Julia, la farmacéutica (5): Cuenta su servicio muy, muy especial

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En lugar de ir a la carpintería, me paso la mañana dando vueltas cerca de la farmacia hasta que veo que don Boscos sale y se aleja. Es mi ocasión de poder ver a Julia sin que él se enfade conmigo y con ella si ve que voy solo para verla.

En la farmacia hay tres clientes y yo hago como que me pongo a la cola. Julia me sonríe y me guiña un ojo. Entra una señora después de mí y, al cabo de unos minutos, otra mujer, esta vez con dos niños. Mientras despacha, disimuladamente se desabrocha un botón de la bata para que yo pueda intuir algo el inicio de sus pechos. Julia va vendiendo lo que sea y cuando es mi turno, dejo que pasen las dos señoras delante de mí y les digo que ya me espero, que no tengo prisa, aunque me preocupa que vuelva el farmacéutico antes de que yo pueda hablar con Julia. Una me mira bastante mal y también a la farmacéutica y pienso que quizá sabe a qué se dedica ella en la farmacia además de vender medicinas.

Por suerte, no entra nadie más de momento.

-Hola, don carpintero. ¿Acaso ya tiene usted dinero? ¡Qué bien! – se desabrocha el siguiente botón de la batita, me abraza y da un paso hacia a la sala contigua. Yo aprovecho para mirarle el culo que adivino bajo la bata tan corta.

-Pues no, Julia.

-¿A no? ¡Oh, vaya disgusto! Yo, al verle entrar, he pensado que usted y yo, por fin, hoy podríamos… -se abrocha un botón de los que se había desabrochado.

-Bueno, si usted quiere, igualmente podemos…

-No, no, si usted no puede pagar ¡pues nada!

-Ya le dije que hasta finales de semana yo no…

-Sí, pero, bueno, pensé que quizá ya hoy… -se abrocha todos los botones de la batita -Es que ya sabe que precisamente estaré unos días sin poder venir a trabajar.

-Sí, ya, se debe ausentar. Por algo de un servicio muy, muy especial, me dijo.

-Sí, pero que muy especial. Me da algo de apuro. Según cómo, podría parecer que yo… en fin. Bueno, oiga, si no tiene dinero ¿a qué vino usted?

-Precisamente para… para que usted me cuente…

-¿Qué?

-Ayer me dijo que había hecho tres servicios muy, muy especiales, pero usted solo…

-Ah, sí. Solo le conté los dos primeros.

-¿Qué hizo usted en el tercero? ¡Me explicó que había cobrado veinte mil euros!

-Sí, la verdad es que nos vinieron muy bien. ¡No sabe usted lo contento que se puso mi marido al ver que don Boscos me ingresó dieciséis mil euros extra!

-Claro, no me extraña. ¿Y él, su esposo, no se extraña de que usted cobre tanto?

-No, él contento. A ver, yo no me meto en su trabajo y él tampoco en el mío. Además, como desde hace un tiempo, gracias a mí, las cosas nos van tan bien económicamente. Y también muy bien en lo que atañe al sexo…

-¿A sí? Ya. Me dijo usted que él… bueno… que ahora le gusta… a él…

-Sí, sí, darme porculo, ya lo puede usted decir. Bueno, y a mí también, no crea. Desde que practiqué el sexo anal aquí en la farmacia, primero con el jefe y después con los clientes que pagan más, que me gusta que me la metan en el culo.

-A mí me gustaría…

-¡Ya, seguro que sí, don carpintero, ja, ja, ja! Pero me temo que usted no… que no le sería fácil llegar a poder pagar lo dos mil euros.

-Difícil, sí – admito.

-Y eso que me gustaría que usted, ay, me da vergüenza, pero es que es así, que me enculara y se corriera dentro de mí. Que me llenara el culo con su lefa caliente.

-Si usted quisiera, yo… -mi erección parece que vaya a romper el pantalón.

-Solo si usted paga por el servicio. Si no, me parecería que soy infiel a mi marido, por vicio. ¡Uy, un cliente! Espere un momento a que lo atienda y vuelvo con usted.

-Sí, sí, haga, haga.

Julia atiende a varios clientes hasta que puede volver a charlar conmigo. Por suerte compran poca cosa y enseguida vuelve.

-Mejor que se vaya, don carpintero, que don Boscos estará por llegar.

-Espere, mujer. Me gustaría saber qué… en qué consistió el tercer servicio, ese tan especial.

-¡Qué curioso es usted!

-Es que, por veinte mil euros, no sé… ¡es mucho dinero! ¿Qué tuvo usted que hacer? ¿o qué le hicieron?

-¡Me parece, don carpintero, que usted es muy morboso!

-No, es solo que…

-Mire, me da vergüenza contarlo, pero sé que puedo confiar en usted…

-Sí, claro, mujer.

-Pues va, se lo voy a decir. Espero que usted no… que no me juzgue mal… que no me pierda el respeto…

-¡Julia, eso nunca! – aunque la verdad es que cada vez veo más claro que esta farmacéutica está hecha una buena puta – Somos amigos, usted y yo ¿verdad?

-Sí, buenos amigos. Usted sabe que todo lo hago por dinero, solo por eso. Tenemos tres hijos. ¡Muchos gastos! Y, además, nos gusta vivir bien, esa es la verdad. Yo desde niña que he sido muy rica. Pero desde que me enamoré y me casé con Ramón, pues íbamos mal de dinero. Y claro, ahora debo aprovechar la oportunidad.

-Lógico.

-Bueno, y la suerte es que, usted ya sabe que yo… bueno… que disfruto cuando hago… cuando estoy con… los clientes especiales.

-Sí, eso, que a usted… que también le guste… debe ser una suerte, claro.

-Me gusta hacer este servicio especial. Me siento deseada, querida, incluso admirada y amada. Y me excito y a menudo me corro. Bueno, pero porque ellos me tratan bien, la verdad. Si no, no…

-Obvio.

-Quiero decir que no estoy con cualquiera, solo con clientes que don Boscos sabe que son buena gente.

-Y que pueden pagar.

-Hombre, claro, si no, nada.

-Ya, ya.

-¡Verá qué bien lo pasaremos usted y yo cuando tenga el dinero!

-¡Lo estoy deseando! Casi no gasto nada para mí, solo para mis hijas, lo imprescindible.

-Bien hecho.

-Oiga, quisiera que me contara… usted ya sabe… ese tercer servicio tan, tan especial.

-A sí, hace un mes. Don Boscos me convenció para hacerlo, algo muy especial. A mí medaba reparo, incluso algo de temor. Era fuera de la tienda y con unos desconocidos, más de dos o tres. Él me dijo que podía estar tranquila, que eran buena gente, que él los conocía desde hacía años. Aunque no son clientes de la farmacia.

-¿Y qué? ¿Qué pasó?

-Yo tuve que ir a la dirección que me dio don Boscos. Era un piso cerca de aquí, en una calle de gente adinerada. Eso me daba una cierta tranquilidad.

-Entiendo.

-Esa tarde no tuve que venir a la farmacia. Mi jefe me dio unas instrucciones muy precisas de lo que había pedido el cliente que contrató mis servicios. Claro, por veinte mil euros, quería que todo saliera bien.

-Es normal, por tanto dinero.

-Pues sí, me dijo don Boscos que me debía presentar vestida muy elegante, de señora educada, pero que, por debajo, debía vestir como… como una fulana, vaya.

-¡Oh!

-Así que me compré ropa interior muy sexy, muy cara, pero muy de putilla. Después de comer y cuando mi esposo se fue, me puse las medias negras de rejilla hasta la rodilla, el liguero, el tanga minúsculo, el sostén casi inexistente pero que realzaba mi pecho… Era lencería muy cara, pero, en fin. Bueno, después la pudo disfrutar mi marido. Desde entonces, él siempre quiere que yo, los sábados…

-Ya.

-Se lo imagina, ¿verdad? Ramón me hace poner esa ropa de pilingui y… ¡venga a darme porculo!

-¡Todos los sábados!

-Sí, bueno, menos este sábado pasado que yo, ya sabe, tenía el ano escocido, muy irritado y no… no dejé que él…

-Ya, claro.

-¡Por culpa de don Boscos!

-Sí, no se portó bien con usted, Julia.

-No, nada bien. Es que se enfadó porque estaba con usted a esa hora y… bueno, pues me presenté a ese piso vestida muy elegante pero debajo con lencería de puta fina. Ya le digo, yo ya sabía a qué iba porque don Boscos me lo había explicado todo y dado instrucciones de qué debía hacer y qué no. La verdad es que estaba nerviosa y entre excitada y asustada.

-Claro, si habría más de un hombre…

-¡Uy, sí, muchos más!

-Ya.

“Me abrió la puerta un caballero de unos cincuenta años que me saludó muy educadamente. Me dijo que se llamaba Gustavo y me agradeció que hubiera aceptado el trato. Al entrar, me reciben con aplausos y silbidos. ¡Había seis hombres en la casa! Eran de distintas edades, pero todos se veían gente educada, caballeros. Gustavo me presentó:

-Bueno, amigos, aquí tenemos a Juli. Como veis, una auténtica milf. ¿A que no os engañé?

Todos asintieron y dejaron claro que yo les gustaba. Eso me halagó. A ver, sé que soy una mujer atractiva y que estoy bastante buena, pero no ignoro que no soy una jovencita. Además, he tenido tres hijos.

-Julia, usted está muy bien, la encuentro muy, muy deseable.

-Gracias, don carpintero, es usted muy amable. Por suerte, a ellos también les agradé.

“Bueno, los caballeros me saludaron alegres, uno a uno se fue acercando a darme dos besos. Alguno se apretó demasiado, pero bueno, lo encontré normal. Primero tomamos champán y algunas pastas y conversamos animadamente. Después empecé mi show. Pusieron música e hice un estriptís ante todos. Yo hace unos años no habría sabido ni como empezar, pero ahora, bueno, la verdad, he hecho muchos estriptises aquí en la farmacia. Cuando quedé solo con ropa interior, los silbidos y piropos aumentaron de volumen, claro. Y ya se puede imaginar cuando me bajaba las medias sensualmente, cuando me fui quitando eróticamente las braguitas…

-Oiga, ¿y no le daba cosa, así, delante de tantos hombres…?

-Sí, pero también, me excitaba, la verdad. Y no podía negarme. Era mucho dinero. Sabía a lo qué iba. Y ellos, aunque me decían cosas y me silbaban y eso, no eran mal educados ni me hacían sentir mal. Al contrario, me sentía admirada y deseada. Así que seguí mi show, con posturitas, meneando las caderas, el culo, ya casi completamente desnuda, sin bragas ni nada, solo con el sostén y el liguero… Todos gritaban, me vitoreaban. Yo me sentía como una estrella. Alguno se me acercaba, pero yo debía decirle que no me tocara y los demás lo agarraban y lo apartaban, todo en plan risas y alegría, de buen rollo. La verdad es que yo me estaba poniendo muy caliente y reconozco que deseaba que alguno me follara ahí mismo. Pero don Boscos me dejó muy claro que no debía dejar que me tocaran. Bueno, no en ese momento.

-¿A no?

-Todavía, no.

-¡Ah!

-Yo seguí con el baile, las posturas… La temperatura subió aún más cuando me puse de espaldas. Yo sabía que todos me miraban el culo desnudo. Me quité sensualmente el sostén, lo lancé a uno de mis admiradores y me giré, ante ellos tapándome las tetas y, al final, después de algunos movimientos sensuales, se las muestro, claro, poco a poco, ahora sí, ahora no. Noté que me admiraban los pechos y eso me halagaba. ¡A ver, es que he dado de mamar a mis tres hijos! Pero sí, me parece que mis tetas aún son muy deseables.

-¡Por supuesto, Julia!

-Así que yo deseaba ofrecer mis pechos para que alguno me los tocara y me los mamara, la verdad. Notaba que los pezones se endurecían. Disimulando, miraba sus paquetes y temía que alguno iba a explotar en su pantalón. Y más cuando me acaricié los labios del chichi con un dedo y después lo olí i lo lamí. Y todavía más al ponerme de espaldas, reposar mis codos en un sofá y mostrar a todos mi culo y mi coño que sabía chorreante. Deseaba que todos se dieran cuenta de que mi vagina rezumaba, aunque eso no estaba en las instrucciones, digamos que improvisé, je, je, je. Pero me encantaba y me daba morbo que vieran que estaba mojada, no sé. Oí que alguno reía y decía algo de que mi chocho chorreaba y que vaya puta estaba hecha y que pobre mi marido cornudo, pero no lo decía con mala leche. En ese momento sonó el timbre. Pensé que sería otro hombre y no me extrañó porque don Boscos me había dicho que serían siete.

-“Espere, señora, debe ser Esteban. No se levante, no, está bien así.”, me dijo Gustavo. Y yo me quedé en la postura, en pompa ante todos. Sabía que no podía ser, pero deseaba que alguno se acercara, se sacara el miembro y me follara. “Ya puede continuar” me dijo Gustavo cuando volvió. Es quien parecía llevar la voz cantante y supongo quien hizo tratos con mi jefe. Así que seguí meneando el culo al ritmo de la música. Muy sensual. Me metí un dedo en el ano y también lo olí. Ellos me vitorearon cuando me puse otros dos en el chirri y luego dos de la otra mano en el culo y los movía dentro de mí. Creo que yo estaba más excitada que ellos, la verdad, aunque sus braguetas parecían a punto de estallar. Hice un esfuerzo para no correrme, me daba vergüenza y apuro, quizá pensarían que era una fulana.

-Ya, claro. Es que, bueno, por lo que usted cuenta, allí… desnuda delante de tantos desconocidos…

-Bueno, no estaba completamente desnuda, don carpintero. Llevaba puesto el liguero. ¿No pensará usted que yo soy una cualquiera?

-Claro, que no, de ninguna manera, Julia.

-Ah, bueno. Pues esa primera parte estaba a punto de terminar. Yo debía seguir las instrucciones y acabar sentándome en un sofá y separar poco a poco las piernas ante todos. Así que lo hice y todos aplaudieron. Me daba vergüenza ver que humedecía el sofá, pero no podía evitar el flujo que salía de mi vagina, eso tampoco entraba en el guion, pero no lo podía evitar y saber que todos veían lo mojada que estaba aún me excitaba más. Separé las piernas completamente, así que mostraba a todos mi sexo y mi ano. Improvisé meterme un dedo en la vagina y otra en el culo y se los ofrecí para que quién quisiera los pudieran oler.

-Es usted buena improvisando, una artista.

-Bueno, no sé, se me ocurrió que quizá a ellos les gustaría el olor de mi chocho y de mi ano.

-¡Seguro que sí!

-Todos se acercaron a oler mis dedos y yo me los iba metiendo y sacando para que el olor se mantuviera en ellos.

-Claro.

-Alguno incluso me chupó los dedos y, por su cara, les encantó mi sabor. Yo deseaba que no resistieran la tentación y que ellos también me metieran sus dedos, pero no podía ser.

-Ya, claro, debía seguir las instrucciones.

-Sí, así es.

“Al cabo de un par de minutos, la música cesó y yo me levanté tapando las tetas con mi brazo derecho y el sexo con la mano izquierda. Los aplausos y bravos, así como los piropos, fueron espectaculares. Yo saludé con una divertida y elegante reverencia. Entonces vi al hombre que había llegado a medio espectáculo y me quedé helada. Era Raúl, uno de los primos de mi marido. Él se había quedado en el fondo de la sala y no me había dado cuenta de quién era.

-Oh, pero… ¡tú aquí!

-¡Hola, primita! No te creas, vaya sorpresa he tenido al verte. Y más, haciendo ante todos este… este baile.

-Pero… no es lo que parece. Oh, yo… me voy a ir. ¡Qué vergüenza! ¿Dónde está mi ropa?

-No, prima, no, por mí no te vayas. Me encantó lo que vi. Bueno ¡lo que veo! – me repasa de arriba abajo, sin disimulo, descaradamente.

-Sí, sí, debo irme. ¡Ya está! -Y yo, entonces…”

-Oh, el señor Boscos ya está aquí. Váyase, váyase don carpintero. Diremos que usted ha venido solo a… comprar aspirinas.

-Pero Julia, me gustaría saber que más pasó.

-No puede ser, no. Ya sabe que mi jefe tiene mala leche y no quiero que él me castigue, no, y menos antes del miércoles.

-Es que…

-¡Julia, otra vez perdiendo el tiempo con este… con este… carpintero! – me mira con desprecio.

-No, no, él ya se iba – se acerca a mi oído y susurra – Mire, venga usted mañana a la misma hora que hoy y con un poco de suerte él va a ir a desayunar y a hacer sus encargos y le podré terminar de contar lo de ese día y también porque estaré fuera desde el miércoles hasta el domingo.

-¡Sí, sí, mañana vuelvo!

-¡Y a ver si viene con dinero!

-¡No, eso sí que no podrá ser! Pero vendré a que me cuente qué más pasó.

-Sí, vale, pero asegúrese de que mi jefe no esté.

-Adiós, Julia.

-¡Adiós, amigo carpintero!

Al salir, oí que el cabrón de don Boscos le decía “ya estoy harto de ver a ese hombre por aquí y que tú pierdas el tiempo con él sin que pague nada así que llama a tu marido y dile que hoy vas a llegar tarde porque cuando cerremos la farmacia te voy a dejar las cosas muy, muy claras” y que ella suplicaba “No, por favor, don Boscos, hoy no, que aún tengo el culo muy escocido y además, ya sabe que a partir del miércoles yo debo…” pero no oí qué más decían.

Me fui directamente a casa, más caliente que un mono ardiendo. Me excitaba lo que me contó Julia, pero no me quitaba de la cabeza que realmente era muy, muy puta. Me hice varas pajas pensando en ella e imaginándomela esa tarde de un servicio tan, tan especial.

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