Con Julia no perdemos el tiempo

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En la penumbra de la madrugada, la casa de uno de los amigos se había convertido en un refugio improvisado para cinco almas en busca de diversión. La luz se había cortado, dejando solo el resplandor de las velas, la linterna de un celular y la luna que iluminaba un poco por una pequeña ventana.

La atmósfera era íntima, casi mágica, pero también cargada de una tensión silenciosa entre dos de los presentes: yo y Julia. Después de aquel encuentro sexual en la plaza, no habíamos vuelto a hablarnos, pero la proximidad de aquella noche parecía inevitable. La excusa perfecta llegó cuando alguien propuso contar historias de terror para matar el aburrimiento. Todos aceptaron, y pronto estábamos acomodados en camas y colchones dispersos por el suelo de la sala.

Yo, siempre el más reservado, rápidamente reclamé la cama con el mejor colchón y las frazadas más cálidas. No era por egoísmo, sino por pura comodidad. Julia, con su habitual picardía, se acercó con una sonrisa traviesa. “Soy muy friolenta”, murmuró, “y mi espalda no aguanta el suelo”. Sin decir más, se acurrucó a mi lado, su cuerpo pequeño y gordito encajando perfectamente contra el mío. El resto del grupo no pareció notar nada extraño, pero yo sentí cómo mi corazón se aceleraba. La proximidad de Julia, su aroma familiar y tentador, me recordaba aquella noche en la plaza, y mi cuerpo reaccionó de inmediato.

Las historias de terror comenzaron, y la voz de uno de los amigos llenó la habitación con relatos de fantasmas y conspiraciones mundiales. Pero yo no podía concentrarme en las palabras. Julia, con la espalda apoyada en mi pecho, comenzó a moverse sutilmente, su cadera rozando mi bulto que ya se había endurecido. Mi mano, como si tuviera vida propia, se deslizó hacia su cintura, y ella no hizo nada para detenerla. Al contrario, su respiración se volvió más profunda, y su cuerpo se relajó contra el mío.

Con delicadeza, para no alertar al resto, Julia se giró ligeramente, sus ojos encontrándose con los míos en la oscuridad. Su sonrisa era una promesa silenciosa. Sin mediar palabra, su mano se deslizó hacia mi pantalón, desabrochándolo con una habilidad que me dejó sin aliento. Mis dedos, temblorosos, encontraron el borde de su pantalón corto, y lo bajé lentamente, revelando su piel suave y cálida. La habitación estaba llena de risas y susurros, pero para nosotros, solo existía aquel momento.

Julia comenzó a masturbarme con un ritmo lento y tortuoso, su mano firme pero suave, como si supiera exactamente lo que necesitaba. Yo no me quedé atrás, mis dedos explorando su entrepierna, encontrando su humedad a través de la tela de su ropa interior. Ella gimió suavemente, un sonido ahogado que se perdió entre las historias de terror. Nuestros movimientos eran silenciosos, casi imperceptibles, pero la intensidad era abrumadora.

El resto del grupo seguía contando historias, ajenos a lo que ocurría en la misma habitación. Cada vez que alguien nos dirigía la palabra, Julia y yo permanecíamos en silencio, fingiendo estar sumidos en un sueño profundo. Pero la realidad era muy diferente. Estábamos despiertos, muy despiertos, y nuestra noche de sexo silencioso acababa de comenzar.

Mis dedos se movían con más confianza, deslizándose dentro de ella, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada caricia. Julia, por su parte, aumentaba el ritmo, su mano apretando mi miembro con una urgencia que me hacía morder el labio para no gemir. La habitación estaba llena de sonidos: risas, susurros, el crujir de las maderas antiguas, pero para nosotros, solo existía el ritmo de nuestros cuerpos.

En un momento de audacia, Julia se inclinó hacia mí, sus labios rozando mi oído. “Quiero más”, susurró, su aliento caliente enviándome escalofríos por la espalda. No necesitó decir más. Con movimientos rápidos pero silenciosos, ajustamos nuestras posiciones, y pronto estábamos completamente desnudos, nuestros cuerpos entrelazados bajo las frazadas.

El sexo fue lento y deliberado, cada movimiento calculado para no alertar al resto. Julia se montó sobre mí, su cuerpo moviéndose con una gracia que me dejó sin aliento. Sus pechos, pequeños y firmes, rozaban mi pecho, y su cabello caía sobre mi rostro como una cortina oscura. Mis manos se aferraron a sus caderas, guiando su ritmo, mientras ella se movía con una pasión que me consumía.

La habitación estaba llena de sonidos, pero para nosotros, solo existía el ritmo de nuestros cuerpos y el latido de nuestros corazones. Julia gimió suavemente, su cabeza cayendo hacia atrás mientras su cuerpo temblaba con un orgasmo silencioso. Yo la seguí poco después, mi cuerpo tensionándose antes de liberarse en un placer abrumador.

Cuando terminamos, nos quedamos acurrucados, nuestros cuerpos sudorosos y satisfechos. El resto del grupo seguía contando historias, ajenos a la tormenta que acababa de pasar entre nosotros. Julia me miró con una sonrisa pícara, sus ojos brillando en la oscuridad. “Nadie se enteró”, murmuró, y yo asentí, sintiendo una mezcla de alivio y excitación.

La noche continuó, las historias de terror dando paso a risas y bromas. Pero para mí y Julia, aquella noche ya había sido perfecta. Habíamos compartido algo íntimo y arriesgado, algo que solo nosotros sabíamos. Y mientras el resto del grupo se preparaba para dormir, nosotros nos quedamos despiertos un poco más, disfrutando del calor de nuestros cuerpos y la promesa de más noches como aquella.

La luz finalmente regresó, pero la magia de aquella noche permaneció, un secreto compartido entre dos personas que, a pesar de todo, no podían negar la conexión que los unía. Y mientras el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, yo y Julia nos dormimos, exhaustos pero satisfechos, sabiendo que aquella juntada de amigos había sido mucho más de lo que esperábamos.

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