Mi esposo necesita ayuda (2): Papá de Miel

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T. Lectura: 3 min.

Las ganas de hacer pis me despiertan, un latido en el vientre que no me deja volver a dormir y me obliga, a tomar conciencia del cuerpo. El sillón desde el cual su papá prometió cuidarme está vacío. Eso me decepciona y alivia, se forma un equilibrio, que cae por el peso de los recuerdos que me avergüenzan, que regresan como si un fuego iluminara escenas fijas, el gesto con que desprendí el corpiño y le mostré las tetas, la fuerza con que apreté los muslos para retener las manos que me acariciaban. Cierro los ojos y pienso si papá tendrá vergüenza.

Enrosco las piernas. Aprieto. Las ganas están ahí, la insistencia. Imagino el líquido, amarillo y tibio, el placer de soltarlo, y apoyo la mano encima de la tela del tanga. La empujo, estiro los bordes para hundirla en el cuerpo como si pudiera formar un tapón. La tela tan fina, el regalo tan especial de mis amigas para sorprender al recién casado, es ahora un trapo húmedo y pegajoso. -Por culpa de papa- digo en voz alta, como si jugara, y me levanta para ir al baño. La habitación es amplia, hay un desnivel que divide la habitación y un pasillo.

Por eso tardo unos momentos en ver que la luz del baño esta prendida. Lo que encuentra ahí, hace que olvide mi propósito. Un culo. Un culo de hombre. Musculoso, alto, sin sobresalir, como si el culo respetara el espacio que forma la cintura. La raya que lo divide, más oscura que el resto de la piel, cruza perfecta y siento el deseo de recorrerla con los dedos. Estoy descalza y lleg0oa sorprenderlo. Lo araño. Apoyo las uñas en la nuca y desciendo hasta el final de la espalda y con la otra mano hago lo mismo en el vientre.

Lo sorprendo. Corta el pis, escucho como el sonido desaparece y con las uñas raspo hasta chocar contra la carne redondeada de la pija. Escucho: –No, corazón, no -pero el cuerpo no se niega, y compruebo con asombro hasta donde puedo llegar. Arrastro la mano a lo largo de la pija dormida, que cuelga como si papá tuviera una cola de mono. Pero gorda. Hay silencio, hay el cuerpo de un papá nervioso que tiene los músculos tensos por las caricias suaves de su hija recién casada. La naturaleza reclama su lugar, el sonido regresa y con el regresa el pis.

Si nos vieran, pensarían que se la sostengo mientras hace. Apenas termina sin que nadie lo mande, me lo enseñe o diga, estiro la piel hacia delante, arrugando la pija de papa, y dejo caer, dos y tres gotas para después retrocederla, correr la piel y ver, como aparece la cabeza, de un rojo oscuro. Arrugo. Retrocedo. Arrugo. Retrocedo. Miguel, mi papa, dice no, no, gruñe, y se dobla tratando de escapar con amabilidad de mis manos, las de su hija. Pero encajo. En cada movimiento, pegada a él.

Parece el juego de la silla -pienso- y así abrazada giro y quedo sentada en el inodoro. Frente a la pija. El pijón. Sentada, las tetas sueltas temblando por lo brusco, la tanga negra pegoteada entre las piernas, la pija gorda y oscura de papá cuelga, una curva que tiembla y crece. Tardo en darme cuenta que la tengo agarrada. Que no suelto, que tocarla es parte de mi cuerpo. Pajeo, agarro y toco la pija de mi papa. Suave, concentrada en percibir los latidos de las venas que lo cruzan. Se agarra de mi cabeza. Murmura. Corazón -dice- no, no.

La pija engorda y necesito las dos manos para cubrirla y todavía así, un pedazo sobresale. Una voz en mi cabeza pregunta: -Micaela, ¿vos te despertaste para hacerle la paja a tu papa? Y sin esperar la respuesta murmura “”. No llego a correr la tanga. Separo los muslos y suelto pis, mucho pis que gotea de la tela y escapa por los costados. Papá escucha el ruido que cae, siente el alivio de su nena, el placer que la sacude. Eso pone dura la pija. Los dedos lo notan. Agarro una pija más gorda, crecida.

Un deseo profundo me lleva a estirar la piel, arrugarla contra el borde que se forma debajo de la cabeza y acercar la cara, darle un beso, aspirar el olor de papá como algo nuevo, y darle otro beso, húmedo, y un tercero, tratando de deformar los labios, y otro, buscando fundirme con él, usando la saliva como disolvente. Marco de besos el largo de la pija. La recorro. Voy hasta abajo y regreso a la cabeza. Beso la pija de papá. Con ruido, con ganas. Abro grande, pero, cuando estoy a punto de meterla en mi boca escucho una tos, un lamento, y Sebastián, mi esposo, grita mi nombre desde la cama y como no contesto, provoca ruidos, caerse de la cama, arrastrar los pies, preguntar por mí.

Antes de cerrar la puerta y quedarme sola en el baño veo a papá levantar del suelo su bóxer, vestirse y abandonarme de nuevo. Dos veces en una luna de miel que no llega a terminarse.

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1 COMENTARIO

  1. Bueno, tarde un poco pero acá esta el tercero, la continuación del anterior relato, como siempre espero que les guste…y haganme saber que les parece, besos!

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