Me llamo Nuria. Tengo 25 años y me considero una chica normal. Estatura media (1,63), 50 kg, pelo largo, ojos marrones y pechos pequeños (talla 87) aunque redondos y firmes. Desde siempre me han llamado la atención los hombres maduros. Lo que más me atrae de ellos es su personalidad, su seguridad en sí mismos y su experiencia que les dota de ese conocimiento que les hace saber lo que necesita una mujer en cada momento y mucho más en cuestiones de sexo.
Mi primera vez con un maduro fue a los 22 años. Antes de eso había tenido novios de mi edad con los cuales el sexo había sido placentero, aunque después de haberlo hecho con maduros me doy cuenta que aquello con lo que yo me quedaba satisfecha era solo la punta del iceberg y que no tenía nada que ver con el maravilloso orgasmo que te puede llegar a proporcionar un maduro.
Carlos (así se llama mi primer amante maduro) tenía por aquel entonces 58 años y era el panadero del barrio. Estaba casado, tenía el pelo canoso y se conservaba bien físicamente. Le conocía desde que nos trasladamos a vivir al barrio hace unos 12 años y se mostraba muy cordial conmigo. Cuando compraba el pan siempre me regalaba alguna galleta o rosquilla y yo me iba encantada a casa.
Con el paso del tiempo empecé a mirar a Carlos de otra manera. Mi curiosidad por los maduros empezó a aumentar cuando tenía 19 años y desde entonces me preguntaba cómo sería una relación con uno de ellos. Un par de meses antes de cumplir los 22 mi novio me dejó y tras pasar el mal trago de la ruptura decidí que debía probar aquello que tanto me apetecía.
Eran las fiestas del barrio y estábamos todo el mundo en la verbena. Mayores, pequeños, padres, madres… todo el barrio disfrutando de la música. Me acerque a uno de los puestos a tomar un refresco y allí estaba Carlos, charlando con unos amigos. Cuando me vio me saludo y me invito a un refresco. Yo llevaba un vestido blanco de verano de una pieza, ajustado y escotado de cintura para arriba y con falda de vuelo hasta la rodilla. Mientras charlaba con Carlos observe como su mirada no se apartaba de mi escote. Al principio me hizo sentir avergonzada pero poco a poco y gracias a su forma de hablar y tratarme pase a sentirme muy atractiva y deseada.
Carlos se fue a casa con su esposa a eso de las 10. Al día siguiente debía madrugar para tener el pan preparado para el barrio. Yo me quedé de fiesta con mis amigas y eran casi las 4 de la madrugada cuando me fui a casa. De camino a mi casa pasé por la panadería y me di cuenta que la puerta del almacén estaba abierta y que había luz, así que decidí entrar. Allí estaba Carlos. No sé si fueron los combinados que había tomado con mis amigas, pero le vi más atractivo que nunca.
Cuando su mirada se cruzó con la mía me puse roja como un tomate. Quise decirle algo, pero de mi boca no salía la más mínima palabra y al darse cuenta fue Carlos quien inicio la conversación:
—¿De retirada ya Nuria?
—Si, eh, bueno… había entrado para ver si tenías rosquillas preparadas y así desayunaba algo antes de irme a la cama
—No sé porque creo que las rosquillas son solo una excusa.
En ese momento quería que me tragara la tierra. Quise correr, pero mis piernas no se movieron. Carlos se acercó a mí y me beso en los labios. Fue un beso corto pero intenso, dulce pero apasionado, inocente pero muy morboso. Estaba nerviosísima, pero Carlos me tranquilizo diciéndome que no iba a pasar nada que yo no quisiera. Escribió una dirección en un papel y me dijo que si quería podíamos estar los dos a solas al día siguiente a las cinco de la tarde.
Me fui a casa totalmente descolocada. Había conseguido lo que quería hace tiempo, pero el miedo y las dudas invadieron mi cuerpo. ¿Qué hacia una chica de 22 con un señor de 58? ¿era solo curiosidad lo que tenía? ¿Estaba preparada para llegar al final? Mi cabeza daba vueltas a todas estas preguntas, pero finalmente el sueño pudo conmigo y caí dormida.
Al día siguiente me levante casi a la hora de comer. No tenía hambre por los nervios, pero me forcé a comer al menos un poco de ensalada. Después de comer salí a pasear por el parque para intentar aclarar mis ideas. Después de muchas vueltas decidí que al menos debía probar la experiencia y luego ya decidiría.
Fui a casa, me duché y me vestí de una manera cómoda pero sexy a la vez. Un top blanco bien ajustado y sin sujetador que marcaba bien mis pechos, una minifalda negra con un tanga negro a juego y unas sandalias. Un poco de maquillaje y unas gotitas de perfume terminaron por dejarme preparada. Me miré al espejo y me sentí muy bien. Estaba guapa, juvenil y atractiva, pero sin llamar tampoco demasiado la atención.
A las cinco de la tarde me presente en la dirección indicada. Carlos me abrió la puerta y me ofreció un refresco. Le espere sentada en el sofá y nos pusimos a charlar amigablemente hasta que nos quedamos sin conversación. Había llegado el momento de ir al grano y fue Carlos quien llevo la iniciativa. Me beso en los labios y a medida que avanzaba el beso su lengua se fue abriendo camino por mi boca. La suerte estaba echada.
Mi lengua respondió a su beso y Carlos entendió que era el momento de dar el siguiente paso. Mientras nuestras lenguas seguían cruzándose en nuestras bocas sus manos se deslizaron por mis muslos, luego por mi cintura para terminar acariciando mis pechos, primero por encima del top y seguidamente por debajo.
Luego paso su lengua por mi oreja, me mordió el lóbulo, beso mi cuello para terminar quitándome el top y lamerme los pechos. Su lengua se ocupó primero de uno mientras su mano me acariciaba el otro y me daba pequeños pellizcos en el pezón que hacían volverme loca. Para entonces mi tanga estaba ya más que mojado. Me seguí dejando llevar por su buen hacer y Carlos volvió a besarme en los labios mientras su mano se deslizo entre mis muslos, hizo mi tanga a un lado y busco mi clítoris. Cuando lo encontró comenzó a estimularlo con movimientos circulares lentos para ir aumentando el ritmo a medida que me iba notando más excitada hasta que llego lo inevitable.
Tuve un orgasmo delicioso y quedé tremendamente satisfecha, pero aquello no había hecho más que empezar. Sin tiempo para reponerme Carlos se arrodillo, me quito la minifalda y el tanga (para entonces él ya estaba solo con el bóxer), hundió su cabeza entre mis piernas y se comió mi tesorito de una manera increíble. Su lengua era muy experta y mi excitación se movía en función de su lengua. Me tenía entregada y unos mordiscos muy suaves que me dio en el clítoris hicieron el resto. Mi cuerpo se estremeció, mis muslos aprisionaron su cabeza y de mi boca salió un grito de placer. Había sido el mejor orgasmo de mi vida.
Tras esto Carlos se sentó en el sofá. No hizo falta que me dijera nada. Me tocaba a mí. Con alguno de mis exnovios me había visto en alguna situación similar, pero había una gran diferencia: con ellos me sentía obligada a devolverles el placer, pero a Carlos estaba deseando dárselo. Mi mano acaricio su polla por encima del bóxer. Para entonces ya la tenía completamente dura. Se quito el bóxer y por fin pude verla. Era más bien pequeña pero tremendamente gruesa. Comencé a masturbarle suavemente (algo en lo que ya tenía bastante experiencia) y poco después me arrodillé delante suyo para comérsela. Me pidió que le mirara a los ojos mientras lo hacía y comencé con mi tarea.
Besé su punta, su tronco y finalmente sus huevos que seguidamente comencé a lamer mientras mi mano pajeaba suavemente su verga. Luego subí con mi lengua por todo el tronco, lo lamí como si fuera un helado para llegar finalmente a la punta y meterme su polla en la boca. Comencé a mamársela demasiado rápido (en chuparla no era tan experta) pero Carlos agarro mi cabeza y me hizo ir más despacio hasta que finalmente encontré el ritmo adecuado. Estuve un buen rato mamando (para entonces mis exnovios ya se hubieran corrido un par de veces) hasta que Carlos me tomo del brazo, me sentó encima suyo y me pidió que le cabalgara como una amazona.
Para entonces mi coño estaba ya otra vez lubricado y pese a costarle un poco meterse aquella verga (era demasiado gruesa para un coño tan estrecho) finalmente lo consiguió generando un torrente de sensaciones nuevas. Me sentí llena con aquella polla llenando por completo mi vagina, sintiendo su contacto y dureza con mis paredes. Carlos me agarro fuertemente de la cintura y me estuvo llevando hacia arriba y abajo hasta que encontré el ritmo adecuado. Estaba en la gloria cabalgando aquella polla mientras sus manos amasaban mi culo, le daban algún azote y su lengua lamia mis pezones alternativamente.
Después de un buen rato cabalgando Carlos estaba llegando también a su punto máximo. Gemía con fuerza y me decía cosas como “sigue cabalgando putita”, un comentario que jamás hubiera permitido a mis exnovios pero que viniendo de la boca de Carlos me pareció todo un piropo. Cabalgue con fuerza y por fin llego el momento deseado. Carlos inundo mi coño con su semen y mi cuerpo reacciono con un orgasmo todavía más intenso que el que había tenido mientras me comía el coño. Estuve un rato sentada encima suyo con su verga dentro, quizá por el cansancio, pero principalmente porque está muy sensible y sentir su polla llenando mi coño me producía una sensación muy placentera.
Cuando por fin nos desenganchamos nos lavamos volvimos al barrio por caminos diferentes por si las moscas. Había oído a muchas mujeres hablar de orgasmos salvajes, pero aquello había superado todas mis expectativas. Fueron tantas el cumulo de sensaciones que me hicieron darme cuenta que lo que me habían dado mis exnovios solo era una parte mínima del placer que se puede recibir con el sexo.
Los días y meses que siguieron a mi primera vez con Carlos fueron maravillosos. No solo en lo que al sexo se refiere. Me hacía sentir atractiva, deseada como una princesa en un cuento de hadas. Aprovechábamos para vernos en el piso, hacíamos escapadas cada vez que podíamos a pueblos cercanos, al monte…, conversábamos de todo con total libertad, cualquier sitio era bueno para estar con él.
Pasando un día en el monte y en una de nuestras muchas conversaciones salió el tema de cómo masturbar a los hombres. Carlos había notado que tenía bastante experiencia en eso y me pregunto que si había pajeado a muchos tíos. Le dije que solo a tres, mi anteriores novios, pero que lo solía hacer la mayoría de las veces para que me dejaran de dar la lata con el sexo. Lo cierto es que esa era la razón principal pero también reconozco que le encontraba cierto morbo al asunto. Había pajeado a mis exnovios muchas veces, pero más que a la masturbación en si el morbo se lo encontraba en hacerlo en sitios arriesgados como en cines, baños o entre uno arbustos del parque.
Carlos me dijo que eso estaba bien, pero que todavía había una forma mejor para masturbar a un hombre y para que yo disfrutara plenamente con ello. Me dijo que debía aprender a controlar al hombre, tenerlo dominado mientras le masturbo, jugar con él y hacerle sufrir hasta que me suplique que le ordeñe como una vaquita hasta vaciarle toda la leche que tiene en los huevos.
Me estuvo dando consejos sobre cómo hacerlo: debía esposar al hombre en cuestión en una silla, acariciarle la polla, ponerle mis pechos cerca de los labios sin que los pudiera tocar, morderle las orejas, susurrarle cosas sucias, masturbarle hasta tenerlo a punto de correrse y detenme para que no lo hiciera… toda una serie de consejos que me hicieron excitarme y que despertaron unas ganas tremendas en ponerlos en práctica.
La conversación hizo que el bulto de Carlos creciera notablemente dentro de su pantalón y yo sabía qué hacer para bajarlo. No solo sabia, sino que también quería así que lo tome de la mano y lo lleve a un pequeño bosque muy frondoso que había allí cerca. Carlos se quedó de pie y recostado contra un árbol, yo me arrodille y libere su verga de la prisión que suponían sus pantalones y su bóxer. No me hizo falta trabajarla ya que para entonces estaba bien dura, así que la bese, la lamí como a él le gustaba y me la trague enterita.
Estaba deliciosa, sentirla llenado por completo mi boca me encantaba, y los suaves movimientos con mi boca calentita y los masajes de mi mano en sus huevos hicieron que Carlos se corriera rápido. Cuando estuvo a punto cerré mi boca (el semen era algo que todavía no había probado) y le pajeé con fuerza y su leche comenzó a salir de forma abundante y descontrolada llenando mi cara y mi pelo de aquel maravilloso líquido que todavía no había tenido el placer de degustar. Cuando terminamos me limpié como pude y volvimos a casa.
Pasaron varios días y yo no me podía quitar de la cabeza las técnicas que me había enseñado Carlos para pajear a un hombre. Volvimos a hablar del tema y decidimos que lo mejor era ponerlo en práctica. Debía buscar una persona a la que quisiera hacer sufrir un poco y divertirme siendo perversa con él. Inmediatamente pensé en mi segundo exnovio con el que la relación había sido bastante tormentosa, pero con el que terminé manteniendo el contacto. Además, era un presa fácil. Su mente estaba constantemente pensando en sexo con lo que estaba segura que accedería y así fue. Le llame por teléfono y charlamos un rato.
Como siempre que hablábamos volvía a salir el tema del sexo así que le plantee la posibilidad de quedar el sábado y hacerle una paja de aquellas que tanto le gustaba que le hiciera durante los buenos tiempos. Como era de esperar le faltó tiempo para decirme que encantado así que le cite en el piso de Carlos el sábado a las 6 de la tarde. Lo que mi exnovio no sabía (y nunca sabrá) es que Carlos nos estaría espiando durante toda la tarde.
Mi exnovio acudió puntual a la cita. Para entonces Carlos y yo habíamos colocado una silla en un punto estratégico del salón para que el pudiera ver todo dejando entreabierta la puerta de la habitación contigua. Recibí a mi exnovio con un vestido de verano de una pieza, con tirantes muy finos, algo escotado, ajustado y que me tapaba hasta medio muslo. No llevaba sujetador y un tanga verde clarito a juego con el vestido y unas sandalias con un poco de tacón completaban mi conjunto.
Estuvimos charlando un rato en el sofá. Mi exnovio no me dejaba de mirar al escote, decirme que estaba muy mona así que decidí comenzar con el juego. Le plantee las condiciones las cuales acepto sin rechistar y le dije que iba a buscar un par de cuerdas y que para cuando volviera le quería sentado en la silla y completamente desnudo.
Cuando volví estaba ya sentado en la silla, le até las manos al respaldo y me senté encima suyo. Su respiración se notaba agitada, aunque su polla estaba todavía flácida. Era un verga normal, aunque su tamaño crecía considerablemente cuando se ponía dura. Me abrace a su cuello, me restregué suavemente contra su verga y le susurre al oído que iba a sufrir por todos aquellos momentos malos que me había hecho pasar. Ese era el estímulo que necesitaba. Su polla empezó a crecer y endurecerse rápidamente ante lo cual me retire para empezar con mi dulce tortura.
Estuve un rato acariciándole los huevos, la polla (sin llegar a masturbarle), pellizcándole los pezones y susurrándole cosas sucias al oído: “vas a ser mi perrito”, “vas a tener que suplicarme que te ordeñé”, “vas a pagar por haberme tratado como una putita cuando éramos novios”. Su polla estaba ya completamente dura así que comencé a pajearlo. Despacio primeramente y aumentando el ritmo a medida que su respiración se agitaba más y más. Cuando note que se iba a correr me detuve en seco, me senté en el sofá y me quede observándole.
Aquella persona que durante la relación se había comportado como un machito estaba completamente a mi merced. Desnudo, completamente vulnerable y entregado a mí. Me pidió que siguiera, pero le dije que lo suplicara: “sigue por favor Nuria, te lo ruego, no me dejes así, hare lo que quieras mi niña”. Volví a pajearle repitiendo el mismo proceso hasta tres veces. Sin darme cuenta mi tanga estaba ya mojado por la excitación así que decidí que era hora de terminar con mi exnovio para que se fuera y Carlos pudiera rematar la faena fallándome salvajemente. Así que me quite el tanga envolví con él su polla y le masturbe con fuerza.
Cuando se iba a correr le dije que si quería hacerlo tenía que ladrar como un perrito y no dejar de hacerlo hasta que soltara la última gota de semen. Así lo hizo. Hice que su semen se esparciera por su estómago mientras sus ladridos iban perdiendo fuerza a medida que se vaciaban los huevos. Le solté, le deje que se limpiara y le dije que se fuera, que su tarde de gloria ya había pasado.
Cuando mi exnovio se marchó Carlos salió completamente desnudo de la habitación. Su polla apuntaba al cielo. No hubo una sola palabra entre nosotros. Me agarro con fuerza de la cintura y me arrincono dejándome de pie y con mi cara contra una pared. Nunca antes le había sentido así de excitado y descontrolado.
Restregaba con fuerza su polla contra mi culo y por encima de mi vestido, sus manos amasaban mis pechos y estiraban con fuerza mis pezones, sus dientes mordían los lóbulos de mis orejas, su lengua lamia mi cuello y de su garganta solo salían expresiones como “me has puesto cachondisimo zorrita”, “te voy a follar tal y como se merece una putita ser follada”, “ahora serás tú la que me suplique que quiere correrse como una perra en celo”.
No me quito ni el vestido. Levanto mi falda y me la clavo en el coño de un solo golpe, algo que en otras circunstancias hubiera sido muy doloroso pero que debido a mi humedad resulto maravilloso. Me tuvo clavada unos segundos, haciendo que sintiera como su polla se adueñaba de toda mi vagina. Me agarro con fuerza de las caderas y empezó a embestirme con la fuerza de un animal en celo. Ahora era yo la que estaba a su merced. Arrinconada contra la pared, aprisionada por sus fuertes brazos y ensartada por su grueso pedazo de carne que cada vez me producía más y más placer.
Mientras bombeaba me dijo que ahora iba a ser yo la que ladrara como una perrita cuando me corriera. No tarde mucho en hacerlo… “guau, guau, guau, guau” a lo que él me respondió con un simple “buena perrita”. Siguió follándome un poco más hasta que su polla estuvo preparada para explotar. La saco de mi coño, la acomodo entre mis nalgas y con sus manos comenzó a amasar mis nalgas de tal manera que con ellas le estaba haciendo una buena paja a su verga. Se corrió abundantemente, salpicando mi espalda, mi cintura y mis nalgas. Sentir su leche fue delicioso. Sabía que estaba haciendo feliz a Carlos y eso me hacía feliz a mí.
Al terminar nos duchamos juntos. Salimos de la casa y como siempre hacíamos fuimos por caminos diferentes para evitar sospechas. De vuelta a casa me di cuenta que aquella experiencia que al principio me aterrorizaba estaba resultando increíble.
Los días pasaban y Carlos y yo cada vez nos encontrábamos más a gusto el uno con el otro. Él estaba deseoso por seguir enseñándome los placeres del sexo y yo por recibirlos. Una tarde en un rincón apartado en el monte donde solíamos ir a menudo a estar solos con el coche y donde casi siempre terminábamos besándonos, acariciándonos y haciendo sexo oral, Carlos me pregunto si había algo en especial que me apeteciera probar. A mi edad me faltaban todavía muchas cosas por experimentar, pero lo conteste que había un par de cosas de las que todo el mundo hablaba y que yo no había experimentado. Una era el sexo anal y otra el sabor del semen.
A mis casi 23 años había fantaseado con ambas cosas y de las dos la que menos miedo me daba era el sabor del semen. Del sexo anal había oído que era doloroso y mucho más teniendo en cuenta el grosor de la verga de Carlos. Me dijo que estuviera tranquila y que no íbamos a hacer nada que yo no quisiera, que si no estaba preparada todavía esperaría el tiempo que hiciera falta. Esas palabras hicieron que me enfadara conmigo misma.
Desde que empecé mi relación con Carlos había crecido en madurez y consideraba que mi etapa adolescente ya había pasado. Pero por lo visto Carlos no pensaba así por lo que me armé de valor y le dije que estaba perfectamente preparada para probarlo. Le dije que organizara un fin de semana en algún sitio tranquilo para los dos y que allí daríamos el siguiente paso.
El fin de semana llego y Carlos me llevo a una casa rural situada en un pequeño pueblo del monte. El sitio era precioso y las vistas me ayudaron a olvidarme de aquello que tanto me aterraba como eral el sexo anal. Salimos a pasear y como nadie nos conocía nos comportamos como cualquier pareja de novios adolescentes. Nos besábamos en cualquier rincón, paseábamos con la mano de Carlos sobándome el culo… todo hasta la hora de la cena, tras la cual y teniendo en cuenta que en el pueblo no había ni discoteca ni nada que se le pareciera decidimos ir a la habitación.
Carlos se quitó la ropa y se quedó solo con los boxes (era como más le gustaba estar) y yo fui al baño a ducharme y ponerme algo sexy. Me puse un sujetador negro, unas braguitas estrechas de raso de color negro, medias de rejilla y zapatos de tacón de aguja. Me maquillé, me puse un poco de perfume y salí a la habitación.
“Mmm mmm, pareces toda una putita” me dijo Carlos. “Tengo que parecerlo” le dije yo… “las niñas inocentes no dejan que los maduros les desvirguen el culo”. Mis palabras hicieron que el bulto de Carlos empezara a crecer dentro del bóxer. Se acerco a mí y me beso en la boca mientras sus manos amasaban dulcemente mi culo. Mis manos también respondieron, se perdieron dentro de su bóxer y comenzaron a masajear su polla hasta que adquirió la dureza de una roca.
Carlos me tumbo en la cama y allí comenzó su maravilloso juego de caricias, besos, azotitos, pellizcos… un juego que hacía que perdiera el control en mí misma y me entregara a él por completo. Me quito el sujetador para entretenerse un buen rato con mis pechos, y luego las bragas para comerme el coño de una manera deliciosa.
Cuando ya me tenía a punto Carlos paro y me dijo que me pusiera a cuatro patas y sacó un tarro de lubricante que tenía en la mesilla. “Ya no hay marcha atrás” pensé para mí misma. Carlos empezó a lamerme el ano, algo que me resulto bastante asqueroso al principio pero que provoco en mí una sensación muy placentera. Unto mi agujero con lubricante y volvió a comerme el coño con una precisión solo al alcance de los maduros. Me estaba volviendo loca de gusto, necesitaba correrme, pero justo cuando pensaba en eso uno de los dedos de Carlos se abrió paso por mi ano.
Lance un pequeño grito por la impresión ya que no me provoco ningún dolor. Su dedo comenzó a hacer movientes circulares mientras me comía el coño. Subió la intensidad de su lamida y en ese momento aprovecho para meterme el segundo dedo, con el que describió la misma operación y luego el tercero. Mientras tanto mi coño ya no aguantaba más y de él comenzaron a emanar fluidos que eran la mejor prueba de que estaba llegando al orgasmo.
Carlos me dejo descansar unos segundos y se puso detrás mío. Seguía a cuatro patas, con el coño mojado, mi ano dilatado y la polla de Carlos apuntando directamente a mi agujero. “Bien nena, ahora vas a saber lo que siente una putita cuando la enculan”. Apoyo la cabeza de su verga en mi ano, me agarro con fuerza de las caderas y empezó a empujar lentamente. Cuando sentí aquella verga abriéndose paso en mi estrecho culito grité de dolor, me entraron muchas ganas de llorar, pero no lo hice por orgullo, quería demostrar a Carlos que estaba preparada para eso y mucho más así que me mordí el labio con fuerza mientras notaba como su polla iba destrozando y abriendo mi ano a cada embestida que daba.
Me tuvo ensartada unos segundo para que mi ano se acostumbrara al grosor de su verga y pasado ese tiempo comenzó a bombear con un mete saca al que mi culo se fue acostumbrando mientras notaba como sus huevos chocaban contra mis nalgas en cada una de sus embestidas. Mi ano finalmente se acostumbró a la verga, no voy a decir que me resultara placentero, pero sí que la sensación de dolor había desaparecido, y cuando Carlos percibió que ya no me dolía fue cuando empezó a embestirme con la fuerza de un toro.
No tardó mucho en correrse llenado por completo mi culo de semen, una sensación que tengo que reconocer me gustó mucho. Me limpie en el baño nos abrazamos y nos dormimos. Desde entonces he probado el sexo anal unas cuantas veces y sin ser algo que me vuelva loca tengo que reconocer que es algo que no me importa practicarlo.
A la mañana siguiente desperté a Carlos de la manera que más le gusta. Me metí debajo de las sábanas y comencé a chupársela lo que hizo que Carlos se despertara entre quejidos y gemidos de placer. Lo único malo es que se corrió casi al instante algo que me fastidio porque me hubiera gustado estar jugando con él un buen rato en la cama. Nos duchamos juntos y bajamos a desayunar.
Pedimos a la dueña que nos preparara unos bocadillos para poder pasar el día paseando por el monte y comer en cualquier merendero que encontráramos por el camino. A eso de las 11 salimos a pasear con nuestras mochilas. El con una camiseta y un pantalón corto y yo con la parte de arriba del bikini y la parte de abajo cubierta por una falda cortita. Después de un buen rato paseando nos sentamos a comer y nos echamos la siesta a la sombra de unos árboles donde había muy poco tránsito.
Para variar me desperté yo antes que Carlos. Allí estaba él, recostado en un árbol recibiendo alguno de los pocos rayos de sol que dejaban pasar la frondosidad del bosque. Estaba muy sexy además de empalmado. Siempre me he preguntado con que soñaran los hombres para estar empalmados mientras duermen. Evidentemente era una situación que no iba a desaprovechar. Por un lado, porque me quedaba una cosa por probar durante ese fin de semana y por otro porque volvería a despertarle de la manera que más le gustaba. Así que me dedique a la tarea. Le bajé el pantalón corto, el slip y me la metí enterita a la boca. Estaba deliciosa. Dura y con un olor a macho que hacía que me excitara.
Me entretuve mucho en la punta… envolviéndola con mi lengua, besándola, mordiéndola mientras una de mis manos le pajeaba y la otra masajeaba sus huevos. Carlos se despertó con un “veo que mi nenita sabe lo que tiene que hacer para que me despierte feliz y contento” y agarrándome de la cabeza comenzó a acelerar el ritmo de mi mamada. La mamada duro bastante tiempo y el momento de la corrida iba a llegar. Carlos quiso sacar su verga de mi boca, pero no le deje. La empecé a pajear con mayor velocidad sin sacarme en ningún momento la punta de la boca. Quería demostrarle a Carlos que su nenita estaba preparada para ser su putita, su zorrita o lo que él quisiera.
El cuerpo de Carlos comenzó a temblar. El ansiado momento había llegado. Su polla empezó a soltar abundantes chorros de leche que se depositaron en mi garganta y en la paredes de mi boca. Seguí mamándosela hasta que soltó la última gota. Buena parte del semen había llegado ya a mi estómago y con lo que me quedaba en la boca Carlos me pidió que me lo tragara mientras le miraba a los ojos. Lo cierto es que el sabor del semen me resulto agradable. Una mezcla entre salado y algo amargo que no era ni mucho menos aquella cosa asquerosa que decían algunas chicas.
Estaba feliz porque había demostrado a Carlos que ya era una mujercita. Volvimos al hotel casi al anochecer. Nos duchamos, cenamos y ya en lo habitación Carlos y yo follamos dos veces. Ni que decir tiene que Carlos se corrió las dos veces en mi boca. Mi culito lo dejo tranquilo salvo unos pequeños azotes mientras me la metía a cuatro patas. Claro que esa tranquilidad no duraría mucho tiempo.
Continuará…
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Me gustó tu relato y creo que el maduro te ha hecho sentir tu gran potencial como mujer. Al igual que tu pareja yo tengo 58 años y la gran mayoría con las mujeres que follamos están en el promedio de los 21 años. Creo que al igual que tu es la curiosidad de saber como un hombre mayor responde en la cama. La experiencia hace una gran diferencia. También escribo y he subido más de 200 relatos con el seudónimo de tonyzena67. Me gustó tu relato y que bien que ese maduro te responde bien