La maestra de español (2)

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T. Lectura: 6 min.

Hola a todas nuevamente. Si ya leyeron la primera parte de este relato ya me conocerán, y si no, soy Ángel.

Algo que se me pasó decir en la parte anterior es que actualmente acabo de cumplir 20 años, y todo lo que les conté (y les contaré) ocurrió cuando tenía 18. Hace casi nada… al menos para mí.

Vi cómo la maestra Yésica se iba a paso apresurado. Yo me quedé quieto unos segundos, viéndola alejarse, procesando todo. Finalmente, me fui de la escuela caminando, como siempre. Mi casa está a unos 20 minutos, y por la zona donde vivo no pasa transporte público, así que siempre me voy a pie, ya sea con amigos o solo.

Mientras caminaba, mi mente no dejaba de dar vueltas. Iba sonriendo como idiota, feliz. Muy feliz.

A ratos me llegaban flashes de lo que había pasado: su boca, su piel, su aroma…

Aún podía sentirla en mí.

Al llegar a casa, abrí la puerta y grité como siempre:

Ángel: ¡Ma, ya llegué!

Fui directo a mi cuarto a dejar la mochila. Después salí y la busqué en la cocina para saludarla.

Ángel: Ma…

Mamá: ¿Cómo te fue?

Me acerqué para darle un beso en la mejilla, como siempre lo he hecho desde que tengo memoria… pero me detuvo. Puso cara seria, y con un tono más firme de lo normal, me soltó:

Mamá: ¿Con quién estabas?

La expresión de su rostro era de sospecha, casi enojada.

Mi corazón dio un brinco. Sentí un nudo en el estómago.

¿Nos vio alguien? ¿Escucharon algo? ¿Le dijeron?

Traté de mantenerme tranquilo, pero estaba nervioso. Muy nervioso.

Ángel: ¿Qué? Con nadie, Ma… vengo de la escuela.

Mamá: Ajá…

Respondió como dudando de mí. Entonces frunció el ceño y soltó:

Mamá: Hueles mucho a perfume de mujer. Seguro vienes de ver a alguna muchacha… En vez de estarte preocupando por pasar tus materias.

No dijo nada más. Yo tampoco. Me quedé callado, comiéndome por dentro.

Ella me sirvió de comer. Mis papás ya habían comido. En mi casa solo somos tres: mi mamá, mi papá y yo.

Para que entiendan mejor, tengo tres hermanos. Soy el menor.

Mi hermano mayor estaba en otro estado haciendo su servicio, ya que terminó la carrera.

El segundo igual está en otra ciudad, estudiando.

El tercero recién empezó su carrera y también vive fuera.

Así que desde hace un tiempo, solo quedamos mis papás y yo en casa.

Mi papá tiene un negocio que abre desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana, así que casi todas las tardes y noches me quedo solo.

Pero eso… lo contaré más adelante.

Mis papás me dijeron que ya se iban, así que fui a despedirme y me encerré en mi cuarto a jugar en la computadora. Desde que llegué a casa no podía dejar de pensar en la maestra Yésica, y pensé que jugar me ayudaría a distraerme un rato, porque esa idea me estaba consumiendo. Si mi mamá llegaba a notar algo raro… todo podría valer madres.

Estaba todo tranquilo, jugando unas partidas de Warzone. Eran como las ocho de la noche, más o menos. Tenía el celular sobre el escritorio, por si llegaba algún mensaje o llamada. Justo cuando volteé a verlo, vi que ya me había llegado un mensaje hacía dos minutos, y de pronto… entró otro.

El primero decía:

“Hola”

Y el segundo:

“¿Sí eres Ángel?”

Era un número desconocido. La curiosidad me ganó, dejé lo que estaba haciendo, y justo cuando iba a responder… entró una llamada de ese mismo número.

Me quedé mirando la pantalla, dudando si contestar. Al final lo hice.

Ángel: ¿Hola?

???: Ángel…

Ángel: ¿Sí? ¿Quién habla?

Yésica: Soy Yésica… tu maestra. Te hablo de mi número personal.

En ese momento entendí que el otro número que tenía era para cosas escolares. Me quedé helado. Casi al instante, siguió hablando:

Yésica: Tenía muchas ganas de hablar contigo… pero mis hijas estaban conmigo y no podía. No quiero que se enteren de lo que pasó.

Ángel: Ujum…

Contesté algo nervioso. Mi corazón latía con fuerza. Ella continuó:

Yésica: La verdad… no entiendo qué me pasó. Jamás te había visto, ni me había fijado en ti de esa manera… como para hacer lo que hicimos. Siempre te vi como un alumno. Incluso como un amigo.

(Esas palabras me dolieron… esperaba que sintiera lo mismo que yo. Que correspondiera mis sentimientos.)

Yésica: En cuanto me diste ese beso… el primero, el de pico… no supe qué hacer. Me quedé congelada. Mi reacción lógica era regañarte, alejarte… o lanzarte una cachetada. Pero mi cuerpo no respondió. Sentí algo. Quizás fue el momento… la tensión… no lo sé. Pero correspondí tu beso.

Hizo una pausa breve. Su voz se escuchaba frágil.

Yésica: No entiendo por qué. Hasta ahora no logro entenderlo. Y aunque las cosas se me salieron de control… me dejé llevar. Perdí la cabeza. Algo dentro de mí… se rompió. Y ahora me siento mal… no sé si es culpa, confusión… o ambas cosas. No lo entiendo.

Ángel:

La maestra Yésica no dijo nada más, y yo, algo nervioso y con pena, le respondí:

—Desde el primer momento que la vi detrás de la pantalla me pareció atractiva… lo digo con sinceridad. Pero cuando la vi en persona, algo hizo clic en mí. Me pareció aún más bonita. Me gustó mucho su cuerpo, y aunque siempre fantaseé con usted, jamás imaginé que haría lo que hice.

Sentía que tenía que demostrarle lo que sentía. La verdad… pensé que se apartaría, porque al principio no sentí que correspondiera… hasta que sí lo hizo.

Y quiero confesarle que me gustó mucho lo que pasó. No dejo de pensar en usted. La verdad, me gusta mucho… no sabe cuánto. Y aunque no espero ser correspondido, solo quería que lo supiera.

Sentí como si me quitara un peso de encima. Llevaba meses queriendo decirle eso.

Yésica:

—Ay, Ángel… —me dijo con una voz suave, que no supe cómo interpretar. No entendí si era arrepentimiento, ternura o algo más, pero no quise darle demasiada importancia.

Luego me preguntó si estaba solo, y si quería verla en persona para hablar mejor.

Ángel:

Le dije que sí, que estaba solo, que mis papás no estaban en casa.

Yésica:

—¿Te puedo ver en tu casa? —preguntó.

Ángel:

Contesté algo nervioso:

—Sí… claro.

Yésica:

—Mándame tu ubicación a este número. Voy para allá.

La verdad, en ningún momento pensé que vendría para repetir lo que pasó en la tarde. Solo quería verla, hablar con ella, entender lo que había sentido. Me dijo que llegaba en 30 minutos.

Mi corazón se aceleró. El tiempo se me hizo eterno.

Hasta que llegó el mensaje:

“Ya estoy afuera. Sal por mí.”

Mi corazón se fue a mil. No por miedo ni malas intenciones… sino por saber que la volvería a ver después de lo que pasó.

Mi casa no da directo a la calle. Está al fondo de un callejón, así que no tengo vecinos cerca. Salí algo nervioso y vi su carro —me parece que era un Jetta 2020. En cuanto me vio, se bajó. Yo no caminé hacia ella porque mis piernas no me respondían. Solo la saludé con la mano, a lo lejos. Ella se acercó rápido, quizás para evitar ser vista, aunque la calle es oscura… ya saben, el pésimo alumbrado del gobierno.

Me dijo “hola” en voz baja, y yo le contesté igual. Le señalé que mi casa estaba hasta el fondo, y me dijo:

Yésica:

—Ok, vamos.

Se veía preciosa. Llevaba unos jeans ajustados que marcaban ese gran trasero que ya había tenido el placer de acariciar, una blusa entallada con escote discreto y unos tenis. Venía con sus lentes y su cabello suelto. Caminamos en silencio, cruzándonos miradas, sintiendo esa tensión que no necesita palabras.

Cuando llegamos, abrí la puerta y le pedí que pasara. Mis perros corrieron hacia ella, ladrando —no agresivos, solo emocionados. Yésica se asustó, me tomó del brazo y me preguntó:

Yésica:

—¿No muerden, Ángel?

Ángel:

—No, no, tranquila.

Les grité:

Ángel:

—¡¡Quítense!!

Y se sentaron. Mi papá los entrenó bien.

Yésica no se dio cuenta de que aún me tenía agarrado del brazo, y cuando lo notó, dijo entre risas:

Yésica:

—Ay, disculpa.

Entramos. Le ofrecí sentarse en el sillón grande, y yo me senté en el de al lado. Platicamos sobre lo mismo: su confusión, lo inesperado de todo… para no aburrirlos, les resumo: antes de terminar la charla, me dijo:

Yésica:

—Ángel… como te dije, no te veía con otros ojos.

Esa frase me dio un bajón, pero lo que siguió me devolvió el alma al cuerpo:

Yésica:

—Lo que pasó entre nosotros… cómo nos besamos, cómo nos tocamos… lo que te hice… despertó algo en mí. No quiero ilusionarte, pero… creo que me estás empezando a gustar.

Lo dijo apenada, bajando la mirada. Yo no supe qué contestar. Me quedé helado, pero reaccioné:

Ángel:

—No le veo nada de malo a que lo intentemos… aunque sea repetir el beso.

Ella sonrió, divertida:

Yésica:

—Quizás… besas muy bien, la verdad.

Después dijo:

Yésica:

—Me tengo que ir. Mis hijas van a llegar a cenar y van a empezar a preguntar dónde estoy.

Se levantó, y yo también. No recuerdo lo que me dijo mientras caminábamos a la puerta, porque mi mente seguía atrapada en sus palabras. Nos quedamos viendo un momento… luego se acercó y me abrazó. Ese abrazo se sintió diferente. Fuerte. Verdadero.

Y entonces, alzó su rostro hacia mí y me besó.

Yo no dudé en corresponder. Fue un beso intenso, cargado de deseo. Bajé mis manos y acaricié su trasero. Creo que la tomé por sorpresa porque dio un pequeño brinco. Retiré mis manos enseguida, pero ella no se alejó. Al contrario, me abrazó por la cintura. Volví a tocarla, esta vez con más cuidado, y mi mano derecha se deslizó hasta acariciar su entrepierna por encima del pantalón. Escapó un leve gemido de sus labios… ese sonido me prendió.

En respuesta, sentí cómo me apretaba los glúteos. Ese momento… fue fuego puro. Nuestros cuerpos conectaron sin necesidad de más. No me di cuenta, pero ya tenía una erección, y lo sentía todo intensamente.

Justo cuando parecía que todo iba a escalar, su celular sonó. Era su hija. Le dijo que llegarían a casa a las diez. Eran ya las 9:15.

Yésica:

—Perdóname, me tengo que ir.

Caminamos hacia la puerta que da al callejón. Antes de salir, me dio un beso corto y susurró:

Yésica:

—Te veo mañana en clase. No faltes, o te repruebo.

Solté una risa nerviosa. Iba a acompañarla hasta afuera, pero me dijo que no era necesario. Al girarse para salir, no pude evitar fijarme nuevamente en ese trasero perfecto. Lo agarré con firmeza, sin pensar.

Ella volteó y me dijo, sonriendo:

Yésica:

—Me puse estos por ti… espero te guste cómo me veo.

Me sonrojé. Lo sé, lo sentí en la cara. Esa risa juguetona suya fue lo último que escuché antes de verla desaparecer en la oscuridad.

No podía creer lo que acababa de pasar. Había vuelto a besarme con ella… y eso solo reforzaba todo lo que sentía.

Mientras la veía alejarse por el callejón, con ese culo que resaltaba con cada paso, me quedé parado en la entrada de mi casa, con el corazón latiéndome a mil por hora y una sonrisa que no podía controlar. Cerré la puerta, todavía con el sabor de sus labios en los míos.

Mientras caminaba hacia mi cuarto iba pensando que lo había conseguido… que había logrado que se enamorara de mí, o al menos que empezara a sentir algo más allá de lo prohibido.

Yésica ya no solo me veía como su alumno. Ahora también me deseaba.

Creo que el relato se está poniendo algo largo, así que seguiré la historia en otro, pues está siendo algo largo.

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