Mamá siempre fue muy religiosa. Hasta ahora lo es. Los domingos, desayuno en casa a las 8.30 am, para ir puntuales a misa de 10 am. Cuando fuimos adolescentes, mi hermano mayor y yo dejamos de acompañarlos. Mi papá nunca pudo librarse de ir con ella cada domingo.
Un martes o miércoles, que volví de la universidad, mamá se estaba alistando para ir a misa de 7 pm. Una de sus mejores amigas estaba enferma y asistiría. Habían organizado una misa de salud. La encontré un poco molesta pues papá no llegaba y había previsto ir con él. Finalmente, papá nunca llegó y unos 10 minutos antes de las 7 pm, ella salió. La iglesia quedaba a dos cuadras de la casa. En esa época no había celulares y papá algunas veces se retrasaba. No le dio mucha importancia al asunto. Yo sí.
Ni bien mamá salió, corrí al baño. Me depilé mi zona íntima. Como dos semanas que no lo hacía. Sabía que si papá llegaba antes que mamá de misa, tendríamos unos minutos muy placenteros y quería estar súper provocativa para él. Luego fui al cuarto de mamá y de su ropa sucia saqué un bikini que ella había usado el día anterior y había dejado allí para lavarla luego.
Sabía que a papá le excitaba que me pusiera la ropa interior de mamá. No era la más sexy del mundo, pero me quedaba perfecta. Mi mamá se mantenía delgada y nalgona, yo era nalgona. Su talla era mi talla. Y a papá le encantaba verme con los interiores de mamá.
Me puse un short corto y un polo sin brasiere. Empecé a desesperar. Eran ya las 7.10 y papá no llegaba. Tenía los pezones duros y mi coñito muy humedecido pensando que estaríamos solos y volvería a ser suya. En esos años no lo pensaba así, pero ahora a la distancia, diría que estaba enamorada de papá.
Finalmente llegó. Eran ya las 7.20. Nos quedaban unos 40 minutos antes que mamá volviera de misa. Ni bien abrió la puerta y entró me lancé a sus brazos y lo besé apasionadamente. Le decía “papito, papito lindo te esperaba”. Me cargó como su nena y me llevó a mi habitación. Me acostó sobre ella. Empezó a besar mis pies y subir besando mis piernas y mis muslos. Me decía “mi amor, mi tesoro, mi princesa”. Yo moría de ternura y de deseo.
Me desabrochó el short y lo sacó. Me quedé sólo con el bikini de mamá. Me dijo “que traviesa eres amor”. Le pregunté ¿papito te cogiste a mami anoche? Me respondió que sí y que ella tenía ese bikini. Eso me excitó aún más. Sentirme así, con un calzón de mamá ya usado, donde seguro había rastros de semen de papá, me ponía muy caliente.
Me saqué el polo y le pedí que me chupe las tetas. Se sentó a mi costado y comenzó a hacerlo. Mientras sus labios y su lengua recorrían mis pezones, con una mano sacó el bikini de mamá que llevaba puesto. Lo ayudé con mis pies y me quedé completamente desnuda para él. Separó mis piernas con sus manos y mientras me chupaba los pezones empezó a masturbarme. Yo gemía y le decía “papito, papito”.
Sentí como uno de sus dedos entraba en mi culito. Tenía dos en mi conchita que estaba muy jugosa y uno en mi culito que palpitaba de gozo. Con su lengua en mis pezones y sus dedos haciéndome su mujer, llegué, gemí, gemí mucho mientras llegaba.
Pero quería más. Quería que me penetrará. Quería entregarme a él. Ser su mujer ser su hembra. Le pedí que se acostara. Le desabroché el pantalón, se lo bajé sin sacárselo. Le baje también el bóxer que llevaba puesto. Tenía su pene ya erecto grueso y grande, el pene de papi que me ponía loca. Lo recorrí con mi lengua y sentí un sabor que no debía estar allí.
Sentí el sabor de otra mujer. De otro coño. De otro culo también. De semen y de fluidos. De caquita incluso. No me molesté me excité más aún. No solo era la segunda de mamá. Era la segunda de la noche para él. Le pregunté a quien se había cogido. Y me lo dijo “a tu tía Imelda”. Ella era una prima de mi mamá. Siempre putona. Siempre tratando de cogerse a cualquiera en las fiestas familiares. No me sorprendió.
Le dije “seguro disfrutaste a esa vieja, pero yo estoy joven y soy tu hija”. Y se la empecé chupar con todas mis ganas. Con mi lengua tratando de entregarle todo el placer que podía. Cuando sentí que él se venía, dejé de hacerlo. Esperé unos segundos y me senté sobre él. Le entregué mi cola directamente, la cola que él hacía tan feliz.
Mientras lo cabalgaba le decía “seguro la tía no tiene la cola así estrechita como yo. Semejante puta debe estar muy abierta”. Él solo me decía “si mi amor, si mi bebe, si mi hijita, tú estás estrechita”. Me vine y se vino dentro de mí.
Lo besé. Lo besé mucho. Estaba feliz, de ser su hija, ser su mujer, ser su puta. Y empezaba a excitarme mucho ser “la otra”, la que era segundo plato siempre.