Esta historia fue algo que me sorprendió gratamente, dos fanáticos del sexo anal se juntan para un mismo propósito. Mi cuñada encuentra en el sexo anal la quinta esencia del placer sexual, no está completa si no ha tenido al menos un orgasmo por el ano, en este encuentra el súmmum de los placeres, solo cogida por el culo se puede sentir plena, bien mujer, yo he sido el que mejor la ha comprendido, también me siento realizado por haber disfrutado tantísimo en su culo. ¡Qué Putaza!
La vida nos da sorpresas todo el tiempo, alguna lo son más que otras, ésta lo fue, tanto que aún me sigue asombrando, el placer de esta novedad es algo perdurable. Para no crear mayor expectativa voy directo al asunto:
La semana pasada, para ser más preciso jueves en la noche, había llegado temprano a casa, mientras me descalzaba activé el contestador para escuchar un único mensaje que decía:
—Luis, “… para que no cocines, esta noche, te esperamos: tu mejor cuñada…”
Tengo cincuenta años, estoy viviendo solo, por separación de mi esposa, la invitación era prometedora. Solo me di una rápida ducha para sacudirme el cansancio de la jornada, una cerveza y encaminé mis pasos a casa de Eunice, hermana de mi esposa, con la que siempre tuve, antes y después de la ruptura conyugal, una buena relación de afecto, agrego que después, aún mejor. Precisamente fue ella la que siempre me tendió una mano para acomodarme a esta nueva situación, según ella, y siempre a modo de broma, para conservarme en condiciones para cuando se recomponga el conflicto con su hermana.
Llegué algo temprano para la cena, me recibió Eunice, amable y solícita, esta vez mucho más gentil, mucho más solícita que lo habitual, diría que exageradamente afectiva.
—Carlos (el esposo), avisó estar demorado por un trámite, que se regresaría mañana. – Supongo que no tendrás problema en cenar con nosotras, en cualquier momento llega tu sobrina. Aún es temprano, ¿tomamos una copa? – asentí con un gesto. Fue por ese trago.
Ambos compartimos el gusto por el vodka, preparó dos “destornillador” (cóctel)
Me acomodé los almohadones en el amplio sofá, preparándome para disfrutar el trago que venía de la mano de mi cuñada, extiende la copa y sienta en el apoyabrazos de mi lado.
Ya de inicio note ese exceso de amabilidad anunciado, pues con la excusa de acomodarme un almohadón en mi espalda, se estira y hace ostensible el frotamiento de sus pechos sobre mi hombro, como si no lo hubiera advertido convenientemente, repite la acción más notoriamente.
Imposible dejar de sentir el contacto de las tetas, que aún bajo la delgada tela de la camisa, podía sentirlos sueltos y los pezones erectos frotándose en mí. Me ponía en situación incómoda, teniendo en cuenta que venía de más de dos meses sin probar la humedad de una conchita. Como si hubiera leído mis pensamientos, o tal por haberlos leído notó como el pene estaba inquieto y creciendo sin demasiado disimulo.
Con estudiada inocencia se sentó en el puff, frente a mi hablando no sé de qué cosas domésticas, que ni recuerdo pues todos mis sentidos se repartían en la abertura de la camisa que mostraba más de lo prudente las agitadas bellezas mamarias, sumado al movimiento de cruzar y descruzar las piernas al mejor estilo de Sharon Stone en Bajos instintos, por cierto que los míos estaban bien bajos y alterados, sin poder apartarme de la vellosidad que me nubla el entendimiento en cada cruce de piernas, algo que tenía “calientemente” calculado.
De más está explicar que todo esto era deliberado y estratégicamente manejado por ella, me dejé conducir en este juego de seducción, que ella controlaba como pocas. Sonríe insinuante, humedece con la lengua el labio inferior, chupa su dedo índice, pendiente de mis reacciones para conseguir que mi estado pasara de la indiferencia al de atento observador. Desde aquí al estado de excitación fue tan sólo un trámite, simple y rápido, tal era mi fascinación que las consecuencias en mi entrepierna eran harto evidentes. Su sonrisa agradece el halago de ver como el testimonio entre mis piernas se hacía notar a full.
Los gestos pudieron sobre la prudencia, la tentación y el deseo sobre la cordura. Me levanté, abrazarla, tomada de la nuca la apreté contra mí cuerpo, necesitaba sentirla contra mí. Ella se encontró delante de su rostro al efecto de sus insinuaciones, lo libertó sin mucho preámbulo.
Tomó la carne en su máxima erección, los dos meses sin contacto femenino exhibían la prueba fehaciente, abrió grandes los ojos en señal de franca admiración, lo tomó “a manos llenas”, lo beso con la boca bien abierta. El mundo dejó de girar por un instante, fue el tiempo que demoró en tomarlo entre sus manos y friccionarla, suave, suavemente, sin sacársela de la boca, perdí la visión de mi carne y de mi vida: estaba dentro de su boca.
Desde ahí el calor de su boca me llegó al alma, no podía pensar en otra cosa que mi placer, no había nada en el mundo que me pudiera soltar de ella, cuando volvía los ojos la encontraba fija en mis reacciones, controlando y manejando cada uno de mis gestos. Sus movimientos de vaivén y de presión sobre la carne hinchada y caliente se hacen más rápidos y urgentes, se adapta a la crispación de mis manos en su nuca, me las saca para manejarse con comodidad, ahora las manos de mi cuñada me toman de las nalgas, las estrujan al mismo tiempo que siento la ebullición del semen emprendiendo la carrera hacia la libertad.
Aprecia cada gesto, cada latido íntimo, siente y presiente la inminente “venida”, sus ojos hablan lo que su boca no puede pronunciar: – ¡Vamos!, ¡vamos! –parecen decir, gesticulando la cabeza.
Me preparo, se tensan los músculos de mi espalda, las piernas tensas, los movimientos de vaivén en su boca se hacen más rígidos, ella sabe que la liberación de esperma es inminente, sus ojos lo dicen, y un leve gesto de su cabeza me incita: -¡Vamos, vamos!
Cierro los ojos, echo la cabeza atrás y… me dejo ir…
Me voy en esa boca, como siempre hube deseado, era el momento sublime, sentir como se va la vida en cada emisión, en cada chorro de semen. Gruesos y largos, el dique de abstinencia derribado, de pronto sin preparación hizo el milagro de liberarlo. Con el último chorro se me fue el último suspiro, la energía se me había ido en ella.
Eunice me sostuvo, sabía lo que me pasaba, la tensión perdida en la emoción del magnífico orgasmo dentro de su boca se había llevado el resto de energía. Acompañó mi cuerpo hasta dejarme caer nuevamente en el sofá, arrodillada entre mis piernas, atoradas por el pantalón enrollado en mis tobillos, limpiando los últimos vestigios de la abundante acabada, que tragó en dos movimientos. No desperdició ni una sola gota del mágico elíxir.
Como adorando al guerrero derrotado por su propio deseo, esperó para recibirme con la mejor sonrisa, relamiendo el resto de mi sabor de sus labios. Supo aguardar que recupera el aliento, la sorpresiva avanzada y la calentura intempestiva me había dejado en estado de relax por un buen momento, tanto que pensé demoraría mucho en volver al estado activo, pero el revivir del sexo tan rápido fue absolutamente un logro personal de Eunice.
Despacio, con prudencia y cuidadoso trato fue volviendo al “guerrero” a su actitud de enhiesta beligerancia, los cuidados bucales prodigados con técnica y dedicación consiguieron ponerlo en condiciones de volver a la actividad, en plenitud de sus cualidades de órgano viril y “rompedor”.
Le tenía ganas desde hacía años, ahora era mi turno de devolución de atenciones, intercambiamos posiciones, metí la cabeza entre sus piernas buscando esa jugosa ostra para robarle la humedad que la habita. La dejé tan, pero tan cachonda que bramaba como un felino, tiraba la cabeza hacia atrás, para poder tomar el aire que le robaba por la boca vertical.
Se le notaba que estaba también en período de abstinencia sexual, y cuando dos leños secos se frotan es inevitable que se enciendan, tal nos sucedió a nosotros, nos encendimos de tal modo que en pocos minutos estábamos en el sofá en bolas con ella montada, empalada en la pija, subiendo y bajando por el palo como nadie. Admirable potencia y voluntad para coger, sabía cómo manejar a un tipo, cómo hacer su propio goce.
Se calienta tanto en este primer polvo que prontito llegó al orgasmo.
—Tranqui bebé, soy multi, esto solo fue una muestra gratis, lo mejor está por venir. Tomate tu tiempo, también soy de largo aliento y me gusta lo mismo que a ti. Quiero, necesito, que me hagas el culo como se lo… -y se cortó antes de mencionar a…, supongo que a su hermana.
Llegó un segundo, seguidito, tan solo era elevar la pelvis para ensartarla mejor y tener otro, así una seguidilla de pequeños estertores, uno en cada elevación del choto empujando en su sexo, ni sé cuántos fueron.
No me la imaginaba tan calentona, ni tan expresiva a la hora del sexo, será por eso de que el mejor sexo es el que no se programa, ese que se da de improviso. Eunice, caliente como una caldera, se topó con uno que está sin almeja, y me doy un atracón de concha hasta empacharme.
Luego de ni sé cuántas veces desmontó y la lamió, no dejaba de mover el culazo, como para excitar a un muerto. Sabe que lo tiene grande y bonito, lo mejor de todo el que sabe usarlo y disfrutarlo. Sentada en el borde del sofá, me acaricia la poronga, le gusta manosearla. No me la había imaginado tan sensual, tan expresiva, sería por eso de que las apariencias engañan, en este caso totalmente, tengo delante a una desquiciada calentona que está buscando la horma de su zapato.
Sin dejar de frotarme la poronga, me dice: “soy una apasionada por el sexo, que Carlos no le da tanto como necesita, que para calmarse durante el día por las mañanas pasa por su amigo el bidet y se da un baño de asiento, con el chorro de agua tibia en “la canaleta” moviéndose consigue unos ricos orgasmos, claro nada que ve con el que me dio tu preciosa poronga cuñadito”
—¿Te gustó lo que te conté?, ¡Wow! se te puso más dura. Me tenías ganas también. Puedo ser tu perra esta noche, tenemos un buen rato para nosotros, la cena puede esperar y Marcela (su hija) pensaba quedarse en la casa del noviecito, así que…
Me gustan las hembras que no son “vuelteras” que van directo al grano, bueno… ella directo a la pija, sabe dónde está lo bueno, lo tiene entre manos, ¡ja! Mientras ejercita sus manos sobre el falo, yo las ejercito tocándole el culazo, se acomoda para ponérmelo bien “a mano”, me parece que la predilección por esa parte de su anatomía es gratamente compartida.
—¿Tanto te gusta mi culo?
—La pregunta es más que obvia, que tipo no mira el culazo que tienes. Lo sabes y lo meneas provocando, bien
putita, bien perra. Claro que me gusta, me encanta coger por el culo.
—¡Touché! También me encanta, más de lo que te imaginas. Vas a poder apreciar como lo voy a manejar cuando estés dentro. Me estás calentando, que guacho eres, cómo me pones de caliente. Deja de embromar, ¡vamos a coger! – ¿Cómo quieres que me ponga? ¿En cuatro? O… mejor, como la tienes gorda y un poco cabezona deja que me ponga encima así puedo acomodarme sin dolerme. ¿Crema? Hmmm… me parece que te gusta sentir como se abre la carne a su paso, al natural… hmm… bueno… vamos con saliva para comenzar…
Por comodidad me acomodo en el piso, sobre la alfombra, me tendió, acomodó en cuclillas, el choto bien lamido, gastó toda su saliva para humectar la cabezota y la entrada del culo. Descendió despacio, abriéndose los cachetones, moviéndose en círculos hasta quedar con la cabeza del choto a medio entrarle, inicia una especie de danza “ritual del orto” para acercarse e ir bajando despacio, sin dejar el subibaja.
Colaboro con mis manos ayudándola, sostener de las nalgas, favorecer el descenso hasta quedar a pleno, ensartada, descansando sus glúteos sobre mi cuerpo y el choto perdido en la profundidad del complaciente orto. La gloria de sentir como una hembra puede gozar tanto con una pija dentro, el rostro dice más que sus gemidos. Inclina el cuerpo hacia mí, pone las tetotas en mi boca para que maltrate a esos agresivos pezones que desafían ser mamados y frotados.
El polvo anal se va gestando desde sus entrañas, toda ella es una máquina de placer, encendida y a todo dar, subibaja, mueve en círculos, conoce todas las piruetas propias de una diletante del sexo anal. No para de vociferar, relatando paso a paso como disfruta el placer increíble.
—¡Qué bien, qué bueno, qué bueno! ¡Cómo me gusta cogerte!
Todo lo que pueda escribir empalidece con el brillo impactante de sentir a una mujer de goce desconocido para mí, sobre todo en un momento de máxima, cuando comenzó a agitarse como una coctelera, vibrando y bramando, algo inusual y extraordinario. Bramó mucho más que cuando se vino por la concha, faltan adjetivos y sobran superlativos para expresar su pasión totalmente desatada.
—¡Hmmmm… Ahhhh..!
Itero, las expresiones son meramente referenciales, no llegan ni de lejos a explicitar cómo fue esa “acabada”. Se viene, con la poronga dentro del culo, moviéndose, es artífice de su propio orgasmo. Vocifera groserías y obscenidades que se parecen más a un rezo esotérico dirigido a la diosa de todos los placeres.
—¡La puta madre!, como me haces gozar hijo de puta. ¡Que perra me haces sentir, guacho divino! ¡Cooomo me gusta!… –vocifera entre jadeos.
Se encontró con la horma de su zapato, le calza justo y disfrutamos el gusto por lo mismo: Sexo anal. Prolongó la forma y duración de ese orgasmo tan alucinante que la dejé hace todo el gasto, solo ayudaba elevándome, impulsando con mis manos colocadas bajo mis nalgas facilito elevarme para que quede bien empalada, adornada con algunas nalgadas que van enrojeciendo ese culo alucinante. Agradece el disfrute extra. Siguió hasta que el orgasmo la había saciado, bueno… de momento.
—Es tu turno, me gustaría dentro del culito, ¿Te va?
Pregunta obvia, retomamos el metisaca, pero para poder venirme necesito más movilidad, darte más rapidito. Se pone a cuatro patas, arrodillada, la cabeza sobre el piso, sumisión total, sabe qué y cómo nos gusta, se abre los cachetes para que disfrute la visión antes de entrarme en ella. Monté como el mejor jinete, las nalgas entre mis piernas, espoleando como para domar a la yegua, subido sobre la grupa de esta potranca, nalgueando al mejor estilo del domador.
El gemido imita un relincho para darle tonalidad de doma, nalgueo y me tomo de sus cabellos y comienza el galope algo brusco, dominado por la calentura me paso de revoluciones y le doy pija sin medir la vehemencia y la fuerza en la cogida, ella tan vehemente y tan sumisa.
El todo vale, también en ella, pide más, incita y provoca, quiere a toda máquina, le gusta ser sometida con brutalidad, golpean los testículos en la vagina cuando me voy todo dentro de ella. Comienza a sentir las mieles del orgasmo otra vez y a vociferar improperios y toda la liturgia del polvo anal vuelve por sus fueros. Galopando encima de su cuerpo y desde ahí me dejo caer sobre el choto, haciendo de pivote sobre el que descargo toda mi humanidad calenturienta. Solo cuenta enterrarme cuanto pueda, moverme “agarrado” a ella para terminar el polvo con un gemido venido del más allá, desde el fondo del pecho me sale como un estertor de muerte.
El bramido salvaje acompañó el movimiento del pene cuando me vine dentro de su culo, sentía latir la poronga en cada expulsión de leche, alivio y muerte, pasión e infierno. Del cielo al infierno, todo y sin escalas. Quedé tendido, asido a sus cabellos, enroscado en su delirio, habíamos encontrado el “tal para cual” el ying y el yang en este polvazo irracional y loco.
Mientras disfruto el después, Eunice, transfigurada pero feliz de haber llegado a ese orgasmo tan temido, esos que cuando se dieron la dejaron del otro lado de la vida, como ahora.
—Ay Luis, me has hecho la mujer feliz, no sabes cuánto había deseado un polvazo como el que nos dimos. “No sé si seré anormal, pero… cuando todas las mujeres están buscando ese punto G, yo creo haber encontrado mi punto A, mi punto anal. Puedo coger mucho y tener orgasmos, pero nunca estaré completa si no me la dan por el culo, ese orgasmo anal no tiene comparación con ningún otro. Te puedo asegurar que he descubierto mi punto A, el placer sin igual.
—¿Te parece si nos lavamos y comemos?
Tan solo fue el inicio, la punta del ovillo de más experiencias de sexo anal, Marcela, mi sobrina, también disfruta del orgasmo anal, pero esa es otra historia.
Cuenta una leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado en sus dedos. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito, pero nunca se romperá. Este hilo lleva contigo desde tu nacimiento y te acompañará, tensado en mayor o menor medida, más o menos enredado, a lo largo de toda tu vida. Ambos lo encontramos.
Lobo Feroz
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Exitante!! Terrible relato!! Que maravilla la forma que describes la calentura que tienen y los detalles al narrar! Tremenda paja es lo que amerita después de esta lectura!! Esperamos más relatos!! Me encanta leerte!