Nadie mejor que tú, tío

0
80474
141
T. Lectura: 9 min.

Más allá de alguna urgencia o consulta puntual sobre un diagnóstico, imagen, medicación o molestia, siempre traté de no mezclar la profesión con la familia. Soy ginecólogo hace más de 25 años y con el tiempo me convertí en uno de los puntos de referencia en lo que a ovarios se refiere y todo el sistema reproductivo femenino. Trabajo hace más de una década en una clínica de fertilización y atiendo en mi consultorio privado a pacientes particulares o derivados a algunas empresas de medicina prepaga.

Tengo cinco hermanos y 12 sobrinos, ocho mujeres y cuatro varones. Nos vemos una o dos veces al año, para los cumpleaños, las comuniones, los casamientos y las fiestas. Tengo 48 años recién cumplidos, tres hijas y un matrimonio aparentemente feliz. Con mi mujer aprendimos a convivir sin molestarnos, tanto para ella como para mí seguir casados significaba estar en una zona de confort que no estábamos dispuestos a poner en peligro. No teníamos horarios, no había ningún tipo de reclamo y nos organizábamos bien para llevar la casa y las finanzas.

El mes pasado, cuando fuimos a la confirmación de uno de mis sobrinos luego hubo una reunión familiar en la casa de mi cuñada, que hacía años que estaba separada de mi hermano y vivía allí con sus tres hijas. Yo estaba a punto de meter como excusa una urgencia para retirarme con elegancia, pero apareció Candela, un ángel de 28 años con curvas pronunciadas y piernas largas. Tenía tatuada una serpiente dorada que le recorría uno de sus muslos, casi al aire por el tajo pronunciado de un vestido que la favorecía.

Candela tenía la piel brillante y unos ojos grises que contrastaban con sus labios pintados de un rojo furioso. Era esa boca la única boca, sobresalía por su aura entre todos los del festejo familiar. Cuando nos saludamos intercambiamos algunas palabras, me contó que tenía una hija de 5 años y que hacía dos se había divorciado “y no en muy buenos términos”. Fueron dos minutos en los que me costó no dejar de mirarle la boca o el escote que dejaba ver dos tetas redondas y medianamente grandes.

Me sentí un viejo pajero porque era mi sobrina la hembra que me estaba poniendo caliente así que decidí continuar con mi plan de escape y me excusé de los presentes comentando solamente que tenía que concurrir a la clínica “con posibilidades de tener que operar”. A Candela, que todavía la tenía al lado le di un beso en la mejilla y le pasé la mano por el hombro con la confianza de familiar. Tenía una piel suave y humectada. Quedé impactado con su hermosura. Con ese culo grande y paradito que dejaba ver ese vestido ajustado. En otro contexto y si no hubiese sido mi sobrina, algo hubiese intentado para que pasara algo más.

Me llevó unas semanas sacarme de mis fantasías esa hembra infernal. Me había subido la lívido a niveles impensados y después de varios meses de matrimonio inmaculado me habían vuelto las ganas de coger. La imaginé chupándome la pija con esos labios carnosos y esa boca que parecía poder con todo lo que tuviese enfrente. Era una belleza sensual, una bomba divorciada, pero era mi sobrina y difícil intentar nada lejos del ambiente familiar.

Y otra vez le voy a tener que dar las gracias a la profesión. Porque hace dos semanas recibí un mensaje que me dejó helado. No tenía registrado el número, pero era de Candela, lo supe apenas pude reconocer su voz sensual y dulce. “Tío, sé que no te gusta atender a los familiares, me lo dijo mamá. Pero creo que nadie mejor que tú para esta primera consulta y en tal caso me derivas con quien quieras. Muchas gracias por entender espero tu respuesta, Cande”. La pija se me puso instantáneamente tiesa. Una consulta con ella indefectiblemente sería algo más íntimo que la última vez.

Traté de estar lo más lo más sereno posible antes de responder para no notara que me interesaba el encuentro. Yo me estaba haciendo la cabeza con mi sobrina y a lo mejor tenía un problema serio o una urgencia. “Candela cómo estás, mirá hoy tengo la agenda explotada, mañana atiendo en el Hospital, recién podría pasado mañana a las 14 en mi consultorio. Decime si es más urgente y te hago un lugar hoy mismo. Beso”.

Su respuesta no tardó en llegar y mucho mejor de lo que me esperaba: “Gracias tío, me siento muy pelotuda con lo que te voy a contar, pero entendeme me quede muy sola después del divorcio y nadie mejor que tú para ayudarme”.

“No te preocupes Cande, te espero en el consultorio”.

Las horas hasta el encuentro fueron interminables. Verdaderamente me había puesto caliente esta pendeja y estaba dispuesto a todo. Era ese tipo de mujer que cuando la vez te imaginás que debe ser un volcán en la cama, todos sus movimientos eran sensuales, tenía una piel suave y las piernas largas. El culo era una invitación redonda y firme a perderse entre esas nalgas que se movían al ritmo de sus pasos como en cámara lenta.

Llegó puntual a mi consultorio. Como era abogada venía con un ambo que la hacía mucho más apetecible. Las tetas le explotaban en el escote de una camisa blanca apenas abotonada. Por los tacos que se había puesto el culo lo tenía super paradito, firme y los tajos de su minifalda dejaban ver casi la totalidad de sus muslos. Cuando se sentó frente a mi escritorio quede paralizado con tanta belleza. Seguía con los labios pintados del mismo rojo fuerte que en la fiesta, pero todavía eran una fruta prohibida, cualquier movimiento en falso mío podría significar el fin de mi familia. Pero la pendeja me volaba la cabeza.

Candela comenzó a relatar una historia bastante complicada respecto de su relación anterior. Se había divorciado porque “vivía realmente en el infierno”. Me contó que su exmarido la drogaba y le hacía tener relaciones sexuales con sus amigos o con desconocidos. “Una vez en un hotel se escondió detrás de las cortinas y me obligó a que le hiciera sexo oral al botones. Perdón Carlos siento muchísima vergüenza”, dijo e inmediatamente se recostó sobre el escritorio y se puso a llorar desconsoladamente. Sus tetas casi se habían salido de la camisa, era una hembra caliente y derrotada, pero yo seguía sin entender para qué me había ido a ver a mí.

Me incorporé y fui hasta donde estaba sentada para darle un abrazo, una demostración de afecto. Era una mujer rota pero su hermosura la convertía en una fuente de lujuria. Mientras me relataba su desdén pude imaginármela comiéndose varias pijas a la vez, cabalgando y pidiendo que le dieran más y más. Tuve que calmarme, estuve a punto de cometer una locura, pero me contuve. Mi erección era bastante notable, pero eso no me importó nada.

Noté que Candela miró hacia mi bulto pronunciado antes de también incorporarse y abrazarme fuertemente, sus tetas se pegaron a mi pecho y sentí por primera vez que su corazón latía agitadamente. Apoyó su cabeza en mi hombro y le ofrecí un vaso de agua. Y ahí vino su confesión brutal.

“Carlos hace cuatro años que no tengo sexo con nadie, tengo miedo de haber quedado con algunas secuelas, siento miedo a ser penetrada y que me duela como con ese hijo de puta que hasta palos me llegó a meter”.

Le dije que se tranquilizara, que se notaba que era una mujer sana y que cualquier herida del pasado la cura el tiempo. Que más que una visita a un ginecólogo, más allá de los controles habituales, lo que necesitaba era otro tipo de terapia. Que le iba a pasar el contacto de una ginecóloga amiga que trabajaba con algunos casos complejos y tenía un muy buen consultorio interdisciplinario.

Candela me escuchaba atentamente, mientras yo iba hablando vi como se iba desabrochando los botones de su camisa luego de quitarse el saco y ponerlo en una de las puntas de la camilla.

“Entonces no me vas a revisar Carlos. Nadie mejor que tú para saber si tengo algo grave”, me dijo mientras lentamente se desbrochó el botón de su pollera y la dejo caer por sus piernas largas hasta el piso. El espectáculo que tenía ante mis ojos era descomunal, tenía un conjunto de encaje con transparencia que dejaban ver sus dos pezones erguidos, como dos timbres asomando en su piel suave y brillante. También la tanga era transparente y se notaba que tenía la vagina bien depilada, apenas un triángulo diminuto que me voló la cabeza.

“Por favor tío Carlos —me imploró— luego continuaré los chequeos con quien vos me digas”. Agregó y con un simple movimiento de uno de sus dedos en la espalda dejo caer su brasier y las tetas quedaron al aire. Eran redondas y grandes, con dos pezones que sobresalían sobre una estela rosada. Se le había puesto la piel de gallina y los pezones sobresalían con una forma cilíndrica perfecta. Tuve que contenerme las ganas de jugar con mis labios, darles un pequeño mordisco para ver su reacción.

Candela estaba decidida, se inclinó sobre la esquina donde estaba toda su ropa amontonada y lentamente comenzó a bajarse la tanguita, pude ver cómo se desprendía de esos labios carnosos que a simple vista se notaban húmedos. Candela estaba caliente, necesitaba que alguien la tocara después de tantos años de abstinencia. Tenía un culo perfecto y unos mulsos tan sinuosos que su vagina sobresalía con apenas separar las piernas. Se dio vuelta y me miró a los ojos. Notó que yo estaba nervioso con la situación y que mi erección era grotesca. Traté de acomodarme para que no se notara tanto pero ella me frenó en seco.

“Tranquilo Carlos, te pido disculpas por el atrevimiento. Espero que esto quede como un secreto entre vos y yo”. Acto seguido se sentó en el banquillo y apoyó sus piernas en cada uno de los lados de la silla de exploración ginecológica. Por primera vez pude ver su conchita rosada y un orificio anal bien marcado, como los que tienen mucha actividad. Se recostó sobre el banquillo y su cuerpo era un espectáculo. No podía creer que tuviera a mi sobrina con las piernas abiertas y caliente.

Comencé a escucharla con el estetoscopio. Primero por el pecho. Estaba frío y eso le puso más duros los pezones. Fui acercando el aparato hasta que lo apoyé directamente y le pedí que inhalara y exhalara suavemente. Candela largo un gemido dulce y prolongado.

Bajé la inclinación del banco y empecé a manosearle las tetas. Con criterio profesional, pero con extremada lujuria. Disfrutaba apretando esas dos tetas redondas y firmes y masajearlas por todos lados para ver si detectaba algo raro. Candela se mordía los labios para no gemir, sentía como mis manos la iban poniendo cada vez más cachonda.

Comencé con la palpación abdominal. Tenía un abdomen chato y con algunos músculos marcados. Apenas se notaba la operación de cesárea como una línea fina en una piel suave y humectada. Cuando llegué cerca de la zona de su vagina no pudo contener el gemido y volvió a morderse los labios.

“Está todo bien doctor?” me preguntó con una voz quebrada y sensual. Como quien dice cosas lindas al oído. Le dije que por ahora estaba todo correcto, que iba a tener que mirar sus partes íntimas y ella instintivamente abrió un poco más las piernas. Me puse unos guantes de látex y la linterna vincha para mirar bien en su interior. Siempre que pude traté de rozar su clítoris y eso la aflojaba un poco más. Separé los labios con mis dos manos y encendí la linterna para ver bien. Era una concha perfecta, estaba toda mojada. Y era una invitación a lamerla.

Le dije que iba a acercar mi cabeza para sentir sus olores, que a veces son muy importantes para un análisis de este tipo y cuando acerqué mi nariz a centímetros de su vagina sentí como con sus dos manos presionó mi cabeza para que mi nariz se hundiera en esa laguna de néctar dulce. Me saqué de un manotazo la vincha linterna y le hundí la lengua hasta lo más profundo que pude. Candela suspiró con fuerza y comenzó a gemir mientras le hundía mi lengua y jugaba con su clítoris. Candela me agarró más fuerte de la cabeza y comenzó a temblar. “Me vengo tío”, me dijo y sentí como mi boca se llenaba de sus jugos calientes. Seguí chupándosela hasta que relajó su espalda y se le aflojaron las piernas.

Me levanté del banquito y me bajé los pantalones. Por primera vez Candela pudo apreciar mi pene. Estaba hinchado y se le marcaban las venas. La cabeza quedó a centímetros de su vagina caliente. Ella atinó a tocarla. “Está hirviendo tu pija tío Carlos, ¿me va a hacer mal?”; me preguntó mientras con las dos manos puso mi cabeza amenazante en sus labios rosados. Recordé sus años de abstinencia y opté por empujarla muy suavemente. Mi pija estaba tiesa, hinchada y con las venas s punto de explotar.

La cabeza se fue perdiendo entre sus labios carnosos, y Candela gritó por primera vez de placer. Se contorsionó sobre su espalda y con ambas piernas hizo presión para que mi pene se incrustara hasta los huevos. Quedamos pegados, me incliné para comerle los pezones y lentamente empecé a bombear con un ritmo moderado. Ella cruzó sus dos piernas en mi espalda y con leves empujones en mi culo iba metiéndosela hasta el fondo en cada embestida.

Candela gritaba y se retorcía y me metía la lengua en las orejas mientras le iba comiendo las tetas. Me separé un poco para poder bombear más fuerte y con una de mis manos le empecé a acariciar el clítoris. Se puso más puta, con sus piernas se clavaba mi pija hasta lo más hondo de su rajita inundada. Seguí acariciándole el clítoris hasta que noté que estaba acabando, las paredes de su vagina latían en mi verga mientras me pedía que se la metiera más adentro.

“Cogeme más fuerte hijo de puta”, me dijo mientras con sus uñas se aferraba a mis antebrazos. Saqué la pija la dejé un instante rozando su clítoris hasta que ella la volvió a empujar hasta el fondo, hicimos ese juego que la ponía más caliente hasta que volvió a acabar con un gemido largo y sostenido. “Dame más pija”, me imploraba mientras sus piernas temblaban en mi espalda y yo seguía golpeando mis huevos en sus nalgas.

La volví a sacar, pero esta vez la cabeza la apoyé en el botón de su culo. Estaba dilatado, pero se mantenía cerrado. Aproveche sus jugos para jugar con mis dedos en el orifico de ese culo sediento. Ella inclinó las piernas casi a la altura de mis hombros y por la altura del banco mi pija quedo pegada al botón de su culo. Empujé suavemente y su ano se fue dilatando hasta que logré meterla toda. Ella suspiraba y temblaba, me pedía que lo hiciera muy despacio, me quedé quieto, con la pija enterrada en su culo, tenía miedo de largarle todo el chorro de leche al menor movimiento.

Estaba muy caliente, quería cogerla hasta que me pidiera que frenara. Empecé a a masajearle el clítoris y las paredes de su culo cedieron ante mi pija gorda que comencé a entrar y sacar con movimientos suaves. Tenía el culo más estrecho que la concha y mi pija se iba haciendo lugar en cada embestida. Le empecé a pellizcar los pezones y se puso loca.

“Rompeme bien el culo, tío, hacía mucho que no sentía una pija tan hermosa en mis entrañas, dame fuerte, llénamelo de leche”, me suplicó mientras yo seguía bombeando cada vez con más fuerza. Ella volvió a acabar y me seguía pidiendo que se la metiera más adentro. “Enterrámela hasta los huevos, Carlos, quiero sentir tu semen caliente”, me dijo mientras me chupaba los dedos y gritaba como una loca pidiendo más y más. “La leche te la voy a dar en la boca”; le dije mientras la sacaba de su culo latiente. “Donde quieras Carlos”, me dijo y se inclinó hacia mi pija. “Te gusta que sea puta y chancha”; me dijo mientras se metía hasta la garganta mi pija al borde del colapso.

Le hundí la pija hasta la garganta y le presioné la nuca hasta que sintiera que se atragantaba. Cuando la saqué hizo algunas arcadas, pero volvió a metérsela hasta que su nariz golpeaba con mi pelvis y con su lengua llegaba a lamer mis huevos a punto de explotar. Ella la chupaba y se frotaba el clítoris, cada vez que se la metía hasta la garganta sus ojos se humedecían y daba un pequeño grito de placer cuando se la sacaba. “Dame toda la leche hijo puta, te gusta como te coge esta pendeja”, y empezó a jugar con uno de sus dedos en mi culo. Eso me la puso más dura, la agarré de las mejillas y literalmente empecé a cogerle la boca. Fueron diez o quince embestidas en las que ella sólo acompañaba con sus labios y su lengua.

Cuando notó que estaba a punto de acabar, acarició mis huevos y se aferró a mi pija. Con el primer chorro de leche caliente la hice toser pero enseguida se repuso y empezó a succionar y a tragársela toda. Fueron dos o tres chorros interminables con ella prendida a mi poronga que seguía tiesa a pesar del orgasmo.

Siguió jugando con su boca en mi miembro. Con la lengua bajaba hasta los huevos y volvía rápidamente para envolverla con sus labios carnosos y empujar hasta el fondo. Luego la sacaba lentamente, succionando para llevarse hasta la última gota de leche que me quedaba. Ella seguía frotándose el clítoris y pude sentir como volvía a acabar mientras saboreaba mi leche. Se estaba tragando uno de los mejores polvos de mi vida.

Se incorporó, me dio un beso en la boca y se quedó desnuda varios minutos pegada a mi cuerpo. Candela estaba agitada, le temblaban las piernas, pero por primera vez se la veía sonreír. Le dije que no tenía absolutamente nada por lo que preocuparse, que le iba a pasar el teléfono del algún colega para que se hiciera los estudios de rutina. Ella seguía allí , como perdida, contenta por haber dado un paso adelante en su vida íntima. Me reiteró que para ella esto iba a quedar en secreto y que nadie iba a enterarse ni siquiera de su visita al consultorio.

Le dije que las puertas estaban abiertas y que podía consultarme cuando quisiera. “Nos veremos pronto tío Carlos, sabía que para mi problema no había nadie mejor que tú”.

Loading

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí