La luz de la oficina era clara y cruel, revelando cada mota de polvo en el aire y cada tensión en la carne expuesta de Katerina.
Estaba arrodillada bajo el amplio escritorio de madera, completamente desnuda, su cuerpo era una sombra bajo el mueble. Una máscara de látex ceñida cubría su rostro, limitando su visión y obligando a su mente a enfocarse en su única tarea: el servicio a los pies de su amo.
Marko estaba sentado arriba, concentrado en la pantalla de su laptop. Su pie derecho, calzado en una bota pesada, estaba plantado firmemente sobre la coronilla de ella, manteniéndola en una reverencia forzosa. La abertura de la máscara en su boca, obedecía a un solo propósito, que Katerina lamiera la suela del zapato izquierdo de él.
Él tecleaba sin parar, enfocándose en la tarea que tenía por delante. Sin prestarle atención a ella y lo que hacía. El sonido del teclado era un castigo sordo y rítmico para ella. Era un recuerdo constante de que su servicio y humillación no era algo especial. Solo era una de las comodidades que él esperaba tener de algo que era de su propiedad.
De repente, Marko presionó la bota sobre su cabeza con una fuerza fría, sin apartar los ojos del trabajo. Katerina gimió débilmente, sintiendo el crujido de la presión.
(¡Mierda, si! ¡más fuerte! No te muevas. Él no me está mirando, pero sabe que estoy aquí. Esto me lo prueba.)
Mi cuello duele, mis rodillas arden. Pero el dolor carece de importancia, lo único que importa es que ÉL esté conforme con mi servicio. No hay “yo” que se resista. Solo el servicio. Solo ser suya.
(El roce de su bota es como una llave. Desencadena algo en mí. Siento el calor subiendo por mi vientre, esa urgencia de ser usada. Quiero que me ordene gemir, que me prohíba tragar mi propia saliva. Que me niegue el control sobre mi ser.
Mi mente es una pizarra limpia, lista para la siguiente orden. El castigo ya no me molesta; lo ansío, lo espero, a través del castigo es que mejoro en mi sumisión. Y yo lo he aceptado. Le he entregado a él la responsabilidad de mi vida, y es en esa entrega que encuentro mi libertad, soy esclava porque soy libre y soy libre porque soy esclava. Es aquí donde encuentro mi única paz y mi mayor excitación. Soy su juguete sin voluntad. Úsame, amo.
Marko dejó de teclear, sin mirar abajo.
—Sal de ahí.
Katerina gateó fuera del refugio de la mesa, Marko le desabrochó y retiró la máscara de látex. Sus ojos, enrojecidos por la restricción, lo miraron esperando la siguiente orden.
Marko giró el laptop hacia ella. En la pantalla se veía el título, en negrita: “Acuerdo de Absoluta Entrega”.
—El trabajo está terminado —dijo, su voz tranquila, desprovista de emoción. Oprimió el botón de impresión.
La impresora, en una esquina de la oficina, escupió una serie de hojas. Katerina, aún de rodillas, esperó la orden de acercarse. Marko tomó las hojas, las dejó sobre una carpeta de cuero y la deslizó hacia ella.
—Firma si es verdad que esto es lo que deseas.
Ella tomó el bolígrafo con decisión. Leyó con cuidado todas las cláusulas que definían su nueva vida. En la última página, en el espacio final, donde antes estaba su identidad legal, trazó encontró el espacio que aguardaba su firma. El punto en donde ella misma marcaba su esclavitud. Se detuvo.
No por inseguridad, no por indecisión. Era la emoción y el deseo que le pedía a la vez hiciera eterno este momento para saborearlo. Y a la vez le exige que lo terminara lo más pronto posible para poder empezar su nueva vida. Con prisa lo firmó e inmediatamente lo colocó por encima de su cabeza con las manos extendidas, mitad como ofrenda a su amo, mitad como súplica para ser recibida.
Marko tomó el documento, lo guardó en la carpeta. La calma en su rostro era absoluta, pero sus ojos, al mirarla por un instante, revelaron la ambición que hervía debajo. Ya no era un juego, sino un proyecto de dominio total. La posesión era un hecho consumado. Ahora solo quedaba entrenarla a su gusto.
—Felicitaciones, Katerina. O debería decir… Propiedad.
Se levantó con un movimiento lento y cargado. De un cajón sacó un collar de cuero negro con una anilla de metal y una correa a juego.
—Ahora que sos mía, vas a ser lo que quiera que sea, cuando lo quiera. Por ahora vas a ser un animal de servicio.
Le colocó el collar alrededor del cuello, ajustándolo hasta que el metal frío se sintió pesado contra su piel.
—Hasta que yo lo diga, solo te vas a comunicar con los sonidos de un animal. Un perro, si se quiere. Entendido?
Katerina soltó un ladrido ahogado y se inclinó, gateando hasta sentarse a sus pies. Marko le sirvió un pequeño cuenco de agua de plástico.
—Para que te mantengas hidratada por ahora.
Unos minutos después, el timbre de la puerta sonó con insistencia. Katerina se tensó. El mundo exterior.
Marko sonrió con una satisfacción tranquila pero perversa.
—Comida. Mi almuerzo. El tuyo llegará en breve. Ve a la puerta, Perra. Asegúrate de que nadie entre, pero saluda.
Katerina gateó hasta el hall. Se puso en cuclillas justo detrás de la puerta de entrada.
—Ladra. Fuerte.
Katerina obedeció, soltando tres ladridos secos y agresivos. El repartidor, al otro lado, se detuvo, confundido.
Marko abrió la puerta lo justo para deslizar la mano, tomar la bolsa de papel y firmar el recibo.
—Disculpe, mi perra está un poco… eufórica hoy.
—No se preocupe, señor. Que tenga buen provecho.
Marko cerró la puerta y miró a Katerina, cuyo cuerpo temblaba por la adrenalina.
—Buen trabajo, perra. ¡Ahora, a comer!
En el comedor, Marko se sentó a la mesa, abriendo los recipientes de plástico con su comida: Una cazuela de mariscos. Para ella, abrió una bolsa de alimento para perros y vertió una ración en un nuevo cuenco de plástico junto al que Katerina ya tenía.
—Provecho.
Marko se sentó en la mesa del comedor a almorzar, revisando su teléfono. Katerina se arrodilló, empujó el cuenco con la nariz y comenzó a lamer el alimento directamente del plato, obligándose a emitir gemidos de placer y agradecimiento por su ración. El sonido del metal en el plato de su amo contrastaba con su propia degradación en el suelo.
Marko terminó su cazuela de mariscos, deslizó el plato a un lado y limpió su boca con una servilleta. Katerina, con su rostro apenas manchado por el sudor y la concentración, y el collar pesado en su cuello, esperaba junto a los cuencos vacíos.
—Mi almuerzo ha terminado. Ahora, comencemos a establecer algunas reglas.
Marko se puso de pie.
—Quiero que traigas al comedor todas tus maletas. Ya tengo un mueble para tus cosas, quiero ver toda tu ropa. Y te voy a indicar cómo la vas a organizar. Podes andar a dos patas para esta tarea.
Katerina se levantó velozmente y fue al garaje a buscar sus maletas. Regresó minutos después, arrastrando con dificultad una maleta grande y dos pequeñas
Marko la observó extender cada prenda en la mesa, la ropa íntima, la de trabajo, la casual, todas mezcladas en un caos de telas.
—Estás desnuda porque ese es tu estado natural. Tu ropa solo tiene un propósito: servir a mis gustos y mi agenda. No tienes derecho a elegir la tela, el color o el contexto. Eso lo hago yo.
Señaló una cómoda de cuatro cajones en el cuarto que se veía desde la sala. .
—Primer cajón: Ropa que solo usarás en la casa, cuando te permita o quiera que estes vestida..
—Segundo cajón: Ropa para cuando salimos juntos y estás a mi lado. Discreta que no revele el carácter de nuestra relación.
—Tercer cajón: Ropa para cuando estamos con gente que sabe de nuestra relación, ropa que refuerza tu identidad de esclava.
—Tercer cajón: Ropa de trabajo. Profesional. Pero libre para colocar los aditamentos que considere, para que te recuerden durante todo el día que sos mía.
Marko se detuvo y señaló el último cajón.
—Cuarto cajón: Ropa para cuando estés en tu ambiente, quiero que elijas cómo querés verte ante tus amigos y familiares. Este es uno de los pocos puntos de tu identidad sobre los que aún tenes un mínimo control y deseo que así permanezca.
Katerina se concentró, doblando y clasificando cada prenda, según las órdenes de su amo.
—Bien, suficiente de mi atención por ahora, debo ponerme a terminar cosas del trabajo.
Marko volvió a su laptop. Katerina, terminada su tarea, gateó de vuelta a su posición junto al escritorio.
Marko trabajó concentrado durante horas. Katerina, con el collar todavía puesto, se había mantenido a sus pies, quieta.
—Servicio. —ordenó Marko, sin levantar la vista—. Levántate y sírveme el café.
Katerina se puso de pie, un ladrido de obediencia sutil salió de su garganta, casí sin que ella se diera cuenta. Preparó el café y un plato con galletas, regresó y lo sirvió en la mesa auxiliar.
—Aquí.
Marko la obligó a arrodillarse frente al sofá. Tomó su taza y un plato con galletas y una crema espesa.
—Y ahora, tu turno.
Marko deslizó el pantalón y liberó su erección. Katerina empezó a practicarle una felatio con total devoción, mientras él comía las galletas y bebía el café.
Sus manos se colocaron inmediatamente a la espalda, sabiendo que así lo prefería él: su cuerpo entregado, sin posibilidad de manipular el placer de su Amo. Comenzó a besar y lamer sus muslos internos, ascendiendo lentamente hasta el tronco de su placer. Ella tomó la cabeza de su pene en su boca, succionando con maestría. Luego, con la destreza de la esclava que conoce las preferencias de su dueño, bajó el ritmo para lamer y saborear la piel sensible de sus testículos.
(Se que no debo pero no me puedo resistir, verlo gemir saber que ante todo su control yo puedo aunque sea por un momento quebrar su armadura, desarmarlo de placer. Lo voy a volver loco de placer, que sea mio por este instante)
Marko sintió una oleada de placer ascender por su cuerpo. Apretó la mandíbula y contuvo el aliento, negándose a emitir el gemido o el suspiro que Katerina estaba buscando. Su cuerpo se había tensado por la intensidad del acto, pero él reprimió la respuesta, manteniendo su rostro en una máscara de desinterés. Supo de inmediato lo que ella pretendía, no dudaba de su obediencia pero sabía que ella era juguetona, eso le atraía de ella, siempre es más divertido doblegar que solo tener una obediencia ciega.
Está bien, ella empezó el juego, buen movimiento, pero él la conocía mejor que ella misma. Y el último movimiento lo iba a hacer él.
—Buen movimiento perra, pero, te conozco, sé lo que estás intentando y creeme, es un grave error que creas que podes ganar con este jueguito.
Él tomó su cabeza con las dos manos y la obligó a ir hasta la garganta profunda, sofocándola . Katerina sintió el reflejo nauseoso, pero lo dominó con disciplina. Unas pequeñas lágrimas se acumularon en los bordes de sus ojos por la presión y el esfuerzo. Se equivocó al jugar así y este era su castigo. Hizo esfuerzos por respirar por la nariz pero él tenía su pene tan profundo en su garganta que era inutil.
Cuando Katerina ya sentía la falta de aire Marko la agarró por el cabello y tiró, sacando su pene mientras ella tomaba aire a grandes bocanadas.
—¡Abre la boca! (Le dijo mientras jalaba su cabello hacia atrás para que lo mirara)
Marko se masturbó con fuerza, su respiración agitada. Buscando el Climax
El semen salió con fuerza: una parte cayó directamente sobre su lengua extendida, otra más abundante se esparció sobre su barbilla, mejillas y frente.
Marko respiró hondo, con su expresión ahora de fría satisfacción.
—No tragues. Manténlo en la boca. Y no te limpies el rostro.
Katerina sintió el fluido caliente en su lengua y el pegajoso escurrir sobre su rostro. Marko se acomodó la ropa sin mirarla. Se levantó con expresión calma
—Es hora de la cena. Y de paso que aprendas un poco de disciplina.
Tomó una cadena corta y la esposó por los tobillos, restringiendo su movimiento a pasos diminutos e incómodos. La guio a la cocina, en la cual había una vista directa a las casas vecinas.
—Aquí tienes (dijo Marko, dándole una remera de él).
—.Al frente vive Don Luis, es un jubilado de 70 años, que sale a esta hora siempre a ver el atardecer, a la distancia que está su casa de acá, no va a notar mi semen en tu cara, pero sin lugar a duda que el viejo pillo, va a notar ese buen par de tetas que tenes, cubrite.
Luego se dirigió a un estante bajo, bajo el nivel del mostrador. De donde saco un pequeño timbre de servicio que colocó directamente en el suelo.
—Sé que siempre va a salir un poco de esa rebeldía, pero cada vez que salga te garantizo que la voy a aplastar. Así que por tu pequeño jueguito, vas a hacer la cena de puntitas. Este timbre va a estar debajo de tu talón. Cada vez que bajes el talón para descansar y toques el timbre por descuido, sumarás cinco azotes a tu castigo de la noche.
Marko le dejó los ingredientes en la mesada, la puso de puntillas sobre el timbre de modo tal que cualquier pie que bajara lo activara y se fue al estudio a terminar su trabajo. La luz del atardecer caía sobre la cocina, y por la ventana se veía el cuidado jardín de la casa de enfrente.
Katerina, con la remera cubriendo apenas su torso, el semen seco y pegajoso en su rostro, y los tobillos esposados con la cadena corta, se enfrentó a la tarea de la cena.
Comenzó a picar las verduras sobre el mostrador, cada movimiento del cuchillo era un riesgo. Su concentración en el corte era total, pero la tensión en sus músculos era insoportable. Un minuto después, en un intento de reequilibrar su peso, el talón derecho descendió.
¡Ding!
El sonido del timbre fue agudo y resonó en el silencio de la casa. Katerina se encogió.
(¡Mierda! Cinco azotes.) Ella se obligó a subir los talones más alto.
Marko, desde la sala, solo dijo: —Cinco. Sigue cocinando.
Continuó el trabajo, picando con una precisión maníaca. El cansancio se acumulaba. Minutos después, al intentar alcanzar una especia, perdió el equilibrio por el tirón de la cadena corta. El talón izquierdo golpeó el timbre.
¡Ding!
—Diez. —Marko ni siquiera miró.
La Esclava continuó cocinando, el sudor y el semen se mezclaban en sus mejillas.
En ese momento, la puerta de la casa de enfrente se abrió. Don Luis, el jubilado, salió a regar sus macetas de geranios. Miró distraído hacia la casa de Marko y procedio a levantar la mano en forma de saludo.
Katerina, por instinto quiso preguntarle a su amo que hacer pero recordo que seguía bajo la orden de ser su perra, y se detuvo. Emitió un gruñido bajo de advertencia y luego un ladrido más fuerte.
—¡Guau! ¡Grrr!
—¿Qué pasa? (Dijo marco volviendo a la cocina)
—Ahh Don Luis!, saluda con la mano, como yo!
De la prisa y el susto por obedecer la orden y no alertar a Don Luis Katerina se desconcentro y toco el timbre
¡Ding!
(Mierda, carajo el timbre)
¡Ding!
(Mierda concentrate Katy)
Don Luis sonrió y asintió, un poco confundido por los saltos Katerina volviendo a sus macetas, sin notar el rostro manchado, solo la figura de Katerina y detrás de ella a Marko.
Marko regresó al estudio. Katerina volvió a su tarea. El dolor en sus pantorrillas era insoportable. Solo la idea de sumar más castigo la mantenía en puntitas. Ella completó la cena, pero la última verdura cayó al suelo, el timbre sonó dos veces más en los segundos finales.
¡Ding! ¡Ding!
Marko, solo dijo: —Diez más. treinta azotes en total, Esclava. Ahora, vamos a comer.
Katerina llevó la cena a la mesa, moviéndose con la incomodidad de la cadena en sus tobillos. Colocó el plato humeante delante de Marko y luego se arrodilló a su lado. Él le quitó las cadenas de los tobillos, le coloco una correa en el collar y ató la correa a su silla.
Marko comió lentamente. Katerina permanecía inmóvil, sabiendo que el semen seco y pegajoso en su rostro y la boca llena del fluido de su amo eran ahora su única vestimenta.
De pronto, Marko tomó un trozo de carne del plato.
—Abre la boca, esclava.
Ella abrió la boca de inmediato. Marko le dio la comida, tal como se alimenta a un perro. Katerina masticó y tragó, sintiendo un placer profundo y humillante por la indulgencia inesperada.
—Buen animal. —Marko le dio dos trozos más, intercalados con mimos en la cabeza—. Ahora, límpiame.
Él levantó la mano. Katerina se estiró con la lengua, lamiendo los restos de salsa y grasa de sus dedos. Lo hizo con una minuciosidad obsesiva, saboreando el último contacto con el placer de su Amo. Era una recompensa simple, un momento de calma y de conexión casi afectuosa después de la dureza del día.
Marko terminó su cena, tomó el plato con calma y lo llevó a la cocina. Regresó con las manos vacías y se detuvo detrás de su silla, junto a Katerina. Su expresión era neutral, su movimiento pausado.
Katerina se levantó sobre sus rodillas, esperando la orden de ir al rincón o a la cama. Ella se sintió momentáneamente a salvo.
—Suficiente por hoy como perra.
(Uf, si, por fin, mis rodillas ya no podían mas, ya es hora de ir al cuarto y está siendo suave, puede que esquive mi castigo por hoy)
—Pero aun no termine con vos como esclava.
¡PUM!
En un solo movimiento repentino, Marko le agarró el pelo con una mano y la estampó contra la mesa, la misma que acababa de servir. Katerina golpeó la madera fría con el vientre, el aire se le escapó de los pulmones.
Quedó extendida de bruces, el shock de la traición borrando todo rastro de la calma anterior. Claro, pensó con un terror helado. Me dio de comer y me acarició la cabeza solo para tomarme desprevenida para esto. El muy sadico.
Marko fue increíblemente rápido. Con tres pares de esposas en la mano:
El primer par fue sobre sus muñecas, esposándola fuertemente a su espalda.
El segundo par fue sobre su tobillo derecho, y la cadena fue atada a la pata de la mesa.
El tercer par fue sobre su tobillo izquierdo, atado a la pata contraria.
Quedó completamente indefensa, con sus nalgas elevadas y expuestas por la posición.
Marko abrió un tubo de lubricante y, sin pausa, lo aplicó directamente sobre el ano de Katerian. La frialdad la sobresaltó, pero no hubo tiempo para el miedo.
—A veces sos muy facil de engañar, se que pensaste que te librabas del castigo
Marko se posicionó y la penetró por el ano con una fuerza salvaje. Katerina expreso un gritó, parte sorpresa, parte dolor, parte placer.
El acto fue brutal, un recordatorio de que su cuerpo era un mero contenedor para su placer. Él la usaba sin el menor asomo de ternura.
Marko deslizó su mano sobre los muslos de Katerina e introdujo un potente vibrador vaginal..
La sensación fue inmediata y enloquecedora: el dolor de su culo se mezclaba con el placer eléctrico de la vibración, creando una sobrecarga sensorial que la llevó al borde de la histeria.
Marko sacó un flogger bien escondido en su bolsillo trasero.
(¿Como mierda no lo vi, el siempre hace eso de esconder cosas en el bolsillo trasero, pero 3 esposa un lubricante y un flogger? o soy ciega o soy tonta)
—Tienes treinta azotes que cosechaste en la cocina, esclava. Ahora, recíbelos.
Los azotes cayeron con ritmo preciso sobre sus nalgas. Cada impacto era un latigazo de dolor que la obligaba a gemir contra la madera, pero la vibración y la penetración anal convertían el dolor en una puerta distorsionada al éxtasis. Ella estaba en el torbellino del límite, su mente gritaba de dolor y placer simultáneos. Las nalgas ya ardían.
Marko golpeaba y se movía con un ritmo implacable, observando cómo su cuerpo se arqueaba bajo el ataque. Katerina, al borde del colapso, sintió el placer punzante, la negación final de su voluntad. Su cuerpo se tensó, acercándose al punto de no retorno, al clímax que borraría todo dolor y toda vergüenza.
Marko sintió el espasmo de su cuerpo, la aceleración de su respiración. Sabía que estaba a segundos de ceder.
En ese momento, detuvo su embestida. Se inclinó y con un movimiento seco, apagó el vibrador vaginal.
El éxtasis murió de forma inmediata. Katerina se quedó colgando, al borde de la liberación, atrapada en la tensión física y el dolor anal sin la red de seguridad del orgasmo. La negación era el castigo final.
Marko se movió con un ritmo furioso.
—Solo cuando yo quiera lo vas a tener.
Gritó al alcanzar su clímax, y acabó dentro de ella, llenándola con un calor espeso que sellaba su propiedad.
Marko se retiró y desató las esposas. Katerina cayó de la mesa a la alfombra, su cuerpo un desastre de dolor, semen y frustración.
Marko la tomó bruscamente por el cuello y la arrastró fuera del comedor. La llevó a la habitación, la soltó a los pies de la cama, le dio una colcha gruesa para que pusiera debajo y se metió bajo las sábanas.
—Mañana a las 6 am, comienza tu entrenamiento.
Katerina se acurrucó con la colcha, su cuerpo temblando por el agotamiento y la negación. La única verdad era la del collar en su cuello y el semen dentro de su cuerpo. El primer día había terminado, pero ella no podía dormir aun, ella comenzó a recordar cómo había iniciado todo…
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