El precio del glamur (1)

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T. Lectura: 6 min.

Nunca había deseado tanto un objeto como deseé esa bolsa. No era solo un accesorio… era una fantasía. La vi en una boutique de El Palacio de Hierro, en Andares: una Guess negra, linda, sofisticada, con ese aire entre atrevido y elegante que parecía hecho para mí. Algo en su forma, en su brillo discreto, me atrapó al instante. Desde ese momento, no pude sacármela de la cabeza.

Tenía 23 años y un problema con el deseo. No solo con las cosas materiales… también con las físicas. Con los cuerpos. Con los juegos sucios. Con la sumisión. Con que me usen. Sí… soy ninfómana. No lo digo con culpa. Lo digo con hambre de sexo.

Pensé en pedírselo a mi papá, pero esta vez no me atreví. Los que conocen mi historia saben que desde los 18 mi relación con él cambió… y aunque me ha consentido mucho desde entonces, esta vez necesitaba otra cosa: sentirme poderosa a mi manera.

La idea me llegó como una descarga eléctrica. ¿Y si vendía mi cuerpo? Solo una noche. Sin compromisos. Sin riesgos. Yo ponía las reglas. Me registré en un sitio web para escorts de alto perfil. Cuidé cada detalle: fotos sugerentes pero finas, luz suave, mirada traviesa. Mostré mis piernas largas, mi piel blanca, mi trasero redondo, mi silueta provocadora. Sin enseñar todo… pero dando suficiente para provocar erecciones instantáneas.

El primer mensaje llegó dos horas después.

Hola. Me llamo Alfredo. Tengo 56 años. Soy casado, pero mi esposa ya no me da lo que necesito. Busco una mujer joven, hermosa, que pueda someterse a mí toda una noche. Quiero sexo anal. Quiero dominarte. Jugar contigo. Te trataré como una dama cuando debas serlo… y como una puta cuando te lo ganes. No quiero una hora. Quiero tu noche entera.

Volví a leer ese mensaje unas diez veces. Se me humedecieron las bragas solo con imaginarlo. Pensé en su esposa aburrida, ignorante de lo que él realmente deseaba. Pensé en mi cuerpo joven, disponible, rendido a su control. Pensé en el bolso… y en cómo me lo compraría al día siguiente con el dinero que iba a ganar dejando que ese hombre me usara como él quisiera.

Le respondí clara y directa: cobraría $3,000 por complacerlo toda la noche. No una hora. Toda la noche. Lo que él quisiera, como él lo quisiera. Él solo tenía que estar dispuesto a pagar el precio.

Le dije que sería mi primera vez vendiéndome, y él pareció encantado. Antes de cerrar el trato, le aclaré que el pago debía hacerse por adelantado, apenas llegáramos a la habitación. Él no dudó ni un segundo. Aceptó sin reparos.

Su respuesta fue inmediata:

“Perfecto. Te vas a arrodillar para mí, vas a gemir como una perra entrenada, y vas a rogar que no pare. Te voy a usar completa. Y no olvidarás esta noche.”

Sentí un escalofrío. Algo en esa frase me dio miedo. Era crudo. Directo. Brutal. Pero al mismo tiempo… fue como si algo dentro de mí ardiera con más fuerza. Mi ninfomanía no sabía de límites. Mi deseo por vivir esa experiencia, por dejarme dominar, por conseguir ese bolso de ensueño, era más fuerte que el miedo.

Y en ese momento, supe que diría que sí.

Me tocaba mientras leía eso. Con una mano entre mis piernas, con la otra en el teclado. Sabía que no debía excitarme tanto… pero no podía evitarlo. La idea de ser usada, dominada, humillada y al mismo tiempo deseada como algo exclusivo, me empapaba por dentro.

Quedamos de vernos en un motel de Zapopan (cuyo nombre prefiero omitir) habitación 29, a las 11 pm. De esos moteles con cochera privada, portón eléctrico, entrada directa desde el auto. Perfecto para encuentros anónimos… y perfectos para lo que él quería hacerme.

Ahora solo debía resolver cómo salir de casa.

Le dije a mi mamá que tenía una fiesta con mis amigas y que dormiría en casa de Fanny. Ella me creyó sin dificultad. No sabía que esa noche su hija iba a ser una perra sumisa. Una muñeca usada. Una puta refinada.

La cita era a las once, pero mi preparación empezó mucho antes.

En cuanto confirmé el lugar y la hora, supe que tenía que estar perfecta. No solo bonita, no solo arreglada… perfecta para ser follada como él quería.

Fui directo al baño. Lo primero fue lo esencial: me preparé una limpieza anal completa con mi dispositivo especial. No era la primera vez que lo hacía. Desde los dieciocho, cuando empecé a explorar mi cuerpo sin prejuicios, ya conocía ese ritual. Hice varias pasadas, con agua tibia y paciencia, hasta sentirme completamente vacía, completamente lista. Me excitó imaginar por qué lo estaba haciendo.

Después vino la ducha. Dejé que el agua caliente cayera sobre mi cuerpo despacio, como una caricia previa. Cerré los ojos y pensé en él. En cómo sería. En cómo me miraría al abrir la puerta. En cómo me tomaría como suya. Me enjaboné con calma. Usé mi gel de aroma frutal, ese que deja la piel tibia con olor a fresa y mango dulce.

Luego me depilé todo el cuerpo. Las piernas, las axilas, los brazos. Y con especial dedicación… la vagina. Me dejé completamente lisa, sin un solo vello. Cada pliegue suave, cada rincón expuesto, listo. Quería que, al abrirme, viera pura piel desnuda y obediente. Como una muñeca lista para jugar.

Me lavé el cabello con mi shampoo frutal de manzana roja, el que me deja el pelo sedoso, brillante, con ese olor que dura horas y se queda pegado en la almohada. Lo enjuagué con calma. Lo desenredé aún bajo el agua.

Al salir, me sequé con una toalla grande y esponjosa. Me senté en la orilla de la cama, desnuda, con el cuerpo tibio, la piel todavía húmeda.

Me apliqué mi crema Victoria’s Secret de vainilla. La extendí por todo el cuerpo: los brazos, el cuello, los senos, el vientre, las piernas… y también entre las piernas. Quedé con la piel sedosa, brillante, oliendo dulce, comestible. Como una chica que no va a dormir… sino a entregarse.

Frente al espejo, comencé a maquillarme.

Opté por una base ligera, iluminador en las mejillas y sombras doradas suaves que combinaban con mis ojos. Un delineado fino, elegante, pero bien marcado, y rímel para alargar mis pestañas. Quería que mis ojos dijeran algo incluso cuando callara.

Y para cerrar… labial rojo intenso.

Ese tono que grita “bésame” y “destrúyeme” al mismo tiempo.

Me miré en el espejo por última vez. Mi cabello suelto, aún húmedo, cayendo con naturalidad sobre mis hombros. Los labios rojos, brillantes. La piel perfumada. El cuerpo listo.

Y yo… más mojada de lo que me atrevía a admitir.

Me vestí como quería que él me viera desde el primer instante. No habría juegos de escondite.

Me puse una lencería negra provocativa, con encajes y tiras de cuero, diseñada para encuentros BDSM. Encima, unos jeans de vinipiel negros, ajustados como una segunda piel. Una blusa blanca de tirantes con escote pronunciado, que apenas disimulaba lo que había debajo. Tacones negros altos. Y por último, una chamarra negra de vinipiel que completaba el look.

Llevaba solo un pequeño bolso de mano negro, discreto, elegante, donde metí lo indispensable.

Me perfumé: tres toques del perfume Guess Seductive Red —uno en el cuello, otro detrás de las orejas y uno más entre los senos—. El aroma era frutal, cálido, con fondo de cereza y vainilla que se mezclaba con mi piel. Sabía que él lo notaría.

Antes de salir, me acerqué al cuarto de mi mamá para despedirme. Ella me miró con esa mezcla de cariño y advertencia que solo una madre puede tener.

—No vayan a tomar tanto, ¿eh? Cuídense mucho. Y si van a andar de antro, manténganse juntas. Ya sabes cómo está todo…

—Sí, mamá, tranquila. Me voy a quedar con Fanny. Te escribo mañana.

Me dio un beso en la frente, algo cansada por su jornada. Me sonrió con ternura.

—Pásensela bien… pero pórtense bien también.

—Lo prometo.

Le sonreí de vuelta, la abracé rápido y me di la vuelta. Crucé la sala, abrí la puerta, y salí a la noche con el corazón latiéndome fuerte… no por ir a una fiesta, sino porque estaba a punto de vivir una noche de entrega total.

Caminé dos cuadras. Me alejé lo suficiente para estar fuera de la vista de mi casa, y entonces pedí un taxi por la app.

Ya iba vestida como quería. No había nada que ocultar.

El taxi llegó rápido. El chofer me miró por el espejo más de una vez. No le dije nada. Crucé las piernas con naturalidad. Mi ropa ceñida, mi escote, mis tacones, hablaban por mí.

—¿A qué habitación, señorita?

—Veintinueve —contesté sin dudar.

El motel era todo lo que imaginé: discreto, moderno, silencioso. El taxi me dejó en la entrada de la habitación. Me bajé. Toqué el botón del portón eléctrico. Se levantó lentamente, zumbando mientras subía, revelando la cochera de la habitación.

Y fue ahí donde vi por primera vez a Alfredo, quien venía bajando las escaleras para recibirme, ya que en la recepción del motel le habían avisado que tenía visita. Era alto, de hombros anchos, camisa de lino azul claro, pantalón oscuro, zapatos brillantes. Fornido, algo panzón, con una barba plateada muy bien cuidada. El rostro de un hombre con poder, seguridad… y mucho deseo. Pero lo que me derritió fue su perfume: masculino, amaderado, profundo. Me embriagó antes de decir una palabra.

Me miró como si ya supiera qué iba a hacerme.

—¿Alexa?

—Sí.

Sonrió, satisfecho.

—Eres más hermosa de lo que te ves en fotos. Entra.

Lo hice. Y el portón bajó tras de mí con un sonido que sellaba mi destino.

Subimos juntos las escaleras alfombradas, él caminando un paso detrás de mí. Sabía que me estaba mirando el trasero. Mis jeans de vinipiel marcaban cada curva como un molde perfecto. Y lo sabía. Lo quería. Me dejaba ver como una provocación viviente.

Al llegar a la habitación, el corazón me retumbaba en los oídos.

Era amplia. Cama king size, sábanas vino tinto. Espejos en el techo y la pared lateral, luces cálidas, una silla acolchada, y en el centro… el altar del pecado.

Sobre la cama había un despliegue de juguetes sexuales: esposas, plugs, pinzas, dildos, lubricantes y un antifaz. Todo dispuesto, ordenado, limpio. Elegante. Profesional. Como si fuera un menú.

Volteé a verlo. Él no apartó los ojos de mí.

—¿Quieres algo de tomar? —preguntó, como si eso fuera lo más normal del mundo.

—Tequila —le dije, sin vacilar.

—Cristalino, por supuesto. Lo mejor para una chica como tú.

Marcó a recepción. Mientras hablaba, yo respiraba hondo. Sentía mis pezones endurecerse bajo la blusa. Me temblaban los muslos. Mi tanguita debajo de la lencería estaba completamente mojada.

Y entonces lo supe.

No había vuelta atrás.

Y no quería tenerla.

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1 COMENTARIO

  1. Una descripción detallada y excitante. Transmites lo que dices ser y sentir en cada renglón, en cada palabra. Y va creciendo el deseo y la excitación en cada punto y aparte…

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