Regalo de cumpleaños

0
5933
8
T. Lectura: 3 min.

El departamento olía a goma caliente, cuero curtido y un leve rastro de talco que siempre se adhería a los trajes recién desempaquetados. Las luces, tamizadas por pantallas de vinilo rojo, proyectaban sombras que se estiraban como dedos enguantados sobre los muros.

Era la fiesta de cumpleaños de la señora J; nadie preguntaba su edad, pero su cuerpo era aún llamativo, de caderas anchas y pechos escotados que parecía tallado en el látex negro que llevaba puesto.

El traje era una obra maestra de los talleres especializados, un catsuit de látex 0,4 mm, cosido a mano, con costuras externas en relieve que marcaba cada pliegue de su cuerpo. El cuello alto terminaba en un ribete de cuero de potro, y una cremallera dorsal de bronce —tan gruesa que parecía un arma— bajaba desde la nuca hasta la base de la columna. Debajo, un corsé de cuero negro, el látex se arrugaba apenas en los costados cuando respiraba.

Sus botas eran ballet heels de charol, 18 cm de tacón, con cordones que subían hasta medio muslo y se ataban con hebillas de níquel. El antifaz, también de látex, dejaba ver solo sus ojos pintados y una boca roja que parecía sangrar deseo.

Todos los invitados llevábamos máscaras completas de goma negra, en mi caso usaba una capucha de cuero, que cubría toda mi cabeza, sin orificios para la nariz —solo dos tubitos de acero que se introducían en las fosas nasales y se fijaban con cinta de cuero—.

El anonimato de los invitados era absoluto; el calor, insoportable. Yo vestía pantalones de cuero de cordero negro. Arriba, una camisa de cuero con mangas largas y puños de cuero reforzado, cerrada hasta el cuello con corchetes de metal y largos guantes de cuero que se fundían con mis manos hasta mis hombros

Mis botas de cuero de vaca, con suela de goma roja— crujían a cada paso.

En la mano derecha llevaba el regalo especial le lleve a la señora J una caja de terciopelo rojo que contenía una maquina masturbadora, del tipo Sybian, modificada con accesorios de acero y cuero que había encargado en Hamburgo, abrió la caja y me devolvió una amplia sonrisa.

Entonces la señora J me tomó de la mano enguantada y me guio por un pasillo donde las paredes estaban forradas de espejos ahumados.

Abrió una puerta de cuero acolchado y allí estaba la señorita Y, su hija, con su curvilínea y sensual figura, que siempre encontré atractiva, vestía un impactante traje de velcro negro, pero no cualquier velcro: era un modelo industrial de 3M, con tiras de 5 cm que se adherían con un sonido seco, como un latigazo. El traje cubría desde los tobillos hasta el cuello, pero dejaba expuestos los pezones —grandes, oscuros, endurecidos por el frío, y una franja vertical en la entrepierna que se abría con solo tirar de una lengüeta. Sus botas eran de un color rojo sangre, y llevaba guantes de látex hasta el codo, con dedos reforzados para arañar, toda su cabeza cubierta del mismo material reflectante.

Entonces la señora J, me dijo- se esta noche tambien es tu cumpleaños, asi que te regalo a mi hija por esta noche—Sin daño. Solo placer.- dijo y sonrió. Yo asentí.

Baile con la señorita Y en el salón principal, donde la música era un lento grabado en vinilo de 45 rpm.

El roce del velcro contra el cuero era eléctrico; cada giro hacía que las costuras de mi camisa se pegaran a la espalda de Y, dejando marcas rojas que durarían horas.

Mis manos —enguantadas en cuero negro— se deslizaban por la franja de velcro que cubría su cintura, y cada vez que tiraba, el sonido era como un disparo. Ella respondía arqueando la espalda, sus pezones rozando mi camisa, endurecidos como botones de acero.

La llevé a una habitación contigua. Allí, note en otra habitación la Sybian zumbaba suavemente, montada sobre un pedestal de cuero. La señora J ya la estaba probando, pero nos vio y termino.

Entonces entro a la habitación, donde nos encontrábamos la señora cerró la puerta de nuestro cuarto, entonces poso su mano enguantada en el hombro de Y. y le ordeno —Disfruta y se obediente con tu amo—le dijo, – enséñale de lo que eres capaz- entonces se arrodilló frente a su madre, abrió la cremallera de su traje y hundió la lengua en el sexo depilado de la señora J. El látex de sus guantes brillaba bajo la luz roja mientras sus dedos separaban los labios, y el sonido —húmedo, obsceno— llenaba la habitación.

Yo me desabroché los pantalones de cuero; mi pene, encerrado hasta entonces, saltó libre, entonces saque un tubo y me puse lubricante en mi pene y después unté más lubricante en el ano de la señorita Y. El velcro se abrió con un chasquido, revelando un plug de acero que ella misma había insertado horas antes.

Lo retiré lentamente, y el agujero se contrajo como una flor. Introduje mi pene de un solo empujón, hasta el fondo. El calor era abrasador; mi pene disfrutaba mientras se pegaba a sus paredes internas, y cada embestida hacía que el velcro de su traje se despegara y volviera a pegarse con un sonido seco, Mientras la señora J gemía, sus manos enredadas en el cabello de Y, guiándola.

Yo galopaba, mis botas resonando contra el suelo de mármol, el sudor corriendo por mi espalda y empapándome, hasta que me corrí en su ano. El olor —cuero, goma, sexo— era tan denso que se podía cortar con un cuchillo.

La noche apenas comenzaba. En el pasillo, otros invitados —todos enmascarados— se acercaban, atraídos por los gemidos, Yo miré a la señora J y sonreímos bajo nuestras máscaras. Entonces ordene — limpia mi pene con tu lengua. Entonces la señorita Y se arrodilló, frente a mí, dispuesta a ser, por el resto de la noche, el mejor regalo de cumpleaños, que uno se pudiera imaginar.

Loading

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí