi contra. El dolor retornó con intensidad abarcando desde la coronilla hasta el dedo gordo del pie. Doblado por el agobio salí y tomando el auto estacioné en la cuadra anterior a la de casa. Quería verla llegar. Habrían pasado veinte minutos cuando un auto se paró un poco más allá de donde estaba yo, y ella se bajó para continuar caminando. Cuando estaba entrando arranqué y llegué detrás.

Acostumbrado a verla impecable, segura de sí misma, con semblante reflejando su agrado de volver al hogar, me sorprendió su aspecto. Su peinado ligeramente desprolijo, la cara seria y la chaqueta abierta dejaba ver un botón de la camisa abrochado con el ojal de más abajo, como si hubiera salido a las apuradas. Simplemente me dijo “Hola” mientras caminaba directo al baño. Cuando salió me encontró concentrado frente al televisor mirando un partido de fútbol. El resto de la jornada casi no cruzamos palabras. Sin reconocerlo, ambos sabíamos que lo nuestro se hundía.

Y así pasó un mes y medio, ella tratando de que todo volviera a la normalidad pero sin dar ninguna explicación y yo, ante pruebas tan endebles, tampoco podía pedirla. Por supuesto que desde ese momento desapareció nuestra intimidad.

De la misma manera que una casualidad produjera la fractura de mi matrimonio, otro momento de puro azar me dio la certeza de portar unos buenos cuernos. Iba caminando para hacer un trámite cuando veo venir en mi dirección a Irma, una compañera de trabajo de Ely con la cual tengo una afectuosa relación. Este nexo se inició tiempo atrás, cuando a ella se le presentó una emergencia y yo la ayudé con una cantidad de dinero que le permitió salir del apuro. A pesar de que me devolvió hasta el último centavo, dice estar en deuda por siempre. La invité a tomar algo y ponernos al día pues había pasado un buen lapso desde la última vez que nos vimos. Cuando me preguntó cómo andaba no pude disimular y le conté del enrarecimiento de mi relación matrimonial. Su respuesta me paralizó al punto de reaccionar solo cuando me tomó de la mano diciendo que lo sentía.

-“Vos sabés cuanto te aprecio y por eso me duele tener que decirte esto. Ely hace tiempo que mantiene un amorío con nuestro jefe de área”

-“Cuanto tiempo”

-“Alrededor de tres meses”

Después de unos minutos de silencio, con la mirada perdida, y haciendo un esfuerzo sobrehumano para que el dolor y la bronca no me dominaran, le dije que necesitaba de ella un gran favor.

-“Solo te pido que en la primera oportunidad que los veas saliendo juntos me llames inmediatamente por teléfono”

-“Dalo por hecho”

-“Te ruego me perdones pero esto me tiene muy mal, necesito irme a casa”

Así, destruido terminé la reunión. Los días siguientes fueron una prueba de fuego para disimular lo que sentía hasta que llegó la llamada que esperaba.

-“Recién acaban de salir”.

-“Gracias”.

Hice un cálculo rápido, diez minutos para llegar, cinco para calentar, diez de acción hasta llegar a la cúspide, entonces la llamo en veinticinco. En el tiempo calculado hice funcionar el teléfono.

-“Hola Ely, te llamé al trabajo y me dijeron que recién habías salido. Necesito verte cuanto antes”.

-“Estoy en el shopping buscando un pantalón”.

-“Perfecto, en diez minutos te encuentro en la entrada que da a la avenida”.

-“Dame un poco más así puedo terminar”.

-“No hay problema, que sean veinte”.

En el tiempo acordado más dos minutos de espera la llamé nuevamente.

-“Estoy esperando y no te veo aparecer”.

-“Perdoname me confundí, estoy en la otra entrada y me acabo de encontrar con mi jefe que nos invita un café”.

Luego de ser presentados me arrimé a ella para darle el protocolar beso en la mejilla. Cuando mis labios estaban al borde de tocar su cara, en lugar de sentir el perfume que habitualmente usa, percibí otro olor, por lo cual me retiré. Ya sentados la miro con detenimiento y no puedo dejar de decirle lo que veo.

-“Ely estás desconocida. Peinado desprolijo, maquillaje ligeramente corrido, pálida, sin aros ni colgantes, la blusa totalmente abotonada, olor a saliva en el cuello, facciones desencajadas y manos temblorosas. Realmente notable, pero dejemos eso que ahí viene el café que nos han invitado”.

Después de una charla insustancial, durante la cual mi mujer empeoró su aspecto, nos despedimos del caballero para regresar a casa. Apenas cruzamos la puerta la tomé del pelo para inmovilizarla y le arranqué blusa, corpiño, falda y bombacha.

-“Veamos qué nos dice lo que está bajo la ropa”

Obligándola a girar pude ver un moretón en el cuello, uno en cada pecho y dientes marcados en la nalga derecha. Al soltarla se arrodilló en el piso mientras llorando me decía.

-“Te pido perdón, estoy arrepentida de haberte engañado, te juro que nunca más se va a repetir”

-“Lo que quiero es saques ya todo lo tuyo del baño y del dormitorio llevándolo a la habitación de huéspedes. Aquello que, dentro de una hora, haya quedado, lo pondré en la calle junto con la basura”

-“Por qué”

-“Porque el dormitorio y el baño son del matrimonio, del cual vos, ya no formas parte”

Mientras ella, en camisón y llorando, hacía el traslado yo cambié la ropa de cama por otra recién lavada. Luego almorcé en un restaurant cercano y regresé buscando dormir la siesta, algo que no pude hacer. La tarde me tuvo ocupado en dar de baja las extensiones de tarjeta de crédito que le había dado, cerrar la caja de ahorro donde yo depositaba para sus gastos y cancelar su pertenencia a una prepaga de salud. Lo que era posible lo hice por teléfono para que se enterara sin tener que hablarle. Naturalmente que al darse cuenta de ello me habló.

-“¿Me pensás dejar en la calle?

-“No es mi intención. Mientras estemos legalmente casados tendrás casa y comida sin ninguna obligación de tu parte, pero una cosa es no poder quitarme los cuernos y otra es pagar para que me crezcan. Además te prohíbo ingresar a mi dormitorio, a mi baño y a mi escritorio. Por supuesto que no podés invitar ni hacer entrar a nadie, pues ya no sos la señora de la casa”

-“¿Por qué me haces esto?

-“Lo único que hago es aceptar lo que decidiste. En algún momento hiciste una opción entre la relación matrimonial y otra paralela y por fuera de la primera, sabiendo que no era aceptable mantener las dos simultáneamente. Pues bien, ahora te libero de todas las trabas que tenías por ser mi esposa. Tranquilamente podés hacer lo que quieras, con quién quieras, en el horario que te parezca más cómodo, la cantidad de veces que se te ocurra y con cuántos hombres te venga en ganas. Se acabó fingir ocupaciones, mentir sobre reuniones, simular amistades, y tener que dar excusas inverosímiles”

Al día siguiente estaba en mi negocio cuando recibo una llamada de Ely.

-“Por favor no cuelgues, José quiere hablar con vos”

-“No tengo idea quien es José”

-“Mi jefe”

-“Pasámelo”

-“Hola Diego, desearía poder hablar un rato con vos. Si tenés tiempo ahora, nos podríamos juntar en un café”

-“Perfecto, te espero en la esquina de mi negocio, que es un sitio tranquilo. Ely te puede indicar cómo llegar”

Pasados unos minutos fui al lugar acordado y me ubiqué en una mesa alejada a esperar. Cuando llegó, después del obligado saludo, ambos coincidimos en pedir un café.

-“Te escucho”

-“Mirá, Eli me contó cómo están ahora las cosas entre ustedes. Yo quiero pedirte perdón pues en parte soy culpable de lo sucedido ya que la presioné laboralmente para que accediera a tener relaciones conmigo”

Lo miré unos segundos a la cara y luego, simulando un mensaje entrante al celular, lo saqué, activé el grabador y lo volví a guardar.

-“Estos aparatos que no te dan descanso. Voy a repetir lo que dijiste a ver si escuché bien. Vos te sentís en parte responsable de que Ely me haya sido infiel y por eso me pedís perdón. Así es?

-“Sí, así es”

-“Espero no abusar de tu paciencia, pero para entender bien necesito hacerte unas preguntas sencillas”

-“No tengo problemas en contestarte”

-“A Eli trataste de seducirla porque te pareció atractiva o porque era mi esposa?”

-“Ni sabía que era tu esposa, simplemente me atrajo”

-“Cuanto tiempo llevan en esta relación?”

-“Unos tres meses”

-“Cuántas veces por semana?”

-“Dos o tres”

-“Eso significa dos por semana, trece semanas, veintiséis veces. Y la tuviste que presionar todas las veces?”

-“No sólo dos”

-“Entonces no te preocupes, nada tengo que perdonarte. No somos amigos sino apenas conocidos. No me debes lealtad ni fidelidad. El problema es de Eli que sí tenía obligación de serme fiel. Quizá le tengas que pedir perdón a ella por haberla acosado en el trabajo. Conmigo nada, así que no te robo más tiempo”.

-“Hay algo más, Eli dice que está embarazada”.

-“Qué notable tener que enterarme por vos y no por ella, de cuanto cree estar?”

-“Mes, mes y medio. Vas a ser papá”.

-“No digo imposible pero sí muy difícil. Hace dos meses, cuando la llamé, que ella atendió con vos al lado y escuché la conversación entre ambos, dejé de tener intimidad con ella. Aparte hace más de un año que yo uso preservativo, porque a Eli las pastillas le producen trastornos. Te dejo, suerte”. Saco el celular, apago el grabador y en el momento de guardarlo me dice.

-“Hay algo más que debieras saber”.

-“Soy todo oídos”.

-“Eli es una buena mujer y te quiere. Simplemente fue débil. Prueba de ello es lo que paso la segunda o tercera vez que salimos. Estábamos al borde del orgasmo cuando en mala hora le pregunté si yo la cogía mejor que su cornudo. Sin decir palabra me empujó sacándome de encima, se vistió, fue al baño a arreglarse y cuando estaba por salir se volvió diciéndome ‘Mi marido no tiene la culpa de que yo sea una puta, la próxima vez que de alguna manera te refieras a él no me vas a ver más, pase lo que pase’”.

-“Gracias por el dato, lo anotaré en papel para colgarlo en uno de los cuernos. Chau”.

La hermosa señora, jovial, de mirada luminosa, habitualmente sonriente, con elegancia sugerente sin mostrar nada, artista en combinar ropa, accesorios y adornos de manera que siempre parecía estar estrenando, amable y normalmente optimista, suavemente maquillada resaltando su natural belleza, un peinado haciendo digno marco a sus delicadas facciones, con voz de tonalidad musical, desapareció de la noche a la mañana.

Al día siguiente de mi charla con su jefe, verla salir para el trabajo fue encontrarse con otra persona. Pantalón y chaqueta holgados, con camisa abotonada hasta el cuello. Sin maquillaje ni adornos. Pelo atado atrás en una coleta. Cara seria, ojos apagados con un dejo de tristeza. Erguida pero con los hombros un tanto caídos como quien soporta un peso. La voz monocorde y apática.

Con el correr de los días pude ver que su otrora nutrido vestuario se reducía a seis conjuntos a ser usados en rutinaria periodicidad. Del mismo modo, el abundante repertorio de cosméticos quedó limitado a cuatro o cinco cosas. Las carteras dieron paso a dos pequeños bolsos y los adornos directamente desaparecieron.

Unos tres meses después se produjeron dos cambios notables. Uno fue causado por la señora que desde antes de casarme se ocupaba de las tareas de la casa, y que al salir Ely para el trabajo se acercó.

-“Señor, puedo hablar con usted?”

-“Por supuesto María”

-“Señor, usted es un hombre bueno, cuídela a la señora Ely que es buena y lo quiere”

-“María, sabés lo que hizo Ely?”

-“Sí señor, ella me lo dijo”

-“Y seguís con la misma opinión?”

-“Sí señor, porque ambos se quieren. Sigan peleados si no hay otro remedio, sólo le pido que no la deje caer”

Al mediodía, estando los tres en casa, María perseverante como ella sola, nos pidió hablar con los dos y por supuesto accedimos.

-“Señora Ely y señor Diego, tengo un problema que entre los dos me lo pueden solucionar. El distanciamiento entre ustedes, sobre lo que no opino, me duplica el trabajo y además hace que no salga bien. Como comen a destiempo y en distintos lugares me obligan a servirlos por separado y a uno de los dos recalentarle la comida. Me harían un favor grande si comieran juntos”

De ese cambio surgió una mínima comunicación por la cual me enteré de los resultados de estudios médicos periódicos, de la fecha probable de parto, de que era varón y se iba a llamar Benjamín.

Otro cambio palpable fue la vestimenta. Al empezar a abultar el abdomen se hizo confeccionar tres vestidos amplios que fueron su única indumentaria durante los cinco últimos meses de embarazo. Su vida transcurría entre el trabajo, preparar lo necesario para la criatura de venía incluidas algunas compras, la lectura y algo de televisión. Del padre solo me dijo que había sido destinado a otra sede sin tener ninguna noticia de él.

Cuando llegó el momento la llevé a la clínica y me quedé con ella hasta que la dieron de alta. Algunas noches, cuando la veía agotada, le daba la mamadera y cambiaba al bebé. En una de esas oportunidades, cuando fui a buscarlo pues había estado llorando, la encontré acostada dándole la teta y con lágrimas que bajaban como río por las mejillas. Con pañuelos descartables le sequé la cara preocupado por lo que veía. Era la primera vez que la tocaba después de esa época tristísima.

-“Te puedo ayudar en algo?”

-“Estoy bien, simplemente cada día me duele más lo que te hice”

Con Benjamín establecimos tempranamente una relación muy cercana. Mis brazos eran sus preferidos aun frente a su madre, y era muy común que se durmiera acostado conmigo con su cabeza en el hueco de mi axila izquierda. Ya con algo más del año una noche después de cenar, mirando dibujos animados en el televisor, ocurrió lo esperable, se quedó dormido en mientras lo tenía abrazado. Su madre, que jamás trasgredió la regla de no entrar a mi pieza, desde la puerta me pidió si podía llevarlo a su cama. Cuando miré hacia donde estaba vi la cara triste de una persona abatida que se esforzaba para mantenerse en pie.

Acomodé la criatura sobre la almohada, fui hasta ella, le tomé una mano haciéndola entrar y la abracé. Estuvo varios minutos llorando sobre mi hombro, recibiendo mis caricias en la espalda y besos en la frente y las mejillas. Cuando se calmó y levantó la cabeza nuestros labios y lenguas reanudaron la dulce tarea interrumpida dos años atrás. La acosté a los pies del niño y mi boca se dedicó a saborear su cuerpo desde el cuello hasta la entrepierna con el resultado de dos orgasmos que la dejaron inerte. Las palabras recién brotaron cuando se repuso.

-“No voy a durar ni dos minutos dentro hasta correrme”

-“No importa ya gocé más que suficiente, entrá hasta el final y dejame sentir la fértil descarga que me dé un hijo tuyo”.

-“No quiero reemplazo para el hijo que ya tengo”.

-“Entonces hagamos una nena”.

Tomé sus piernas, llevando las rodillas a tocar los hombros. Ella agarró mi pija y la puso justo para entrar.

-“Mi vida, haceme tuya nuevamente”.

El ingreso fue lento, disfrutando cada milímetro que recorría, gozando de las contracciones vaginales con que ella me acompañaba, mientras sus palabras resonaban en mi oído dándome una bienvenida tanto tiempo esperada. Cuando empecé los latidos de la corrida me ciñó con brazos y piernas diciendo en voz alta.

-“Gracias Dios mío por devolverme el amor que nunca debí perder”

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