La maestra de español (3)

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T. Lectura: 11 min.

Hola a todos nuevamente, soy Ángel.

Si aún no han leído las partes anteriores, les recomiendo hacerlo antes de continuar, porque a partir de ahora la historia irá directa, sin tanto preámbulo.

Me encontraba caminando hacia mi casa cuando recibí un mensaje de mi papá. Me decía que no estaban en casa, que habían salido a revisar temas de proveedores para el negocio y que los esperara para comer, ya que llevarían la comida.

Al llegar, me cambié de ropa y la metí a lavar. No quería que quedara algún aroma sospechoso. Me lavé bien los dientes y me puse a jugar en la computadora.

Quiero decir que, durante los días siguientes, hasta el viernes, no pasó nada especialmente interesante… salvo unos besos de pico con la maestra, como saludo y despedida.

Ambos cumplimos el pacto: nada más dentro de la escuela.

El jueves, sin embargo, Yésica me dijo algo que me sacó de onda.

Yésica:

—Si quieres, mañana puedes hacer el examen final conmigo. Si lo pasas, ya no necesitas venir a clases.

Acepté de inmediato. Para ese entonces, ya no sentía nervios al verla. Solo emoción… felicidad por estar con ella.

Llegué al salón justo a tiempo, como de costumbre. Cerré la puerta a medio camino. Ella me miró y dijo con voz suave:

Yésica:

—Hola, cariño.

Era la primera vez que me llamaba así, y me sorprendió.

Me acerqué para saludarla con un beso de pico, como ya se estaba volviendo costumbre… pero esta vez fue distinto. Me agarró de la playera, justo del centro del pecho, me miró y dijo con la boca casi cerrada:

Yésica:

—Mu-mu.

(Así, como diciendo “no vayas”).

Y me jaló con fuerza hacia ella. Me besó.

Fue un beso largo, lento.

Ella estaba sentada y yo inclinado hacia ella.

Ese beso me despertó una especie de electricidad en el cuerpo. Cosquillas, emoción… no sé cómo explicarlo.

Terminamos y me senté.

Me dio dos exámenes: uno ya contestado, el otro en blanco.

Yésica:

—Te lo doy así por lo que hemos vivido.

Solo sonreí y comencé a resolverlo. Mientras me apuraba, me dijo que quería irse temprano porque tenía un compromiso con sus hijas.

Después me soltó algo que me desarmó:

Yésica:

—Extraño mucho lo que hicimos aquí hace unos días… quiero volver a tenerte.

Me apené, pero respondí sin pensarlo:

Ángel:

—Yo extraño esos juguitos que salieron de usted.

Se rio. Y no dijimos nada más.

A los pocos minutos, terminé el examen, guardé mis cosas, y ella también.

Ya íbamos de salida cuando se me ocurrió algo. Sin romper el pacto, claro.

Iba caminando junto a mí, casi llegando a la puerta. La tomé de la cintura con una mano y la jalé hacia mí.

Ella dio un pequeño grito, como de alegría, pero bajito. La llevé contra la pared, cerca de la puerta, donde calculé que nadie nos vería. Las cortinas estaban arriba y el ángulo nos protegía.

La rodeé con mis brazos y la besé.

Fue un beso que comenzó rápido… pero enseguida se volvió lento, suave, íntimo.

Sentía cómo sus manos acariciaban mi rostro.

Esta vez no hubo toqueteos, ni caricias sexuales… fue algo más profundo. Más emocional.

Estábamos tan pegados que podía sentir su corazón latir fuerte. No sé si ella sintió el mío, pero el mío estaba a mil.

Estuvimos así varios minutos, hasta que, sin decir nada, ambos lo dimos por terminado.

Nuestras caras seguían muy cerca. Vi esa sonrisa… esa sonrisa que me volvía loco.

Yésica:

—En serio, no quiero dejar de verte. Quiero seguir viéndote.

Salimos del salón juntos. Ya en el pasillo donde solíamos despedirnos, no hubo beso, porque en ese lugar cualquiera podía vernos. Solo cruzamos unas palabras.

Yésica:

—Estate preparado.

Y sin decir más, se fue.

Esa frase me dejó confundido. No supe si se refería a lo que habíamos hecho… o a lo académico. Pero sonaba a algo más.

La verdad, el resto del día fue irrelevante… Pero hubo algo que me hizo pensar.

Hasta ahora, no habíamos llegado a la penetración, y sinceramente no lo vi necesario para demostrar lo que ambos ya sentíamos. Bastaba con cómo nos mirábamos, con la forma en que nos tocábamos. Todo eso hablaba más que mil palabras.

Esa noche, nuevamente me quedé solo en casa. Estaba jugando Minecraft en un servidor con unos amigos y no me di cuenta de que tenía un mensaje en el celular. Vi la hora: eran aproximadamente las 8 de la noche.

El mensaje era de la maestra Yésica.

Yésica: “¿Estás en tu casa?”

Le respondí:

Yo: “Sí… ¿por?”

Casi de inmediato contestó:

Yésica: “Estoy afuera, ven.”

Me saqué de onda. No me había avisado que vendría. Me despedí rápido de mis amigos, estábamos en llamada por Discord, y fui a la puerta.

Mis perros ya estaban alborotados, moviendo la cola con emoción mientras miraban por debajo de la puerta del callejón. Abrí… y ahí estaba ella.

Me la imaginaba esperando en la calle, pero no, estaba justo frente a la puerta. Me dijo con una sonrisa:

Yésica: “¡Hola!”

Yo: “Hola… ¿quieres pasar?”

Yésica: “¿Puedo? Perdón por caer de sorpresa.”

Yo: “Sí, sí, claro, pasa.”

No podía dejar de mirarla. Traía unos leggins deportivos que marcaban sus piernas y su trasero de forma increíble. Unos tenis blancos y una chamarra de esas ajustadas con cierre. Llevaba lentes y el cabello algo despeinado.

Yésica: “Perdón por las fachas, vengo del gym.”

Y ahí entendí por qué tenía ese abdomen plano, ese gran trasero.

Cerré la puerta. Entró y se sentó en el mismo sillón de siempre. Entonces me soltó lo inesperado:

Yésica: “Ángel… la verdad vine sin avisar porque no te puedo sacar de mi cabeza. Siempre estoy pensando en ti… en cómo me besas, en cómo me tocas. Estos días que no hicimos nada… me masturbé pensando en ti.”

Me quedé sin palabras. Nadie me había dicho algo así. Mi corazón empezó a latir con fuerza.

Yo: “Yo también te extraño… extraño tocarte, probarte.”

No dijo nada. Solo se levantó y se acercó lentamente hacia mí. Me puse nervioso. Me miró y me sonrió, luego se sentó arriba de mí. En un espejo al fondo pude verla de espaldas, esa escena… verla así, montada sobre mí, me prendió como no tienes idea.

Me tomó la barbilla con una mano, levantó mi rostro y me besó. Esta vez fue diferente: rápido, intenso, como si hubiera estado esperando ese momento con ansias. Traté de seguir su ritmo. Su respiración se agitaba más y más… hasta que se detuvo, dejando nuestros labios apenas separados.

Yésica: “¿Dónde está tu cuarto?”

Se lo señalé:

Yo: “Ese de ahí.”

Me tomó de la mano y me levantó. Caminamos hasta mi cuarto. Abrió la puerta, entramos y la cerró con seguro. Al principio me pareció innecesario… pero luego entendí que no estaba mal.

Se quedó viendo mi setup de tres monitores.

No dijo nada, pero noté cómo lo admiraba. Yo, nervioso, seguía ahí parado sin moverme. Me volvió a tomar de la mano, me llevó hasta la cama y me aventó hacia atrás. Caí sentado. Su mirada… era de deseo, pura lujuria.

Se subió encima de mí de nuevo y comenzamos a besarnos, otra vez con esa pasión tan intensa. De pronto se detuvo. Comenzó a quitarme la camiseta.

En ese momento pensé: ¿Esto va a pasar…?

Volvió a inclinarse y comenzó a besarme el cuello. Fue como una descarga eléctrica. Poco a poco fue bajando… hasta llegar entre mis piernas.

Yésica se acercó más. Sin decir una palabra, bajó la mirada hacia mi entrepierna. Su respiración se notaba agitada. Sus manos comenzaron a desabrocharme el pantalón con lentitud, como si supiera exactamente lo que estaba por hacer.

Lo bajó junto con mi ropa interior, y mi erección, dura y palpitante, quedó expuesta frente a ella. Sentí algo extraño… era la primera vez que estaba completamente desnudo frente a una mujer. Me sentí vulnerable, pero también más excitado que nunca.

Ella me miró fijo, con esa mezcla de deseo y lujuria que pocas veces había visto en alguien. Sin decir nada, comenzó a tocarme.

Primero, me masturbaba suave, lento… después cambiaba el ritmo, volviéndose más intensa. Sabía lo que hacía. Su experiencia se notaba en cada movimiento. Cerré los ojos, disfrutando cada segundo, pero cuando los abrí, ya estaba agachada.

Sin previo aviso, se lo metió a la boca. Comenzó a chuparlo lentamente, haciendo que cada centímetro se sintiera como fuego. Luego aceleraba, apretando con los labios, metiéndolo más profundo, hasta el fondo, haciendo esos sonidos húmedos que me volvían loco.

—Mmm… te sabe igual que antes… —susurró con voz traviesa, apenas separando sus labios de mi miembro antes de volver a chupármelo con más ganas.

Sentía que iba a explotar, pero justo cuando estuve a punto, se detuvo.

Desde esa posición, Yésica bajó el cierre de su chamarra, revelando un top ajustado que dejaba ver parte de su abdomen. Se lo quitó con lentitud, dejándome ver sus senos firmes, redondos… justo como los recordaba.

—Levántate —me dijo suave, con una voz cargada de deseo.

Obedecí sin decir nada.

Ella se recostó en la cama y me miró con una sonrisa pícara.

—Te toca, Ángel.

Le quité los tenis, después comencé a bajar los leggings. Debajo, solo traía una tanga diminuta, tipo hilo, que apenas cubría algo. No aguanté más y también se la quité. Quería verla completamente desnuda… y ahí estaba, por fin. Frente a mí. Hermosa. Ardiente.

Me arrodillé entre sus piernas y las abrí con suavidad.

Bajé la cabeza y empecé a darle sexo oral, guiándome por lo que recordaba que le gustaba. Chupaba y lamía con hambre, enfocándome en su clítoris, succionando con fuerza. Sus gemidos me confirmaban que lo estaba haciendo bien.

—Aah… sí… Ángel… ahí… justo ahí… —jadeaba.

Cuando la miré, tenía los ojos cerrados con fuerza. Se tocaba los senos, retorciéndose con cada lamida que le daba.

—No pares… aahh… sigue así…

Sus caderas se movían contra mi boca, desesperada por más. Su respiración era cada vez más rápida, los gemidos más profundos.

—¡Detente! Ángel… por favor… detente… —dijo de pronto, con una voz temblorosa, como al borde del orgasmo, pero queriendo controlarlo.

—¿Segura? —le pregunté, levantando la vista.

—Sí… en serio… —me dijo jadeando, mordiéndose el labio—. Solo espera unos segundos… no quiero terminar todavía…

Me detuve, pero el deseo seguía encendido en los dos.

Yésica seguía jadeando, con los ojos cerrados y el cuerpo aún vibrando por lo que le había hecho con la boca. Yo estaba frente a ella, temblando ligeramente, con la verga tan erecta que sentía que iba a venirme con solo rozarla.

Abrió los ojos y me miró. Su expresión cambió: seguía siendo lujuriosa, pero ahora también tenía algo tierno, como si pudiera ver en mí más de lo que yo mismo mostraba.

Yésica:

—Ven.

Extendió los brazos hacia mí. Me subí sobre ella, apoyando las manos a cada lado de su cabeza. Mi respiración era agitada, el corazón me latía como loco. Mi verga apenas rozó su entrada… y ahí me quedé un segundo. Dudando.

Ella lo notó.

Yésica:

—¿Es tu primera vez, verdad?

Ángel:

—Sí…

Sentí que se me notaba en la voz, y por dentro una mezcla de vergüenza y ansiedad. Pero Yésica me acarició la cara con una ternura inesperada.

Yésica:

—Está bien… no tienes que saberlo todo. Yo te voy diciendo.

Tomé mi verga con la mano, algo torpe, y la guié hacia su entrada, húmeda y caliente. Ella movió ligeramente las caderas, ayudándome. Empujé despacio, pero no lograba entrar del todo.

Yésica:

—No te apresures. Solo siente mi cuerpo… déjalo entrar despacio.

Volví a empujar, más lento esta vez. Sentí cómo su interior me abría paso, cálido, húmedo, apretado. Entré poco a poco, jadeando. Cuando ya tenía la mitad adentro, me quedé quieto, abrumado por la sensación.

Yésica:

—¿Estás bien?

Ángel:

—Sí… solo… no sabía que se sentía así…

Ella sonrió y me abrazó por el cuello, susurrándome al oído:

Yésica:

—Muévete lento… así… sí… ahora empuja un poco más…

Seguí sus indicaciones. Mis movimientos eran torpes. A veces empujaba con más fuerza de la necesaria, otras me salía un poco y tenía que volver a entrar. Pero ella no se quejaba, al contrario, me guiaba con sus manos sobre mi cintura, ayudándome a encontrar el ritmo.

Yésica:

—Eso es… así, Ángel… sí, justo así…

Poco a poco, mis caderas empezaron a fluir. Ya no pensaba tanto. Solo la sentía. Escuchaba sus gemidos, su respiración, y la forma en que su cuerpo me pedía más.

Yésica:

—Estás haciéndolo bien… se siente tan rico… sigue así, no pares…

Tomé más confianza. La sujeté con firmeza de la cintura y empecé a darle más fondo, sintiendo cómo su interior me apretaba delicioso. Ya no era solo nervios, era puro deseo.

Mis caderas chocaban contra las suyas, suaves pero constantes. Su piel contra la mía, el sudor empezando a aparecer, el calor entre los dos… todo era perfecto.

Ángel (pensando):

No sabía que se sentía así… no solo era placer, era como si cada parte de mí encajara justo ahí, con ella. Su cuerpo lo estaba sintiendo todo, pero el mío también… y más.

Yésica gemía cada vez más fuerte, sus piernas me rodeaban con fuerza, sus uñas se clavaban suavemente en mi espalda.

Yésica:

—Aah… Ángel… se siente tan rico dentro de mí…

Ángel:

—No quiero venirme aún…

Yésica (sonriendo):

—Tranquilo… ahora quiero probar algo yo.

Se soltó de mí, respirando agitada. Me besó una última vez en los labios y luego me empujó suavemente hacia atrás.

Yésica:

—Siéntate… quiero subir yo.

Me senté como me pidió, aun jadeando, con mi verga húmeda y brillante apuntando al techo, palpitando con necesidad. Yésica se acomodó sobre mí… pero se giró.

Puso sus rodillas a los lados de mis piernas, dándome la espalda. Desde ahí, vi cómo su cadera bajaba lentamente… hasta que sentí la punta de mi verga tocarla de nuevo.

Ángel (pensando):

Esa vista… su espalda, su cintura, ese culito perfecto bajando sobre mí… nunca había visto algo tan sexy. Estaba dentro otra vez… y aún más profundo.

Yésica:

—¿Así te gusta?

Ángel:

—Demasiado…

Ella comenzó a moverse. Primero suave, subiendo y bajando despacio, haciendo que cada centímetro se sintiera con más presión. Luego, sus manos fueron a su propio cuerpo, tocándose los pechos mientras yo no podía dejar de mirar cómo su culo chocaba contra mí.

Yésica:

—¿Te gusta ver cómo me lo meto?

Ángel:

—Me vuelve loco… no sabía que se podía sentir tan cabrón.

La sujeté de la cintura con ambas manos, sin apretarla demasiado, solo para sentir cómo se movía. Ella empezó a acelerar el ritmo, gimiendo más fuerte con cada embestida. Mi verga se deslizaba dentro de ella con facilidad, empapada y caliente, pero la presión seguía siendo deliciosa.

Ángel (pensando):

No podía creer lo que estaba viviendo. Era como si mi cuerpo apenas estuviera descubriendo el sexo, pero con ella todo se sentía natural… y adictivo.

Yésica:

—Ángel… no pares de verme… quiero que te vengas viéndome venirme…

Yésica seguía montándome de espaldas, su cuerpo bajando con fuerza, sus gemidos mezclándose con los míos. El ritmo era cada vez más rápido, más húmedo, más salvaje.

Pero de pronto, se detuvo.

Se levantó de golpe, con la respiración agitada, y giró para quedar de frente a mí. Se acomodó rápido sobre mi verga de nuevo, guiándola con la mano, y bajó sin pensarlo. Soltamos un gemido al unísono.

Yésica:

—Quiero verte… quiero venirme así, contigo viéndome…

El nuevo ángulo era perfecto. Su cuerpo lleno de sudor brillaba a la luz tenue del cuarto. Desde abajo, yo podía ver cómo rebotaban sus tetas cada vez que se movía, y cómo las sostenía con ambas manos mientras me montaba.

Ángel (pensando):

Era como verla en cámara lenta… sus pechos rebotando, su abdomen tenso, su rostro entre placer y locura… y yo dentro de ella, sintiéndolo todo. No sabía en qué momento llegué a esto, pero no quería que terminara.

Ángel:

—Me voy a venir… Yésica… ya no aguanto…

Yésica (gimiendo):

—Sí… suéltalo dentro… quiero sentirte terminar en mí…

No aguanté más. Con un gemido profundo, me vine con fuerza. Sentí las descargas calientes salir de mí, dentro de ella. Era tanto placer que me estremecí completo. Mis manos se clavaron en sus muslos mientras mi cuerpo temblaba.

Pero ella no se detuvo.

Siguió moviéndose unos segundos más, ahora más despacio, con los ojos cerrados y el rostro tenso.

Yésica:

—Aahh… sí… ahí… ahí… ya… ¡aah!

Soltó un gemido más fuerte mientras su cuerpo se estremecía encima de mí. La sentí apretarme por dentro, húmeda, caliente, vibrante. Cayó sobre mi pecho de inmediato, jadeando, sudando… temblando todavía.

Ángel (pensando):

No sabía si había durado mucho o poco… solo que fue justo lo necesario. Tal vez fue por las ganas, el deseo acumulado, o todo lo que habíamos reprimido tanto tiempo… pero fue perfecto.

Ángel:

—No sé cuánto duré… pero… se sintió como si fuera todo lo que tenía que pasar…

Yésica (respirando agitada, sonriendo):

—Lo hiciste bien… muy bien…

Su cuerpo se apoyaba en el mío, caliente, empapado de sudor, con su pecho rozando el mío. No se despegó. Seguía respirando agitada, gimiendo bajito, como si el orgasmo no se le fuera del cuerpo todavía.

Ángel (pensando):

Sentía el calor recorriéndome entero. El pecho me latía con fuerza, los músculos me pesaban. No sabía en qué momento, pero mi cuerpo se aflojó. Y el de ella también.

Se quedó encima de mí, con la cabeza recargada en mi hombro, su cabello mojado pegándose a mi cuello. Ambos en silencio. Solo respirábamos.

Y en medio de esa calma… nos quedamos dormidos.

Quizás no fue mucho el tiempo que nos quedamos dormidos.

Tal vez solo unos minutos.

Pero el cansancio se notaba. Sudados, agitados… y en silencio.

Yésica seguía encima de mí, pero poco a poco se levantó, con el cuerpo aun temblando levemente. No se cubrió ni se apresuró. Solo me miró mientras se acomodaba el cabello hacia atrás.

Yésica:

—¿Ese es el baño?

Ángel:

—Sí… ahí al fondo. Es pequeño, pero tiene regadera.

Caminó hasta allá. La vi alejarse completamente desnuda. Justo cuando estaba por cerrar la puerta, se detuvo. La abrió un poco más y asomó la cabeza, con una expresión traviesa y cálida.

Yésica:

—¿Quieres venir?

Tardé dos segundos en reaccionar. Me levanté sin decir nada, todavía desnudo, sintiendo el cuerpo pesado por todo lo que habíamos hecho. Entré al baño con ella. Cerró la puerta.

El espacio era reducido. El vapor empezaba a llenar el ambiente. El agua ya caía, templada. Nos metimos a la regadera juntos, sin apuros. Yo la dejé pasar primero y luego me coloqué detrás de ella.

El agua nos recorrió el cuerpo. Su espalda contra mi pecho, sus nalgas rozando apenas mi cintura. Pero no había intención sexual… no ahora.

Solo estábamos ahí, piel con piel, en silencio. Yo la abrazaba desde atrás. Ella apoyó su cabeza en mi hombro.

Ángel (pensando):

No dije nada. No hacía falta. Tenía su cuerpo frente al mío, su respiración calma, el agua cayendo sobre los dos… y por primera vez, no sentía deseo. Sentía paz.

Mis manos la acariciaban despacio. Su cintura, sus brazos, su vientre.

Ella se giró lentamente, ahora de frente.

Me miró sin sonreír, pero con esos ojos que decían demasiado.

Yésica:

—No pensé que iba a pasar así…

Ángel:

—Yo tampoco.

Nos quedamos viendo.

Yo pasé mis dedos por su cara, limpiándole el agua del rostro. Ella hizo lo mismo conmigo. Después apoyó la frente contra la mía. No nos besamos. No lo necesitábamos.

Estuvimos ahí varios minutos más, bañándonos despacio, en silencio. Lavándonos el uno al otro.

Y cuando terminamos, nos secamos sin apuro y volvimos a la cama.

Ya eran las 11 pm.

No hablamos más. Solo nos acostamos, desnudos, ahora limpios, mirándonos en la oscuridad.

Y aunque no lo dijimos, ambos sabíamos que algo cambió para siempre.

Ya estábamos acostados, los dos bajo las cobijas y con la luz apagada. Su cuerpo seguía pegado al mío, cálido, suave, todavía temblando levemente por lo que acabábamos de vivir.

Después de un momento en silencio, me habló.

Yésica: —Ángel… el lunes me voy con mis hijas de vacaciones a la playa.

Ángel: —¿En serio?

Yésica: —Sí… vuelvo hasta el sábado de la próxima semana.

Me cayó como un balde de agua fría. Una parte de mí se sintió triste, pero otra… no podía dejar de sonreír por dentro. El simple hecho de que me lo dijera así, como si le doliera irse sin verme, me hizo sentir especial.

Ángel: —¿Tanto tiempo?

Yésica: —Sí… y justo esa semana no hay clases, ya sabes, por la recuperación.

Tenía razón. Esa semana ya no había nada.

Faltaban dos semanas para la graduación y todo se sentía como un cierre… inevitable.

Yésica: —Te voy a extrañar. No sabes cuánto.

Yo: —Yo también… Voy a extrañar tus besos… tus caricias.

Se quedó callada, solo acercó más su cuerpo al mío y apoyó su cabeza sobre mi pecho. No hizo falta decir más. En ese silencio, entre respiraciones profundas, entendimos que lo que teníamos era intenso… pero tenía un final con fecha. Aunque nos quedaba algo de tiempo, la realidad se empezaba a colar entre los suspiros.

Yésica:

—¿A qué hora llegan tus papás?

Ángel:

—Como a las dos o tres de la mañana. Los fines de semana cierran tarde, llegan directo a dormir y nunca me despiertan… A esa hora yo ya estoy bien dormido.

Yésica:

—Mmm… Justo estaba pensando en eso.

Ángel:

—Quédate… Quiero dormir contigo.

Se volteó lentamente y la abracé por detrás. La clásica cucharita.

Su cuerpo, cálido y suave, encajaba perfecto con el mío. Respiraba lento, tranquila…

Y ahí me quedé, sintiéndola cerca, como si el tiempo se detuviera sólo para nosotros dos.

La verdad aún queda mucho que contar… pasaron más cosas de las que imaginan. Si quieren seguir sabiendo de esta historia, háganmelo saber y les traigo más partes

Espero que les esté gustando la historia tanto como a mí escribirla… y recordarla.

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7 COMENTARIOS

  1. No sé si sea un cierre de la historia, pero ha estado muy bueno, me confundí en la parte 2, porque tiene nombres iguales, pero uno dice “continuación” y eso confunde, como recomendación, lo pongas por numero, porque ya después me di cuenta que me falto un relato por leer, así que tuve que regresar a leer el que me faltaba, ya había leído este.

  2. No es peligroso hacerlo en la casa de tus padres Por qué no vas a un hotel y sigue con la historia está interesante Pero ten en cuenta eso

  3. Es una historia que muchos hubieramos queridido experimentar y mas con una profesora como ella….Saludos. y no dejes de escribir.

  4. Ah estado increíble todas las partes, y me deja con la intriga seguir leyendo, espero que sigas contando tu historia

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