Sigue el juego perverso con mis primas que me convertiría en lo que soy ahora
Cuando entré en el salón mis primas se me quedaron mirando fijamente. Yo esperaba que se rieran, que me hiciesen alguna broma, que se burlasen de las pintas que llevaba… esperaba que la finalidad de todo aquello fuera hacerme pasar un mal rato para obligarme a ganarme el privilegio de saborear el chumino jugoso y peludo de mi prima Rocío. Un juego un poco cruel, pero en el fondo inocente.
No tenía ni puta idea.
En lugar de reírse o hacer comentarios hirientes, mis primas me miraron entrar en un espeso silencio. Catalina me taladraba con una mirada indescifrable, y Rocío prácticamente se me comía con los ojos. De hecho, se lamió inconscientemente el labio inferior durante un instante y dijo con voz ronca…
-Pero qué guapa estás…
Me quedé helado. No sabía qué hacer. La situación era tan extraña, tan irreal, que me daba la impresión de estar inmerso en un sueño absurdo, en una alucinación.
-Venga, no te quedes ahí parada, ven aquí que te veamos mejor…
La voz de mi prima Catalina tenía un tono autoritario y gélido que me dio escalofríos. Y me había dicho “parada”. “Parada”, no “parado”. Reparé en que además Rocío me había dicho antes que estaba “guapa”. Por algún motivo extraño, que me hablasen como si fuese una chica me excitó. Y eso me hizo enfadar.
-¿Parada? ¿Cómo qué parada? A ver si te meto una ostia…
-A ver si te quedas sin probar el coño de esta…
El rostro de Catalina permanecía impasible y su voz era tranquila y fría. Me descolocó su actitud. No sé por qué me giré para mirar a Rocío y vi que estaba con la falda y las bragas en los tobillos, exhibiendo su raja peluda y mojada con todo el descaro. Prácticamente podía oler su aroma marino y embriagador. Se me hizo la boca agua.
-Sin probar su coño… y sin mamada…
Catalina seguía impasible, pero sus ojos brillaban de modo extraño. Parecía estar disfrutando mucho con todo esto. Yo estaba confuso pero mi más que evidente erección era la prueba palpable de que la situación no dejaba de resultarme muy excitante.
-Y ahora ven donde te veamos mejor, venga…
Obedecí. Me coloqué en el medio del salón, di una vuelta para que me vieran, vi con sorpresa que mi prima Rocío se acariciaba el clítoris suavemente sin dejar de mirarme.
-Ahora ponte de espaldas, échate para adelante que veamos qué tal ese culo…
Obedecí. Algo en la voz imperiosa de mi prima Catalina y en el tacto suave de aquella ropa de mujer sobre mi piel me excitaba. A mi mente venía la imagen de mi tía Marcela, sus enormes tetas retenidas a duras penas por el sostén, su culazo imponente marcándose contra la minifalda cuando se agachaba para poner la mesa…
-Muy bien, ahora levántate un poco la falda que te veamos bien el culazo…
Obedecí. Quería impresionarlas. Quería que Catalina estuviese contenta con cómo seguía sus instrucciones. Me imaginaba que así le hablarían más o menos a mi tía aquellos golfos con los que se fugaba de tanto en cuanto, y me parecía entender vagamente por qué lo hacía.
Estaba prácticamente fuera de mis casillas. No sabía qué me estaba pasando, pero me gustaba. El sonido de la respiración agitada de mi prima Rocío y el ruido chapoteante que hacía su coño bajo la caricia de sus dedos contribuía a darle a todo aquello un aire perverso que me fascinaba.
-Ahora date la vuelta y ábrete la blusa.
Obedecí.
-Ahora ponte a cuatro patas.
Obedecí.
-Ahora di que eres una puta.
Callé. Pensé en cruzarle la cara a aquella descarada, pero no lo hice. Me quedé quieto, el corazón a mil por hora, esperando no sé el qué.
-He dicho que digas que eres una puta guarra.
Vi que Catalina se había metido la mano dentro del pantalón desabrochado y también se estaba masturbando. Me latían las sienes con tal fuerza que creía que me iba a desmayar.
-Que digas que eres nuestra puta zorra.
Obedecí.
Obedecí en todo.
Me coloqué en todas las poses provocativas imaginables. Me incliné hacia adelante pellizcándome los pezones. Me puse a cuatro patas enseñando el culo y palmeándome las nalgas. Me chupé el dedo como si fuera una polla, o como yo me imaginaba que se haría eso más o menos. Hice un estriptis torpe para ellas. Me dejé dar azotes en el culo. Repetí con voz jadeante todos los insultos que me lanzaban.
“Soy vuestra puta guarra”. Mientras ellas se sobaban el coño como posesas, babeando de placer y mirándome con ojos fieros.
“Soy una zorra que voy con todos”. Mientras mi polla palpitaba pugnando por romper las bragas. Mientras me moría de la calentura sintiéndome un juguete a merced de los caprichos de aquellas dos pervertidas.
“Estoy para que hagáis conmigo lo que queráis”. Mientras el aire viciado de la habitación se espesaba con la peste a pescado de sus coños empapados, mi presemen que empapaba las bragas y el sudor de los tres y yo me sentía a un tiempo humillada y elevada, el culo del mundo y el centro del universo, la última de las putas del arroyo y la primera de las reinas sobre la faz de la tierra.
Es difícil de explicar pero quien probó alguna vez esa sensación sabe de lo que hablo. Y sabe que no hay nada que se le compare. Por eso, a pesar de mi vergüenza y de mi asombro, obedecí.
Obedecí en todo.
-Ahora vete y le comes el coño a Rocío.
Casi me echo a llorar de la emoción.
No era la primera vez que me comía un coño tampoco, pero le tenía tantas ganas a aquella almeja que me abalancé sobre ella como una fiera hambrienta y empecé a lamerlo y besarlo con tal ansia que casi me ahogo. Rocío se agitaba y gemía como una loca, me agarraba del pelo y empujaba su chocho contra mi cara sin dejarme apenas respirar. Los rizos de su vello púbico me acariciaban la cara y se metían por mi nariz, inundándome con el olor a marisco de su vagina, su flujo me empapaba las mejillas, la barbilla, la lengua, su clítoris estaba tan inflamado que casi parecía una pequeña polla palpitante, sus labios vaginales habían duplicado prácticamente su tamaño y estaban tan calientes como las puertas del mismísimo infierno.
Saboreé, olí, lamí, chupé, succioné, mordisqueé y gocé cada milímetro cuadrado de aquel coño que me había tenido meses obsesionado, hasta que Rocío, exhausta tras no sé cuántos orgasmos, después de convulsionar y chillar como si se fuera a morir no sé cuántas veces, me soltó y me empujó suavemente hacia atrás, como para alejarme de sí. Quedó tendida en el sofá, desmadejada, la mirada perdida, el pecho agitado por una respiración violenta. Era la viva estampa de la satisfacción sexual, me pareció. Es una imagen que hasta el día de hoy sigue poblando mis sueños más íntimos y mis fantasías más depravadas.
El caso es que después de aquel atracón de coño mi rabo estaba a punto de estallar. Lo tenía tan duro que me dolía. Ya no podía más. Y me debían aún parte de mi premio.
Me levanté, me arremangué la falda, me aparté las bragas y dejé salir mi pollón enrojecido y enhiesto. Al verlo Catalina abrió unos ojos como platos. Creo que nunca en mi vida la había tenido tan gorda y tan dura.
-Ahora quiero mi mamada.
Era yo quien tenía ahora la voz ronca y firme. Era yo quien mandaba. Catalina se agazapó en el suelo y vino a gatas hacia mí. Se paró a escasos centímetros de mi verga, olisqueándola, midiéndola mentalmente. La agarró con mano temblorosa y me miró fijamente. Yo estaba más caliente que nunca.
-Roci, ven, ayúdame.
Me tumbaron en el suelo y arrodilladas una a cada lado de mí, empezaron a acariciarme la polla suavemente. Era la primera vez que cualquiera de ellas me tocaba la polla con la mano, por extraño que pueda parecer. Y la sensación era fabulosa. Aguanté la respiración. No sabía cuánto podría aguantar sin correrme.
-Mira, es como la máquina del Tetris del bar… tú agarras la palanca… y yo aprieto los botones…
Los dedos de Catalina empezaron a masajear mis pelotas con tal habilidad que no me cupieron dudas de que lo había hecho antes un montón de veces. Rocío deslizaba sus manos por mi polla, arriba y abajo, haciéndome retorcerme de placer.
-Qué grande… casi no la abarco con las dos manos…
Y tras decir eso, empezó a inclinarse sobre mí, la boca levemente abierta, la lengua asomando entre sus labios, dispuesta a meterse mi picha en la boca. Era más de lo que habría atrevido a soñar siquiera unos meses antes. A todo esto, Catalina nos miraba fijamente y se relamía, sin dejar de acariciarme los huevos con delicada precisión. Mi polla palpitaba con una violencia inusitada…
Y no pude más. La excitación acumulada durante toda la tarde, las caricias de mis primas, sus bocas preparándose para saborearme… fue demasiado para mí, y me corrí entre espasmos, gruñendo como una bestia en celo, largando un chorretón de leche a presión que fue a pegar primero en la cara de mi sorprendida prima Rocío y luego se derramó sobre la blusa y la falda que yo llevaba puestas. Instintivamente, Rocío soltó mi tranca. Un segundo chorro, aún más fuerte, salió despedido con fuerza marcando una especie de vía láctea que manchó mi vientre, la blusa, el sostén, mi pecho y mi cara. Caí rendido, incapaz aún de procesar lo que había ocurrido, confuso pero feliz.
Un par de días después volvimos a casa de mi abuela y organizamos un festival parecido. Yo esperaba que esta vez por fin recibiría esa mamada que mis primas me tenían prometida, pero no fue así.
Mientras yo bailaba imitando a las zorras de las películas baratas embutido en un vestido de látex y unas medias de rejilla y mis primas se masturbaban mirándome con las bragas en los tobillos oímos un ruido en la puerta y tratamos de disimular, pero fue en vano. Mis primas intentaron recomponerse la ropa allí mismo, yo salté como un gamo al pasillo y alcancé el baño por los pelos. Allí me escondí como pude detrás de la lavadora, con la ropa de mi tía todavía puesta.
Oí voces, creí alcanzar a diferenciar a voz de mi tía Marcela, y a mi prima Rocío que lloraba, pero no podía estar seguro. Empecé a quitarme aquella ropa antes de que me pillasen vestido de marica, pero de pronto se abrió la puerta del baño y mi tía Marcela irrumpió pillándome con su vestido en la mano y sus medias de rejilla, su sujetador de encaje rojo y su tanga del mismo color puestos.
-Pero, ¿qué tenemos aquí? ¿Qué es esto? ¿Ahora me robas la ropa?
Hice un esfuerzo titánico por contener las lágrimas y musité con voz nerviosa.
-Por favor… por favor… no se lo digas a mi madre…
Resultó que mi tía Marcela había elegido precisamente aquella tarde para volver, con el corazón roto y me figuro que el chocho y el culo más rotos todavía, a la casa de mi abuela. Y nos había pillado de marrón. No nos pidió explicaciones, que tampoco habríamos sabido darlas, y nos prometió no contar nada, pero nos exigió no volver a hacer jamás algo así y nos advirtió de que si veía cualquier tipo de relación rara entre nosotros tres lo contaría todo a la familia.
Mi relación con mis primas Catalina y Rocío no se rompió del todo, pero nunca volvió a ser igual. Su madre las encontró dos novios del barrio, con los que se casaron en los años siguientes, pasando a verse conmigo más que nada en reuniones familiares y por supuesto, nunca a solas. Nunca llegué a saber de dónde habían sacado la idea de aquel juego perverso, ni si habían hecho antes algo similar, ni si llegaron a hacerlo más adelante. Y por supuesto, nunca volví a tener a disposición ni el culo ni ninguna otra parte de la anatomía de mi prima Rocío para resolver mis calentones y soltar el exceso de leche de mis pelotas.
Yo fui a la Universidad, conocí otra gente, salí del círculo de la familia y el barrio que para mí habían sido mi mundo hasta entonces, y viví diversas aventuras que ya iré contando si a alguien le interesan. Muchas de ellas, como imaginaréis, las he protagonizado vestido de puta zorra y comportándome como una perra salida, y en todas ellas siempre está presente de una forma u otra el recuerdo de aquellas tardes con mis primas.
Mi tía Marcela también se casó poco después con un exboxeador bruto pero buena gente y se quedó viviendo con él donde mi abuela hasta la muerte de esta. Nunca he dejado de sentir por ella un deseo urgente y vagamente vergonzante, ni de mirarle de reojo el escote, ni de observar su culazo cuando pone la mesa o sirve el café a las visitas, ni de cascármela pensando en ella, imaginando cómo y por dónde se la follará el cabronazo de su marido, soñando despierto con perderme en sus generosas carnes, catar el sabor de todos los jugos de su cuerpo y dejarle las tetazas bañadas de mi leche caliente y espesa.
Alguna vez adobo dicha fantasía figurándome que su marido nos encuentra en plena cosa, me traviste con ropas de mi tía y me castiga follándome el culo con brutalidad mientras ella me planta el conejo peludo en el careto y me obliga a comérselo al tiempo que su enojado esposo me llena el ojete de tal cantidad de lefa que me escurre por los muslos como un par de riachuelos.
Ni que decir tiene que nunca he estado ni cerca siquiera de convertir ese deseo en realidad.
El tanga, las medias, el sujetador y el vestido con los que fui sorprendido in fraganti, nunca los devolví. Me dijo mi tía que los tirase, que ya no los quería, que prefería olvidar todo aquello que había visto, así que me los quedé, los escondí como oro en paño, y me han acompañado mucho después en otras correrías que ya iré compartiendo con vosotros si queréis.
Aún me los pongo, a veces, cuando quedo con algún cabronazo para que me convierta por un rato en su puta guarra y me utilice para gozar a mi costa como a la perra caliente que en el fondo nunca he dejado de ser.
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