De amiga a esclava (3): El bar

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T. Lectura: 7 min.

Habían pasado unos días desde aquella noche en el hotel. El eco de sus gemidos, el recuerdo de sus corridas y la imagen de su cuerpo temblando con el plug en su hermoso trasero aún recorrían mis sentidos. Ella también lo recordaba; lo notaba en sus mensajes cortos, cargados de ansiedad y deseo. Cada día nos sentíamos más necesitados el uno del otro, la tensión sexual era algo más fuerte que nosotros mismos. De vez en cuando le escribía o le mandaba audios, dándole pequeñas órdenes para que se fuera acostumbrando a este nuevo nivel de relación; al inicio mostraba ciertas dudas, pero luego se fue soltando poco a poco.

—Esta noche, al llegar a casa, quiero que te desnudes frente al espejo, te masturbes y, al llegar, me lo muestres —le escribí un día. La respuesta no se hizo esperar. —¡Sí! —fue su único mensaje. Parecía como si hubiera estado esperando días a que le ordenara algo así.

Y fue exactamente mi pedido. Mi celular sonó a las 21:10; sabiendo que Laura llega siempre a las 21 h, fue más que claro que había llegado a hacer exactamente lo que le pedí. Abrí mi celular y vi su notificación: una imagen perfecta de su vagina totalmente mojada y con dos de sus dedos dentro de sí. Una foto maravillosa, excitante y caliente.

—Lo has hecho bien, pronto tendrás tu recompensa —fue mi respuesta a su mensaje y me despedí. Mi mente ya imaginaba las deliciosas cosas que haría con ella al volver a verla. No hizo falta pensar mucho para saber exactamente lo que haría en mi próximo encuentro con esta mujer que me enloquecía de deseo.

Al día siguiente la llamé antes de que saliera de casa. —A las ocho paso por ti al trabajo; vamos a cenar —le dije luego de saludarla con cariño. Un leve sonido de risa y malicia llegó por el móvil: señal clara de que estaba de acuerdo. Mi voz se hizo más seria y pausada.

—Hoy vas a usar el vestido negro, que me encanta —le dije durante la llamada.

—Sí, amo —respondió, apenas audible, pero suficiente para captar su sumisión.

Llegué a las 8 en punto por ella. Apenas para verla salir del local. Quedé hipnotizado por su belleza; ese vestido negro le quedaba increíble, resaltaba aún más esas hermosas y largas piernas, su cabello suelto le daba un aire fresco y sensual. Me saludó como cualquier amiga, un abrazo y beso en la mejilla, pero de inmediato se notó la tensión sexual entre nosotros. Montamos en la moto y fuimos directo al restaurante.

Tras unos 15 minutos llegamos y nos sentamos en una de las mesas esquineras. No estaba tan lleno como hubiera deseado, pero con la gente que cenaba era suficiente para lo que mi mente imaginaba. En medio de la cena fui posando mi mano en su rodilla y la fui subiendo lentamente hasta la mitad de su muslo y lo apreté, Laura dio un pequeño salto, pero continuó comiendo, entonces me acerqué a su oído.

—Ve al baño, y quítate la ropa interior, quiero que te toques hasta quedar mojada y luego vuelves acá —le susurré. Laura se puso tan roja como el mantel de la mesa, abrió los ojos y negó con la cabeza suavemente. La tomé de la mano y le dije que todo estaría bien, que no haría nada que comprometiera su integridad y la besé lentamente, finalicé mordiendo sus labios. Eso le fascina y la calienta de inmediato, me miró con esos dulces ojos miel como indagando qué más sería capaz de pedirle. Se levantó y se fue al baño. Tras 10 minutos regresó, aun con la cara roja, no sé bien si de la vergüenza o de la excitación.

Se lograban notar sus pezones duros por debajo de la fina tela del vestido, lo cual hizo que deseara lamer y morderlos. Al sentarse siguió cenando, no sin antes tomarse la mitad del agua que le había pedido. Me acerqué y volví a hacer lo mismo, mi mano en su rodilla y subir hasta su muslo, la diferencia era su claro aumento de temperatura, sonreí y le guiñé un ojo. Tras unos minutos sin hablar, tomé mi celular y empecé a escribirle:

—Quiero que abras las piernas y me muestres tu deliciosa vagina.

Laura solo abrió los ojos, incrédula al leerlo. Pero yo con una rápida mirada alrededor le dije que lo hiciera ahora mismo. Me agaché para simular que amarraba mi zapato y comprobé que efectivamente no traía ropa interior. Por la tenue luz nadie notó lo que hacíamos, pero para ella era lo más escandaloso y excitante (como me lo expresó después) que había hecho. Al levantarme volví a besarla, pero esta vez enredé mi lengua con la suya, demostrándole las ganas que tenía de penetrarla en ese mismo instante.

Al terminar la cena, pagué la cuenta, la tomé de la mano y la ayudé a levantarse. Su rostro seguía encendido y, aunque intentaba mantener la compostura, sus ojos brillaban con un fuego que solo yo podía haber provocado. Caminamos hacia la salida del restaurante; la brisa de la noche nos recibió con un frescor que contrastaba con el calor que emanaba de su cuerpo. Ella se aferró a mi brazo como si buscara refugio, pero sabía bien que lo que la mantenía temblando no era el frío.

Antes de subir a la moto, me incliné sobre ella y le susurré al oído:

—No olvides que ya no llevas nada debajo… cada paso que des esta noche será solo mío.

Laura cerró los ojos, apretó los labios y asintió en silencio. Le acomodé el casco, la ayudé a subir y arranqué. Durante el trayecto la sentí moverse inquieta contra mí, apretando sus piernas con fuerza. Con su mano derecha se sostenía de mi pecho y con la izquierda buscó directamente mi pantalón; me masturbaba como podía encima de él, sin ningún temor.

Unos minutos después llegamos a un bar. Era un lugar discreto, con luces bajas y música suave, perfecto para lo que tenía en mente. Nos sentamos en una mesa apartada, contra la pared. Pedí dos tragos y, mientras el ambiente nos envolvía, puse mi mano en su muslo. La acaricié lentamente, subiendo y bajando, sin tocarla del todo, apenas rozando mis dedos para que sus sentidos se agudizaran.

Laura respiraba más rápido. Me acerqué a su oído y murmuré:

—Quiero que abras un poco las piernas y que me dejes sentir cómo te estás mojando aquí, frente a todos.

Ella dudó unos segundos, pero cedió. Mi mano avanzó hasta encontrarse con su intimidad desnuda. Estaba húmeda, caliente, latiendo de deseo. La toqué con la yema de mis dedos y ella tuvo que morderse el labio para contener un gemido.

—Eso es… —susurré mientras la rozaba despacio—. Qué rico hueles —le decía al tiempo que la besaba. Laura, transformada, no solo me besaba con pasión, sino que bajó el cierre de mi pantalón y, con gran habilidad, me apretaba la verga con descaro.

Esta vez metí un dedo dentro de su vagina, que deliciosa sensación sentir su humedad, recorrer mi dedo hasta llegar a la palma de mi mano, Laura se tapó la boca para que no se escucharan sus jadeos. Metí otro cuando sentí que sus caderas se movían de adelante hacia atrás, involuntariamente pidiendo más. Saque mi mano y lleve mis dedos a su boca, los lamió como si no existiera nadie en ese lugar, solo ella y yo.

Después de un rato, la tomé de la mano y la llevé al baño. Apenas cerramos la puerta del cubículo, la giré contra la pared. Mis labios atraparon los suyos con hambre, mientras mi mano se deslizaba bajo el vestido, directo a su vagina empapada. De nuevo dos dedos estaban dentro de ella, pero no eran los míos. Laura con destreza ya estaba bajando mi pantalón mientras se masturbaba. Motivado por su reciente desinhibición, no pude más que dejarme hacer lo que su cuerpo pedía, se arrodilló y tragó mi verga hasta la garganta, moviendo su lengua y sus dedos dentro de sí a tal velocidad que casi me hace venir.

La levanté del suelo y esta vez era yo quien la masturbaba, mientras ella hacía lo mismo.

—Shhh… que alguien puede escucharte —le advertí con enorme una sonrisa.

Moví mis dedos hasta que su cuerpo tembló. No quise dejarla correrse del todo; retiré la mano y la hice mirarme.

—Esto apenas comienza —le dije con firmeza, llevé mis dedos a mi boca y luego a la suya, sellando todo con un delicioso beso.

Salimos como si nada hubiera pasado. El bar estaba un poco más vacío que cuando entramos al baño, pero sentimos algunas miradas de incredulidad y complicidad. Mi compañera de locuras me sonrió satisfecha. El frío de la noche no fue suficiente para enfriar la tensión entre nosotros. Subimos a la moto y conduje hasta mi casa. Durante el camino sentí cómo su respiración agitada en mi cuello me decía cuánto deseaba tenerme dentro de ella.

Al llegar, la tomé de la mano y la llevé adentro sin darle tiempo a pensar. Sabía que esa noche la había llevado aún más lejos de lo que jamás había imaginado.

Apenas cerramos la puerta de la casa, la arrinconé contra la pared y comencé a desnudarla con ansiedad. Su vestido negro cayó al suelo en cuestión de segundos, dejándola completamente expuesta ante mí. Laura me miraba con esos ojos dulces y sumisos, sabiendo perfectamente que cada segundo en mis brazos era una señal más de su entrega.

—Has sido una buena esclava esta noche —le dije, mientras recorría su piel con mis manos. Ella sonrió tímidamente, pero en sus ojos brillaba la satisfacción de haber complacido a su amo.

La llevé hasta la habitación y la puse frente a la cama. Con una cuerda, até sus manos por detrás de la espalda. Su respiración se aceleró de inmediato; el simple roce de la soga en sus muñecas la excitaba más de lo que quería admitir. Le di una palmada fuerte en las nalgas

—Esta noche, como recompensa, te haré venir en tu posición favorita. —Le dije mientras la acomodaba en cuatro sobre el colchón.

Sus caderas se ofrecían a mí como un regalo. Sin más demora, me agaché a saborear el néctar de su sexo. Lamí su clítoris y metí mi lengua en su vagina hasta que tuvo un fuerte orgasmo, llenando mi cara de sus fluidos. Yo estaba incontrolable, me desnudé lo más rápido posible y la penetré de un solo movimiento profundo. El grito que salió de su garganta fue tan intenso que me erizó la piel. Se arqueó con fuerza, empujando hacia atrás, buscando más.

—Más fuerte… ¡Más fuerte, por favor! —gritaba entre jadeos, con la voz quebrada por el placer.

Yo la complací, aumenté la fuerza y el ritmo de mis embestidas. La habitación se llenó de sus gemidos desgarradores, mucho más intensos que cualquier otro sonido que le hubiera escuchado antes. Sus uñas se clavaban en las sábanas, sus rodillas temblaban y, aun así, me rogaba que no parara. Lleve uno de mis dedos y lo enterré en su ano, que por el sexo oral que le había dado minutos antes, ya estaba dilatado. Otro grito se escuchó en la habitación al sentir sus dos agujeros ocupados.

Cada vez que su cuerpo se estremecía, sentía cómo la dominación se volvía absoluta, cómo su sumisión se convertía en mi mayor poder. Tomé su cabello con una mano, tirando hacia atrás su cabeza, y fui metiendo otro dedo en su delicioso culo.

—La próxima vez, no solo serán mis dedos. —Le advertí. Lejos de quejarse, giro su cabeza y asintió con una sonrisa, era claro que deseaba tanto el sexo anal como yo.

Finalmente, cuando su cuerpo ya no podía más, me dejé llevar. Con un último empuje, me vine dentro de ella, llenándola por completo. Laura gritó mi nombre mientras se venía conmigo, temblando, derrumbándose en la cama con el cuerpo exhausto y satisfecho.

Quedamos jadeando, sudados, unidos todavía por la intimidad de ese momento. La mantuve unos segundos más en esa posición, con mis dedos aún enterrados en su trasero, hasta que la sentí relajarse por completo. Entonces la solté suavemente, la giré hacia mí y la miré directo a los ojos.

—Mírame, esclava —le ordené en voz baja, tomándole del mentón.

—Sí, amo… —respondió casi en un suspiro, todavía temblorosa.

Su rostro estaba sonrojado, su cabello pegado por el sudor, y en sus labios una sonrisa cansada, pero llena de placer. Me acerqué y la besé con calma, muy distinto a la voracidad de minutos atrás. Ella respondió entregada, como si me dijera sin palabras, que ya no quedaba nada de ella, que no fuera mío.

La solté y la hice recostarse de espaldas, todavía con las muñecas atadas. Pasé mi mano por su abdomen, acariciando los rastros húmedos de nuestro encuentro.

—Hoy me complaciste más de lo que esperaba… pero recuerda, esto es solo el inicio —le susurré al oído.

—Haré todo lo que me pidas —contestó, con voz dulce y rendida.

—Lo sé. Y mañana, cuando despiertes, seguirás siendo mía —dije con firmeza.

Ella cerró los ojos, como si esas palabras fueran el golpe final que necesitaba para entregarse por completo. Me acurruqué a su lado, la abracé fuerte contra mi pecho y la besé una vez más en la frente. Por primera vez en toda la noche desde que llegamos, la casa se quedó en silencio.

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