El protocolo

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Andrés, que siempre se enteraba de todo, salió del despacho de don Manuel, el jefe, con cara de alguien que se acaba de enterar de algo muy gordo.

-Espera. -espetó Juani, la secretaria de toda la vida, agarrándole del brazo.

-¿qué haces?

-Y tú, ¿qué escondes? -preguntó la mujer con seguridad.

Andrés se hizo el loco y comenzó a contar historias para no dormir. Juani frenó la cháchara en seco y exigió la verdad. Al final Andrés, viendo que era inútil seguir fingiendo, decidió hablar. Al fin y al cabo necesitaban a una tercera persona.

-Ha activado el protocolo -susurró al oído de la secretaria haciéndole cosquillas en la oreja.

Juani notó el contacto de los labios en la piel, la proximidad, el olor a colonia de varón. Pero el deseo, si lo hubo, duró un instante, ya que en su mente, solo había una palabra, bueno dos, “el protocolo”

Aquella misma tarde, en secreto, Juani y Andrés fueron convocados por don Manuel.

Las papeletas, con los nombres de los catorce empleados (incluyendo a los participantes en aquella reunión) se encontraban en la bolsa.

Bueno, no todas.

Faltaba la de la empleada número quince, Sonia, la más joven, la más nueva y, porqué no decirlo, la más atractiva de la oficina.

-Juani, ya que te has apuntado a esto, haz algo y saca una papeleta.

La aludida metió la mano en la bolsa y sacó un nombre con apellidos.

-Menudo marrón para Pablo. -comentó Andrés tras leer el nombre de su compañero.

-Creo que está bastante liado esta semana. -continuó hablando.

-Pues tendrá que apañárselas. Juani, envíale un correo con la información. Andrés, ayúdame a preparar la habitación. Cuanto antes tengamos listo esto antes…

Pablo recibió el email a las seis y media de la tarde.

¿Y ahora qué pasa? -pensó en alto.

Su compañera Laura, por suerte, ignoró la queja. Pablo, el pobre, llevaba así toda la semana. Pablo era un tipo con la cabeza amueblada, un poco tímido, pero super resolutivo en todo lo concerniente al trabajo.

El empleado leyó el encabezado y el remitente. “Urgente, prioridad máxima” . Don Manuel, alias su jefe.

Durante unos segundos pensó en lo peor, luego leyó y se relajó un poco. Al menos no era él.

-Me voy a casa. -anunció.

Laura levantó la cabeza.

-¿ocurre algo?

-No, simplemente que el idiota de Andrés no deja que me concentre. -improvisó.

Laura meneó la cabeza y sonrió tragándose la mentira.

Pablo no solía mentir. Pero el protocolo obligaba a ello.

Ya en casa recibió la llamada de don Manuel.

-Sonia la ha cagado -empezó sin miramientos.

Las demás palabras explicaban como un cliente estaba en el alambre a causa del error de la joven. El resto de la historia, no hacía falta contarla.

Pablo, después de imaginar la escena en el despacho de su jefe, leyó el manual con atención. Era muy detallado. Tenía hasta un apartado con “cosas que podían pasar”.

Aquella noche el empleado tardó en conciliar el sueño. No podía quitarse de la cabeza a Sonia. Sonia, la chica nueva, la tía buena, la popular, la… no estaba siendo justo con ella, no podía imaginarse que estaría pasando por su cabeza en aquel momento. La decisión había sido suya pero… no era tan sencillo.

-Son las siete de la tarde. Sonia, mayor de edad, consiente. -comenzó a leer Pablo en presencia, como testigos, de Andrés y Juani.

La cámara conectada al portátil enviaba las imágenes encriptadas con la última tecnología al centro de control y justicia. Allí, por ley, permanecerían quince días para atender reclamaciones o ser inspeccionados por personal autorizado antes de ser borradas para siempre.

Sonia estaba serena aparentemente. La procesión iba por dentro.

“Está igual de guapa que siempre y además es valiente” pensó Andrés con admiración.

-¿Algo que objetar? -dijo Pablo concluyendo el texto legal.

Nadie dijo nada.

-Entonces podemos empezar, Sonia, quíte…

-El baño. -interrumpió Juani.

-Perdón, los nervios. ¿Desea usar el baño? -rectificó Pablo.

Sonia asintió y se cerró en el lavabo.

Juani, incapaz de estar callada, comentó en voz alta.

-¿No te has leído el manual?

Y luego susurró algo en el oído de Andrés y ambos se permitieron unas risas.

-¿Qué os hace gracia? -respondió Pablo muy serio.

Nada, nada… solo hablábamos de viento…

Pablo, inconscientemente, se ruborizó. El manual hablaba de la posibilidad de que, debido a la naturaleza del proceso, el individuo en cuestión pudiese orinar o dejar escapar aire involuntariamente.

Sonia salió del baño.

Pablo tomó asiento en una silla y dijo.

-Bájese los pantalones y las bragas y acuéstese boca abajo sobre mis piernas.

Sonia se ruborizó, respiró para controlar los nervios y tras unos instantes obedeció.

Pablo azotó con la palma de su mano el trasero de su compañera de trabajo a modo de calentamiento hasta que las nalgas tomaron algo de color.

Acabada la primera fase, la chica se incorporó, cubriendo su desnudez.

-Ahora procederemos con el castigo. Juani, acomode a Sonia sobre el potro y asegure que muñecas y tobillos quedan atados. Andrés, traiga la vara.

Segundos después, inclinada y atada al potro, Sonia aguardaba el comienzo.

Pablo, siguiendo el reglamento, descubrió de nuevo el culo de la mujer. Era importante monitorizar el daño causado en la piel.

La vara silbó en el aire dos veces haciendo que las nalgas de la joven se contrajesen de manera refleja.

-Serán quince. -anunció Pablo antes de que el primer latigazo marcase el trasero de Sonia.

Sonia apretó los labios, dispuesta a sufrir en silencio, con dignidad.

Casi lo consigue.

Cinco días después Juani sacó el tema.

Pablo, después de asegurarse que nadie oía respondió.

-¿Qué opino? Pues mira, eso del consentimiento es importante pero… pero acaso tienes alternativa. Quizás tú o yo u otro sí… o quizá no. Conseguir un trabajo no es sencillo hoy en día. Sonia es una mujer responsable y trabajadora que quizás, no lo sé, ha tenido que pelear para llegar aquí… un error lo tiene cualquiera… ¿qué si yo lo haría? No sé, no he estado ahí… quizás. Lo que no tengo tan claro es eso de ser tan valiente como ella… seguro que yo perdería la dignidad antes… me refiero al dolor.

Ya. -dijo Juani.

Cristina pasó por delante de ellos segundos después.

Nadie la miró. Cristina era invisible.

No hablaba mucho.

Vestía ropas amplias.

El peinado no la favorecía. Era la amiga de las máquinas, la informática.

Nadie la miró aquel día.

Ni cinco días atrás.

Había estado en la habitación, fuera, oyéndolo todo y viéndolo todo por el ojo de la cerradura.

Había visto el culo de la azotada.

Había deslizado su mano y frotado sus partes íntimas.

Había hecho coincidir sus gemidos con el golpe de la vara.

Técnicamente el proceso tenía que haber sido secreto. Obviamente alguien se había equivocado.

Una llamada anónima, una inspección de la autoridad competente y Andrés y Juani se verían en la tesitura de elegir.

Cristina no era una buena persona, tampoco mala. Solamente era alguien a la que le gustaba mirar y observar cosas guarras.

Imaginó a Andrés y Juani con el culo al aire.

Solo tenía que marcar el número. Llamada anónima… tan fácil.

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