Pasó más tiempo y debo admitir que mis sentimientos hacia Irene cobraron mucho más fuerza de lo que en un principio creí. Éramos la pareja perfecta. Siempre la pasaba muy bien con ella e incluso la había presentado con mis padres -evento que hizo que Blanca se pusiera celosa y no me abriera las piernas durante toda una semana-. Ella también me presentó con su familia, quienes me trataban como un rey ya que era el tipo más decente con el que su hija había salido. Ese era otro tema.
Cuando empezamos a ser novios, los comportamientos coquetos de Irene con casi todos los compañeros eran evidentes, aunque a mí no me importó en ese momento ya que sólo era mi tapadera. Pero poco a poco esas actitudes de zorrita comenzaron a desaparecer. Ya no tenía jueguitos de contacto físico con otros compañeros y no les respondía los mensajes por WhatsApp. Esa mujer, creo, estaba enamorada de mí. Y yo de ella. La última noche de la semana en la que Blanca me dejó en sequía por sus celos, mientras yacíamos entrelazados después de una cogida tierna, al fin Irene me compartió una idea que llevaba semanas rondándola.
—Te amo, Enrique.
Recordé la vez en la playa en que entré en Blanca por primera vez y me dijo lo mismo. El amor de una mujer es la droga más intoxicante que existe. La felicidad me embargó.
—Yo también, flaquita. Me tienes loco —confesé, girando para besarla.
Volvimos a hacer el amor diciéndonos las cosas más hermosas con cada embestida y con cada beso. Al final, cuando eyaculé en el condón, fue la primera vez que Blanca estuvo ausente de mis pensamientos.
Una vez más volvimos a estar abrazados, mirando el techo.
—Oye, flaquito —me dijo acariciando mi pecho con la yema de su índice —Y si…
—¿Y si qué…? —respondí ante su silencio.
—Pues ya llevamos varios meses de novios y no he estado con nadie más, ¿y tú?
Sentí un frío recorrer mi espalda. Si fuese sincero la felicidad se esfumaría. Decidí mentir.
—Nunca, flaquita. Sólo tuyo.
—Estaba pensando que ya que somos exclusivos, dejemos de usar condón.
No podía creer lo que estaba proponiendo.
—¿Estás segura?
—Sí, me muero de sentir la verga de mi novio entrar en mí sin nada entre nosotros.
La idea potenció una nueva erección.
—Me encantaría, mi amor, lo he pensado desde hace semanas pero no quería decírtelo. Pero, ¿y del tema de embarazos?
—Tengo un DIU. Cuando cumplí dieciocho mi mamá me llevó a la gine para que lo implantara, todo va a estar bien.
Se la quise meter al natural en ese mismo momento pero me detuve. Blanca volvió a mis pensamientos.
—Sí, flaquita, eso quisiera más que nada, ¿te parece bien, para empezar esta nueva etapa de la relación, que nos hagamos pruebas de enfermedades venéreas? Lo digo para estar seguros y comenzar con la mayor confianza…
Irene dudó un segundo, pude sentir su indignación. Después de unos segundos, habló.
—Sí, está bien, ¿Cuándo vamos?
—Mañana mismo, hay un laboratorio que te entrega los resultados el mismo día por la tarde, los manda por correo electrónico. De ser así, mañana mismo podríamos estar disfrutando juntos.
—De acuerdo, flaquito.
Nos quedamos dormidos sin ropa y con las ventanas abiertas. Era verano.
Mis papás estaban encantados con mi relación y dejaban que Irene se quedara a dormir. Era maravilloso no tener que ocultar una relación. Pasearnos, besarnos, darnos mimos y pasar tiempo con nuestras familias. Era mi sueño cumplido. Aunque lo había soñado con Blanca.
Las pruebas salieron todas negativas, por suerte. Me estaba enamorando de Irene, pero su pasado de puta en la escuela no se podía borrar así de fácil. Pero como dije, todo estuvo bien. Nos hicimos las pruebas juntos, en ayunas y muy temprano. Luego nos fuimos a disfrutar del día. Por la noche nos llegaron los resultados a mi celular. Nos abrazamos.
—No te la vas a acabar al rato, cabrón —dijo con un tono de puta que me volvió loco. Por fin esa mujer sería totalmente mía.
Decidimos pasar la noche en su casa ya que sus padres estaban fuera de la ciudad. Servimos vino y comenzamos a besarnos.
—Te amo, Irene —dije cuando le quité la blusa para liberar esas tetas en ensueño.
—Yo a ti, flaquito. Apúrate, te necesito dentro de mí.
Noté la diferencia que ambos teníamos en el enfoque de esa noche. Por mi lado, yo buscaba una experiencia tierna y llena de amor. Irene, que quién sabe cuánto tiempo había estado sin tener una verga sin condón dentro de ella, quería tener la mía lo más pronto posible. No la iba a defraudar.
Me desnudé en pocos movimientos y la llevé a su cama. Besé sus tetas, la abrí de piernas y me hundí en ella. Qué sensación.
—Escúpeme en la boca, cabrón.
—¿Qué? —Abrí los ojos, me agarró con la guardia baja.
—Que me escupas.
Nunca había vivido algo así con Blanca. Me pareció muy raro pero obedecí.
—Así, papi —dijo en un gemido —cachetéame las tetas.
—Irene…
—Hazlo, cabrón, cógeme, hazme tuya, relléname de tu lechita, llevo meses esperándolo.
Vi entonces lo verdaderamente viciosa que podía ser Irene. Seguí obedeciendo.
—Ahórcame.
Dios mío, esa mujer estaba loca y yo más por estar dispuesto a obedecerla. Con cada orden cumplida, mi verga se hinchaba más dentro de ella.
—Cógeme, no pares, no pares… —intuí la inminencia de su orgasmo y aumenté la fuerza de mis embestidas.
—Desléchate, papi, lléname el coño de su semen… —gritó al venirse.
Volví a obedecer. Vaciarme en Irene fue indescriptible. Llevaba todo el día deseando hacerlo y cuando logré mezclar mi semen con sus fluidos, me sentí realizado. No la saqué hasta que estuvo flácida de nuevo. Quería disfrutar de la sensación de las paredes vaginales de mi novia el mayor tiempo posible. Cuando salí de ella, me quedé un momento observando su coño. Quería ver mi gran cantidad de semen gotear de su coñito. Me tumbé junto a ella y la abracé. Ese fin cogimos tantas veces que mi glande se irritó al igual que sus paredes, pero nos daba igual. Nos despedimos con mucho amor antes de que regresara a mi casa a dormir antes de volver a la universidad el lunes.
Si las cosas con Irene marchaban de maravilla, con Blanca iban empeorando. La semana siguiente sólo cogimos una vez y fue más porque ambos estábamos calientes que por el amor que nos teníamos. Descargué mi leche en ella con potencia, pero en realidad imaginé que lo hacía dentro de Irene. Mi actitud sospechosa levantó las alarmas de mi prima.
—¿Qué te traes? —dijo con hostilidad mientras se vestía.
No pude con la culpa y confesé.
—Eres un cerdo, cabrón, un mentiroso, ¡me lo prometiste, Enrique, lo prometiste! —chilló entre llantos.
La quise abrazar pero me dio una cachetada y se fue del hotel a pie. Fui a buscarla a su casa pero no estaba ahí. Manejé por la ciudad buscándola sin éxito. Dos horas después al fin me escribió por whatsapp. Quedamos de vernos de nuevo en el hotel.
Su actitud era diferente. Ya no se notaba devastada, al contrario, parecía en control de la situación.
—Siéntate, mi amor —me dijo en un tono seductor. Pensé que había recapacitado y sobre todo recordado nuestro amor y que la tapadera de Irene y Samuel fue su idea.
Puso música en una bocina y comenzó a bailar sensualmente, despojándose de su ropa hasta quedar sólo en bragas.
—Quítamelas, tú —ordenó.
Al hacerlo me llevé una sorpresa. De su coño goteaba el semen de Samuel.
—¿Qué te pasa, Blanca? Qué asco.
—No tienes derecho a reclamarme. Así como tú descargaste tu preciada leche en la puta de Irene, yo dejé que otro hombre me rellenara —explicó con malicia.
Ardí de celos, pero no tuve ningún argumento en mi defensa. Ella no había acabado.
—¿Me amas, primito?
—Claro que te amo, Blanca, quiero estar junto a ti para siempre.
—Demuéstralo. Demuestra que nada se puede interponer entre nosotros. Entra en mí aunque mi coño ya haya sido invadido por otra semilla.
Me puse de pie. El grotesco espectáculo no impidió mis ganas de cogerme a Blanca. Al contrario, si esa era mi realidad, decidí que por el bien de nuestro amor, era mi deber eyacular más semen todavía, marcar mi territorio. La lancé sobre la cama, le abrí las piernas y la penetré.
La cogí con la misma fuerza que a Irene, cacheteando sus pequeñas tetitas, ahorcándola. Fue un instinto salvaje, que quizá se remontaba a nuestra época de las cavernas, el que me obligó a dejar mi semen dentro de Blanca para asegurarme que mis genes fueran los que pasaran a la siguiente generación y no los de Samuel. Avisé con un gruñido mi eyaculación. Blanca me rodeó con sus piernas.
El resultado fue satisfactorio. Después de aquella maniobra de poder, Blanca volvió a ser la primita tierna de la que me había enamorado.
—Ahora sé que verdaderamente me amas, primito. Pero debes entender que si yo debo compartirte con aquella puta, tú deberás compartirme con Samuel. Al menos hasta que hagas las cosas bien —apuntó.
—¿A qué te refieres? —dije
Ella sólo movió su anular izquierdo en mi cara.
—Proponme matrimonio, imbécil. Hazme tu mujer de verdad. Como lo hemos planeado por meses. Ya va siendo hora. Si no, me seguiré cogiendo a Samuel y lo dejaré terminar en mí todas las veces, al fin y al cabo, él es mi verdadero novio…
Tragué saliva. Blanca iba en serio. Me sentí abrumado, ni siquiera habíamos terminado la universidad, además los sentimientos hacia Irene eran muy fuertes, ¿con cuál mujer debía quedarme?
Decidí que aún tenía tiempo para pensarlo y mientras lo hacía, seguiría disfrutando de ambos coños por separado y de ser posible, al mismo tiempo.
Muchas gracias por leerme, los relatos continuarán…
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Esta excitante historia ya se puso mas buena cada relato
Muchas gracias por leer, la historia continuará.