La entrega de Camile

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Ella pensó que solo estaba leyendo. Pero él la esperaba.

Un traje, una orden, un collar… y la obediencia se vuelve inevitable.

Lees estas palabras y algo dentro de ti se despierta, una llama que no habías notado antes. Cada línea recorre tu piel, cada imagen invade tu mente, dibujando deseos que no sabes si te atreves a reconocer.

El relato no es solo historia; es una invitación silenciosa, un llamado a dejarte llevar, a rendirte sin miedo. Sientes cómo tu respiración se acelera, tu pulso se vuelve intenso, y una voz interior te susurra que esto es lo que has estado buscando.

Con el corazón latiendo con fuerza, posas los dedos en el teclado y escribe esas palabras que lo cambian todo:

“Estoy lista para obedecer”.

Recibes la respuesta a tu correo. Él te invita a su casa, con instrucciones claras: “Obedecerás cada orden con devoción y sin rechistar”.

El deseo y la incertidumbre se mezclan en tu pecho mientras te preparas.

Al llegar, él te recibe con una postura firme e imponente. No hay palabras, solo su mirada penetrante basta para doblegar tu voluntad, para hacerte sentir suya: un ser indefenso frente a un depredador voraz. Te entrega una bolsa:

—Adentro esta tu traje —Espeta con voz profunda y fuerte, mientras toma asiento en el sillón— Póntelo, puta.

El oír esas palabras, esa transgresión, aumenta tus pulsaciones. Un calor agradable, se apodera de tu vientre.

—Si señor —replicas, en murmullo— D… ¿dónde está tu baño?

Él te mira y sonríe con malicia, como un lobo que observa a una oveja desprevenida en la llanura. Se levanta, su altura, sus músculos, su cuerpo, te hacen sentir disminuida. Te toma del cuello y te da una pequeña bofetada:

—Aquí frente a tu amo.

Te sientes insignificante, usada, poseída, pero te excita, te produce éxtasis y tus pezones responden instintivamente.

Tomas la bolsa, en su interior hay un traje de sirvienta, que parece más de prostituta. Un mensaje claro de lo que significas para él. Lo tomas con manos temblorosas y te lo pones mientras sientes su mirada penetrante recorriendo tu cuerpo al desnudarse y al envolverse en esas telas.

Cuando terminas, te ordena arrodillarte. Sin dudar, obedeces y bajas hasta el suelo. Él extiende sus pies desnudos hacia ti, te tardas unos segundos en comprender, pero al final lo haces y con reverencia y devoción, tal como lo decía en el mensaje comienzas a besar, lamer y chupar sus pies, sus dedos… sellando tu entrega y reafirmando su control.

“¿Qué haces imbécil? Te recrimina tu conciencia, mientras tus ojos se cierran y tu lengua recorre su empeine… “¿Acaso eres un pedazo de basura?” la humillación se torna en humedad. Y ¿Por qué no? Si me siento en las nubes la acallas, sintiendo admiración por ese hombre, que te tiene en ese lugar que ningún otro ha logrado.

Te detiene, tomándote de la barbilla abres los ojos y lo miras entregada.

—Buena niña, buena niña —replica el mimándote como a un perro.

En respuesta mueves las caderas, ese culo firme y terso: —¡Guau, guau, guau!

Ese gesto va más a allá de sus expectativas, te mira extasiado. Carca su cara a ti, te tira del pelo para luego lamerte una mejilla y te espeta:

—Ummm sabor a perra en celo ¡mi favorito! — El sentirte como una presa ocasiona que tu entrepierna se convierta en un manantial de aguas prohibidas.

Se miran por un segundo. El juego debe seguir, así que te ordena traerle una cerveza. Te diriges a la cocina, tus movimientos son precisos y rápidos. Te contoneas como una meretriz en celo, deseas desde lo mas profundo de tu alma complacerlo, dejar tu huella en su memoria como el lo esta haciendo en la tuya.

Al regresar, lo encuentras relajado en el sofá, desnudo y viendo el fútbol. Te arrodillas frente a él, con la cerveza en la mano. “Destápala y entrégamela”, ordena con voz firme. Obedeces, sintiendo cómo tus manos tiemblan ligeramente. Le entregas la cerveza y, sin esperar más ordenes, te inclinas para chupársela, sintiendo su dureza contra tus labios. Él te deja hacer, sientes ese sabor a macho, eso te enloquece… bajas y subes, bajas y subes, succionaos y lames… su virilidad irrumpe hasta tu garganta. Esa sensación de entrega, de dar placer, te hace sentir en las nubes. De repente te saca de un jalón de pelo, te bofetea y escupe la cara:

—Esto es lo que querías ¿verdad zorrita? Esto es lo que te hacía falta.

—Si señor, por favor no pare, no quiero que acabe nunca.

Te ordena abrir la boca, tú lo haces sin chistar. Él bebe un trago de cerveza y luego lo vierte en tu boca, lo tragas y la escena se repite en un par de ocasiones. Luego regresas a atenderlo con tu boca. El sabor amargo de la cerveza se mezcla con el de su piel, y un gemido escapa de tu garganta mientras lo complaces.

Con el sabor de su piel aún en tus labios, te levanta del suelo y te entrega una lista de tareas. “Lava, plancha, y asegúrate de que todo esté impecable”. Asientes y te pones a trabajar, sintiendo cómo cada movimiento te recuerda tu sumisión. Mientras planchas, él se acerca por detrás, su mano rozando tu cintura.

—No te detengas— susurra, y sientes su erección presionando tu culo de zorra.

Sin previo aviso, te penetra, sus manos firmes en tus caderas te hacen mover al ritmo de sus embestidas. Un gemido escapa de tus labios, pero no te detienes, continuando con la plancha mientras él te usa a su placer.

Te jala el pelo y te nalguea.

—Ah… ahhh… ahhh —jadea— Eres una puta, una zorra y una perra. Desde que escribiste sabía que ensartaría este coño de golfa —te espeta extasiado.

Gritas como posesa, ese trato los insultos, la transgresión, te estallan la cabeza: es como estar en otro mundo.

—Seré… t… tu… tu puta barata, siempre que quieras —Respondes entre jadeos.

Finalmente, llena tus entrañas. Te da una nalgada, luego sentencia:

—Aun tienes trabajo por hacer, zorra barata.

Después de terminar las tareas, te ordena sentarte en el suelo.

—Mira —dice, lanzando una pelota hacia ti— Tráela de vuelta con el hocico y a cuatro patas.

Obedeces, gateando hacia la pelota, sintiendo el éxtasis de la humillación y la excitación de ser tratada como una mascota. Al regresar, dejas caer la pelota a sus pies, esperando su próxima orden. Él sonríe, satisfecho, y te acaricia la cabeza como si fueras su perro fiel.

Así mientras estas de rodillas, te toma del pelo y te lleva al dormitorio a cuatro patas. Te ata a la cama, con las muñecas y tobillos sujetos firmemente.

—¿Vamos a jugar un poco —dice, y sientes un escalofrío por la incertidumbre “Ahora que tendrá en mente?” Sin dejarte cavilar más, comienza con a azotarte cada parte de tu cuerpo, los golpes del látigo resuenan en la habitación; el dolor se mezcla con un placer perverso e indescifrable. Luego, sus dedos encuentran tus pezones, retorciéndolos y pellizcándolos hasta que gritas en busca de clemencia.

—Shhh, perra, esto no es más que el comienzo—, susurra, y sientes cómo tu cuerpo responde, contorsionándose de placer.

Un dildo irrumpe en tu sexo, lo sientes hasta el cérvix… tu amo lo acciona y empieza a girar, revolviendo tus entrañas…el calor, la presión, la llenura… te llevan a los limites del placer. Él te empotra la boca, hasta el fondo, lo hace con brusquedad, con rudeza: lagrimeas y tienes arcadas… pasan los minutos y el estalla en tu garganta, segundos después te corres, te corres como nunca lo has hecho, de tu vagina enrojecida e inflamada emana un manantial sientes temblores, convulsiones, el mundo se desvanece mientras cierras los ojos. Cuando pasa, él se tumba junto a ti y apoyas tu cabeza en su pecho. No hay mucho que decir.

Finalmente, te desata y te deja sola en la habitación, con tu cuerpo dolorido pero satisfecho. Te vistes lentamente, reflexionando sobre lo que acaba de pasar. La sumisión, el dolor, el placer… todo se mezcla en una experiencia que te ha dejado sin aliento. Mientras te preparas para irte, te das cuenta de que esto es solo el comienzo, que hay mucho más por explorar. Y con una sonrisa, sabes que estás lista para obedecer de nuevo.

¿Estas lista para obedecer? Ya sabes que hacer.

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1 COMENTARIO

  1. Si estás lista para obedecer, ya sabes que hacer:
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