Mario y la enfermera profesional. Azotes y algo más

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La mujer levantó la vista del mostrador de la recepción y cogió el documento que un hombre de cuarenta y tantos años, vestido con traje azul oscuro de oficina, le entregó.

-Un momento. – comentó mientras consultaba con una chica de pelo corto y rizado que chupaba un caramelo.

El rostro del hombre se ruborizó levemente.

-Perdone… Mario, ¿verdad?

El hombre asintió mientras la mujer continuaba hablando.

-Esto es bastante nuevo como sabe, pero está todo en orden y podemos encargarnos nosotros. Miré, firmé aquí para darnos su consentimiento y ahora mismo le digo.

Mario ojeó el documento por encima sin llegar a leerlo y firmó. Quería terminar cuanto antes.

-Sala 15.

Con cierto nerviosismo, el empleado se dirigió a la sala, golpeó la puerta con los nudillos y, sin esperar respuesta, entró.

-¿Mario verdad?

Una chica joven y atractiva, que podría ser su hija por edad, se sentaba tras un escritorio de madera. La bata blanca inmaculada, un portátil como herramienta y una sonrisa… profesional.

Mario tragó saliva y logró mover la cabeza en señal de asentimiento. Al menos con ese gesto ganaba unos segundos para recuperarse de los nervios y hablar sin que le temblara la voz. Lo del rubor, bueno, eso no podía controlarlo.

-Veo que el jefe de su compañía a activado el protocolo… primera vez

El hombre asintió aunque no estaba seguro de si la enfermera había afirmado o preguntado.

-Bueno Mario. Le explico. Voy a tomarle la tensión, auscultarlo y hacerle algunas preguntas sobre su salud.

Durante unos minutos datos médicos, fecha de nacimiento y hábitos de vida fueron parte de la conversación que acompañó al examen.

-Está bien, todo en orden. ¿Necesita usar el baño antes de que comencemos?

Mario pensó rápidamente. No tenía ganas de orinar, pero con los nervios su tripita.

-sí, voy un momento.

En el baño se bajó los pantalones y los calzoncillos, aguardó un instante, y tiró de la cadena en el momento exacto en que se tiraba uno. El sonido del agua camufló el otro.

Luego se lavó las manos con jabón y con valentía abrió la puerta y se enfrentó a las primeras órdenes.

-Bájese los pantalones y los calzoncillos.

Mario desabrochó el cinturón y con algo de torpeza hizo lo propio con el botón de sus pantalones. Bajó la cremallera y tiró de la prenda. Los pantalones cayeron con facilidad arrastrados por el peso de la hebilla del cinturón dejando sus piernas velludas al aire.

-Los calzoncillos también- le recordó la enfermera viendo que dudaba.

Las mejillas de Mario enrojecieron violentamente mientras se bajaba los calzoncillos dejando su pene, algo crecido al aire.

La mujer palmeó sus muslos invitándole a acostarse sobre su regazo.

Mario, finalmente, se movió hacia ella con cuidado. No era sencillo caminar con los pantalones enredados en los tobillos.

Luego, de alguna manera, se puso boca abajo en posición. El culo, su culo, al aire, a la vista de esa joven.

-Bonito culete. – comentó la enfermera tocando las nalgas del “paciente” mientras observaba con curiosidad cómo algunos pelos largos y negros nacían en la raja del trasero.

Incapaz de contenerse, agarró un par de ellos con la punta de los dedos y tiró con suavidad. Luego acarició las nalgas.

-Bueno Mario, ha llegado el momento. Voy a darte unos azotes con la mano para calentar la zona. Luego, para lo que es el correctivo en sí, usaré el cepillo. Preparado.

El hombre balbuceó un sí

Una lluvia de palmadas cayó sobre su trasero. Aquella chica parecía tener prisa por calentarle el pompis cuanto antes.

Luego llegó el primer golpe de verdad.

Mario notó la diferencia de inmediato.

-Quieto Mario, que acabamos de empezar.

Aquello era muy fácil de decir para quien no tenía que lidiar con el escozor.

-Si no te portas bien te pondré una inyección muy gorda.

Mario no supo si tomarse aquellas palabras como una amenaza o como una broma.

El trasero empezaba a picar de verdad y el movimiento sobre el regazo de la enfermera estaba haciendo que su miembro creciese.

-por favor, escuece.

-lo siento, es importante mantener esta intensidad para que el tratamiento sea efectivo. Ya casi estamos acabando. – dijo la enfermera sin bajar el ritmo.

El casi duró mucho. O eso le pareció a Mario.

-Este es el último. Será un poco más fuerte.

El golpe cayó sobre la nalga derecha que para entonces ya presentaba un color rojo vivo.

-El culo está muy rojo, debe escocer lo suyo. Cuando puedas te levantas, no hay prisa.

Mario tenía lágrimas en los ojos.

-le voy a poner un poco de pomada – añadió.

De nuevo las manos de esa joven, con la cremita fresca. Las manos masajeando la zona, extendiendo el ungüento por toda la superficie, acariciando.

Mario se levantó

El pene erecto.

Ella miró en esa dirección.

-Si quiere le ayudo a terminar. Acércate. – dijo mezclando el “usted” y el “tú” a propósito.

Mario se acercó.

Apretó el culo en el momento en que la enfermera agarró su mástil. Luego la mano femenina inició el proceso de estimulación.

El hombre no aguantó mucho y el líquido viscoso saltó manchando la bata de la mujer. Mario había perdido la vergüenza hace mucho, así que gimió.

-Esta bien, ahora ven aquí y abrázame.

Mario se preguntó si eso era parte del tratamiento o esa enfermera estaba yendo más lejos de lo que debía. Sea como fuere abrazó a la mujer notando su piel, su perfume.

-le duele el culete. No se preocupe, pronto se le pasará. – dijo la joven masajeando las nalgas de Mario de nuevo.

Mario la hubiese besado en aquel momento. De hecho se le pasó por la cabeza hacer con ella muchas cosas. Pero aquel sitio y situación eran estrictamente profesionales.

Dos o tres minutos después Mario se vistió.

-Gracias por venir Mario… y siento lo de la zurra.

-Gracias a ti. Solo has cumplido con tu deber.

-me alegro que lo vea así. Buen día.

Mario salió y cerró la puerta.

Fuera esperaba turno una mujer de su edad. Mario la saludó cortes.

-Buenos días

Ella asintió.

Mario se alejó camino a casa. Distraído se llevó la mano al trasero.

Luego pensó. Pensó que quizás esa mujer le había visto tocarse la nalga. O quizás estaba demasiado preocupada por afrontar su propio destino.

Mario no podía saber si aquella mujer estaba allí para ser azotada o para otra cosa. Si se encargaría de su culo la misma enfermera que le había tocado a él. Mario solo podía imaginar.

E imagino como sería compartir un rato íntimo con esa mujer. Los dos tumbados en cama, boca abajo, con el culo rojo y la enfermera poniendo crema. O quizás uniéndose a ellos en un intercambio de besos y caricias o quizás algo más travieso.

Imaginó a la enfermera sobre su regazo, nalgueada por él, luego por esa mujer.

Venganza poética.

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