Carlos tenía dos debilidades. El tango y las mujeres jóvenes.
Conoció a Malena en un vuelo a Buenos Aires. Estaba sentada a su lado y conversaron durante el trayecto, que no fue muy largo. Ella era bailarina de tango en un conocido local de la ciudad. Y era muy joven, no más de 22 o 23 años. Carlos era un hombre de larga experiencia que ya peinaba canas. Ella tenía una sonrisa arrolladora y una mirada inquietante y, Carlos pensó que debía estar imaginando cosas, pero ella le tiraba onda.
Cuando aterrizaron, se despidieron con la invitación de ella a que vaya a la milonga el sábado siguiente.
Él pensó que lo había dicho por gentileza, pero aún así no podía dejar de pensar en ella. De recordar el perfume que ella estaba usando y su mirada oscura e intensa. Por lo que el sábado se presentó en el lugar. Ni siquiera se acordará de mí, pensó. Pero se equivocaba.
Una docena de mesas se ubicaban en torno a las paredes del local, dejando en el medio una pista de baile de escasas dimensiones donde un par de parejas demostraban su dominio del baile. Una de las bailarinas era Malena.
Carlos se sentó en una mesa vacía y se deleitó observándola. Vestido bordó de terciopelo, pegado al cuerpo como si se lo hubiesen pintado. Con un hombro descubierto, de largo apenas sobre la rodilla y con dos tajos a los costados que permitían el libre movimiento de las piernas en los complicados pasos de baile. Medias negras, de red y sandalias negras de altísimos tacos. Cintura ínfima, piernas musculosas, piel tersa, manos delicadas, cuello largo, orejas pequeñas, cabello oscuro, piel de mármol blanco y labios como gotas de sangre.
La mesera le trajo a Carlos una copa de vino que el agradeció como un autómata. Sus ojos no se despegaban de Malena que terminaba la pieza en ese momento con el ultimo chan de la orquesta. Cuando ya iba a comenzar una nueva pieza, los ojos de ella se posaron en ese hombre canoso, alto y apuesto y una sonrisa que hubiera derretido el iceberg y salvado al Titanic se dibujó en su cara. Le dijo algo a su compañero de baile y este asintiendo se alejó de la pista. Malena se aproximó a Carlos.
—¡Aceptó mi invitación, que bueno!
—¿Cómo no hacerlo? Rechazar la invitación de una joven tan hermosa hubiera sido una descortesía. Que lugar tan agradable.
—¿Me va a acompañar con la siguiente pieza?
—Nooo, no podría, mis dotes de bailarín no son suficientes para acompañar su virtuosismo.
—Vamos, no sea modesto, y de todas formas no hace falta que hagamos una exhibición. Venga, deme el gusto y no me trate de usted, que acá no somos tan formales.
¿Como resistirse a semejante invitación? imposible.
—Muy bien, pero sólo si vos a mí tampoco me tratás de usted.
Ella le tendió la mano y salieron a la pista. Él la rodeó con su brazo de forma firme pero suave. Muy de bailarín ese roce necesario para la marcación de las figuras, pero que permite el libre movimiento de ese otro cuerpo que por un momento es parte de uno.
Cuando el baile comenzó los dos cuerpos se acoplaron como si hubiesen sido esculpidos a propósito para completar los huecos uno del otro. Sus miradas se fijaron en los ojos de cada uno. Y la sonrisa de ella se detuvo en sus labios. Sin dejar de mirarse en ningún momento recorrieron las pista en brazos uno del otro y la lujuria se abrió paso hasta a ellos.
La mano de él sobre su cintura le provocaba a ella un cosquilleo entre las piernas que jamás había sentido con otro compañero de baile. El roce de los seños de ella en su pecho, a él lo estaban volviendo loco. La respiración se hacía más sospechosamente entrecortada y los ojos brillaban con un fuego nuevo. Bailaron una pieza, dos y cuando finalizó la tercera y el deseo en ambos era evidente ella le pidió descansar un segundo.
—¿Me permitis? tengo que ir al tocador.
Él aprovechó a recobrar el aliento. No era el cansancio del baile sino la creciente ansia que se formaba en su zona intima. Esa mujer lo estaba volviendo loco de ganas.
Malena volvió y lo agarró de la mano. Lo arrastró a la pista para una milonga en la penumbra. El ritmo más rápido y más entreverado hacía que los cuerpos se frotaran con vehemencia. Él estaba al borde de decirle una barbaridad, pero se estaba conteniendo, porque no estaba seguro de si ella tenía las mismas ganas que él y, de ninguna forma quería arruinar ese momento. Pero entonces ella, se llevó la mano al escote del vestido y sacó algo pequeño y negro que le metió en el bolsillo del saco.
—¿Qué es eso? —preguntó Carlos sin dejar de bailar.
—Un souvenir, —le dijo ella pasándose la lengua por los labios.
El metió la mano al bolsillo y palpó. Era tela, suave, muy suave, labrada… quizá un pañuelo… como de encaje… un poco húmeda… y ahí lo entendió… la miró para confírmalo y lo supo por su mirada lujuriosa. Ella le había entregado su ropa interior, húmeda de deseo. Jamás una mujer le había regalado algo más exquisito. Ahí ya no dudó más.
Le besó la mano y la sacó a la calle. Tomaron un taxi para hacer el trayecto de 15 cuadras que separaban la milonga del departamento donde él se hospedaba. En esas cuadras ninguno de los dos dijo una sola palabra, pero el taxista se dio cuenta de que el sexo iba sentado en medio de ambos. El olor a pasión se sentía en el ambiente. Cuando subieron al ascensor para llegar al piso 14 ya no pudieron contenerse y él la levantó como si fuera una muñeca por la cintura, las piernas de ella enroscadas alrededor de su cintura y el intuyendo la humedad y el calor del sexo desnudo de ella sobre su saco y su camisa…
Así, llegaron al piso correcto y así, anudados en un beso abrió la puerta y entraron. Sin soltarla, camino hasta el dormitorio y recién ahí la depositó sobre la cama. Ella, de pie sobre la cama, con el vestido medio levantado y él de pie junto a la cama con una erección que amenazaba romper las costuras del pantalón.
Carlos estiró los brazos para agarrar a Malena con la firme intención de desnudarla. pero ella lo detuvo: “no, dejame a mí”. Se bajó de la cama, se paró detrás de él y rodeándolo con los brazos comenzó a desabrocharle el cinturón, a bajarle el cierre del pantalón a bajárselo junto con el calzoncillo… con mucha habilidad ella se agachó arrastrando todo con ella por sus piernas y lo empujó para hacerlo acostar boca abajo atravesado en la cama con las piernas medio colgando fuera.
En esa posición le sacó los zapatos, las medias, el pantalón y el calzoncillo, dejándolo totalmente vestido de la cintura para arriba. El intentó darse vuelta, pero ella saltó sobre la cama, se lo impidió poniéndole un pie encima de la espalda, clavándole suavemente uno de sus tacos en la piel.
—Quedate así, amor.
Se acostó ella boca abajo sobre la espalda de él, arrastrándose hasta acomodarse en la posición que quería… la concha desnuda de ella pegada a la nuca de él… la boca de ella besando sus nalgas. La suavidad del vestido de daba a él una sensación sensual incomparable.
Pero nada lo había preparado a Carlos para lo que sintió cuando Malena puso una mano en cada una de sus nalgas, se las abrió y comenzó a succionar su ano. A besarlo, a lamerlo, a mordisquear los alrededores. A medida que ella profundizaba su exploración con la lengua en su culo, sentía como su nuca se mojaba de las emanaciones jugosas de ella. Y eso lo calentaba aún más.
La lengua de ella, poniéndose dura, entraba y recorría las paredes internas y salía para dejarlo suplicar. Los huevos de él hinchándose y enrojeciendo y la pija llenándose de líquido colgando por el borde de la cama, fueron víctimas de las manos de ella que sin dejar su tarea exquisita en el culo de él comienzan a recorrer con el roce apenas de las uñas su pija hasta el extraño… toma la cabeza y la cubre por completo con su mano y con la punta de un dedo juega a profanar el orificio que ya llora su liquido preseminal… la agonía y el éxtasis… momento de terminar su tarea.
Malena baja de la cama, se arrodilla frente a la pija inflamada de Carlos y se la mete en la boca golosa y apremiante. Mientras tanto reemplaza con dos dedos, el lugar que su lengua ocupaba en su culo. Y simultáneamente chupa, exprime la verga mientras penetra el culo y es dueña completa de los estremecimientos más profundos y de los gemidos largamente ahogados de Carlos.
Cuando finalmente con un grito sordo descarga toda su leche ella la recibe en su boca, gustosa y solícita y la bebe como premio por la danza sexual regalada. Él no puede ni moverse. Ella se acuesta a su lado y con la cara toda llena de leche lo beso profundísimo. El cree que murió y se fue al cielo.
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Lo entiendo y lo ejerzo. Cojer con jovencitas siendo un cincuentón es un gozo que nadie debe perderse. Digo, para las chicas de 18-24 es un morbaso cojerse a un maduro.
Bella historia me encantó