Aprendiendo con maduros (final)

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T. Lectura: 5 min.

El sexo con maduros me resultaba cada vez más gratificante. La mayoría de las experiencias que tenía con clientes o conocidos eran gratificantes, aunque el único que me hacía llegar a la locura era Emilio. Varios días antes de su habitual visita mensual por tema de negocios Emilio me llamo para preguntarme si me apetecía probar algo nuevo con él, algo morboso, excitante y que exigía tener una mente bastante abierta y una confianza total en la persona con la que estabas.

Me quedé un poco confundida y me lo pensé un par de días, tras lo cual decidí que sería interesante probar esos juegos prohibidos de los que hablaba. Emilio me volvió a llamar para decirme que él se encargaba de comprar lo que necesitaba. Que lo único que tenía que hacer yo era estar disponible para él desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la mañana.

Emilio llegó a la ciudad el miércoles. Cumplió con sus compromisos laborales y el viernes me invitó a comer. Yo no tenía problema ya que una compañera me debía un turno así que se lo pedí que me lo hiciera ese fin de semana. Mientras comíamos charlamos de cosas triviales… el trabajo, el tiempo… y fue cuando nos sirvieron el café cuando Emilio me desveló lo que tenía preparado.

Me contó como desde que se había quedado viudo había decidido dar rienda suelta a todas cosas que siempre había querido probar, pero que por respeto a su mujer nunca lo había hecho durante el matrimonio. Dentro de esas fantasías estaba la de la dominación, la de someter a una mujer a su antojo, sin malos rollos ni cosas raras y evidentemente dentro de unos límites que los dictaba el propio sentido común.

Emilio me volvió a decir que si no quería probarlo no pasaba nada, algo que siempre heria mi orgullo cuando me lo decían los maduros ya que tenía la sensación de que me consideraban todavía una adolescente. Le dije que estaba preparada para experimentar cosas nuevas y que no tendría problema.

Nos dirigimos a la habitación de Emilio y mientras subíamos en el ascensor comenzó el juego: me arrinconó, me tiró con fuerza del pelo y me dijo: “bien zorrita, en cuanto salgas del ascensor dejaras de ser Nuria para convertirte en una perrita obediente y complaciente cuyo único fin será el de servir a su amo y aceptar su voluntad sin rechistar”. Emilio se había transformado en un completo desconocido, pero yo había aceptado las reglas del juego así que decidí seguir hasta el final.

En cuanto entramos a la habitación Emilio me ordenó que me desnudara dejándome solo el tanga puesto y que me quedara de pie en el centro de la habitación. Dio varias vueltas alrededor mío en plan desafiante hasta que se plantó delante de mí. Agarró mis pezones con fuerza y los pellizcó y retorció hasta que el dolor resultó casi insoportable y mi cuerpo se doblegó y cayó rendido a sus pies: “esa es la posición natural de una perra, a los pies de su amo” dijo Emilio mientras mis doloridos pezones fueron recuperando poco a poco la normalidad.

Cometí el error de incorporarme ante lo cual Emilio reaccionó estirándome del pelo y recordándome que no debía hacer nada que él no me hubiera ordenado. Como castigo se sentó en la cama, me tumbó boca abajo encima de sus rodillas y me azotó las nalgas, algo que me resultó muy morboso ya que intercalaba los azotes con caricias. Estaba siendo dominada y castigada, pero sin saber por qué mi coño se estaba empezando a humedecer.

Cuando terminó de azotarme me volvió a dejar de pie en el centro de la habitación y me vendó los ojos. Me hizo levantar los brazos, me esposó las manos y con una cuerda bien tirante unió las esposas con una argolla que previamente había colocado en el techo. Allí estaba yo, atada, sin escapatoria y entregada a un hombre que podría hacer conmigo lo que quisiera. Lo extraño del asunto es que lejos de estar asustada, el estar completamente indefensa y a su merced me hacía sentirme cada vez más excitada.

Pasaron algunos minutos hasta que me quito la venda. Giré mis ojos hacia la cama y vi que Emilio, que para entonces ya vestía solo con unos bóxer ajustados, había aprovechado para sacar todo el material y ponerlo encima de la cama: pinzas, velas, cuerdas… había de todo. Se acerco a mí, metió su mano en mi tanga y al notarme mojada se enfadó. “¿quién te ha mandado excitarte perra estúpida?”. El comentario me hizo sentirme muy vulnerable y me entraron ganas de llorar: “vaya, además de perra y estúpida resulta que eres una niñita llorona… no te mereces un amo como yo” me dijo. Tomó unas pinzas y las puso en mis pezones.

El dolor crecía rápidamente de intensidad y se vio incrementado cuando tomó su fusta y me volvió a castigar las nalgas. Las lágrimas comenzaron a brotar por mis ojos, le supliqué que parara, que no podía más, pero pese a que no paraba en mis súplicas Emilio se mostró inflexible hasta que algunos minutos después se detuvo. Se acercó a mí y agarrándome del pelo me dijo: “veo que has aprendido a suplicar como las perras asquerosas y eso se merece una recompensa”.

Me besó en los labios, liberó mis pezones de la tortura de las pinzas y comenzó a lamérmelos con delicadeza. Aquello hizo que me volviera loca. Tenía los pezones tremendamente sensibles y su lengua cálida aumentó esa sensibilidad hasta un placer difícil de describir. Mi coño, que había perdido excitación con los azotes, volvía a estar empapado. Deseaba que Emilio me follara… aunque parezca increíble deseaba ser su perra estúpida.

Emilio me desató y me llevó a la cama. Me puso a 4 patas, tomó mis brazos, ato mis muñecas a mis tobillos y me dejo en una postura de completa entrega. Mi cara apoyada contra el colchón y mi culo en pompa con mis agujeros totalmente ofrecidos a él… indefensa, pero excitada, sin escapatoria, pero entregada, completamente sometida a la voluntad y al placer de mi amo. Emilio comenzó a comerme el coño controlando que en ningún momento alcanzara el orgasmo. Cuando me puso a punto clavó su polla de un solo golpe y empezó a follarme como un salvaje mientras me llamaba puta, perra, zorra y otras lindezas varias.

Tuve un par de orgasmos mientras me follaba, pero él no estaba satisfecho y decidió que era hora de darme por detrás. Ensalivó mi ano, acercó su verga y comenzó a empujar con golpes bruscos, pero cortos que hacían que su polla se fuera adentrando poco a poco y que abrían un poco mi ano a cada embestida. Me tuvo clavada y sin moverse durante un rato hasta que empezó a follarme mientras su mano iba dando rítmicamente azotes en mis nalgas. Emilio duró una eternidad en mi culo.

Cuando estaba a punto de correrse volvía a bajar el ritmo para tranquilizarse. Yo me sentía bien, por un lado, porque me estaba gustando y por otro porque la situación de estar indefensa hacía que me excitara. Finalmente, Emilio se corrió. Varios chorros de leche habían inundado mi culo dándome una sensación de placer muy cercana al orgasmo. Emilio me desató y me ordenó que lamiera su polla hasta dejarla bien limpia, cosa que hice encantada.

Al día siguiente Emilio y yo pasamos el día en la habitación, tuvimos mucho sexo (en ocasiones bastante subido de tono) y lo pasamos muy bien. Solo se le ocurrió una perversión… que le chupara la polla mientras hablaba con un cliente por el móvil, cosa que reconozco resultó de lo más morboso. Hablamos sobre mis sensaciones del día anterior y le dije que fueron positivas, aunque matizando que lo que realmente me excitó fue el hecho de sentirme indefensa y entregada.

Los castigos fueron duros (nunca he sabido soportar el dolor) aunque es algo que no se puede evitar ya que entran dentro de lo asumible cuando se participa en roles de dominación/sumisión. Desde entonces lo he vuelto a practicar alguna vez con Emilio y las experiencias han resultado satisfactorias.

Y aquí terminan las experiencias que he vivido hasta la fecha con hombres maduros. Reconozco que me gustaría volver a encontrar a alguien como Carlos para tener una estabilidad y dejar de tener relaciones esporádicas que en muchos casos solo las tengo para mantener la dosis de sexo necesaria que toda persona necesita. No digo que no sean satisfactorias, pero sí que les falta ese giro de tuerca que me hacía estar completamente entregada a Carlos y que en algunos casos también lo he conseguido con Emilio.

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