Habían pasado ya casi cuatro meses desde que Carlos se marchó. En ese tiempo mi vida se limitaba a ir de casa al trabajo y viceversa. Las lloreras iniciales fueron desapareciendo progresivamente y durante ese tiempo no había vuelto a dejarme tocar por un hombre, aunque propuestas no me faltaron. Mi vida sexual se había reducido a masturbarme en la soledad de mi habitación mientras por mi mente pasaban los recuerdos imborrables de mis experiencias con Carlos, con el que charlaba por teléfono dos o tres veces al mes.
En una de esas conversaciones (después de las cuales casi siempre terminaba llorando) Carlos me preguntó si había vivido experiencias nuevas en el sexo. Le dije que no, que no me sentía con fuerzas, pero sus palabras consiguieron que me diera cuenta que por mucho que lo deseara Carlos no iba a volver. Me aconsejó que siguiera disfrutando, que probara cosas nuevas y que siguiera experimentando con maduros. Tardé en convencerme a mí misma que lo mejor era seguir hacia delante, pero al final lo conseguí. Lo haría con tiempo, con tranquilidad y hasta encontrar un maduro que realmente me resultara atractivo y que me hiciera sentir bien.
Mi trabajo de relaciones públicas en el hotel me resultaba de lo más ameno. Conocía muchísima gente nueva, algunos muy interesantes, otros normalitos y hasta los típicos perdonavidas que piensan que dentro del sueldo y las funciones de una relaciones publicas está incluido el servicio de puta particular en sus habitaciones. Dentro del grupo de los interesantes conocí a Emilio. Un señor viudo, de 50 años, con una conversación muy amena y envolvente y que venía a la ciudad una vez al mes por motivos de trabajo que se quedaba alojado durante 3-4 días. Poco a poco la confianza entre Emilio y yo fue creciendo.
En una de sus estancias y cuando ya tenía las maletas en el hall para volver a Madrid le pregunté si todo había sido de su agrado. Me contestó que el servicio había sido de sobresaliente, aunque todavía no llegaba a matrícula de honor. Me picó la curiosidad y le dije que para su próxima visita lo sería y que me dijera en que habíamos fallado para no ofrecerle un servicio perfecto. Emilio me contestó: “si la relaciones publicas me dejara invitarle a cenar entonces les daría la nota máxima”. Nos reímos los dos con el comentario sin darle mayor importancia. Emilio se fue, pero yo me quede pensando en su propuesta.
Era un señor atractivo, muy interesante, amable y simpático conmigo y con los empleados y la propuesta de invitarme a cenar me hacía sentir halagada. Además, ya había superado lo de Carlos y mi cuerpo me daba señales de que necesitaba una alegría con mayúsculas, un hombre que me hiciera disfrutar y volver a hacerme sentir como una mujer plena y satisfecha.
Pasado el mes Emilio se volvió a alojar en el hotel. Era un martes por la noche cuando llegó y nada más verme me dijo que se marchaba el viernes y que esperaba que esta vez la puntuación al irse fuera de matrícula de honor. Nos reímos un rato y me propuso que antes de irme nos tomáramos un cerveza en el bar de al lado para charlar. Mi jornada había terminado así que acepté su propuesta. Tomamos una cerveza en un pub cercano al hotel, charlamos de todo un poco y le dije que esta vez todo iba a ser perfecto durante su estancia.
El jueves libraba por la tarde así que le dije que me podía invitar a cenar esa noche. Emilio me llevó a uno de los mejores y más caros restaurantes de la ciudad… es lo bueno que tiene ser el dueño de tu empresa y poder cargar todos los gastos a la Visa de la misma. Cenamos muy bien y tomamos bastante vino, entre otras cosas porque Emilio era un gran aficionado y me dio toda un serie de consejos interesantes de como catar y degustar un buen vino. Charlamos agradablemente y tras la cena nos fuimos a tomar una copa al pub de al lado del hotel, tras lo cual Emilio me dijo que me acompañaba hasta casa para que no fuera sola, un verdadero caballero.
La verdad es que no quería irme a casa. Mi cuerpo pedía guerra y tenía decidido que un señor de los pies a la cabeza como Emilio era el más adecuado para dárselo. “Me apetecería más tomar una copa de cava en una sitio tranquilo contigo” le dije. “Podríamos ir a tu habitación y estar allí relajados”. Emilio aceptó encantado. Yo fui por la parte trasera y como disponía de las llaves subí por una de las salidas de emergencia para que nadie me viera y ningún empleado hiciera comentarios raros al verme subir a la habitación de un cliente.
Le di tiempo a Emilio para que subiera y a los 10 minutos me presenté yo. Me abrió la puerta y me recibió con una copa de cava. Nos habíamos bebido casi la botella y mi cuerpo no quería esperar más. Estaba excitada y creo que Emilio lo notó porque llegado el momento comenzó a besarme el cuello y acariciarme mis muslos por encima de mi falda. Se le notaba seguro de sí mismo, algo que me vuelve loca de los hombres maduros. Sus manos y sus labios eran expertos y entre besos y caricias me había dejado únicamente con la ropa interior sin que yo me diera cuenta…
Yo también empecé a desnudarle y se quedó solo con los slips, mostrando un bulto sugerente, pero que no aparentaba ser la pedazo polla que vi cuando se le puso completamente dura. Me tumbó boca abajo en la cama y me terminó de quitar el sujetador y las bragas. Todo mientras me besaba el cuello, me acariciaba la espalda, las nalgas y las piernas y pasaba su lengua por todo mi cuerpo.
Estaba un poco agarrotada (no estaba acostumbrada a que me tocara un hombre que no fuera Carlos) pero cuando sentí como incorporó un poco mi cuerpo y su lengua se abrió paso por mis nalgas para perderse en mi húmedo coñito me relajé por completo y comencé a disfrutar.
Me comió el coño con delicadeza, tomándose su tiempo, explorando todos los rincones con su lengua, mordiéndolo, lamiéndolo mientras sus manos amasaban mis nalgas y le proporcionaban un masaje muy placentero. Terminé corriéndome como no lo había hecho desde que estaba con Carlos, empapando la cara de Emilio con mis jugos.
Tras darme un par de minutos de respiro me tocaba a mi jugar con Emilio cuyo bulto se había transformado. Le quité el slip y delante de mí apareció una verga maravillosa. Totalmente proporcionada de tamaño y grosor, su glande rosado y grande, un tronco de piel más bien oscura y unos huevos enormes.
Lo tumbé en la cama y me dediqué a lamer y succionar aquellos increíbles huevos mientras mi mano le pajeaba. Envolví su tronco con mis labios hasta llegar a la punta, la que ensalivé por completo y la lamí con mi lengua. Empecé a mermársela intentando meter toda su polla en mi boca como hacia con Carlos, pero no me fue posible.
La trabajé con delicadeza, saboreándola, sintiendo como recorría cada milímetro de mi boca y notando como a medida que su excitación crecía el olor a macho que emanaba invadía mi boca en su totalidad. Emilio me tumbó boca arriba. Me tuvo otro ratito chupándosela hasta que decidió que era el momento de enterrarla en mi coño. Menudo gustazo cuando la sentí entrar. Lenta pero segura comenzó a taladrar mi coño de una manera que casi tenía olvidada.
Me sentía llena, caliente, notaba como sus huevos me golpeaban a cada embestida y mi calentura no tenía límites. El orgasmo fue brutal. Me quedé temblando y sin fuerza, pero Carlos no tuvo piedad de mí. Siguió follándome como a una perra hasta que finalmente sacó su polla para pajearse encima de mis tetas. En mi vida había visto tanta leche junta. Salpicó mis pechos, mi cara, mi cuello, mi pelo… parecía que nunca iba a terminar de soltar leche.
Cuando terminó me fui a duchar, charlamos un ratito y volví a mi casa, una vez más por la salida de emergencia para evitar tener que dar explicaciones a nadie sobre lo que yo hacía saliendo a aquellas horas de la habitación de un cliente.
Al día siguiente Emilio bajó a las 10 de la mañana y me dijo al despedirse que esta vez sí que me daba la matrícula de honor. A partir de esa experiencia comencé a tener relaciones más habituales con maduros. Algunos eran clientes del hotel (quienes por cierto me han dejado unas propinas muy abultadas en recepción cuando se marcharon) y otros eran gente que iba conociendo como proveedores. El sexo está siendo muy agradable con ellos, aunque mis orgasmos todavía no han llegado a los límites máximos a los que me llevó Emilio esa noche y Carlos durante nuestra relación.
Con Emilio sigo teniendo sexo cada vez que viene y estoy encantada de la vida. En el próximo capitulo (que será el ultimo) os contaré un fin de semana que pasé con Emilio en su habitación y en el que preparó un sesión muy especial que a día de hoy todavía me tiene un poco confundida.
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Excelente y candente relato, me gustaría hacer amistad con alguna madura que quiera escribirme, me fascinan las mujeres madura. saludos