La plaza bullía con el murmullo de la gente, pero para Diego, solo existía Yareni. Su forma de caminar, con un balanceo sensual de las caderas, era hipnótica; el vestido blanco floreado se adhería a su figura, resaltando la curva de sus nalgas y la suavidad de sus muslos dorados, que relucían bajo el sol del mediodía. Sus piernas, largas y torneadas, volvían loco a Diego, su verga se endurecía bajo los jeans mientras la seguía con la mirada, perdido en la fantasía de tenerlas envueltas alrededor de su cintura.
Los ojos verdes de Yareni brillaban con una mezcla de inocencia y provocación, y su cabello ondulado cayendo sobre sus hombros, lo tenían atrapado. Aunque ya la había poseído en la fiesta, su ternura ahora, la forma en que sonreía tímidamente mientras charlaban, lo encendía de una manera nueva.
Sentados en una heladería al aire libre, con el sol calentando sus pieles, Diego no podía apartar los ojos de ella. Sus pupilas se alternaban entre los ojos esmeralda de Yareni y el escote del vestido, que dejaba entrever el nacimiento de sus pechos pequeños pero firmes, los pezones apenas insinuados bajo la tela ligera. Mientras lamían sus helados, Diego, con una voz grave y cargada de intención, rompió el silencio: —¿Te gustó aquel trío en la fiesta? —Sus ojos la recorrieron, deteniéndose en sus labios húmedos por el helado. Yareni, ruborizándose, bajó la mirada, sus mejillas se tornaron rosadas. —Sí… pero más por el tamaño de tu verga —admitió, su voz era suave, pero con un dejo de picardía que hizo que Diego sintiera un calor subirle por la entrepierna.
Él se inclinó más cerca, su aliento rozaba el rostro de Yareni. —Me fascinó estar contigo. Tu cuerpo me vuelve loco, tus ojos, todo tú… me gustas mucho —confesó, su tono era sincero pero cargado de deseo. Yareni, ahora más roja, mordió su labio inferior, su tanga se humedecía bajo el vestido al escuchar sus palabras. —Tú también me gustas —respondió, sus ojos se encontraron con los de él, una chispa de lujuria destellaba entre ellos. Diego, aprovechando el momento, se acercó aún más. —¿Quieres ser mi novia? —preguntó, su mano rozaba la suya sobre la mesa. Yareni, con el corazón acelerado, asintió de inmediato, una sonrisa iluminaba su rostro.
—Pero… ¿seguirás cogiendo con Atziry? Sé lo que hay entre ustedes —dijo, su voz mezclaba curiosidad y cautela. Diego, con una sonrisa confiada, respondió: —Haré lo que tú me pidas. —Yareni, tras un instante de reflexión, lo miró fijamente. —No me molesta, pero mantengamos esto en secreto por ahora. Quiero hablar con Atziry yo misma, tantear el terreno —explicó, su tono era firme pero suave. A Diego, la idea le cayó como anillo al dedo. Sellaron el momento con un beso apasionado, sus lenguas se entrelazaban mientras el sabor del helado se mezclaba en sus bocas, sus cuerpos se acercaron hasta que el calor entre ellos era insoportable.
Tras terminar los helados, Diego tomó su mano, con sus dedos entrelazados mientras una corriente de deseo los recorría. —Vamos a un hotel cerca de aquí —susurró, su voz estaba cargada de promesa. Yareni, con los ojos brillantes y la vagina palpitando bajo su vestido, asintió sin dudar.
La puerta de la habitación del hotel se cerró con un clic suave, sellando a Diego y Yareni en un santuario de deseo. La luz tenue de una lámpara bañaba la cama en tonos cálidos, y ambos se acercaron lentamente, con sus manos entrelazadas, los dedos rozándose con una electricidad que anticipaba lo inevitable. Yareni se recostó boca arriba, su vestido blanco floreado subía ligeramente por sus muslos dorados, revelando la piel suave que brillaba bajo la luz.
Diego, apoyado sobre un codo, la observó con una intensidad que hacía que su verga palpitara bajo los jeans. Sus ojos recorrían cada centímetro de su cuerpo: las curvas delicadas de sus caderas, los pechos pequeños pero firmes que se marcaban bajo la tela, y esos ojos verdes que lo atrapaban como un hechizo. Aunque ya la había poseído en la fiesta, esta vez era diferente; un afecto genuino se mezclaba con su lujuria, haciendo que quisiera saborear cada segundo.
Yareni, con su tanguita ya empapada por la anticipación, no mostraba prisa. Sus labios, entreabiertos, dejaban escapar un suspiro mientras lo miraba, disfrutando la intimidad del momento. Colocó una mano detrás de la nuca de Diego, sus dedos rozaron su cabello, y lo jaló hacia ella con una suavidad que contrastaba con el fuego que ardía en su interior. Sus labios se encontraron en un beso lento, casi reverente, sus lenguas se rozaban con una sensualidad pausada, explorándose como si fuera la primera vez.
El sabor dulce del helado aún persistía en sus bocas, mezclándose con el calor de sus alientos. Diego, con una mano libre, comenzó a acariciar los muslos de Yareni, sus dedos trazaban círculos lentos sobre la piel suave, sintiendo la calidez que emanaba de ella. No levantó el vestido, dejando que la tela rozara sus dedos, prolongando la tensión que hacía que la vagina de Yareni palpitara, sus jugos humedecían aún más la tela fina de su tanga.
Cada caricia era una promesa, cada beso una chispa que encendía sus cuerpos. Yareni arqueó ligeramente la espalda, sus pechos se presionaban contra el vestido, los pezones endurecidos se marcaban bajo la tela. Diego, con la verga endureciéndose cada vez más, mantuvo el ritmo lento, sus dedos subiendo apenas un poco más por los muslos de Yareni, rozando el borde del vestido sin cruzarlo, saboreando la expectativa. Ella, con un gemido suave contra sus labios, apretó más su nuca, profundizando el beso, su lengua danzaba con la suya en un ritmo que anticipaba lo que vendría.
Ambos se pusieron de rodillas sobre el colchón, sus cuerpos se encontraban tan cerca que el calor de sus pieles se mezclaba. Yareni, con los ojos brillando de deseo, tomó la camiseta de Diego y la deslizó hacia arriba, revelando su torso musculoso, los pectorales definidos relucían con un leve brillo de sudor. Sus manos temblaron ligeramente mientras acariciaba su pecho, sus dedos recorrían cada músculo con una lentitud deliberada. Inclinándose, comenzó a besar sus pectorales, su lengua trazaba caminos húmedos sobre la piel salada, saboreando el sabor masculino de Diego. Cada beso era una caricia, sus labios succionaban suavemente, arrancándole un gruñido bajo que hizo que su verga palpitara bajo los jeans.
Diego, con la respiración acelerada, tomó el cierre del vestido de Yareni y lo bajó con una lentitud que era casi una tortura. La tela se deslizó, descubriendo primero los hombros delicados, luego los senos pequeños pero firmes, dejando ver sus pezones rosados erectos bajo la luz tenue. El vestido cayó más, revelando el abdomen plano de Yareni, su piel dorada invitaba a ser tocada. Diego se inclinó, su aliento cálido rozaba los senos de Yareni antes de que su lengua los alcanzara.
Lamió con cuidado, sus movimientos eran lentos y llenos de pasión, saboreando la suavidad de su piel mientras succionaba un pezón, luego el otro, alternando con mordiscos suaves que hacían que Yareni arqueara la espalda. Sus suspiros eran suaves, casi etéreos, pero cargados de un placer que nunca había sentido con tanta intensidad. Nadie la había disfrutado así, y su cuerpo se rendía por completo, su tanga estaba empapada bajo el vestido que ahora yacía en sus caderas.
Yareni, con el corazón acelerado y la vagina palpitando, colocó ambas manos en los hombros de Diego, deteniéndolo con un toque firme pero gentil. Se acercó a su oído, su cabello ondulado rozaba su mejilla, y susurró con una voz temblorosa de deseo: —Quiero que me hagas sexo oral. —Las palabras, apenas audibles, eran una súplica cargada de lujuria, su aliento cálido enviaba escalofríos por la espalda de Diego. Su verga, estaba endurecida al máximo, presionaba contra los jeans, ansiosa por complacerla. Yareni, con los ojos entrecerrados y los labios entreabiertos, se entregaba por completo, su cuerpo vibraba con la expectativa de sentir la lengua de Diego explorándola.
Yareni, con un movimiento lento y provocador, se deshizo del vestido floreado, dejando que la tela cayera al suelo como una caricia susurrante, revelando su cuerpo desnudo. Sus pechos pequeños, coronados por pezones rosados y erectos, y su abdomen plano brillaban bajo la luz suave. Con un gesto deliberado, deslizó su tanga empapada por sus muslos, la tela húmeda aterrizaba junto al vestido, dejando su vagina depilada expuesta, reluciendo con sus jugos. Se recostó en la cama, su cabello ondulado se esparció sobre la almohada, y con una mirada cargada de deseo, se mordió el pulgar de la mano izquierda de manera atrevida, sus ojos verdes destellaban con una invitación silenciosa.
Abrió las piernas lentamente, sus muslos dorados se separaron para revelar su clítoris hinchado, que comenzó a masajear con dedos temblorosos, sus movimientos circulares hacían que sus jugos brillaran, llamando a Diego con una promesa de placer absoluto.
Diego, hipnotizado por la visión, sintió su verga endurecerse al máximo bajo los jeans, palpitando con una urgencia que apenas podía contener. Se acercó con una lentitud deliberada, sus ojos recorrieron cada centímetro de Yareni, desde sus pechos hasta la vagina que lo invitaba. Arrodillándose entre sus piernas, colocó sus manos bajo los muslos de ella, levantándolos ligeramente para abrirla aún más, sintiendo su piel suave y cálida bajo sus palmas.
Inclinó la cabeza, su aliento caliente rozaba la vagina antes de que su lengua la tocara. Comenzó a lamer con una pasión contenida, su lengua trazó caminos lentos por los pliegues, saboreando el dulzor salado de sus jugos. Llenó su clítoris de saliva, succionándolo suavemente antes de hundirse más, explorando cada rincón con una devoción que hacía que Yareni arqueara la espalda, sus gemidos llenaban la habitación.
Sin dejar de lamer, Diego introdujo dos dedos en su vagina, sintiendo cómo las paredes húmedas se contraían alrededor de ellos. Los movió con un ritmo preciso, entrando y saliendo mientras su lengua seguía danzando sobre el clítoris, alternando entre lamidas rápidas y succiones profundas. Yareni, con los ojos en blanco, se retorcía en la cama, sus manos se aferraban a las sábanas mientras gemía apasionadamente, su voz se rompía en gritos de placer. —¡Te deseo dentro de mí, ya! —gritó, su cuerpo temblaba, su vagina empapada palpitaba con una necesidad desesperada. Diego, extasiado por el aroma almizclado de su excitación y el sabor que lo consumía, sintió su verga pulsar, ansiosa por complacerla.
Sin detenerse, se movió con agilidad, desabrochando su cinturón y deslizando sus jeans y bóxers por sus muslos, liberando su verga erecta, gruesa y pulsante, que se alzó orgullosa bajo la luz suave. Yareni, recostada con las piernas abiertas, y sus jugos goteando por la cama, lo observaba con ojos verdes llenos de deseo, mordiendo su labio mientras masajeaba sus propios pechos, los pezones rosados estaban totalmente endurecidos.
Diego se acomodó frente a la entrada de su vagina, la punta de su verga rozaba los pliegues húmedos antes de penetrarla lentamente. Yareni dejó escapar un gemido profundo, sus muslos temblaban mientras lo sentía llenarla, cada centímetro de su carne abría paso en su interior cálido y apretado. Ella lo envolvió con sus piernas, cruzándolas alrededor de su cintura, un abrazo desesperado que gritaba que no quería que ese placer terminara. Diego, con movimientos lentos al principio, comenzó a embestirla, sus caderas marcaban un ritmo que hacía que los senos de Yareni rebotaran suavemente. Sus gemidos llenaban la habitación, mezclándose con el sonido húmedo de sus cuerpos chocando.
Las embestidas se volvieron más rápidas, más intensas, y Diego, inclinándose, capturó los labios de Yareni en un beso apasionado, sus lenguas danzaban con una urgencia febril. —Me encantas, estoy enamorado de ti —gruñó contra su boca, sus palabras eran entrecortadas por la lujuria. Yareni, con los ojos entrecerrados y el cuerpo temblando, respondió jadeando: —Yo también te amo. —Sus palabras eran un susurro roto, su vagina se contraía alrededor de la verga de Diego.
Tras varios minutos de embestidas frenéticas, Yareni arqueó la espalda, sus uñas se clavaron en los hombros de Diego. —¡Me voy a venir! —gritó, con su voz quebrándose. Diego, sintiendo el clímax acercarse, gruñó: —Yo también, mi amor. —Y entonces, mientras ella le gritaba jadeando: —¡Préñame, lléname! —, él explotó, llenando su vagina con chorros calientes de semen, su verga palpitaba mientras inundaba su interior.
Yareni, aferrándose a él con las piernas, exprimió cada gota, sintiendo el calor de su semen llenándola, sus paredes vaginales se contraían para retenerlo. Cuando terminaron, exhaustos, Diego se dejó caer boca arriba, su pecho subía y bajaba con respiraciones pesadas. Yareni, con un brillo de satisfacción en el rostro, se subió encima de él, sus muslos dejaron un rastro de sus jugos y el semen de Diego que goteaba sobre sus testículos.
Lo besó apasionadamente, sus labios se fundieron en un choque húmedo, sus lenguas se exploraban con una ternura que contrastaba con la intensidad de su encuentro. Mientras se besaban, Diego acariciaba su cabello ondulado, sus dedos acariciaban las hebras suaves, y Yareni apoyó la cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Así, envueltos en el aroma de su sexo y el calor de sus cuerpos, se quedaron dormidos.
La noche caía sobre el departamento, y Diego, al regresar de un largo día con su ahora novia, notó un destello sutil en una esquina del salón. Una cámara de seguridad, discretamente instalada, captaba la escena. Elizabeth, con una blusa ligera que dejaba entrever el contorno de sus grandes senos, explicó con una sonrisa casual: —Es por seguridad, sobrino. —Pero sus ojos miel brillaban con un secreto más oscuro. En el fondo, Elizabeth anhelaba grabar las cogidas desenfrenadas que llenaban el departamento de gemidos y sudor.
La idea de conservar esos momentos, de revivirlos una y otra vez en la privacidad de su habitación, hacía que su vagina palpitara, su tanga se humedecía al imaginar los videos de Diego poseyéndola o a Atziry entregándose a su primo. Era un placer que guardaría para sí misma, un tesoro prohibido que alimentaba su lujuria.
Casi un año pasó, y la dinámica en el departamento se volvió un torbellino de deseo oculto. Diego y Elizabeth continuaban sus encuentros clandestinos, sus cuerpos chocaban en la penumbra de la habitación de ella. Elizabeth, con sus nalgas blancas expuestas y los pezones endurecidos, gemía mientras Diego la embestía por la vagina, su verga gruesa la llenaba hasta el borde.
Cada embestida era un secreto compartido, un placer que mantenían oculto de Atziry. Mientras tanto, Atziry y Diego seguían entregándose a su pasión, a veces en la intimidad de su habitación, otras con un descaro que desafiaba las normas. En el sofá, Atziry, con un short diminuto que dejaba ver sus nalgas, montaba a Diego, su vagina empapada se deslizaba sobre su verga mientras gemía, ajena a las miradas de su madre.
Elizabeth, desde la penumbra del pasillo o detrás de una puerta entreabierta, observaba esas escenas con una mezcla de celos y excitación. Su mano se deslizaba bajo su ropa, encontrando su clítoris hinchado, y se masturbaba en silencio, sus dedos se movían al ritmo de los gemidos de Atziry. La visión de la verga de Diego entrando y saliendo de la vagina de su hija, los jugos goteando por sus muslos, la llevaba al borde del éxtasis.
A veces, se mordía los labios para no gritar, sus propios senos los apretaba con la mano libre mientras imaginaba unirse a ellos, pero se contenía, sabiendo que la cámara capturaba cada momento. Los videos, que revisaba en la soledad de su habitación, eran su vicio privado: imágenes de Diego embistiendo a Atziry, de sus propios encuentros con él, de los gemidos y los cuerpos sudorosos que llenaban el departamento.
Atziry, sumida en su propio placer, nunca notó las miradas furtivas de su madre ni los dedos que se deslizaban en su vagina mientras observaba.
Pero un día el departamento, cargado de una tensión que se había acumulado durante meses, se convirtió en el escenario de una revelación que cambiaría todo. Atziry, con el corazón dividido entre la lujuria y la resignación, ya sabía del romance entre Diego y Yareni, un secreto que había guardado mientras seguía entregándose a las embestidas de su primo en las noches febriles. Pero Elizabeth, atrapada en su propio mundo de deseo y videos prohibidos, permanecía ajena a la verdad.
Ese día, cuando Diego cruzó la puerta del departamento con Yareni de la mano, presentándola como su novia, el aire se volvió denso. Yareni, radiante en un vestido ajustado que abrazaba sus caderas y dejaba entrever el contorno de sus pechos pequeños, sus ojos brillaban con una mezcla de amor y picardía, sonrió tímidamente. Elizabeth, con una blusa suelta que apenas ocultaba sus grandes senos y un short que resaltaba sus nalgas blancas, sintió una punzada de celos que le apretó el pecho, no solo por Diego, sino por Yareni, cuya lengua aún habitaba sus fantasías más húmedas.
Elizabeth, luchando por mantener la compostura, forzó una sonrisa mientras su vagina palpitaba bajo la tela, traicionada por el recuerdo de aquella madrugada en que Yareni la había devorado. Sus ojos miel recorrieron el cuerpo de la joven, deteniéndose en sus labios, imaginándolos entre sus muslos, mientras Diego, con una camiseta que marcaba sus músculos y unos jeans que delineaban su verga prominente, hablaba con orgullo de su relación. Pero la noticia que soltó a continuación fue como un golpe: —Yareni y yo nos vamos a casar —anunció, su mano apretaba la de ella.
Elizabeth y Atziry, sentadas en el sofá, quedaron en shock, sus cuerpos aun vibraban con el eco de los encuentros prohibidos con Diego. Elizabeth sintió una punzada en el pecho, su vagina palpitaba al imaginar a Diego, su verga gruesa llenándola, ahora la perdería para siempre. Atziry apretó los puños, su corazón estaba acelerado por la idea de perder al primo que la había poseído en cada rincón del departamento. Ambas, atrapadas en su lujuria y celos, luchaban por procesar la noticia.
Elizabeth, forzando una sonrisa que escondía el fuego de sus celos, se levantó y abrazó a Yareni, sus manos rozaban los hombros desnudos de la joven —Les deseo lo mejor —dijo, su voz era dulce pero cargada de un deseo reprimido, sus ojos se detuvieron en los labios de Yareni, recordando su sabor. En un impulso, añadió: —¿Por qué no se vienen a vivir con nosotras? Haremos espacio. —La oferta, aunque aparentemente inocente, estaba teñida de una esperanza desesperada de mantener a Diego cerca, de seguir sintiendo su verga dentro de ella, y tal vez, de volver a probar a Yareni.
Yareni negó con la cabeza, su expresión era firme. —No, Elizabeth. No soportaría compartir a mi esposo con Atziry —respondió, su voz era suave pero decidida, ajena al hecho de que también estaba arrancando a Diego de los brazos de Elizabeth. —Nos mudaremos a Monterrey. Mi papá nos dará una casa como regalo de bodas. —Sus palabras cayeron como un golpe, y Atziry, con los ojos llenos de lágrimas, se levantó de un salto. —¡No te lo lleves, Yareni! —suplicó, su voz se quebraba —. No me importa compartirlo, te lo juro. —Pero Yareni, con una mirada que mezclaba compasión y resolución, se mantuvo firme. —No quiero eso, Atziry. Lo quiero solo para mí —dijo, sin saber que sus palabras también cortaban el hilo que unía a Elizabeth con Diego.
Atziry, con el rostro empapado en lágrimas, corrió a su habitación, el eco de sus sollozos resonaba en el pasillo. Su cuerpo, aún cálido por los recuerdos de Diego penetrándola, temblaba de frustración, su vagina palpitaba con un deseo que ahora parecía inalcanzable. Elizabeth, quedándose sola con Diego y Yareni, fingió fortaleza, pero sus celos ardían como brasas. Su mente evocaba las noches en que Diego la había embestido, su semen llenándola, y las veces que se había masturbado viendo a su hija montarlo.
Sabía que sus vidas cambiarían, que el departamento, impregnado del aroma de sus encuentros prohibidos, perdería el fuego que los había consumido. Mientras Diego tomaba la mano de Yareni, su verga se marcaba bajo los jeans, Elizabeth sintió un nudo en la garganta, su tanga se empapaba por un deseo que no podía expresar. La partida de Diego a Monterrey con Yareni marcaba el fin de una era.
![]()
Hola, cuando continúas con la historia de Gema?
Ya ansio seguir leyendo mas de esta gran historia me tiene atrapado algun otro medio para seguir leyendote
Por el momento sólo a través de esta página, agradezco mucho tus comentarios. Ya está disponible el siguiente capítulo.
Gracias ya lo lei y cada dia se pone mas bueno saludos desde playa del carmen
No puedo creer que eso fue todo???
Hola, Antonio.
Gracias por el interés al relato, pero no, sólo que no han publicado el siguiente capítulo.
Ya está disponible el siguiente.