Amo a mi prima Blanca, pero no pude resistirme a Irene

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Conté la última vez la idea de Blanca para evitar que nuestra relación incestuosa fuera descubierta por nuestros padres: cada quién conseguiría una pareja estable para guardar las apariencias. Ella escogió a Samuel, un tipo agradable y tímido y yo a Irene, una chica de mi universidad con fama de zorra.

El día que nos hicimos novios, Irene me dio una mamada brutal y terminé en su boca. Más tarde recurrí a la técnica de edging para expulsar una buena cantidad de semen y que mi prima Blanca no notara m infidelidad (habíamos acordado no tener relaciones sexuales con nuestras parejas, que sólo serían una tapadera). Fracasé. No pude resistirme a los encantos de Irene.

Como íbamos a la misma universidad, veía diario a mi novia oficial. Blanca asistía a otra escuela, por lo que el riesgo de ser descubierto era mínimo. Ya lo he dicho, a pesar de la fama de puta que tenía Irene en la facultad, la verdad es que era una mujer muy guapa e interesante. Me divertía mucho con ella y me encantaba escucharla hablar. Me sentía afortunado de haberla escogido como novia, ya que el resto de los hombres de la escuela no la tomaban mucho en serio por ser fácil a la hora del sexo y se perdieron a una mujer con planes, sentimientos y sobre todo, una maravilla seductora.

El día se me iba en esos pensamientos y en el sentimiento de culpa que me embargaba cuando recordaba a mi prima Blanca. Ella era el verdadero amor de mi vida y debía permanecer fiel a ella a pesar de las circunstancias. Algún día encontraríamos la forma de estar juntos sin tener que ocultarnos. Pero por ahora, Irene estaba disponible para mí.

Los miércoles era el día en que Blanca salía con Samuel y yo con Irene. Fuimos al cine, a una función semivacía. Irene pasó todo el rato acariciando mi verga por encima de los pantalones. Nos abrazamos y besamos suavemente y en general disfrutamos de la cita como una pareja lo haría. Al salir de la sala, mi erección estaba por reventar mis jeans. Ese había sido el propósito de Irene. En cuanto nos subimos al coche simplemente me dijo.

—Llévame a un hotel, guapo, ahí puedo ayudar a desahogarte. Vi el reloj, no eran ni las ocho, había tiempo de sobra. Pasamos al OXXO por una botella de vino y condones y nos dirigimos a un hotel alejado de cualquiera de nuestras casas.

Bebimos directo de la botella y pusimos algo de música. Irene se quitó los tacones, quedando sólo en un vestido azul. Eso era algo que me encantaba de ella. Blanca, mi prima estaba buenísima pero su estilo era mucho más relajado, con sudaderas y jeans. Irene, mi novia, siempre iba impecable, con vestidos, tacones y un maquillaje discreto pero que resaltaba su belleza. Cuando vaciamos media botella la abracé por detrás y comencé a besar su cuello y sus hombros cubiertos apenas por los tirantes de su vestido.

Ella reaccionó acariciando mi nuca. Como he mencionado en más de una ocasión, sentirme tan atraído por Irene cuando a quien realidad amaba era a mi prima, pero no podía evitarlo. Incluso intenté imaginar que estaba con Blanca en lugar de Irene, pero eran tan distintas que me resultó imposible. Decidí dejarme llevar. Abrazaba a Irene por la cadera y fui subiendo mi mano hasta sus tetas. Me gustaba que a pesar del tamaño de sus pechos, casi nunca usaba sostén, ni siquiera cuando llevaba vestido. Bajé el los tirantes y la tela descubriendo esas tetas de maravilla y comencé a acariciarlas.

Estaba en el cielo. Si bien jamás me rendiría respecto al amor de mi prima Blanca, ella era la única mujer con la que había estado hasta ahora. Me desabroché el pantalón y liberé mi verga, levanté la falda de Irene y le restregué mi erección entre sus nalguitas. Terminé por sacarle el vestido y la empujé para tirarla boca abajo en la cama. Irene soltó un gemidito ante la maniobra brusca. Me puse encima de ella, colocando mi verga apuntando hacia abajo en sus nalgas, para rozar su vulvita.

No podía penetrarla sin condón, eso sería traicionar definitivamente la confianza de Blanca, pero podía rozarla por encima para hacerla gozar y ponerla a tope. Una vez encima de ella, puse mis dedos en su cuello y le giré la cara para besarnos. Me gustaba esa combinación entre ternura y brusquedad e Irene reaccionó positivamente a ella.

—Me encantas, bebé —me dijo entre beso y beso.

—Tú me vuelves loco, Irene —le dije mientras con un movimiento de cadera pasaba mi glande por sus labios —¿Me la chupas? —pedí, impaciente.

Me puse boca arriba y ella comenzó a hacer lo suyo, metiéndose toda mi verga a la boca.

Mientras disfrutaba de la boca de Irene agasajando mi pene, hice un último intento de pensar en Blanca, pero cada cierto tiempo ella volteaba hacia arriba para verme a los ojos. Era una viciosa de verdad. Decidí intentar otra cosa. La separé de mi pene y le pedí que se arrodillara. Para que estuviera más cómoda, coloqué una almohada en el suelo. Me puse de pie frente a ella y me agarré la verga. Le di varias cachetadas con mi glande hinchado y luego le ordené que abriera la boca. Ella no lo dudó ni un instante.

Le metí la verga hasta la garganta, la tomé de la nuca y comencé a cogerme a Irene por la boca. La sensación era placentera y también un poco dolorosa, rozaba sus dientes, pero no me detuve. Escuchar a Irene atragantarse con mi verga era todo lo que necesitaba para seguir bombeando. Sin avisarle, eyaculé en su garganta. Varios chorros de semen inundaron su boca. Sólo gruñí con cada descarga y una vez terminado el orgasmo, saqué mi pene de la boquita de mi novia.

Le tendí la mano para ayudarla a incorporarse. Tenía los ojos llorosos. Me vio con una mezcla de placer y miedo. Aun así, hizo un gesto exagerado a la hora de tragarse mi semilla.

Pensé que me iba a reclamar, así que me adelanté.

—Ahora te toca a ti.

La empujé para ahora tumbarla boca arriba y me coloqué entre sus piernas. Comencé a lamer su vagina, centrándome en su clítoris, que sobresalía de sus labios. Toda una visión la vagina de mi novia.

Estuvimos así varios minutos hasta que su cuerpo tensándose anunció la inminencia de un orgasmo. Se quedó relajada tumbada en la cama, respirando profundamente. Me acosté junto a ella y la abracé.

—¿Qué te pareció? —pregunté besándole el pelo.

—Me vine delicioso, amor.

—Pues no hemos terminado.

Sé que no debía volver a eyacular. Era arriesgarme demasiado a que Blanca notara mi interacción sexual con Blanca. Pero tener a Irene a mi merced era una sensación intoxicante. Comencé a besarla y ella respondió sin asco al sabor de sus propios jugos. Mientras lo hacía abrí la caja de condones y me puse uno; esa era la línea que no podía cruzar, la única vagina que llenaría de leche sería la de mi prima Blanca.

Entré en ella sin mucho aspaviento y ella se acopló a mis movimientos.

Era la primera vez que me ponía un condón y noté la diferencia con claridad. Mientras bombeaba dentro de Irene, hice una mueca de desagrado. No pensé que fuera a ser tan distinta la sensación de penetrar a una mujer con y sin condón. Ella, con los ojos cerrados, pareció no tener opiniones al respecto: supongo que en su vida pasada como la puta de la escuela al menos sí se cuidaba.

Debido a la falta de sensaciones provocadas por el látex y el vino del principio, mi aguante fue superior al desempeño normal dentro de mi prima. Duré lo suficiente para que Irene se viniera dos veces y cuando por fin eyaculé, el resultado no fue insatisfactorio: el receptáculo del condón se hallaba repleto de mi leche.

La dejé en su casa y nos despedimos con un beso apasionado. Al llegar a mi casa me di un baño y me puse a ver una película. Era miércoles y no vería a Blanca hasta el día siguiente. Tenía tiempo para pensar en qué decirle si me preguntaba por mi cita y para producir más semen.

Me eché en el sillón con una cerveza dispuesto a relajarme. Veinte minutos después, Blanca entró por la puerta.

—¿Qué haces aquí? —pregunté abrazándola no sin cierta angustia— ¿no ibas a salir con Samuel?

—Sí salimos, fuimos a comer…pero tenía ganas de verte— me dijo con la voz quebrada —tengo algo que confesarte.

Sentí un golpe en el estómago. Blanca me tomó de la mano y nos sentamos en el sillón.

—Sé que acordamos no hacerlo, pero acabo de tener relaciones sexuales con Samuel. Es muy lindo y me trata muy bien, además técnicamente es mi novio, pero tú eres el amor de mi vida, no debí, ¡perdóname, mi amor! —sollozó Blanca echándose a mis brazos.

Ardí de celos y la hipocresía de ese sentimiento no se me escapó. Imaginé a Blanca, mi mujer, abierta de piernas siendo penetrada por aquel Samuel. ¿Le había gustado más la verga de ese tipo que la mía? ¿Le había permitido una penetración al natural para después dejar que la rellenara de su leche? Quise preguntarle muchas cosas. Comencé por la más obvia y quizá la más estúpida.

—¿Te gustó?

—…

—Te pregunté algo, Blanca, ¿te gustó cómo te cogió Samuel?

—Por favor no me preguntes eso, no importa. Yo quiero estar contigo y eso es lo que importa. Te amo.

Los celos hipócritas fueron disipándose poco a poco. Tenía razón, yo llevaba experimentando el mismo placer culpable desde el día en que exploté dentro de la boca de Irene. Entendí que para que la tapadera de nuestras relaciones funcionara, debíamos cumplir el papel de novio y novia a cabalidad.

—Yo también te amo, Blanca —sus ojos, anegados en lágrimas, se iluminaron —y también hay algo que debo confesarte.

—Lo sabía, eres un cabrón —estalló y me quiso dar una cachetada. Detuve su brazo a medio camino y la besé violentamente.

—¿Qué te pasa, imbécil? Te cogiste a Irene y acordaste no hacerlo —chilló —me largo. Eres un pendejo, infiel.

—Ambos acordamos no cogernos a nuestras parejas, acordamos que sólo serían una tapadera para lo nuestro y mírate, vienes de cogerte a Samuel. Eres toda una putita, prima.

—Te prohíbo que me hables así —gritó e intentó golpearme de nuevo. Volví a impedirlo. Esta vez me arrojé sobre ella, inmovilizándola.

—¿Qué haces? ¡Suéltame, Enrique!

—Jamás, eres mía y yo sigo siendo tuyo. Te lo voy a demostrar ahora mismo —dije, desesperado mientras la desnudaba en la sala de mis padres.

—¡Detente! ¡Estás loco!

—Eres mía, primita. Para siempre serás mía y yo tuyo, lo que acaba de pasar no cambia nada, encontraremos la forma de estar juntos, pero mientras debemos cumplir nuestro papel. Y eso no significa que nos amemos menos, ¿o sí?

Entre la lujuria y el coraje, mis palabras alcanzaron a tocar una fibra en Blanca. Bajó la guardia y comenzó a corresponder mis lances. Ambos ya estábamos desnudos.

—Tienes razón, Enrique, mi amor. Nada cambia lo nuestro. Te juro que sólo acepté para guardar las apariencias, los necesitamos en nuestras vidas de momento.

La besé y apunté mi verga a su vagina mojada. Me urgía entrar en mi prima y sentir sus fluidos mezclarse con mi líquido preseminal.

—Espera —me detuvo Blanca —¿te la cogiste sin condón?

—Obviamente no —respondí y me forcé dentro de ella, indignado —Jamás entraría en otro coñito al natural ni le dejaría mi semen a otra mujer que no fuera mi hermosa prima —añadí.

—Ay mi amor…—suspiró Blanca con mis embestidas.

—¿Y tú? ¿Dejaste que ese tipo te la clavara a pelo?

—Para nada. Es más ni siquiera dejé que terminara dentro de mí. Cuando estuvo cerca lo obligué a salirse y lo masturbé. No quería correr ningún riesgo.

—La besé profundamente. En verdad me amaba.

—Te amo tanto, primita, y tu coño se siente tan bien. Odié la sensación del condón, no lo disfruté tanto como contigo.

Estuvimos cogiendo con pasión varios minutos. Debido a mi eyaculación previa, volví a ser capaz de aguantar más tiempo. Al final sentí las contracciones vaginales de mi prima haciendo gozar a mi verga. Era la señal, la embestí con desesperación y descargué lo que me quedaba de leche en su vaginita depilada.

Nos vestimos a prisa. Era algo tarde y mis padres no tardarían en llegar. Estaban mucho más relajados desde que se enteraron que ambos teníamos pareja, pero más valía no arriesgarlo todo.

Nos quedamos en la sala platicando. La curiosidad me venció.

—Oye, prima, y…¿qué tal la tiene el tal Samuel?

Ella sólo rio.

—¿Para qué quieres saber, degenerado?

—¿La tiene más grande que yo? —pregunté celoso.

Blanca sólo volteó los ojos.

—Enrique, mi amor, tu verga es lo más delicioso que he probado en la vida. Además, no se compara la sensación de tenerte dentro mío sin nada entre nosotros. Y sí… si debes saber, tú la tienes más grande que Samuel. Al menos cuando está erecta, que es cuando de verdad importa el tamaño. ¿E Irene? —contraatacó— ¿está apretadita? He escuchado que es toda una putita, seguro todas las vergas que pasaron por ahí antes que la tuya causaron ciertos estragos… —dijo con petulancia.

—No la tiene nada mal, la mantiene limpia y aún aprieta bastante. Pero como dices, nada se compara a la sensación de vaciarme en ti o de penetrarte sin perder tiempo colocándome un condón.

La plática nos puso de nuevo a mil, pero mis padres estaban llegando.

Los saludamos y explicamos que Blanca ya se iba, la acompañaría a casa. De camino paso manoseando mi verga por encima de los jeans. Era el preámbulo a alguna de sus ideas extravagantes.

—¿Y si… —comenzó con una voz de inocencia— …un día invitamos a nuestras parejas a pasarla bien?

La idea me puso loco y ella terminó de masturbarme, manché los jeans y el asiento de mi leche pero no me importó. Ella me dio un beso y entró corriendo a su casa.

Por supuesto que poco después hicimos lo que ella pretendía. Pronto les contaré.

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