La Gemma de la familia: La virgen de su tío

1
18661
24
T. Lectura: 11 min.

Primero fue un beso suave, sus labios cálidos rozaban el contorno de uno de sus pechos, pero pronto la intensidad creció. Rafael chupó con avidez, su lengua trazó círculos alrededor de un pezón antes de tomarlo entre sus dientes, mordiendo con una presión justa que arrancó un gemido agudo de los labios de su sobrina. Ella arqueó la espalda, ofreciéndose más a él, su cuerpo temblaba mientras el placer la atravesaba como una corriente eléctrica. Rafael pasó al otro seno, jalando el pezón con los labios, succionándolo con una intensidad que hacía que los gemidos de Gemma se volvieran más desesperados, más profundos.

—Oh… —jadeó ella, sus manos se aferraban a los hombros de Rafael, sintiendo la dureza de sus músculos bajo la tela. Su cuerpo ardía. Cada chupada, cada mordida, enviaba oleadas de placer que la hacían estremecer, sus pezones palpitaban bajo la atención voraz de Rafael. Por primera vez, un hombre poseía sus pechos generosos, y la sensación era abrumadora, un éxtasis que la hacía perderse en el momento.

Gemma, extasiada, soltaba jadeos entrecortados, sus caderas se movían instintivamente contra las piernas de Rafael, buscando más fricción, más contacto. Su piel ardía, cada roce de sus manos y su boca avivaba el fuego que la consumía. Rafael gruñó contra su piel, sus manos apretaban más fuerte, como si no pudiera saciarse de ella. La sala, silenciosa salvo por los sonidos de sus respiraciones y los gemidos de Gemma, era un escenario íntimo donde el deseo reinaba sin restricciones, empujándolos al borde de algo prohibido y devastadoramente intenso.

Al poco tiempo su uniforme escolar estaba en desorden: la falda plisada apenas cubría sus muslos torneados, y la blusa, completamente abierta, colgaba a los lados, dejando sus senos redondos al descubierto, los pezones rosados aún estaban sensibles y erectos por la atención previa de Rafael. Su cabello rojizo caía en mechones desordenados, rozando su espalda desnuda, y sus ojos verdes brillaban con una mezcla de nerviosismo y un anhelo que la consumía.

Rafael, con su presencia imponente, se puso de pie, levantando a Gemma de sus piernas con una fuerza controlada que la hizo jadear. Sus ojos oscurecidos por la lujuria la recorrieron sin pudor mientras comenzaba a desvestirse. La camiseta cayó primero, revelando un torso esculpido, músculos definidos que se tensaban con cada movimiento. Luego, con una lentitud deliberada, desabrochó sus jeans, dejándolos deslizarse al suelo hasta quedar solo en un bóxer negro que marcaba la evidencia de su excitación. La tela se adhería a su entrepierna, delineando una erección prominente que hizo que el aliento de Gemma se atorara en su garganta.

Ella, instintivamente, comenzó a deslizar su falda, ansiosa por liberarse de la ropa que aún la cubría, pero Rafael la detuvo con un gesto firme. —Todo a su tiempo, pequeña —dijo, con voz grave y cargada de autoridad sensual—. Quédate así. Me gusta verte… justo como estás.

Tomándola por los hombros con manos fuertes, la guio hasta ponerla en cuclillas frente a él. Gemma, arrodillada en el suelo, sintió el calor de su cuerpo irradiar hacia ella, el aroma masculino de Rafael llenaba sus sentidos. Él tomó su nuca con una mano, sus dedos se enredaron en su cabello rojizo, y con un movimiento lento pero decidido, la acercó a su entrepierna. La tela del bóxer rozó los labios de Gemma, y ella pudo sentir la dureza palpitante debajo, gruesa y caliente, presionando contra su rostro. Su respiración se aceleró, y un cosquilleo ardiente recorrió su cuerpo, concentrándose en el calor húmedo que crecía entre sus muslos.

El olor de Rafael, una mezcla embriagadora de piel masculina y pre-semen, la envolvió, y ella cerró los ojos, dejando que sus labios rozaran la tela, sintiendo la longitud y el grosor de su verga. Pero el deseo de verlo, de tocarlo piel a piel, era abrumador. Sin poder resistirse, sus manos temblorosas encontraron el elástico del bóxer y lo bajaron lentamente, liberando la verga de su tío. Sus ojos se abrieron de par en par, un jadeo escapó de sus labios al ver el tamaño: grueso, duro, venoso, palpitando con una intensidad que la hizo estremecer. Era una visión que encendió cada nervio de su cuerpo, y sus manos, movidas por un impulso incontrolable, lo tomaron con delicadeza, pero con firmeza.

Gemma frotó la verga de su tío contra su rostro, la piel cálida y suave contrastaba con la dureza debajo. Sus dedos lo acariciaban lentamente, explorando cada vena, cada contorno, mientras lo deslizaba por sus mejillas, acercándolo a sus labios entreabiertos. El calor de su respiración rozaba la punta, y un gemido bajo escapó de Rafael, sus manos apretaron ligeramente su cabello. Ella, perdida en la sensación, sentía su cuerpo arder, su vagina se humedecía más con cada roce, cada instante de contacto. La sala, silenciosa salvo por sus respiraciones entrecortadas, era un escenario donde el deseo se desbordaba, empujándolos a un límite donde la razón se desvanecía.

Rafael, de pie frente a ella, era una visión de masculinidad cruda. Desnudo salvo por el bóxer que yacía arrugado en el suelo, su cuerpo atlético se alzaba imponente, los músculos de su abdomen y muslos definidos bajo la luz tenue. Su erección, gruesa y venosa, palpitaba en las manos de Gemma, que la sostenía con una mezcla de timidez y fascinación. Sus dedos, delicados pero ansiosos, acariciaban la piel cálida, explorando cada centímetro con una curiosidad que la hacía jadear.

—Qué rico lo tocas, sobrina —gimió Rafael, su voz grave resonaba como un trueno bajo, sus ojos estaban llenos lujuria mientras la miraba arrodillada ante él.

Gemma alzó la vista, sus ojos verdes brillaban con un éxtasis que apenas podía contener. —Es que… nunca había visto uno en persona, tío —confesó, su voz era temblorosa, cargada de un deseo que la consumía. Sus labios, rosados y húmedos, rozaban la punta mientras hablaba, enviando un escalofrío por el cuerpo de Rafael.

—¿Qué te parece la verga que trajo a la vida a tu prima favorita? —preguntó él, su tono estaba impregnado de una depravación que hizo que el corazón de Gemma latiera más rápido. Sus manos se enredaron en el cabello rojizo de ella, guiándola con una firmeza que era tanto posesiva como invitadora.

Sin responder de inmediato, Gemma abrió la boca, sus labios envolvieron la punta con una timidez que pronto dio paso a un hambre incontrolable. Su lengua, cálida y curiosa, comenzó a lamerlo, trazando círculos lentos que dejaban un rastro de saliva brillante. La mamada era inexperta, desordenada, pero la intensidad de su deseo compensaba cualquier torpeza. Sus labios se deslizaban por la longitud, dejando la piel húmeda y resbaladiza, mientras sus manos seguían acariciando, apretando suavemente. —Es… delicioso, tío —murmuró entre lamidas, su voz era ahogada por la excitación, sus mejillas estaban enrojecidas mientras lo miraba con ojos nublados de placer.

Rafael gruñó, su cabeza se echó hacia atrás mientras sus manos apretaban el cabello de Gemma, guiándola con más ímpetu. —Sigue así, sobrina —dijo, con voz ronca, cargada de una depravación que la hacía estremecer—. Qué rico lo haces… chúpalo hasta que te canses, mmm, sigue así.

Gemma obedeció, sus gemidos suaves vibraban contra la piel de Rafael mientras su boca trabajaba con más confianza, lamiendo y succionando con una intensidad que la hacía temblar. El calor entre sus muslos era insoportable, su cuerpo se arqueaba instintivamente mientras el placer la consumía.

Sus manos, pequeñas pero decididas, acariciaban la base mientras su boca se aventuraba más abajo, explorando los testículos de Rafael. Los tomó con cuidado, metiéndolos en su boca, succionándolos con una intensidad que arrancó un gruñido profundo de él. El sabor salado y el calor de su piel la enloquecían, y su cuerpo respondía con más líquido que empapaba sus braguitas instintivamente.

Rafael, perdido en el placer, frotaba el cabello de Gemma, sus dedos se enredaban en los mechones mientras gemía, su mirada estaba cargada de una depravación que la hacía sentirse deseada de una manera prohibida. —Qué rico lo haces, sobrinita —murmuró, su voz ronca vibraba en el aire.

De pronto, tomó la cabeza de Gemma con ambas manos, sus dedos fuertes la sujetaron con firmeza, y empujó su verga hasta el fondo de su garganta. Ella se ahogó, sus arcadas resonaron en la sala, pero el placer de sentirse poseída la hacía estremecer. Sus manos se aferraron a los muslos de Rafael, sintiendo la dureza de sus músculos mientras luchaba por respirar, su cuerpo vibraba con una mezcla de sumisión y éxtasis.

Entonces, sintió cómo la erección de Rafael comenzaba a convulsionar, un pulso intenso que la tomó por sorpresa. Un torrente cálido y espeso inundó su garganta, y Gemma, atrapada en el momento, lo tragó con avidez, su lengua trabajó para no perder ni una gota. —¡Ahh, sí, traga toda mi leche, sobrinita! —jadeó Rafael, su voz estaba cargada de lujuria, sus manos aun sosteniendo su cabeza mientras su cuerpo temblaba de placer.

Cuando por fin la soltó, Gemma se apartó jadeando, luchando por recuperar el aliento. Abrió la boca, dejando que Rafael viera la evidencia de su entrega, su lengua aun brillaba con restos de su semen. Sus ojos verdes lo miraron con una mezcla de orgullo y deseo, su pecho subía y bajaba mientras el calor entre sus muslos seguía palpitando, insatisfecho.

Su tío la levantó en un movimiento fluido, sus brazos fuertes la apretaron contra su pecho. La fuerza de su abrazo era posesiva, y Gemma sintió su calor envolviéndola, sentía sus senos presionándose contra el torso musculoso de él. Sus labios encontraron su cuello, besándola con una urgencia que la hizo jadear, su lengua trazaba senderos húmedos sobre la piel sensible donde los rasguños aún ardían.

Luego, su boca descendió, hambrienta, hacia sus pechos, lamiendo y succionando los pezones con una intensidad que arrancó gemidos agudos de Gemma. Sus brazos, atrapados entre los de Rafael, colgaban inertes, mientras su cabeza se inclinaba hacia atrás, moviéndose en un gesto de puro placer, perdida en la sensación de ser devorada.

Con un movimiento suave, Rafael la llevó hasta la alfombra, justo al lado del sillón, y la recostó con cuidado, su cuerpo grande se cernía sobre ella. Sus manos, ásperas pero expertas, comenzaron a acariciar las piernas de su sobrina, deslizándose por la piel suave y torneada que el ballet había moldeado. Lentamente, levantó la falda plisada, exponiendo más de sus muslos, donde los rasguños rojos contrastaban con su blancura. Sus dedos trazaron las curvas de sus piernas, desde los tobillos hasta la parte interna de los muslos, acercándose peligrosamente al calor húmedo que palpitaba bajo sus braguitas blancas.

—Qué piernas tan carnosas, tan juveniles… tan bonitas, sobrinita —murmuró Rafael, su voz cargada de lujuria, mientras sus labios seguían devorando sus tetas, lamiendo y mordisqueando los pezones con una avidez que la hacía arquear la espalda. Cada roce de su lengua enviaba descargas de placer por su cuerpo, y el calor entre sus muslos se volvía insoportable, su respiración entrecortada era ascendente

Gemma, extasiada, soltó un gemido suave, sus manos se aferraban a la alfombra mientras respondía con timidez, pero con un ardor evidente en su voz. —Es… por el ballet —susurró, su tono era entrecortado por los jadeos de placer—. Y… me encanta cómo me tocas, tío. —Sus palabras, cargadas de una calentura que no podía ocultar, resonaron en la sala, acompañadas de gemidos que escapaban de sus labios mientras su cuerpo se rendía a las caricias de Rafael, cada movimiento suyo avivaba el fuego que la consumía.

Las manos, fuertes y deliberadas de su tío, subieron por los muslos de Gemma, levantando por completo la falda escolar para exponer las braguitas blancas que se adherían a su piel. Sus dedos acariciaron la tela, sintiendo el calor y la humedad debajo, y un gruñido bajo escapó de su garganta. —Dios, estás tan mojada, pequeña —murmuró, su voz estaba cargada de lujuria, sus ojos ardían mientras se clavaban en los de ella—. Es delicioso saber que yo estoy causando esto.

La respiración de Gemma se entrecortó aún más, sus ojos estaban en blanco mientras los dedos de Rafael masajeaban su vagina a través de la tela fina, era la primera vez que alguien la tocaba allí. La sensación era eléctrica, un pulso de placer que hizo que sus caderas se alzaran involuntariamente, su cuerpo anhelaba más. Sus braguitas estaban empapadas, la evidencia de su excitación era innegable, y cada caricia lenta y deliberada de su tío enviaba escalofríos por su columna.

Él se alzó ligeramente, sus manos guiaron las piernas de Gemma para abrirlas de par en par con un toque gentil pero autoritario, revelándola por completo. Sus dedos engancharon el elástico de las braguitas, deslizándolas hacia abajo con una lentitud agonizante, la tela se aferraba a su piel húmeda antes de desprenderse por completo. Rafael sostuvo la prenda húmeda en sus manos, su mirada se oscurecía de hambre mientras la llevaba a su rostro.

Inhaló profundamente, el aroma almizclado y embriagador de la excitación de su sobrina le llenaba los sentidos, y luego, con un hambre primal, pasó las braguitas por sus mejillas, su lengua salía para saborear la humedad que aún persistía en ellas. La visión era tan cruda, tan prohibida, que Gemma contuvo el aliento, su cuerpo temblaba de necesidad.

Instintivamente, su mano se deslizó hacia su vagina ahora expuesta, los dedos rozaron su clítoris hinchado, pero la voz de Rafael la detuvo. —No —dijo, con tono afilado por el deseo, sus ojos la devoraban con una lujuria incontrolable—. Déjame a mí. —Se inclinó, colocó su rostro a centímetros de su vulva, su aliento caliente rozaba su piel sensible.

La vista de ella, casi desnuda con solo un leve rastro de vello púbico, lo enloqueció. Sus dedos, ásperos pero tiernos, abrieron sus labios resbaladizos, exponiendo el rosa brillante de su intimidad virgen. Acarició su clítoris con caricias lentas y deliberadas, cada toque enviaba descargas de placer por el cuerpo de Gemma, sus caderas se elevaban de la alfombra en una respuesta desesperada.

Gemma gimió, su voz era un suave lamento necesitado que llenó la sala silenciosa. Sus manos se aferraron a la alfombra, su cuerpo se arqueaba mientras los dedos de Rafael la trabajaban con un cuidado exquisito, saboreando cada centímetro de su vagina virginal. El aire estaba cargado con el aroma de su excitación, el sonido de sus respiraciones entrecortadas y la promesa tácita de lo que vendría, mientras se balanceaban al borde de un éxtasis prohibido.

Rafael, arrodillado entre sus muslos abiertos, era una figura de pura dominación masculina. Su torso desnudo brillaba con un leve sudor, y sus ojos estaban llenos de lujuria que no intentaba ocultar. Su rostro, a centímetros de la vagina de Gemma, estaba impregnado del aroma embriagador de su excitación. —Es embriagante el olor de tu vagina, sobrina —dijo, con voz ronca, casi un gruñido, mientras sus manos fuertes mantenían sus piernas abiertas, sus dedos se hundían en la carne suave de sus muslos.

Sin más preámbulo, su tío acercó su boca, su lengua húmeda rozó los labios resbaladizos de Gemma con una suavidad que la hizo jadear. Los primeros lengüetazos fueron tiernos, casi reverentes, saboreando la humedad que se derramaba de su cuevita virgen. Pero pronto, la ternura dio paso a una ferocidad primal.

Su lengua se volvió salvaje, lamiendo con avidez, explorando cada pliegue con una intensidad que hacía que las caderas de Gemma se alzaran de la alfombra, buscando más contacto. Él se concentró en su clítoris, chupándolo con una presión que arrancó gritos agudos de los labios de su sobrina, una mezcla de dolor y placer que la hacía temblar. Estaba gozando como nunca, mientras gemidos desesperados escapaban de su garganta.

Rafael, perdido en su propia lujuria, llevó el placer a un nuevo nivel. Con un movimiento audaz, sus dientes atraparon algunos de los escasos vellos púbicos de Gemma, arrancándolos con una precisión que la hizo gritar, el pinchazo de dolor amplificaba el éxtasis que la consumía. A él no pareció importarle; su lengua se sumergió aún más, perdiéndose en la selva apenas poblada de su pubis, lamiendo con una voracidad que la hacía estremecer. Cada lengüetazo era un asalto a sus sentidos, su clítoris palpitaba bajo la atención implacable, mientras la humedad de su excitación se mezclaba con la saliva de su tío, creando un brillo resbaladizo que reflejaba la luz tenue.

Gemma, atrapada en una tormenta de sensaciones, gritaba y gemía, su voz resonaba en la sala silenciosa. Sus muslos temblaban, abiertos de par en par, mientras el placer la llevaba al borde de la locura. Rafael, con su rostro enterrado entre sus piernas, gruñía contra su piel, sus manos apretaban sus muslos con una fuerza que prometía dejar marcas.

Sus manos fuertes levantaron las caderas de Gemma, alzándola con facilidad para exponer no solo su vulva húmeda, sino también la curva íntima de su ano, rosado y apretado. Sin dudar, inclinó su rostro y su lengua, cálida y húmeda, comenzó a lamer esa zona prohibida con una lentitud que era tanto reverente como salvaje. Cada roce de su lengua enviaba descargas de placer por el cuerpo de su sobrina, que jadeaba y gemía, sus manos subieron instintivamente a sus senos, acariciándolos con frenesí, pellizcando sus pezones mientras su voz se quebraba en súplicas.

—¡No pares, tío, por favor! —rogó, su voz era un lamento desesperado, mientras su cuerpo se arqueaba, ofreciéndose por completo. Los lengüetazos de Rafael en su ano eran una mezcla de suavidad y audacia, cada movimiento la hacía temblar de un placer que nunca había conocido.

Pero Rafael no se detuvo allí. Su lengua encontró nuevamente la entrada estrecha de la vagina de su sobrina. La lamió con una intensidad feroz, como si quisiera penetrarla con ese órgano húmedo, explorando cada pliegue con una voracidad que la hacía gritar. Besó su vulva como si fuera una boca, sus labios succionaban, su lengua se hundía en ella, saboreando la humedad que se derramaba sin control. Gemma, perdida en el éxtasis, sentía su cuerpo al borde de la ruptura, cada lamida la llevaba más cerca de un precipicio de placer.

De pronto, la tensión en su interior se liberó en un estallido. Gritó, su voz se escuchó en toda la sala, mientras un orgasmo devastador la atravesaba, su cuerpo convulsionó. Un chorro cálido y descontrolado brotó de ella, salpicando el rostro de su tío, que lo recibió con un gruñido de satisfacción, sin dejar de lamer, su lengua bebió cada gota de su squirt como si fuera un néctar. —¡Aaaah, qué delicia, tío! ¡Qué rico se siente esto! —gimió Gemma, su voz estaba rota por el placer, sus manos seguían apretando sus pechos mientras su cuerpo temblaba, incapaz de contener la intensidad de lo que sentía.

Rafael, con el rostro brillante por su liberación, levantó la mirada.

Gemma se encontraba en un resplandor que resaltaba su piel pálida como si fuera de porcelana. Su uniforme escolar era un caos sensual, la falda plisada, arrugada alrededor de su cintura, dejaba al descubierto sus muslos torneados, y la blusa abierta colgaba a los lados, exponiendo sus tetas redondas y llenas, sus pezones rosados estaban endurecidos por el deseo. Su cabello rojizo se derramaba sobre la alfombra, desordenado y salvaje, mientras sus ojos verdes, nublados por la lujuria, reflejaban un anhelo que la consumía.

Arqueó la espalda, sus caderas se elevaron instintivamente mientras llevaba uno de sus senos a su boca, su lengua rozaba su pezón con una sensualidad desesperada. Cada lamida era un acto de entrega, un gemido suave escapó de sus labios mientras su cuerpo temblaba de placer. Rafael, arrodillado entre las piernas de su sobrina, aun con el rostro lleno del orgasmo de aquella chica, sentía un deseo incontrolable mientras levantaba las piernas de Gemma, doblándolas hacia su torso hasta que sus rodillas casi rozaban sus pechos, exponiendo por completo su intimidad húmeda y palpitante.

Con una lentitud torturante, Rafael tomó su verga, gruesa y venosa, y deslizó el glande entre los labios vaginales de su sobrina, rozándolos sin penetrar, cada movimiento era un roce húmedo que la hacía jadear. La sensación era eléctrica, un tormento delicioso que hacía que su cuerpo se arqueara aún más, sus muslos temblaban de necesidad. Gemma lo miraba con ojos suplicantes, sus labios entreabiertos dejaban escapar gemidos de frustración y deseo. —¡Por favor, cabrón, métemela ya! —gritó, su voz ahora estaba rota por el éxtasis, su cuerpo vibraba con una urgencia que no podía contener.

Rafael, con una sonrisa cargada de lujuria, cedió a su súplica. De una sola estocada, profunda y poderosa, se hundió en ella por completo, llenándola con una intensidad que arrancó un grito agudo de los labios de Gemma. Un hilillo de sangre brotó de su vagina, evidencia de su virginidad perdida, y el dolor agudo la hizo tensarse, sus manos se aferraron a la alfombra mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. No esperaba que doliera así, un ardor punzante que la atravesó, pero su tío no se detuvo, moviéndose lentamente para dejar que su cuerpo se adaptara.

—Tranquila, mi niña —murmuró, con voz grave y cargada de una ternura posesiva, mientras sus manos acariciaban sus muslos—. Ese dolor es normal. Solo significa que te he hecho mía, que te he quitado lo virgen. A partir de ahora, eres mi mujer.

Sus palabras, combinadas con el movimiento lento de sus caderas, transformaron el dolor en un placer creciente. Gemma comenzó a relajarse, sus gemidos de dolor se convirtieron en suspiros de deleite mientras el calor de su tío dentro de ella la llenaba de una sensación nueva, abrumadora. Sus senos se mecían con cada embestida, y sus manos volvieron a ellos, acariciándolos con desesperación mientras el placer la consumía.

Él continuó embistiéndola con una ferocidad controlada, su verga gruesa y palpitante entraba y salía de la vagina de su sobrina con un ritmo frenético. Cada embestida era un estallido de sensaciones, el sonido húmedo de sus cuerpos chocando, llenó la sala. Gemma jadeaba de manera entrecortada, el dolor inicial de su virginidad perdida se había transformado en un placer indescriptible que la hacía arquear la espalda, sus manos se aferraban a los hombros de su tío mientras su cuerpo se rendía a la intensidad. Era una sensación rica, un éxtasis que la llenaba y la hacía temblar, como si cada nervio de su cuerpo estuviera encendido.

Continuará…

Loading

1 COMENTARIO

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí