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Yo, Carmen la puta (Parte 3)

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Soy Carmen nuevamente, continúo después de un tiempo sin poder escribir con esta mi historia. Si no habéis leído las anteriores de ‘Yo, Carmen la puta’ os invito a hacerlo. Os deseo, como siempre, lo mejor.

Un año, un largo y duro año, había transcurrido desde la primera vez que tuve que recurrir a prostituirme, y tuve una cita cobrando con un cliente. Ese día marcó un antes y un después. Nunca más podría volver a ser una mujer normal después de haber puesto la mano para cobrar un dinero a cambio de ser usada. Supongo, que ese fue el día en el que realmente empecé a considerarme a mí misma una prostituta. Mi primer día de puta.

Desde ese día, mi vida diaria volvió la normalidad, y nada había cambiado. Sin embargo, yo no era la misma. Cuidaba a diario de mi hija y de mi madre, y compaginaba las labores del hogar con mi trabajo en la tienda, el cual me permitía sobrevivir de la mejor manera que podía. Además, sumado esto, ahora tenía un dinero extra. No ejercía la prostitución a diario, pero aproximadamente una vez al mes, mi putero, el mismo que me había concertado la primera cita, cuya relación con él empezó con una mamada, me buscaba trabajo. Una vez al mes, negociaba y me alquilaba por una noche como puta de compañía.

En este año de desde que tuve mi primera vez, fueron un total de 9 citas las que tuve. El dinero ganado, como siempre, era compartido con el hombre que me buscaba la cita. Siempre era así, era el quien recibía el dinero de parte de cliente, y quien cuando la ocasión encartaba me hacía llegar mi parte. La dinámica, y el perfil del cliente, no cambiaron mucho. Solían ser señores maduros, desde 40 a 60 años, necesitados de compañía, y que no buscaban en mi nada más allá que descargar de la manera más primitiva. Era la definición de dinero fácil. Era desagradable entregarme a esos hombres, babosos, que me ansiaban, pero sólo tenía que chupar una polla y abrirme de piernas para que me follasen no más de cinco minutos, que era lo único que solía aguantar. Yo volvía a mi casa de madrugada, tomaba una ducha para eliminar de mí cualquier rastro de hombre, y mi vida cotidiana volvía a la normalidad.

No había ninguna perspectiva de cambio, y el plan era seguir con mi vida de ama de casa por la mañana y de puta casualmente para ganarme el pan. Sin embargo, un bruco cambio en mi vida, que en este y en próximos relatos os compartiré, me llevó al hundimiento. Por primera vez, mi putero, me ofreció trabajar en un prostíbulo. Sería allí, en se lugar, donde por primera vez conocería lo que es ser humillada.

Una tarde, recibí una llamada de él, de Jorge, mi putero.

Jorge: Hola Carmen, ¿qué tal estas?

Carmen: Bien, has encontrado algo para hoy?

Jorge: No pero, me gustaría quedar contigo, y hacerte una propuesta que creo que puede interesarnos a los dos.

No me gusta hacer estos relatos especialmente largos, por lo que os resumiré lo ocurrido aquel día. Tras dejar todo preparado en mi casa a la mañana temprano, y acabar la jornada de mañana en la tienda, como de costumbre cuando nos veíamos, Jorge me recogió y me llevo hasta su casa. Allí, estuvimos hablando largo y tendido, y por primera vez, después de contarme sus intenciones, terminó follándome y dándome un billete de 50 a cambio. Después de todo aquel año, un simple polvo a cambio de ese dinero era algo que estaba dispuesta a permitir. Su propuesta, era simple. Quería que entrase a trabajar como puta ciertas jornadas en un pub de carretera, en el que estaría esperando a los clientes que acudiesen al local. Era, en apariencias externas, un bar de copas donde se ofrecían espectáculos eróticos, pero que de manera negra ofrecía a sus clientes habitaciones privadas a sus clientes en lo que disfrutar de chicas como yo. Él me prometió que todo que el dinero ganado sería para mí, y que todo seguiría de igual manera a como había sido hasta entonces. Pobre, e ingenua de mí en aquel momento.

Llegó la primera noche, en la cual acudiría a aquel prostíbulo. Era un sábado por la noche, y debía de acudir a aquel lugar, local con forma de hostal a las afueras de mi pueblo, el cual anunciaba su nombre en la noche con un letrero de luces fluorescentes. Sin tener como acudir, decidí llamar a un taxi, el cual me trasladó hasta el lugar indicado. Yo salí de mi casa, vistiendo unos pantalones vaqueros corrientes, y una camiseta negra, así como una pequeña rebeca de lana para combatir el frío de aquella noche. Era una noche de lluvia, y cuando el conductor me dejó en la puerta, mostrándome una sonrisa que me hacía pensar que él conocía el motivo por el que me encontraba allí, corrí hacia la entrada del local, de puerta de madera blanca, a la cual llamé presionando el timbre.

Enseguida, un hombre de unos cuarenta años acudió a recibirme, y abriéndome la puerta, me invitó a pasar. Era un lugar de paredes rojas completamente cubiertas de terciopelo. A la derecha del recibidor, una pequeña sala con barra de bar donde un par de hombre tomaban una bebida. Al fondo, un pasillo, iluminado con una tenue luz anaranjada, con una serie de habitaciones, aparentemente de tamaño pequeño. El hombre que me recibió, que resultó siendo el gerente del local, me condujo hasta la parte de arriba del edificio, donde además de otra serie de habitaciones, se encontraba su despacho. Allí, fumando un cigarro, y después de preguntarme mis datos, me contó las condiciones bajo las cuales trabajaría allí.

Tenía que permanecer siempre en la habitación la cual me fuese asignada, trabajar a jornada completa, y atender a todos los clientes que llegaran durante mi jornada de trabajo. Empezaría esa misma noche. Los clientes no eran seleccionados, y eran ellos los que elegían con que chica quería estar al llegar al local. Debía de asegurarme, que ellos se fueran contentos con el trato recibido, e intentar de alguna forma hacer que volviesen a visitarme otro día. Eran las 12 de las noche, y yo, sin firmar nada, acepté. Acto seguido me condujo hasta la habitación que se me había asignado, situado en la esquina del pasillo inferior. Era una habitación pequeña, sin lavabo, con una cama no demasiado grande y una pequeña mesilla de noche donde guardar mis pertenencias. La ropa que tenía que vestir, estaba preparada sobre la cama. Nunca había llevado ese tipo de indumentaria, pero desde entonces sería mi uniforme de trabajo en aquel lugar del que no podría escapar en mucho tiempo. Después de dejarme sola, me desvestí la ropa que llevaba puesta, y me puse las prendas que me habían dejado. Un vestido rosa ajustado de licra, un cinturón blanco, y medias de rejillas. Debajo, ningún tipo de sujetador, lo que marcaba mis pezones debajo del vestido, y un pequeño tanga blanco de hilo que quedaba completamente metido dentro de la raja de mi culo.

Con esa ropa puesta, y después de pintarme los labios de rojos, permanecí esperando en la estancia. En la mesa de noche cercana a la cama, todas mis pertenencias, y un pequeño bote de lubricante. Hacía calor, y mi vagina, la cual estaba un poco penetrada en la parte inferior por el hilo, sudaba así como mis axilas. Estaba nerviosa, y no sabía lo que sucedería.

A las 2 de la madrugada, ya con mucho sueño, llegó el primero de los clientes en aquel lugar. Era un hombre con apariencia de 40 años, con algo de pelo, y barba de dos días.

Yo: Hola, buenas noches.

Él: Hola.

Tenía el gesto serio, no volvió a decir ni una palabra. Nada más entrar comenzó a quitarse el cinturón, bajarse la cremallera, y quitarse la camisa, hasta quedar completamente desnudo delante de mí, con su torso peludo, sin que ni siquiera me hubiese dado tiempo a sentarme en la cama. Se acercó a mí y me metió la polla en la boca, después de yo abrirla al verle venir. Puso sus manos sobre mi cabeza, y comenzó a mover la cintura, follándome la boca. Me la metió completamente flácida, y en un par de instantes se puso completamente dura dentro de mi boca. Después de unos minutos, la sacó su polla de mi boca. Me tumbó sobre la cama, levantó mi vestido, y tiró hacia debajo de mi tanga. Yo alargué la mano para coger el bote de lubricante, y con los dedos coloqué un poco sobre mi vagina. Él se colocó el condón, y tras ponérselo, se dejó caer sobre mí, para comenzar a penetrarme. Era un hombre un hombre aún en buenas facultades, y permaneció más de 20 minutos penetrándome, hasta que finalmente terminó corriéndose. Al terminar, y tras vestirse, él se fue de la habitación, permaneciendo yo dentro.

Después de eso, y tal y como era mi deber, volví a vestirme, y dejar la habitación como si nada hubiera ocurrido, esperando a mi siguiente cliente. Pasaron las horas, y nada cambiaba. El tiempo para mí pasaba lento, y no sabía en qué momento volvería entrar un hombre a follarme. El sueño y el cansancio se apoderaban de mí, y daba por terminada la noche, cuando de pronto, la puerta volvió a abrirse. Esta vez, era un chico joven, que no aparentaba más de 22 años. Era más bien alto, sin nada de barba, y no muy bien peinado. Parecía algo bebido, y tenía la mirada perdida. Estaba nervioso, y parecía algo altera.

Él: Hola, como estas, te sienta muy bien esa ropa, puta. ¿Me vas a divertir esta noche?

Yo: Hola…

Dije algo asustada por su forma de mirarme y su risa perversa. Él se sentó en la cama, y metiendo su mano en el bolsillo, sacó un paquetito blanco. Dentro, un polvo blanco, el cual, sacando una tarjeta de crédito, comenzó a esparcir sobre la mesa. Me di cuenta de que era droga. Acercando la nariz hasta la mesa, comenzó a esnifarla. Al terminar, se dirigió a mí…

Él: Toma, quiere probarlo?

Yo: No, gracias.

Dije sin saber qué hacer. En ese momento se levantó, y cogiéndome del pelo, me obligó a poner la cara sobre sobre la mesa donde lo había hecho.

Él: vamos, lámelo perra.

Estaba paralizada, y no sabía cómo reaccionar, por lo que con mucho miedo en el cuerpo, el cual no me dejaba moverme, comencé a lamer la mesa, percibiendo algo el sabor de aquella sustancia. Mientras con una mano me apretaba contra la mesa, con la otra sacó su polla y comenzó a pajearse. Retiró mi cara de la mesa, y poniendo su polla sobre mi cara, me ordenó meterme sus testículos en la boca.

Él: vamos, cómeme bien los huevos hija de puta.

Me metí sus testículos en la boca, sintiendo como su piel llenaban por completo mi cavidad. Su polla era muy grande. Jamás había visto una de tal tamaño, y probablemente midiese más de 20 cm. Estaba completamente depilado, y mientras le lamía los huevos no paraba de pajearse e insultarme.

Cuando se cansó, decidió que era el momento de follarme. Me dio un pollazo en la cara al sacármela, y tirando de mi ropa, me dejó completamente desnuda, cogiendo mi tanga y forzándome a metérmelo en la boca. Acto seguido me agarró de los hombros, y con fuerza me tiró sobre la cama, cayendo sobre ella boca abajo. Sabía que tenía la intención de violarme, pero no pude hacer nada paralizada por el miedo. Me di cuenta de que no se había puesto el condón, y que se disponía a penetrarme sin él, por lo cual el miedo se apoderó de mí completamente e intenté evitarlo, pero él me agarraba con fuerza desde atrás y nada pude hacer. En ese momento, y separando mis nalgas, colocó la punta de su polla sobre el agujero de mi ano, y haciendo fuerza, me metió su polla por el culo. Era la primera vez que me follaban el culo, y el dolor fue insoportable, por lo que no pude evitar gritar de dolor.

-Ahhh…

Mis gritos no parecieron molestarle, y con fuerza y sintiendo el roce con mis paredes, me violó el culo penetrándome bruscamente. Estuvo cinco minutos rompiéndome, mientras yo lloraba, cuando, al estar a punto de correrse, sacó su polla de mi culo y me penetro por la vagina, dándome unos últimos pollazos y comenzando a correrse dentro de mí, dejándome completamente preñada. Lentamente la sacó, y mientras que yo tumbada y muy dolorida, y con el semen saliendo de mi coño, él se fue sin decir nada.

Fue la primera vez que me forzaron.

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