Travesuras de parejas en Lima (1): Daniela y Andrés

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Daniela y Andrés son una pareja joven de 25 años. Son peruanos y viven juntos en un edificio de elegantes departamentos en el Malecón de Miraflores, que es un exclusivo distrito de Lima, que tiene una preciosa vista al mar y desde donde se ve toda Lima y la hermosa Bahía de Miraflores. El departamento es muy bonito y acogedor. Tiene todo el piso alfombrado, con una fibra blanca, muy suave y mullida que invita a caminar descalzo, cosa que normalmente hace Daniela, con mucha sensualidad, para dicha y tortura de Andrés que idolatra los preciosos pies de su amada. Y que sólo verlos lo hace poner a mil, excitado sexualmente hasta el extremo más extremo.

Ambos son físicamente muy atractivos. Se conocieron cuando estudiaron en la mejor universidad privada del Perú. Hace tres años que viven juntos. Ellos pertenecen a la clase social llamada alta y, económicamente, no les falta nada.

Andrés es alto; mide 1.82 m, es de piel blanca, tiene cabello castaño oscuro; va al gimnasio y tiene los músculos bien marcados. Su miembro viril es grande y poderoso. Todo su cuerpo es depilado por todas partes. Tiene ojos color marrón claro. Es abogado y trabaja en un gran estudio jurídico de la ciudad.

Daniela mide 1.70 m, es alta para ser mujer. Es de piel blanca. Tiene cabello largo y es color rubio natural. Sus ojos son verdes; va al gimnasio todos los días y su cuerpo es perfecto. Sus senos son de tamaño mediano, pero bien proporcionados para su anatomía. Todo su cuerpo está cuidadosamente depilado por todos los rincones, hasta los más íntimos. Tiene piernas largas y bellas. Su joya máxima son unos pies preciosos, muy bien cuidados y con las uñas bien acicaladas, pintadas siempre de un atractivo color rojo, al igual que las uñas de sus bien cuidadas manos. Su vagina es extremadamente preciosa y apetecible. Trabaja como gerente de recursos humanos en una empresa inmobiliaria de Miraflores.

Cuando Daniela no está en el trabajo, se viste con una blusa a medio abotonar, unos pantalones muy cortos y delgadas sandalias de playa, lo que hace lucir sus lindas piernas y sus preciosos y bien cuidados pies con uñas rojas, que es lo más bonito de su cuerpo y que vuelve loco a su pareja, Andrés, y a todo hombre que la ve. Las piernas de Daniela, sus preciosos pies, sus ojos verdes y su perfecto cuerpo, enloquece a Andrés, que desea a su pareja intensamente y tiene relaciones sexuales con ella, excitado por sus lindos pies y usualmente le pide a Daniela que le haga masajes sexuales con sus lindos pies y él se los besa y lame sin parar.

Ambos siempre llegan al orgasmo de esta manera, pues a Daniela le encanta y excita que le besen y acaricien sus piernas y pies. Además, goza y llega al clímax cuando masajea con sus pies a Andrés, por todas partes de su cuerpo, en especial cuando con sus dos pies acaricia su enorme miembro viril.

Una tarde, después del trabajo, mientras tomaba un trago, Andrés la observaba a Daniela desde el sofá, con el traje deshecho tras una larga jornada en el estudio jurídico, sintiendo cómo la ansiedad le recorría el cuerpo. No necesitaba palabras: bastaba la forma en que Daniela cruzaba lentamente la sala, consciente de su efecto sobre él. Ella iba muy fresca, descalza, parecía que el trabajo en la oficina no la agotaba.

Andrés se acercó a ella, besándole primero los dedos de las manos, delicadamente, como si cada caricia fuera una promesa. Luego, sus labios descendieron en un recorrido reverente hasta sus tobillos, donde empezó a besar con devoción. Daniela sonrió, sabiendo cuánto lo enloquecía el roce de su piel perfecta.

Ella se dejó caer suavemente sobre el sillón, extendiendo sus piernas con gracia, ofreciéndose. Andrés tomó cada pie entre sus manos como quien sostiene algo sagrado, y empezó a recorrerlos con sus labios, besándolos, acariciándolos, respirando el aroma tenue de la crema que Daniela solía usar. Cada caricia era una invitación, un lento despertar de sus sentidos.

Daniela, entrecerrando los ojos, dejó escapar un suspiro que encendió aún más la pasión en el ambiente. Los dos se perdieron en un juego sensual donde cada roce, cada beso, cada suspiro, los conducía lentamente a un clímax que no era solo físico, sino también profundamente emocional.

Las ropas empezaron a caer al piso. Primero, la blusa de Daniela terminó de ser desabotonada y fue arrancada con delicadeza por Andrés. Él pudo ver los perfectos senos de su amada, pues ella no usaba brasier. No pudo contenerse y se acercó para acariciarlos y lamerlos lentamente. Mientras Daniela dejaba escapar gemidos cortos de placer, notó que sus pezones estaban duros, deseando que sigan siendo estimulados.

Daniela notó la entrepierna de Andrés y vio que estaba a punto de estallar su pantalón por el tremendo bulto que tenía debajo y que ella adoraba. Muy atenta ella, se levantó, caminó descalza hacia él, con los senos desnudos y desafiantes y le quitó a su amado los zapatos, las medias y el pantalón, quedando fascinada por lo que sus ojos veían. Andrés gemía de pasión y le rogó a Daniela para que termine con su labor. Ella no se hizo rogar; se agachó y con la boca le empezó a quitarle la ropa interior a su pareja amada, mientras se relamía de gozo ante la vista del gran banquete que le esperaba.

Finalmente, Daniela obtuvo su merecido premio; ya tenía en sus manos el poderoso y completamente depilado miembro viril de su hombre. Lo empezó a acariciar con las manos, con suavidad. En ese momento, Daniela se puso de pie y, delante de Andrés, se quitó el diminuto short blanco que tenía puesto. Como ella no usaba ropa interior en casa, en ese momento, ya estaba completamente desnuda, ante los ojos de su macho que la miraba con un deseo y pasión que es fácil de imaginar.

Daniela le preguntó a Andrés:

—¿Te gusto?

Andrés juró que obviamente sí le gustaba y le rogó que le hiciera lo que él tanto deseaba. Ella sabía lo que él quería, pero se estaba haciendo esperar, para que la pasión se eleve al máximo.

Andrés se arrancó la camisa y ya estaban totalmente desnudos los dos.

Daniela tomo la iniciativa: se arrodilló frente a él y empezó a lamer su miembro viril, suave y rítmicamente, sin apuros, sin prisas, para ellos el reloj no existía. Andrés gemía de placer. Seguidamente, Daniela se introdujo en la boca el tremendo miembro viril de su amado, no sin dificultad, porque estaba enorme. Parecía que Daniela se iba a atragantar en esta faena. Estuvo más de cinco minutos en esta tarea. Lo lamía de arriba abajo. Estimulaba su glande con la lengua, con gran maestría.

Ambos estaban gozando al extremo, pero se aguantaban porque faltaba el plato fuerte de la noche: el masaje con los pies.

Daniela se sentó en la suave alfombra, frente a frente a su amado que también reposaba en el piso. Andrés estaba contemplando a su hembra, totalmente desnuda, que le mostraba su lindo rostro, enmarcado con sus cabellos rubios oro y que le clavaba ese par de ojos verdes intensos llenos de picardía y deseo. Daniela se dejaba admirar. Cuando en eso, sacó su poderosa arma mortal. De entre las suaves fibras blancas de la alfombra, aparecieron los preciosos, suaves y diminutos pies de Daniela, pulcramente cuidados y con sus uñas rojas pasión que eran la locura de Andrés y todos los hombres que tenían la dicha de verlos.

Conocedora de su encanto, Daniela levantó sus lindos pies, mostrándoselos a su amor para que goce con el espectáculo. Andrés se relamía de gusto al ver este manjar, que él sabía que era, exclusivamente, suyo.

Andrés tomó con las manos los provocativos pies de Daniela y empezó a acariciarlos y besarlos lentamente, empezando por los tobillos, los empeines y, finalmente, metiéndose en la boca cada uno de sus deditos con las uñas perfectamente pintadas de rojo, color de la pasión. Mientras lamía las aterciopeladas plantas de los pies de su mujer, Andrés sentía una erección descomunal de su miembro viril; algo nunca visto. Es que esa tarde, Daniela estaba especialmente encantadora y sensual. ¡Parecía la Diosa del amor!

Cuando Andrés estaba más excitado, llegó lo que estaba esperando desde que llegó esa tarde al departamento: Daniela, con una maestría no muy propia de su edad, estiró sus bellas y bien torneadas piernas hasta que sus lindos pies tocaron los bien formados pectorales de su pareja. Con mucha suavidad y sensualidad iba acariciando, con sus aterciopeladas plantas de los pies, el pecho de Andrés, que aprovechaba en besarlos cuando estas joyas de marfil se acercaban a su boca. Poco a poco, sin prisa, Daniela bajó sus pies al abdomen de su amado.

Finalmente, las joyas de Daniela llegaron, por fin, al miembro viril de Andrés, que los esperaba en una erección espectacular. Daniela lo sujetó con sus dos pies y empezó a masturbarlo suavemente, pero con mucha sensualidad.

Los dos gozaban, por igual, al máximo con esta experiencia. Andrés estaba loco de lujuria y pensaba que iba a eyacular en ese momento, pero hizo esfuerzos enormes para aguantar.

Mientras Daniela le hacía esa maravillosa faena a su amado, lo miraba a los ojos con esos ojos verdes brillantes llenos de pasión, que le advertían que esto recién empezaba.

Después de 15 minutos, más o menos de deliciosos masajes con los pies, Daniela se echó de espaldas en la cómoda alfombra y abrió sus lindas piernas para mostrarle a su macho el premio mayor: su preciosa y totalmente depilada vagina. Daniela empezó a tocarse ella misma y a gemir muy fuerte. Andrés se arrodilló frente a ella, como si fuera un acto de adoración a una Diosa griega, y le empezó a lamer su vagina, suavemente. Empezó a beber los jugos que salían de dentro de Daniela, pues estaba muy excitada.

Andrés, con una gran experiencia, le comenzó a meter la lengua a la vagina de su amada, mordiéndole y tocándole suavemente el clítoris. Ella gozaba como una reina y sus gemidos parecían escucharse en todo Miraflores. Andrés seguía lamiendo su hinchada vulva hasta las comisuras del ano, cosa que excitaba totalmente a Daniela.

Pasados varios minutos de esta deliciosa experiencia de pareja, Andrés se puso de pie, mostrando a su mujer su musculatura y en especial su tremendo miembro viril en perfecta y total erección. Daniela seguía de espaldas en la cómoda alfombra. Ella abrió totalmente sus lindas piernas para ofrecerle a su amado lo que él deseaba. Antes de agacharse, Andrés aprovechó para besar y chupar los preciosos pies de su reina, cosa que lo excitaba todavía más. Finalmente, le echó saliva a su tremendo pene y se agachó para penetrar a su hembra, que lo esperaba ansiosa.

Antes de entrar en ella, se recostó sobre el cuerpo de Daniela y le acarició y besó lentamente, los perfectos senos que seguían con los pezones muy duros. Finalmente, acerco su boca a los labios de ella y se besaron, intercambiando lenguas y saliva, en el beso más apasionado, erótico, sensual y sexual que es fácil de imaginar.

Andrés metió su enorme miembro viril en la depilada, delicada y preciosa vagina de Daniela. Lo hizo suavemente, aunque ella ya estaba súper lubricada, producto del gran deseo que tenía. Se mecieron juntos, se movían con ritmo apasionado, se besaban constantemente, con mucho amor y pasión, durante un buen rato. Ambos gemían de tal forma, que parecía que el edificio completo se iba a caer. Mientras pasaban los minutos Daniela, que era una experta, se frotaba su clítoris, para que la experiencia sea más intensa.

En esos momentos, los gemidos se convirtieron en alaridos y gruñidos, que aumentaron a su máxima expresión cuando Andrés descargó todo su semen dentro de la vagina de Daniela, llenándola por completo con su leche, llegando a un súper orgasmo juntos.

Se quedaron juntos, abrazados, acariciándose, besándose apasionadamente durante largos minutos, él sobre ella, diciéndose cosas muy ricas y sensuales.

Cuando finalmente llegaron juntos al clímax de ese momento, abrazados, piel contra piel, supieron que lo que tenían era más que deseo: era una complicidad única, una conexión donde cada gesto encontraba eco en el otro.

Allí, entre la suavidad de la alfombra y el resplandor del crepúsculo, toda la bahía de Miraflores, con el faro de la Marina al centro, parecía detenerse para contemplarlos.

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