Rojo intenso (3): La rubia de recepción (parte 1)

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Rosanna no se movió. Sentada en la cabecera, los ojos clavados en Vanessa.

—Quédate un momento —dijo con voz firme.

Vanessa, como si lo hubiera anticipado, no dudó. Cruzó los brazos y permaneció en su silla. Ismael también se mantuvo en su lugar, casi en silencio, observando a ambas como si estuviera a punto de presenciar algo que no se repetiría jamás.

Rosanna entrelazó los dedos, la mirada fija en la mujer de recepción.

—¿Tú sabías lo que hacías cuando hablaste frente a todos? —preguntó.

Vanessa sonrió, no con arrogancia, sino con deseo sincero.

—Lo deseaba hace tiempo. Solo necesitaba permiso para decirlo en voz alta.

—¿A quién deseas? —cuestionó Rosanna, ladeando el rostro, como si probara su seguridad.

—A ti. Y a él… pero solo como testigo —respondió Vanessa, sin apartar la vista.

Hubo un silencio. No incómodo. El tipo de silencio que precede a una tormenta, o a un descubrimiento profundo.

Rosanna se levantó de su silla lentamente. Caminó hacia Vanessa, rodeando la mesa con una calma medida. Luego se detuvo detrás de ella, posando una mano en su hombro.

—¿Ahora mismo? —susurró, cerca de su oído.

Vanessa asintió.

Ismael, aún sentado al fondo, observaba la escena con el corazón en la garganta. Rosanna lo miró de reojo, con una expresión que mezclaba poder, permiso y complicidad.

—Lucas —dijo con voz baja—, no toques nada… solo mira.

Ismael tragó saliva, asintió, y sacó su celular. Pero no grabó aún. Solo lo sostuvo, como símbolo de que aquello no era improvisado. Era elección. Era entrega.

La sala, antes lugar de juntas y decisiones, se transformó en un escenario íntimo. No era solo deseo lo que flotaba en el aire. Era el comienzo de otra historia. Una que nadie había planeado, pero que ahora se desarrollaba en el espacio entre tres almas con hambre de conexión, de juego y de verdad.

Lo que ocurrió allí no necesitó palabras.

Solo miradas. Solo alientos. Solo la certeza de que algunas puertas, una vez abiertas, no vuelven a cerrarse jamás.

La sala quedó sumida en una atmósfera densa, casi palpable, donde cada respiración parecía amplificarse y cada gesto cobrar un significado profundo.

Rosanna no esperó más. Y sin cerrar la sala de juntas, con la seguridad de quien sabe lo que provoca, tomó a Vanessa con delicadeza y firmeza, guiándola hacia la mesa de juntas. Allí, sin perder ni un instante, deslizó sus manos por las piernas de la rubia, hasta alcanzar las medias que cubrían su piel, y con un gesto sutil pero decidido las rasgó, liberando la piel tibia y llena de promesas.

Vanessa arqueó la espalda, sintiendo el roce de Rosanna como un fuego que se encendía sin remedio. Con un movimiento suave, Rosanna apartó la tanga Victoria Secret´s de color blanco que protegía su vagina, permitiendo ver una ligera capa de vello púbico, y comenzó a recorrerlo con su lengua con una atención reverente, una caricia en silencio, una exploración que hablaba sin palabras.

El aire se llenó con el sonido entrecortado de suspiros y gemidos profundos. Vanessa, entregada, apretó con sus manos la cabeza de su jefa, como pidiendo más, como suplicando que no se detuviera, que siguiera explorando, adorando, encendiendo.

Ismael, desde la esquina, observaba y grababa. Su mirada estaba fija, absorta en el momento, mientras Vanessa, consciente de la cámara, se tocaba con delicadeza los pezones, subiendo y bajando sus manos para intensificar la escena, para hacerla suya también.

El espacio que antes había sido de reuniones y órdenes se había transformado en un santuario de deseo, donde el poder y la vulnerabilidad se mezclaban con cada caricia y cada mirada.

Y en ese instante, nadie dudaba que lo que ocurría allí cambiaría para siempre las reglas del juego.

La mirada de Vanessa se iluminó cuando vio a Ismael con la mirada fija en ellas, y se masturbaba al mismo tiempo que las grababa. Esa conexión, ese silencio compartido, hizo que una ola de excitación recorriera su piel. Sus manos jugueteaban con la cabeza de Rosanna, desafiándola, invitándola a seguir.

Con voz temblorosa pero decidida, la rubia susurró a su jefa:

—Haz que él participe… que no se quede solo mirando.

Rosanna la miró con una mezcla de complicidad y autoridad, y con un suave movimiento levantó su falda, dejando caer al suelo la tanga que había sido su pequeña barrera.

—Lucas —dijo, la voz cargada de deseo—, penétrame.

Ismael dejó de grabar por un momento, atento solo a ella, a sus palabras, a su cuerpo. Respondió con la intensidad de quien se entrega sin reservas.

—Cada que me lo pidas, tía —murmuró, mientras comenzaba a moverse con un ritmo salvaje y apasionado.

Vanessa observaba, fascinada, excitada, dejándose llevar por la fuerza del momento, por el sonido de ese nombre, por la pasión que ambos compartían. Sus ojos se encontraron con Rosanna en un silencio cómplice, un pacto sin palabras que los unía más allá de cualquier límite.

El clímax de su orgasmo, tan íntimo como salvaje, la alcanzó de la manera más inesperada: en la boca de su jefa, en el refugio de esa entrega sin miedo ni juicio, mientras que Ismael dejaba de penetrar a Rosanna.

La sala de juntas quedó en penumbra, con el sol colándose entre las persianas en delgadas líneas doradas. El aire aún estaba espeso, no por el calor, sino por la tensión, el sudor de la confesión física, la carga de lo prohibido.

Vanessa se incorporó lentamente, sentándose en el borde de la mesa. Su respiración aún era agitada, pero en su rostro había algo más que deseo: había calma. Esa que llega después de haber hecho exactamente lo que uno deseaba, sin miedo.

Rosanna permanecía de pie, con el cabello un poco desordenado, la falda levantada y su tanga en el piso. Se pasó la mano por el rostro con delicadeza, limpiando la miel que su trabajadora había dejado en ella y luego miró a Ismael.

—¿Estás bien, Lucas? —preguntó, no como jefa, sino como mujer.

Él asintió. Pero tardó en hablar.

—Creo que nunca me sentí más parte de algo —dijo con honestidad, mirando a ambas.

Vanessa esbozó una sonrisa que no era ni tímida ni provocadora. Era humana. Casi cómplice.

—¿Y ahora qué? —preguntó, mientras jugaba con los botones de su blusa, aún sin abrochar del todo.

Rosanna tardó unos segundos en responder. Caminó hacia la ventana, como si necesitara tocar la luz del mundo exterior para anclarse en algo real. Luego, con voz firme:

—Ahora sin arrepentimiento. Porque esto no fue una distracción. Fue una decisión. Y si vamos a vivir con ella… que sea con la cabeza en alto.

Se giró hacia ellos.

—Aquí no hay juego si no hay respeto. No quiero celos, no quiero secretos. Pero si hay deseo… entonces se vive, no se reprime.

Ismael y Vanessa asintieron, cada uno desde su rincón, sintiendo que algo más grande acababa de comenzar. No un romance típico. No una aventura de oficina. Sino un nuevo tipo de conexión: basada en la entrega, el consentimiento y el poder compartido.

Horas después, mientras el estudio continuaba con su día, los murmullos seguían presentes. Algunos evitaban mirarlos. Otros… no podían dejar de hacerlo. Pero lo cierto es que, de un modo u otro, todos habían cambiado un poco.

En el fondo de aquellos escritorios Vanessa se cruzó con Rosanna nuevamente. No dijeron nada. Solo se tomaron la mano por un segundo. Como quien promete algo. Como quien guarda un secreto.

Y en su oficina, Ismael seguía trabajando, pero de vez en cuando se tocaba el cuello, recordando el aliento de ella, la voz que lo llamaba “Lucas” como si fuera un conjuro. Un conjuro al que nunca pensaba renunciar.

La oficina se fue vaciando lentamente, como un teatro tras la función. Las luces del exterior comenzaban a reflejarse en los cristales, y las sombras de la ciudad trepaban por las paredes del estudio.

Solo quedaron tres.

Ismael, Rosanna y Vanessa.

El silencio entre ellos no era incómodo. Era un lenguaje compartido, lleno de expectativa. Sin necesidad de palabras, se miraron… y caminaron juntos hacia la sala de juntas, como si el eco de lo vivido horas antes aún los llamara.

Una vez dentro, Rosanna cerró la puerta, esta vez con el seguro puesto. Giró sobre sus talones y se dirigió a Vanessa con una mirada que era mitad orden, mitad deseo.

—Quiero verte —dijo, con voz templada.

Vanessa no dudó. Se despojó de su ropa como si se tratara de un acto ceremonial. Con movimientos lentos, seguros, se inclinó sobre la mesa, colocándose en cuatro, dejando que su cuerpo hablara por ella.

Rosanna se acercó por detrás y con una sonrisa de admiración, deslizó sus dedos por su espalda, apreciando cada curva, cada tensión.

—Tienes unas nalgas deliciosas, Vanessa —murmuró con la cadencia de quien pronuncia un poema.

Se giró hacia Ismael, que observaba en silencio desde una esquina, con los labios entreabiertos, conteniendo la respiración.

—Lucas —dijo Rosanna—. Ven. Haz lo que sabes hacer.

Él se acercó, con pasos pesados pero firmes, y colocó su mano izquierda sobre la cadera de Vanessa. La otra, la alzó suavemente… y entonces dejó caer la primera nalgada. No con violencia, sino con intención. Un sonido seco, firme. Vanessa gimió, no de dolor, sino de un placer contenido que al fin tenía salida.

—¡Oh, my god! —grito la rubia.

Otra nalgada. Otro gemido.

La piel de las nalgas de Vanessa comenzaba a enrojecerse, como una pintura viva. Su cuerpo vibraba. Y entre gemidos, su respiración se volvía más profunda… más desesperada. Como si algo dentro de ella se estuviera rompiendo para dejar salir otra versión de sí misma.

Rosanna, mientras tanto, observaba todo con fascinación. Acariciaba el cabello de Vanessa, la calmaba y la encendía al mismo tiempo con sus palabras.

—Estás hermosa así… entregada, sin miedo.

Y en ese momento, no eran jefa, recepcionista ni diseñador. Eran tres cuerpos conectados por algo más que deseo: por confianza, por impulso, por la certeza de que estaban exactamente donde querían estar.

El reloj ya había marcado el fin de la jornada hacía horas, pero la oficina seguía viva. No por el murmullo de ideas ni el clic de teclas… sino por algo más primitivo. Algo que los envolvía a los tres.

Ismael respiraba agitado, de pie frente a Vanessa, quien aún sostenía su cuerpo inclinado sobre la mesa.

—Penetra mi ano —dijo Vanessa.

Su piel era un mapa rojo marcado por cincuenta nalgadas llenas de deseo, y su mirada reflejaba entrega total.

—¿Escuchaste lo que te pidió? —susurró Rosanna, desde un rincón oscuro de la sala.

Ismael asintió. Sus manos temblaban, pero no por duda. Era por el peso del momento. Por la confianza. Por la orden disfrazada de deseo que su jefa acababa de pronunciar.

Rosanna se acercó a Vanessa con lentitud y retiró la tanga que llevaba puesta con el mismo cuidado con el que se guarda un secreto. La colocó suavemente sobre los labios de la recepcionista, no como una mordaza, sino como un símbolo. Vanessa no se resistió. Al contrario, cerró los ojos como quien recibe una bendición.

Luego, Rosanna se dejó caer en una de las sillas, recostando su espalda y separando ligeramente las piernas. Dispuesta a masajear su clítoris, sin participar. No necesitaba hacerlo. Solo con mirar… se encendía. Cada jadeo, cada palabra susurrada entre ellos era para ella alimento, dominio y placer.

—Ismael… —dijo Vanessa en un grito suave, como si su alma se escapara por la garganta—. Quédate ahí. No pares.

Ismael obedecía. Como guiado por algo más grande que él.

Vanessa, se fundía con el momento. Lo llamaba entre suspiros rotos, se movía con un ritmo que no marcaban ni la vergüenza ni el pudor. En un instante, lo miró sobre su hombro, con la prenda aún entre los labios, y sus ojos llenos de una ternura brutal.

—Te amo, me gusta rompes mi ano —dijo, apenas audible—. Eres el amor de mi vida.

Ismael se quedó en silencio. Un segundo. Tal vez dos. Luego solo cerró los ojos, y lleno aquel estrecho orificio con su semen ardiente.

Rosanna, desde su silla, apretó los labios y explotó en un orgasmo indescriptible.

Hubo un silencio denso en la sala de juntas. No era silencio de paz, sino de preguntas. De esas que se hacen sin palabras, solo con el cuerpo exhausto y las miradas cargadas de un “¿y ahora qué?”

Vanessa seguía en la mesa, respirando de forma agitada, con los labios húmedos y los ojos entrecerrados, sintiendo el dolor en su ano, pero lleno con aquel liquido lechoso en su interior. Ismael, a su lado, no se movía. Parecía mirar a través de ella, como si buscara entender lo que acababa de escuchar.

—Eres el amor de mi vida.

Esa frase, que había salido de los labios de Vanessa como una confesión suave y ardiente, había golpeado a Rosanna como un trueno. Aún sentada en su silla, con las piernas cruzadas y el cuerpo aparentemente relajado, su mente era otra cosa.

Ella no lo dijo, pero lo pensó: ¿Por qué me prendió tanto que ella le dijera eso?

Ismael no respondió de inmediato. Solo la miró. A Vanessa. Con una mezcla de ternura y desconcierto. Fue entonces cuando Rosanna se levantó. Su falda aún desordenada, su cabello enmarañado, pero sus ojos… eran fuego controlado.

Caminó lentamente hasta las nalgas de su empleada, sin mirar a Ismael comenzó a saborear el semen de su hombre directamente del ano de Vanessa, minutos después se levantó y le dio una fuerte nalgada a la chica.

—Está bien —dijo en voz baja, con una sonrisa difícil de descifrar—. Las emociones florecen en la oscuridad. Pero veremos qué sobreviven con la luz del día.

Vanessa la observó, aún vulnerable, como si supiera si acababa de ser bendecida.

Ismael quiso decir algo, pero las palabras no salieron. Solo estiró una mano hacia Rosanna, y ella la tomó.

La sala de juntas aún respiraba con ellos. No era solo el aire espeso de una noche larga, sino esa carga invisible que queda cuando los cuerpos y las emociones se han dicho más de lo que las palabras permiten.

Vanessa seguía sentada en la orilla de la mesa, su silueta recortada por las luces bajas del estudio. Sus piernas, abiertas con naturalidad, no buscaban provocar. Era una postura de entrega, de confianza, como si dijera: Aquí estoy. Sin máscaras.

Rosanna se acercó primero. La observó por un instante, como si la estuviera redescubriendo. Se inclinó con lentitud, sus labios buscaron su piel, su mano recorrió con suavidad la curva de su nalga que aún ardía por aquellas nalgadas. Depositó un beso cálido, íntimo, en el pezón izquierdo de Vanessa, donde el corazón parecía latir con más fuerza.

Ismael se acercó después, sin decir palabra. Se colocó al otro lado de Vanessa. Sus manos, firmes pero cuidadosas, la sostuvieron por la cintura. Sus labios también encontraron espacio. Besaron. Reconocieron. Reclamaron lo que el deseo había sembrado en los tres.

Durante unos instantes, sus respiraciones se entrelazaron. No hubo necesidad de más. Las miradas hablaban. Los gestos respondían.

Las manos de Rosanna y de Ismael se encontraron brevemente en las nalgas de Vanessa, como si hicieran un pacto silencioso, compartido. Uno que decía: Esto fue real. Esto fue nuestro.

Entonces Rosanna se separó lentamente, acariciando la mejilla de Vanessa con ternura.

—Ahora sí —susurró—. Es hora de irnos.

Y así, salieron los tres de la sala. Cada uno con el corazón latiendo distinto. Uno lleno de preguntas, otra de emociones nuevas… y la tercera, de un poder que ya sabía que le pertenecía del todo.

La ciudad dormía. Al menos en apariencia.

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2 COMENTARIOS

  1. Excelente muy caliente y pasional, no he vivido nada más lindo que el sexo con maduras y que lo cuentes con tanta pasión, me trae grandes recuerdos de esas mujeres

    • ¡Gracias por tu comentario, Liberal XXX! Me alegra que el relato te haya encendido y traído esos recuerdos tan intensos. 😏 El fuego y la pasión de las maduras siempre tienen algo especial, ¿verdad? Espero seguir avivando esas memorias con más historias. 🔥 ¿Alguna experiencia que quieras compartir? 😉

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