Una dominicana ardiente e insaciable

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Soy un cuarentón, espíritu jovial, buena onda, siempre veo el vaso “medio lleno”, militante incondicional de la alegría y el buen humor, abonado a la teoría de que todo lo que hacen los hombres es “p´conseguirse minas” (para conseguirse mujeres). Adhiero a la fidelidad flexible, acuerdo tácito con mi compañera, luego de poco más de veinte años de convivencia y como ardid sustentable de la supervivencia de la pareja.

Dos décadas de fidelidad fue mucho, demasiado tiempo, había llegado el momento de retomar algunas licencias de vida, solo era cuestión de tiempo y oportunidad, y… sucedió bien pronto, cuando me llamó Eduardo.

Un entrañable amigo, él y su mujer se regalaron un viaje por la vieja Europa. Para su tranquilidad me dejó a cargo de su casa, de controlar y asistir a sus hijos de 18 y 19 años, en cuanto hiciera falta. Con los muchachos tenemos una relación fenomenal, como de tío. Para los quehaceres domésticos estaba Lua, muy simpática. Lua es de raza negra, dominicana, joven y de buen ver, tanto de ida como de venida, buenas formas y firmes, con todo el ritmo sensual de su raza.

Desde que llegó al país, la casa de mi amigo fue la suya, uno más de la familia. Tan buena fue la relación con los chicos que llegó hasta las sábanas, solo es un par de años mayor que ellos, por estos días está caminando sus gloriosos veintiún añitos. Los muchachos se la vienen cogiendo desde hace buen tiempo, hasta, hicieron un trío más de una noche que los viejos (padres) no estaban en casa.

Desde que el mayor de los muchachos me lo contó, comencé a mirarla con otros ojos, seguramente ella estaba anoticiada de que conocía sus andanzas por las camas de los “pendejos cogelones” pues desde ahí comencé a percibir que su actitud en mi presencia parecía mucho más sensual, hasta arriesgaría que en algún momento a solas casi provocativa.

Las mujeres de raza negra para mí eran algo exótico, desnudas, sólo las vi en el canal porno y en el Natural Geographics, obviamente me gustan más las del canal porno. Buscaba la ocasión para poder regalarme con el espectáculo de verla solo para mí. Carácter afable, felina como pantera, andar cadencioso, tomó debida nota que me llevaba prendido al meneo de sus caderas.

Uno de esos días pasé para ver como marchaba todo, entré con mi llave, todo era silencio, parecía que todos habían salido, llego a la cocina para beber un poco de agua y me tropiezo… con una Venus de ébano salida del baño, solo una toalla, envolviendo el cabello crespo.

Piel tersa, brillo mate, ojos casi verdosos, esmeraldas reluciendo en medio de la noche, labios carnosos y teclado de marfil que destella cuando ríe. Pechos redondos, plenos, rematados en pezones gruesos y erectos, vientre plano y talle estrecho, suaves curvas y cadera firme, entre los muslos una espesura de vello enrulado esconde el sexo de mis ojos arrobados por tanta mujer.

Pasmado, ante la perfección, prodigio del mejor escultor. Me sonrió, esparció la alegría de su risa y algunas gotas de agua al menearse delante mío.

—¡Qué pasa! ¿Nunca ha visto una negra desnuda?

—¡No!, y… menos alguien como vos, la primera.

—¿Y… ¿qué tal?

—¡De diez! ¡Ja… ¡un súper 10! Y un… ¡Meritorio diez!

No se intimidó, más aún, demoró para mostrarse, lentamente se dirige a su habitación mirando sobre su hombro para asegurarse que fuera tras ella. Entré siguiendo a la diosa negra, entendió mi curiosidad y la seducción, disfruta el momento, goza el poder que otorga ser distinta.

Seducción total, sentado en el borde de su cama, espectador de cómo se vestía, lentitud extrema, gestos exagerados para crear ambiente, gira un poco para colocarse la tanga, de tal modo que cuando levantó el pie y lo apoyó sobre una caja, me exhibía en primer plano y a todo color el sexo entreabierto, el rojo nacarado brillante del interior resulta muy erótico en un entorno negro mate.

Sólo con esa prenda, se apretó contra mí, quedé entre sus pechos, besaba esas masas de color oscuro y aroma tan particular, saltaba de uno a otro sin parar, volaba de calentura sujetado de esos globos negros de sabor tibio y dulzón. ¡Qué delicia! sentirse ahogado entre sus mamas, besando el aroma de su piel húmeda. Puso distancia entre mi cuerpo y sus carnes.

Arrodillada entre mis piernas, buscó el bulto que pugnaba por romper el jean, liberta la erección, emergió duro buscando consuelo en las palmas blanquecina de Lua, subir y bajar la piel hasta brotar de la uretra esas primeras gotitas de incontenible calentura. Empujé levemente la cabeza, la señal que espera, la metió en la boca, mamada increíble, sabia y eficiente como pocas, sabe cómo graduar la chupada para darme el mayor goce, consulta con los ojos y sigue mamando, derritiéndome de placer en la caliente boca que se engolosina con el caramelo del amor.

Levanto la pelvis y aprieto de la nuca, me pierdo en la calentura, algo brusco y descontrolado, es una cogida bucal, con todo. En lo mejor de la situación escuchamos ruidos de llave que acciona la cerradura, los muchachos que volvían, empujamos la puerta de su cuarto para cerrarla.

Apremiados por la situación y mi calentura, apuró “el trámite” para hacerme acabar cuanto antes, aceleró la mamada. ¡Acabe!!!, chorros gruesos y espesos dentro de la cavidad bucal se llevaron mi calentura, mostró el contenido lácteo y luego tragó, en dos tiempos, ésta acabada gloriosa.

Acondicioné la ropa, como pude y me hice ver diciendo que venía de la terraza. Al rato apareció la negrita, tomamos unas gaseosas y marché para casa.

Esa noche y otras más las pasé pensando en ese cuerpazo y esa boca que mamó mi leche, los ratones (pensamientos calenturientos) enloquecían y excitaban a más no poder, hasta me costaba mantener quietas las manos para no “ajusticiarme” por mano propia, quería guardar toda mi leche para cuando hubiera la oportunidad de darle con todo.

Visité con más frecuencia para ver como andaban las cosas. Llamé, nadie respondió, recorrí y nada, silencio, botellas vacías indicaban que hubo fiesta. La puerta abierta del dormitorio principal exhibía sobre la cama el cuerpo de Lua, de bruces, desnudita. ¡Qué buena está! Se erectó el miembro duro como pocas veces.

Me acerqué, dormía agotada por el licor y el cansancio de la enfiestada. Sentado a su vera, acariciaba su espalda, sin moverse, seguí acariciando los muslos con suavidad, al separarlos y mirarle el hermoso culito, tan parado observé rastros de semen escurridos de la conchita, remanente de una “venida” gloriosa.

La calentura me pudo, desnudo, sacado de excitación, poronga en mano presto y decidido a entrarla con todas mis ganas. Despacio como para no despertarla antes de tiempo, fui haciendo lugar con dos dedos dentro de la vagina, leve movimiento sensual como respuesta, seguí las caricias en la conchita, dejándose hacer los mimos, fui por más…

Con el semen remanente y algo de flujo de la “argolla” (vagina) unté el culito, suave, en círculos, dibujando con el lubricante el esfínter. Dormida y todo lo disfrutaba, no pude más… me ubiqué ahorcajado sobre su culo, evitando despertarla y que frustrara esta enculada. Se la mandé por el culo, de un golpe, entré la cabeza, y me volqué sobre ella enloquecido de calentura.

La penetración la despertó, ensartada por mi turgente vara de carne, imposible no sentirme cuando entra, un grosor que no todas aguantan con facilidad, movió como para salirse, lo impedí con el peso de mi cuerpo sobre el suyo, mis manos en los hombros la sujetan contra el lecho, mis rodillas aprietan y sujetan sus caderas, imposible zafar de la cogida propuesta.

Hasta ese momento no sabe quién la monta, por cómo se debate debió saber que no es alguno de los muchachos, solo pide suavidad.

—¡Más despacio!, ¡me duele! –repetía quejosa.

Insistí en la enculada, todo adentro del orto, la cogida pintaba para muy buena. Lua giró la cara para ver quien la sodomiza.

—Ya me parecía…, la tienes más grande que…

—¿Estás bien?

—¡Sí!, dame despacio, menos fuerza…, así… asíiii

Presentados, seguimos cogiendo, recorría el conducto anal, la cabeza gozaba del estrecho pasadizo. Con la mano por abajo de Lua asistía a la conchita para ponerla en carrera. Era una hembra muy copada (dispuesta), gozaba y dejaba gozarse, disfrutó de todo el “pedazo” bien adentro, qué calentura nos agarramos ¡por Dios! ¡Algo de no creer!

El movimiento fue vibrante condujo a una acabada tan emotiva como abundante, me dejó estremecido cuando le vacié todo el contenido de los huevos en el fondo del culo. No me salí, quedé todo duro, sin moverme, esperando que dejara de latir, prolongando el momento. Lo retiré casi tan duro como al entrar.

Lua me contó que los pibes prefieren irse a bailar bien “cogidos”, es decir vaciarse en ella antes de salir, y que suelen regresar al día siguiente, casi al mediodía, bueno a la hora de comer más o menos.

—Entonces… ¿podemos hacer otro?

—Si quieres… ¿le quedan ganas?

—¿Cómo?… ¡vas a probarlo ahora mismo!

Ahí mismo nos hicimos otro, por la concha y desde atrás, intenso y más largo. Luego un corto sueño reparador.

En la mañana, nos encamamos nuevamente, hasta me animé a chuparle la conchita, era más rico de lo pensado, atrás quedaron los prejuicios por las negras, esta era de primera, tan limpita, tan entregada, tan caliente como no imaginaba. Este orgasmo mañanero fue estruendoso, gritando de placer y satisfacción, acabamos casi juntos, quedamos abrazados después de acabar, sin levantarse, la concha con mi semen dentro del nido, como me gusta.

Este semen me sirvió para lubricar el culo y pegarle otra culeada atroz que la dejó bastante dolorida. Dejé el lecho donde le rompí el culo, satisfecha y dormida.

Hasta que volvió mi amigo de Europa nos seguimos enfiestando en la cama de él, después seguimos, pero en un hotel.

Lua sigue cogiendo con los muchachos, pero dice que soy el que la hace gozar más, según su opinión, además es lo bastante estrecha para hacerme desearla cada vez más.

Lobo Feroz

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