Placeres prohibidos. La melancolía del incesto (3)

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T. Lectura: 9 min.

La sorpresa más impactante llegó cuando Diego y América rompieron el beso. Con la voz entrecortada, Diego murmuró: —No debí terminar dentro, mamá. ¿Y si te vuelvo a embarazar, como hace tres años? —América, con una sonrisa traviesa y los ojos azules brillando, respondió: —Me encantó llevar a tu hijo dentro de mí, mi amor. Pero si pasa, lo daré en adopción otra vez. —Las palabras resonaron como un trueno. Elizabeth y Atziry, con los ojos abiertos de incredulidad, no podían creerlo: Diego y América habían tenido un hijo juntos. Pero lejos de escandalizarse, la revelación encendió un deseo atrevido en ellas, la idea de un hijo embarazando a su propia madre avivaba un fuego prohibido en sus entrepiernas.

El video continuó, mostrando a Diego y América vistiéndose, limpiando el sillón donde los jugos y el semen habían dejado su marca.

Luego, se fundieron en otro abrazo apasionado, sus cuerpos se pegaban mientras sus labios se unían en un beso profundo, cargado de promesas. —Ya vete a la fiesta, mi amor —dijo América, con voz ronca—. Yo me voy sola al aeropuerto. —Diego, con una sonrisa, respondió: —Te espero de visita en mi casa. —América asintió, susurrando: —Estaré ahí lo antes posible. —Cuando ella salió, Diego se acercó a la cámara, su rostro llenó la pantalla. —Sé que verán esto —dijo, con voz grave y confiada—. Espero que les guste la sorpresa. Las amo. —Y lanzó un beso con la mano, un gesto que hizo que Elizabeth y Atziry sintieran sus vaginas contraerse, sus cuerpos temblaron de deseo y nostalgia.

Elizabeth, sentada en el sillón, sentía su mente girar en un torbellino de emociones. El incesto no la escandalizaba—ella misma había saboreado la verga de Diego, su semen la llenó—, pero no esperaba haber presenciado algo tan crudo junto a su hija. Al girar la cabeza, sus ojos miel se encontraron con Atziry, cuya mano se deslizaba bajo el satín rosa de su pijama, frotando su clítoris con una urgencia que delataba su excitación. La vagina de Atziry, empapada, palpitaba bajo sus dedos, mientras gemía suavemente, cada minuto del video había encendido un fuego en su interior.

Al ver el deseo desbordante de su hija, sintió un calor abrasador subirle por la entrepierna, su tanga se empapó al instante. Sin pensarlo, se despojó de su blusa de oficina, arrojándola al suelo junto con su sostén de encaje negro, dejando sus grandes senos libres, sus pezones lucían endurecidos y erguidos. Con un movimiento lento, los pellizcó, un gemido escapó de sus labios mientras miraba a Atziry con lujuria. —¡Lame mis senos! —ordenó, su voz estaba llena de deseo. Atziry, con los dedos aun moviéndose frenéticamente sobre su clítoris, alzó la mirada, sorprendida. —¿Cómo crees? —respondió, pero su tono vacilante traicionaba el calor que la consumía.

Elizabeth, ya encendida, no aceptó la negativa. Con un movimiento decidido, tomó la cabeza de Atziry, enredando los dedos en su cabello rubio, y la atrajo hacia sus senos. La lengua de Atziry, tímida al principio, comenzó a recorrer los pezones de su madre, lamiendo con una mezcla de curiosidad y pasión. Elizabeth jadeó, sintiendo la calidez húmeda de la boca de su hija, un eco de las veces que la había amamantado años atrás, ahora transformado en un acto de lujuria pura. Liberó la cabeza de Atziry, sus manos cayeron a los lados mientras observaba, extasiada, cómo su hija succionaba sus pezones, mordisqueándolos suavemente, sus gemidos vibraban contra la piel sensible.

Ambas estaban encendidas, sus cuerpos temblaban de deseo. El video de Diego y América las había llevado al borde, y ahora, mirándose con ojos cargados de pasión. Elizabeth, con la vagina goteando jugos por sus muslos, y Atziry, con el satín rosa empapado, se perdían en la lujuria, sus cuerpos vibraban al ritmo de sus gemidos.

Atziry, con los ojos brillando de deseo, deslizó sus manos hacia la falda de su madre, desabrochándola con dedos ansiosos. La tela cayó al suelo, seguida por la tanga empapada de Elizabeth, que dejó al descubierto su vagina, reluciendo con jugos que goteaban por sus muslos blancos. Atziry, sin dudar, introdujo dos dedos en la vagina de su madre, moviéndolos con una precisión que arrancó un gemido profundo de Elizabeth. —¡Qué rico, mi vida! ¡Más, mételos más! —jadeó, sus caderas se movían contra los dedos de su hija, buscando más profundidad.

Atziry, encendida por el placer que provocaba, respondió con un tono cargado de lujuria: —Como tú digas, perra. —La palabra, cruda y atrevida, sorprendió a Elizabeth, haciendo que su clítoris palpitara aún más. Aunque el vocabulario la descolocó, el fuego en su entrepierna no le permitió detenerse; quería que ese momento entre madre e hija continuara. Con la respiración entrecortada, le pidió a Atziry: —Para, mi amor… vamos a tu habitación. —Atziry asintió, su vagina empapada palpitaba de anticipación.

En la habitación de Atziry, la penumbra envolvía la cama, creando un santuario de deseo. Elizabeth, con un movimiento rápido, despojó a su hija del top y el short de satín, dejando al descubierto su cuerpo desnudo, con sus pezones rosados erectos y la tanga empapada que pronto cayó al suelo. Elizabeth se recostó en la cama, sus muslos quedaron abiertos invitando a su hija, sus senos temblaban con cada respiración.

Atziry, de rodillas junto a ella, comenzó a recorrer el cuerpo de su madre con la lengua, trazando caminos húmedos desde sus tobillos, subiendo por los muslos hasta el abdomen plano, y deteniéndose en los senos, lamiendo los pezones con una devoción que hizo que Elizabeth arqueara la espalda, gimiendo sin control. Luego, Atziry ascendió hasta los labios de su madre, y ambas se fundieron en un beso apasionado, sus lenguas se entrelazaron en una danza de deseo mutuo, sus alientos se mezclaban mientras sus manos exploraban sus cuerpos, tocando pieles ardientes.

Tras un beso prolongado y apasionado, donde sus lenguas danzaron con una lujuria desenfrenada, Atziry retomó su exploración, deslizando su lengua por el cuerpo de su madre. Recorrió la piel blanca de Elizabeth, lamiendo desde el cuello hasta los senos prominentes, deteniéndose para succionar sus pezones, que se endurecían bajo su boca. Elizabeth gemía, sus manos se enredaban en el cabello rubio de su hija, mientras su vagina palpitaba, goteando jugos que empapaban las sábanas.

Atziry, con una determinación cargada de deseo, descendió directamente a la vagina de su madre, separando sus muslos con suavidad para exponer los pliegues húmedos y relucientes. Al acercar su rostro, inhaló el aroma almizclado que la volvía loca, y su lengua comenzó a lamer con avidez, trazando círculos alrededor del clítoris hinchado antes de hundirse en los labios vaginales. —¡Uff, madre! —jadeó Atziry, su voz temblaba de lujuria—. Esta es la segunda vez que poseo tu vagina con mi lengua, y su sabor sigue siendo delicioso.

La confesión golpeó a Elizabeth como un relámpago, su cuerpo se estremeció al darse cuenta de que la silueta angelical que le había dado el mejor oral de su vida no era Yareni, como había fantaseado, sino su propia hija. La revelación, lejos de detenerla, avivó su deseo, su clítoris palpitaba bajo la lengua experta de Atziry.

Elizabeth, con los ojos entrecerrados y las caderas moviéndose contra la boca de su hija, se entregaba al placer, gimiendo sin control mientras Atziry lamía con una pasión voraz, succionando el clítoris y explorando cada rincón con su lengua. Los jugos de Elizabeth goteaban, y Atziry, con los labios brillantes, los saboreaba con deleite, sus gemidos vibraban contra la piel sensible. Tras varios minutos de lamidas intensas, Elizabeth alcanzó un orgasmo devastador, su cuerpo convulsionó mientras un chorro de jugos inundaba la boca de Atziry. La joven, con su dulce boquita, tragó cada gota, lamiendo con avidez mientras sus ojos brillaban de satisfacción, su propia vagina empapaba sus sabanas.

Mientras Elizabeth se reponía, con el cuerpo temblando y los senos prominentes subiendo con cada respiración, Atziry no perdió el tiempo. Arrodillada junto a su madre, deslizó su lengua por los senos de Elizabeth, lamía sus pezones con una avidez que hacía que la piel blanca brillara con saliva. Cada lamida arrancaba un suspiro de Elizabeth, su vagina palpitaba de nuevo, sus jugos goteaban por sus muslos mientras Atziry succionaba con deleite, sus ojos brillaban de deseo.

Una vez recuperada, Elizabeth se levantó de la cama con una determinación ardiente, tomando a Atziry de la mano y guiándola para que se pusiera de pie. Ahora era su turno. Con un hambre voraz, Elizabeth comenzó a besar cada centímetro del cuerpo de su hija, sus labios trazaron un camino desde el cuello hasta los senos perfectos de Atziry, que se erguían firmes, con sus pezones rosados como pequeños botones.

Los recuerdos la inundaron: la vez que había lamido esos senos mientras Diego la embestía. Con un gemido, Elizabeth los estrujó, sus manos apretaban la carne suave como si quisiera arrancarlos, succionaba los pezones con una pasión que hacía que Atziry cerrara los ojos, gimiendo mientras su cuerpo se arqueaba, disfrutando de la lengua experta de su madre.

Elizabeth, encendida, se arrodilló frente a Atziry, su rostro quedó a centímetros de la vagina depilada de su hija, un manjar que ahora deseaba con desesperación. Pero se contuvo, resistiendo la tentación de lamerla de inmediato. En cambio, volteó a Atziry con un movimiento firme, dejando frente a ella sus nalgas redondas, perfectas bajo la luz tenue. Elizabeth las besó, las mordisqueó suavemente, su lengua trazó caminos húmedos por la piel suave, saboreando el calor que emanaba de ellas. Luego, con un impulso, volvió a girar a su hija y la tumbó en la cama, abriendo sus muslos para revelar la vagina reluciente, los pliegues rosados brillaban en sus jugos.

Con la mano derecha, Elizabeth separó los labios vaginales de Atziry, exponiendo su clítoris hinchado. Entonces, se lanzó al festín, su lengua lamió con una destreza que arrancó gritos de placer de su hija. Atziry se retorcía, sus caderas se movían contra la boca de su madre, gimiendo sin control mientras la lengua de Elizabeth exploraba cada rincón, succionando el clítoris y hundiéndose en los pliegues húmedos. Los jugos de Atziry goteaban, y Elizabeth los saboreaba con avidez, demostrando su experiencia en cada lamida.

Sin mediar palabra, sus cuerpos, brillantes de sudor, se movieron con una sincronía instintiva, acomodándose en la cama para un 69 que las hizo gemir como perras en celo. Elizabeth, con sus grandes senos temblando, se posicionó sobre Atziry, su vagina descendía hacia la boca ansiosa de su hija. Atziry, con sus nalgas elevadas, abrió los muslos para recibir la lengua de su madre, sus pliegues húmedos relucían bajo la luz tenue. Sus lenguas se hundieron al unísono, lamiendo con avidez, saboreando los jugos dulces y salados que goteaban de sus vaginas. Elizabeth succionaba el clítoris hinchado de Atziry, mientras esta mordisqueaba los labios vaginales de su madre, sus gemidos resonaban en un coro de placer que llenaba la habitación.

Durante varios minutos, se devoraron mutuamente, sus cuerpos temblaban con cada lamida, sus jugos se mezclaban en sus bocas mientras sus caderas se movían en un ritmo frenético. Pero Atziry, insaciable, quería más. Con un movimiento ágil, se volteó, rompiendo el 69, y entrelazó sus piernas con las de su madre, sus muslos rozaron los de Elizabeth. Con una mano temblorosa, abrió sus propios labios vaginales, exponiendo su clítoris palpitante, y miró a su madre con ojos ardientes de lujuria. —Abre tus labios, mami —ordenó, con voz ronca y autoritaria—. Te voy a enseñar lo que es bueno.

Elizabeth, con la vagina goteando y el cuerpo ardiendo, obedeció sin dudar, separando sus pliegues húmedos con los dedos, dejando al descubierto su clítoris hinchado. Como piezas de un rompecabezas, sus vaginas se unieron en unas tijeras perfectas, los labios vaginales de Atziry chocaban con los de su madre en un roce húmedo y ardiente. Atziry movía sus caderas con una precisión salvaje, sus pliegues se frotaban contra los de Elizabeth, sus clítoris colisionaban en una danza de placer que arrancaba gritos de ambas. —¡Aaah, hija, esto es delicioso! —jadeó Elizabeth, sus senos rebotaban con cada movimiento, sus manos se aferraron a las sábanas mientras su vagina se contraía contra la de Atziry.

Atziry, con los ojos entrecerrados y las nalgas temblando, aceleró el ritmo, sus jugos se mezclaron con los de su madre, el sonido húmedo de sus cuerpos resonaba en la habitación.

Atziry, con sus senos temblando, levantó uno hacia su boca, lamiendo su propio pezón con una lengua ansiosa, mientras gemía: —¡Sí, mami, goza como yo lo hago, Aaah! ¡Tu vagina es tan húmeda!

Los roces eran crudos, casi enfermizos, una madre y su hija entregadas a un tabú que las consumía. Sus vaginas se tallaban con rudeza, los clítoris hinchados colisionaban en cada movimiento, sus jugos chorreaban por sus muslos y empapaban las sábanas. Elizabeth, con sus grandes senos rebotando y los pezones erectos, miraba a Atziry con ojos llenos de lujuria, su cuerpo temblaba de placer. —¡Hija, me estás haciendo gozar como nunca! —jadeó, su voz se quebraba mientras sus caderas empujaban con más fuerza. Atziry, con las nalgas temblando, respondía con gritos: —¡Sí, mami, no te detengas! —Sus rostros reflejaban una felicidad pecaminosa, sus cuerpos vibraban de excitación.

Los roces se volvieron más rápidos, más duros, el sonido húmedo de sus vaginas chocando, llenaba la habitación junto con sus gritos y gemidos. Sus manos se aferraban a las sábanas, a sus muslos, buscando más contacto, más intensidad. Tras varios minutos de frenesí, un orgasmo compartido las atravesó como un relámpago. Sus vaginas se contrajeron al unísono, los jugos de ambas estallaron en un torrente caliente que goteaba por sus pieles, pero ninguna se detuvo. Atziry empujaba sus caderas con más fuerza, sus clítoris se frotaban sin piedad, mientras Elizabeth, con los ojos entrecerrados, gemía el nombre de su hija, queriendo exprimir cada gota de placer.

El departamento, saturado del aroma almizclado de su sexo y el eco de sus gemidos, era un santuario donde madre e hija se entregaban sin reservas. Sus cuerpos, empapados en sudor y jugos, seguían moviéndose, decididas a gozarse hasta el límite, atrapadas en una danza prohibida que las unía en un éxtasis que desafiaba todo lo permitido.

Elizabeth y Atziry, con los cuerpos empapados en sudor y jugos, dejaron de frotar sus vaginas, sus clítoris palpitantes y sus pliegues húmedos relucían bajo la luz tenue. Jadeando, con los pechos subiendo y bajando al ritmo de sus respiraciones agitadas, se miraban extasiadas, sus ojos brillaban con una mezcla de lujuria y amor prohibido. Elizabeth, con sus grandes senos temblando y los pezones erectos, sentía su vagina aún contraerse, mientras Atziry sonreía con una satisfacción pecaminosa.

Exhaustas pero felices, ambas se acostaron en la cama, entrelazando sus cuerpos en un abrazo cálido, sus pieles calientes se rozaban. Sus labios se encontraron de nuevo en un beso profundo, sus lenguas danzaban con una ternura cargada de deseo, mientras sus manos acariciaban mutuamente sus cuerpos, los dedos de Elizabeth trazaban las nalgas de Atziry, y las de Atziry exploraban el abdomen de su madre. —Te amo, hija —susurró Elizabeth, su voz era ronca y sincera—. Esta ha sido la mejor noche de mi vida desde el día de tu nacimiento.

Atziry, con los ojos brillando de felicidad, sintió un calor en su pecho al saber que había lamido la vagina de su madre por segunda vez, pero en esta ocasión con plena conciencia de ambas, tras una sesión de sexo lésbico que las había consumido. —Y yo te amo a ti, mami —respondió, su voz temblaba de emoción, sus jugos aun goteaban por sus muslos.

Elizabeth, acariciando el cabello rubio de su hija y rozando sus mejillas con ternura, sintió una curiosidad ardiente. —Sentí que no es la primera vez que lo haces con una mujer a solas —dijo, sus ojos destellaban con intriga—. ¿Con quién más lo has hecho? —Atziry, con una sonrisa tímida y las mejillas ruborizándose, respondió: —Con Yareni. —Elizabeth alzó una ceja, su vagina palpitó al imaginarlo. —¿La noche del trío con tu primo? —preguntó. Atziry negó con la cabeza, su rubor se intensificó. —No, mami. El día que cumplí la mayoría de edad. Me convenció de que ese sería mi regalo de cumpleaños. —La confesión encendía aún más la habitación, hizo que Elizabeth sintiera un cosquilleo en su clítoris, imaginando a su hija y Yareni entrelazadas en una danza de lujuria.

Tras la confesión de Atziry sobre su encuentro con Yareni, Elizabeth esbozó una sonrisa traviesa, sus ojos brillaron con un hambre renovada. Sin decir palabra, se inclinó hacia su hija, sus labios se encontraron en un beso ardiente, que hizo que sus vaginas palpitaran de nuevo. Elizabeth, con sus grandes senos rozando los de Atziry, deslizó sus manos por el cuerpo de su hija, sintiendo la piel suave bajo sus dedos. La noche prometía más placer, y ninguna quería que terminara.

Elizabeth, impulsada por un deseo voraz, guio a Atziry para que se girara, exponiendo sus nalgas firmes y bronceadas. Con una reverencia casi ritual, acercó su rostro al ano de su hija, inhalando su aroma almizclado antes de deslizar su lengua por él. El sabor, dulce y prohibido, la hizo gemir, lamiendo con avidez mientras Atziry se retorcía, sus gemidos llenaban la habitación. —¡Mami, ¡qué rico! —jadeó, sus manos se aferraron a las sábanas mientras su clítoris palpitaba. Atziry, no queriendo quedarse atrás, volteó a su madre y, arrodillándose, exploró el ano de Elizabeth con su lengua, saboreando cada rincón con una pasión que arrancó gritos de placer. Sus lenguas, expertas y hambrientas, se deleitaban, sus cuerpos temblaban de éxtasis.

No durmieron en absoluto esa noche. Fue una maratón de sexo desenfrenado, sus vaginas y anos siendo lamidos, tocados, y explorados sin descanso. Sus jugos se mezclaban, sus gemidos resonaban, y sus cuerpos bañados en sudor, se fundían en una danza de lujuria.

A partir de esa noche, su relación cambió para siempre. En la calle, se comportaban como madre e hija cariñosas, tomándose de la mano, riendo con complicidad. Pero al cruzar la puerta del departamento, se transformaban en una pareja de amantes lesbianas, insaciables y apasionadas. Cada noche, se devoraban mutuamente, vivían para gozarse, sus gemidos llenando el departamento como un himno a su amor prohibido.

El departamento, impregnado del aroma de su sexo y los ecos de sus orgasmos, se convirtió en su refugio secreto. Cada roce, cada lamida, cada grito era una declaración de su nueva realidad: madre e hija en público, amantes lujuriosas en privado, unidas por un deseo que las consumía a diario y las llevaba al éxtasis en una relación que nunca quisieron abandonar.

¿Continuará?

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7 COMENTARIOS

  1. Me fascinan los relatos de sexo entre madre e hijas igual a mi hermana siempre la han puesto muy cachonda. No es que hayamos tenido sexo con nuestra madre pero si lo hicimos mucho entre nosotros leyendo este tipo de relatos.

    • Hola, Incesty. Sería interesante poder conocer todos los detalles de aquellas sesiones de sexo con tu hermana, saludos.

      • En recuerdos de hermanos I y II describo las relaciones que tuve con mi hermana cuando nos hicimos novios y amantes. Lo demás con nuestros tíos, algunas partes si fueron parte de la fantasías de ella.

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