El acuerdo

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Gema oyó la puerta y se levantó de la silla notando como las mariposas revoloteaban en su estómago. Llevaba puestos pantalones finos de andar por casa color negro y una camiseta de color blanco con una leyenda gamberra en inglés. Las gafas con gruesos marcos de color bermellón, rostro alegre, media melena, tetas de tamaño medio y trasero respingón a juego con la nariz. Hace un mes había cumplido treinta y uno.

-Hola vecino. -Dijo nada más abrir la puerta.

Fran era un tipo serio de cuarenta años con barba. Llevaba puesto traje de vestir color azul oscuro y camiseta de cuadros pequeños color beige. Su voz era ronca e imponía respeto.

Nada más cerrar la puerta el recién llegado dio la primera orden.

-¿No me vas a dar un beso de bienvenida?

La mujer se acercó y rodeándole el cuello con las manos le dio un beso en los labios.

Las manos de Fran se posaron en las nalgas de Gema apretándolas con suavidad. Nalgas firmes y tiernas a un tiempo.

-Y bien, supongo que hoy es primero de mes. -intervino la chica.

-Lo sé, por eso estoy aquí… ¿el acuerdo sigue vigente verdad?

Gema asintió con la cabeza.

La relación con su vecino no era estrictamente sexual. Eso podría cambiar cualquier día, pero no era el principal motivo de sus encuentros mensuales. Se trataba más de algo psicológico, de una necesidad.

Gema era una persona exigente consigo misma pero muy inconstante. Capaz de lo mejor y lo peor. Su vaguería era hereditaria y perdía la concentración en el trabajo o llegaba tarde. Los psicólogos que había visitado no le habían ayudado, nada parecía funcionar con su carácter caprichoso… hasta que encontró la terapia de azotes y, de casualidad, a alguien de confianza que pudiera aplicarla.

-Pues no nos demoremos más. Tráeme el cepillo.

La mujer fue al cuarto de baño, sacó el cepillo con el que domaba su pelo del cajón y volviendo al salón se lo entregó a su vecino. Luego se bajó pantalones y braguitas y se tumbó sobre las rodillas de Fran.

Los azotes comenzaron sin más preámbulo. La primera decena en silencio, la segunda con queja por parte de la azotada, conteo y frase. “Cinco, gracias por calentarme el culo.” dijo recibiendo el “cepillazo” número quince.

El trasero rojo, el rostro rojo y el pene del ejecutor grande.

“25, gra… gracias por calentarme el culo.” dijo la chica sin poder contener las lágrimas. Las nalgas picaban mucho.

-Bien, por hoy basta de azotes. Ahora te arrodillas y atiendes mis necesidades.

Gema, sorprendida, pensó en pedirle explicaciones. Aquello era nuevo y no formaba parte del acuerdo inicial. Sin embargo, algo en su interior, un deseo irrefrenable, la obligó a seguir. “Quizás, si le doy placer, termine cogiéndome de manera ruda.” pensó.

Primero lamió y chupó el pene con esmero.

Luego utilizó la lengua para recorrer la sudada raja del culo de su vecino.

Por último, pidió que le hicieran el amor.

Un preservativo de traje para el miembro viril, una vagina expuesta y parcialmente cubierta por una mata de pelos gruesos.

El trasero femenino pegado sobre la mesa, las piernas abiertas de par en par y una mirada que brillaba con el deseo.

Fran la penetró haciéndola gemir.

La penetró mientras metía la lengua en su boca.

La penetró mientras pellizcaba los pezones erectos.

La penetró mientras besuqueaba su cuello llenándolo de saliva.

Gemidos, más gemidos… hasta que el cuerpo, presa del orgasmo, perdió el control.

-¿Quién es la siguiente? -preguntó Gema mientras se cubría las tetas con el sujetador.

-Eso es confidencial.

-Al menos puedes decirme que haces con ellas… o ellos.

Fran recordó a Mario, un universitario al que azotaba con el cinturón mientras se masturbaba. También estaba Inés y las sesiones de masaje con final feliz, Paula, con la que practicaba sexo anal y Rosa, de su misma edad, con la que jugaba a médicos y enfermeras, poniéndole supositorios y administrando inyecciones de vitaminas en sus glúteos.

-Hay de todo… -se limitó a responder.

-¿Mañana estás libre?

-Sí, pero… -contestó Fran con la imagen del culo rojo en su cabeza.

-No, no es para que me azotes… es para besarnos, abrazarnos y bueno, para hacer el amor después de una cena ligera con vino.

Fran anotó la cita en la agenda de su móvil y se marchó.

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