En su departamento de la condesa, Rosanna se desvistió frente al espejo sin prisa. Cada prenda que caía al suelo era como una memoria de lo ocurrido. Las marcas en su piel, leves, eran testigos silenciosos de una noche diferente, más abierta, más peligrosa. Y más excitante de lo que esperaba.
Se metió en la cama sin encender la televisión. Solo su celular en la mesita de noche iluminaba el espacio. A las 2:13 am, le escribió a Ismael:
Rosanna:
“No dejo de pensar en cómo la tocaste… en cómo gemía por ti.”
La respuesta no tardó:
Ismael:
“Y tú… besándola así, tía. Casi no puedo respirar solo de recordarlo.”
Rosanna sonrió. No una sonrisa dulce, sino una que tenía filo. Deseo, poder, fuego.
Rosanna:
“¿Te diste cuenta cómo se rendía cuando le hablabas así? Cómo su cuerpo respondía a ti, pero me miraba a mí.”
Ismael:
“Sí… y eso me volvió loco. Era como si los dos estuviéramos dentro de ella, al mismo tiempo. Aunque solo uno… físicamente.”
Hubo una pausa.
Rosanna:
“¿Te gustó verla obedecerme? Ver cómo yo dirigía todo… mientras tú la complacías.”
Ismael:
“Mucho. Pero lo que más me gustó… fue verte mirándome como si yo fuera tuyo mientras te masturbabas.”
Eso la desarmó un poco. No completamente. Pero lo suficiente para que su corazón se acelerara, y sus piernas se entrelazaron bajo las sábanas mientras ella tocaba su clítoris con su mano izquierda.
Rosanna:
“Lucas… no eres mío. Pero me encantaría pensar que lo eres, cuando te digo ‘tía’.”
Ismael:
“Soy tuyo cuando lo dices. Y cuando no lo dices.”
Ella apagó la luz. Pero no el teléfono. Lo sostuvo entre las manos, pegado al pecho, como si sus palabras le calentaran la piel más que cualquier cuerpo desnudo.
Esa noche, no durmieron juntos.
Pero tampoco durmieron del todo.
El reloj marcaba las 2:45 am. La ciudad seguía callada, pero dentro de Rosanna todo ardía. Las luces apagadas de su departamento no lograban calmar el fuego que le había dejado la noche.
Ismael no estaba con ella, pero su presencia se sentía con cada vibración del teléfono.
Ismael:
“Todavía puedo oler tu piel, tía.”
Rosanna cerró los ojos. Ese mensaje la sacudió. No físicamente. En algo más profundo.
Se acomodó entre las sábanas, sola, pero con el cuerpo aún sensible. Cada palabra que llegaba desde el otro lado de la pantalla encendía algo. Una imagen, un recuerdo, una orden que no había dado… y que quería dar.
Rosanna:
“¿Qué harías si estuvieras aquí ahora mismo, Lucas?”
Pasaron apenas diez segundos antes de que apareciera la respuesta.
Ismael:
“Lo mismo que hice en tu oficina. Pero más lento. Mirándote a los ojos. Esperando que vuelvas a decir mi nombre.”
Ella no respondió enseguida. Dejó caer el celular a su lado y respiró profundo. La tela de las sábanas contra su piel era apenas un roce, pero suficiente para que sus sentidos se activaran.
Cerró los ojos y dejó que su mente viajara. A la sala de juntas. A la mirada de Vanessa. A las manos de Ismael. A su voz.
Sus piernas se tensaron. Su espalda se arqueó. El cuerpo se convirtió en un solo punto de calor, deseo y silencio. Hasta que el nombre escapó de sus labios, ahogado, urgente.
—Lucas…
Fue más que un suspiro. Fue una confesión.
Después, el cuerpo volvió a caer sobre el ahora colchón empapado. Desnudo. Silencioso. Saciado. Pero con el corazón latiendo como si apenas empezara la noche.
Tomó el teléfono una vez más.
Rosanna:
“No necesito verte para sentirte dentro de mí.”
La respuesta no llegó. Pero no hacía falta.
Ella ya lo sabía.
La mañana llegó con un sol brillante sobre la Condesa, como si la ciudad, en su ironía, intentara limpiar los excesos de la noche anterior con una luz demasiado honesta.
Rosanna llegó al estudio unos minutos más tarde de lo habitual. Llevaba gafas oscuras y una blusa blanca que parecía haber sido elegida con una intención: neutralidad. Pero su andar… no podía disimularse. Era el andar de alguien que había dormido poco. O quizás no había dormido en absoluto.
La puerta automática se abrió y lo primero que encontró fue a Vanessa, de pie junto a la recepción, ya lista, esperándola.
Sin previo aviso, la recepcionista dio un par de pasos rápidos hacia ella, tomó su rostro con ambas manos y le estampó un beso directo en la boca. No fue breve. Tampoco excesivo. Fue exacto: firme, lleno de intención. Y completamente público.
Rosanna parpadeó apenas cuando sus labios se separaron. A lo lejos, Ismael —que había llegado más temprano— observaba desde su escritorio. No se movió, pero su ceño se frunció levemente de excitación.
—Buenos días, jefa —susurró Vanessa con una sonrisa.
Rosanna se tomó un segundo, luego sonrió con esa mezcla de control y fuego que la caracterizaba.
—Buenos días, Vane. Ve a la sala de juntas. En cinco minutos te busco.
Vanessa obedeció, con un brillo en la mirada.
Rosanna siguió caminando hacia su oficina. Pero en el trayecto, se detuvo frente a Ismael. Él la miró, esperando algo. Quizá una invitación. O una promesa.
Ella solo le dijo, en voz baja:
—Lucas… no hagas suposiciones. Solo observa.
Y entró a su despacho, dejando la puerta entreabierta, como si fuera intencional.
Ese día, el estudio no se llenó de trabajo, sino de miradas cruzadas, mensajes sin enviar y la sensación de que algo nuevo se había desatado… y nadie sabía cómo detenerlo.
Vanessa llegó primero a la sala de juntas. El mismo espacio donde, la noche anterior, se había roto el protocolo… y nacido algo que aún no tenía nombre. Se sentó en la misma mesa, pero esta vez con las piernas cruzadas y el cabello recogido, como si quisiera marcar una nueva escena, más calculada, más intencional.
Rosanna entró cinco minutos después. Llevaba consigo solo su taza de café y una sonrisa que no era ni profesional ni personal. Era suya. Era nueva.
—¿Sabes por qué te pedí que vinieras? —preguntó Rosanna, con tono suave, pero cargado de intención.
Vanessa se acomodó en la silla, bajando ligeramente la mirada, pero sin perder el control.
—Para que terminemos lo que empezamos.
Rosanna no respondió. Solo caminó lentamente hasta detrás de ella, apoyando sus manos sobre sus hombros, dejándolas descansar con suavidad. El contacto fue simple, pero suficiente para hacer que Vanessa cerrara los ojos un momento, mientras su jefa bajaba las manos para apretar sus senos.
Desde fuera, Ismael observaba. No por celos. No por control. Observaba con esa mezcla de admiración y deseo que surge cuando uno se sabe parte de algo íntimo, incluso si no está en el centro.
La puerta, como si tuviera vida propia, se cerró lentamente, dejando al interior solo a ellas dos.
Ismael, sin moverse de su lugar, respiró hondo. Sabía que no necesitaba entrar. No todavía.
Tomó su teléfono. Escribió:
Ismael:
“Dile que no estoy mirando. Pero que estoy pensando en ambas.”
Minutos después, recibió solo una imagen de vuelta. No un cuerpo. No una escena. Solo dos manos entrelazadas tocando una vagina rubia, una con uñas rojas, la otra con esmalte natural.
Rosanna y Vanessa.
Complicidad. Poder. Y algo más.
Rosanna no dijo nada al principio. Caminó lentamente alrededor de la mesa, observando los reflejos sobre el cristal, los sillones alineados, los pequeños rastros de la noche anterior que solo ella parecía notar. Luego se detuvo frente a Vanessa.
—¿Estás segura? —preguntó, sin dureza, pero con autoridad.
Vanessa asintió. Con firmeza. Su voz salió suave, pero decidida.
—Quiero entenderte. Quiero saber cómo se siente estar cerca de ti… no como empleada. No como admiradora. Sino como parte de ti.
Rosanna arqueó una ceja. Se acercó. Tan cerca que el aire entre ambas se volvió una sola respiración compartida.
—No es fácil —susurró—. Acercarse a mí significa no volver a mirar igual al mundo.
Vanessa sostuvo su mirada. Y sonrió.
—No quiero que el mundo vuelva a ser el mismo.
Entonces Rosanna alzó una mano y la colocó con delicadeza sobre la mejilla de Vanessa. Su dedo índice recorrió su pómulo con una lentitud que parecía desafiar el tiempo. La otra mano descendió, lenta, hasta tomar su cintura.
El primer beso no fue fuego. Fue reconocimiento.
Y luego vino otro, y otro. Más intensos. Más largos. El deseo no nacía del impulso, sino de la espera. De la confianza.
Vanessa se dejó guiar, sin perder su fuerza. Se sentó en la orilla de la mesa, tal como lo había hecho la noche anterior, pero esta vez con los ojos cerrados. No por sumisión, sino por entrega.
Rosanna colocó ambas manos sobre sus rodillas, deslizándolas con lentitud, abriendo un poco el espacio entre ellas. Pero no hizo más. Solo la observó.
—Eres hermosa cuando dejas de fingir que no lo sabes —dijo, con una voz que era mitad orden, mitad caricia.
Ambas permanecieron ahí, respirando la una en la otra, rozándose con la mirada y las palabras. El deseo estaba presente, sí, pero también algo más sutil: una conexión que parecía decir “esto es nuestro”.
Desde el pasillo, Ismael podía imaginar lo que ocurría. Las paredes de cristal dejaban pasar la luz, pero no los secretos.
Y eso era perfecto.
La luz tenue de la tarde se filtraba a través de las ventanas, dibujando sombras suaves sobre la mesa de juntas. Rosanna y Vanessa, alejadas del mundo que las observaba, compartían un espacio suspendido en el tiempo.
Sentadas juntas sobre la mesa, sus cuerpos se acercaban naturalmente, las piernas se entrelazaron con delicadeza, como si cada movimiento fuera un diálogo silencioso entre piel y piel frotando lentamente sus vaginas entre sí. No necesitaban palabras; la tensión palpable entre ellas hablaba por sí misma.
Rosanna rozó suavemente la mejilla de Vanessa, quien cerró los ojos para sentir con más intensidad cada gesto, cada caricia. Sus respiraciones se sincronizaron, y el latir de sus corazones se volvió un murmullo compartido.
En ese instante, el mundo se redujo a ellas dos, a la conexión profunda que trascendía lo físico, una danza sutil entre el deseo y la confianza, entre la fuerza y la vulnerabilidad.
No había prisa. Solo la certeza de que, allí, en ese espacio cerrado por paredes de vidrio, habían encontrado un refugio donde podían ser auténticas, libres, y completamente presentes.
El teléfono de Ismael vibró con una sola palabra que iluminó su pantalla: “Entra.”
No había más. Solo esa orden cargada de significado, que lo invitaba a cruzar el umbral de un espacio donde todo lo conocido y esperado se disolvía.
Con paso firme, Ismael abrió la puerta de la sala de juntas y se encontró con la imagen que jamás olvidaría. Rosanna y Vanessa, tan cercanas, tan cómplices, compartiendo un momento que hablaba sin palabras. Las piernas entrelazadas, las miradas profundas, la confianza dibujada en cada pequeño roce de sus vaginas.
El aire parecía vibrar con una energía casi tangible, una corriente que los llamaba a los tres a fundirse en una experiencia única.
Sin dudarlo, Ismael se acercó, dejando que su presencia se integrara naturalmente en aquel círculo de intimidad. Rosanna alzó la mirada, una sonrisa invitadora iluminó su rostro, y Vanessa lo recibió con la misma entrega.
No hubo necesidad de explicaciones. Solo el entendimiento tácito de que, en ese momento, solo existían ellos, compartiendo una conexión más allá de lo convencional, más allá de las palabras.
Ellas se acercaron al pene erecto de Ismael, los límites se desdibujaron, y el deseo, contenido hasta entonces, empezó a fluir libre, como un río cálido que los envolvía y unía en un abrazo profundo de sus lenguas chupando aquel pedazo de carne.
Finalmente, cuando el clímax de esa unión se manifestó, su semen fue expulsado hacia los rostros y senos de aquellas candentes mujeres, un testimonio silencioso de la pasión compartida, una huella que sólo ellos podían entender.
—¿Saben qué es lo que me gusta de esta situación? —dijo Rosanna—. Que ustedes harán lo que yo les pida, así que quiero que cojan delante de mí.
Tras escuchar esas palabras, ellos dos se miraron en complicidad.
Ismael se acercó despacio. No dijo nada. Se quedó de pie frente a ella, entre la penumbra y el reflejo azul del monitor que aún estaba encendido del otro lado de la puerta.
Vanessa lo miró. Sin una palabra, deslizó su mano hacia la suya, y lo atrajo entre sus piernas, aún sentada sobre la mesa. Sus rostros quedaron a la misma altura.
—He pensado en esto después de que tuviéramos sexo anal —confesó ella en un susurro—. En cómo sería que penetres mi vagina… sin prisa, frente a ella.
Se besaron con lentitud. Nada apurado. Un beso suave al principio, que fue creciendo como una fogata tímida que encuentra aire. Las manos de ella enredadas en su nuca, las de él en su cintura. El ambiente era denso, pero no urgente. Era deseo con cuidado, pasión con ternura.
Ismael se acostó en la mesa de la sala de juntas, y esperó a que lentamente ella se sentará sobre su pene. Ella en cuclillas comenzó un vaivén de arriba abajo, gritaba, gemía.
—Oh si mi amor, sigue, no pares, te amo, te adoro, eres el amor de mi vida—confesó ella en un grito desesperado—. Préñame.
Ismael sólo observaba como aquel par de redondas y hermosas tetas botaban al ritmo de su penetración.
En aquella habitación. Rosanna estaba sentada sobre una de las sillas, envuelta en calor sofocante. Sostenía su celular mientras grababa, y en la pantalla frente a ella, las escenas comenzaban a intensificarse.
No era la primera vez que veía a sus dos empleados intimar, el día anterior tuvieron sexo anal frente a ella, pero ese día algo era distinto. Tal vez era la situación, o el silencio inusual afuera de la sala de juntas a esa hora. O tal vez era él.
Mientras la escena avanzaba, sus ojos permanecieron fijos, pero su mente viajaba a sus propios momentos íntimos, a las manos conocidas, a los labios que recordaba con precisión inquietante. Se descubrió suspirando, no por la escena, sino por lo que evocaba en su interior.
Sentía cómo su respiración cambiaba, cómo la piel bajo su ropa se volvía más sensible.
Pensó en su cuerpo, en el poder que aún tenía. En lo deseada que se había sentido no hace mucho. En lo libre que se permitió ser, por fin, después de tantos años de control y recato. Había algo hermoso en ese despertar. En sentirse viva.
Y justo cuando Ismael terminó de eyacular en el interior de Vanessa, ella se levantó rápidamente y se subió a la mesa, para que en esa posición su Lucas le hiciera sexo oral, él sin dudarlo hizo lo que ella deseaba. Vanessa se levantó, pero no esperaba lo que su jefa le pidió.
—Déjame chupar el interior de tu vagina—grito ella mientras frotaba sus senos y gemía con aquellos lengüetazos—. Deseo probar su semen en tu piel.
Vanessa sin pensarlo se acostó del otro lado de la mesa y permitió que Rosanna le hiciera el mejor sexo oral que hasta ahora le había dado, y sabía que se debía a que estaba degustando al mismo tiempo aquel exquisito semen del hombre que amaban.
En esta ocasión ambas llegaron al orgasmo al mismo tiempo, Vanessa bañaba la cara de su jefa, y Rosanna hacia lo propio en el rostro de Ismael. Así se quedaron algunos minutos, contemplando aquel acto, descansando de la agitación que sentían.
Posteriormente y ya arreglados, abandonaron aquella sala de juntas, mientras el resto de sus compañeros los miraban salir, algunos con envidia, otros con confusión, y otros tantos con deseo de algún día poder hacer lo mismo en la oficina.
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