¿Sintieron alguna vez que conocían a alguien de otra vida?
Bueno, eso me pasó con el Ingeniero. Bastó un “hola” para sentir el deseo de conocerlo… y cuando lo tuve frente a mí, una necesidad urgente de poseerlo, de hacerlo mío, de que me haga suya.
Vivimos lejos. Él en La Pampa, yo en Misiones. Dos puntos del mapa, demasiados kilómetros… y sin embargo, algo en nuestras almas ya se había encontrado.
Todo cambio con un mensaje:
“Muchas gracias por la reunión.”
Formal. Estratégico.
(Años después me enteraría que era su modus operandi).
Pero mi cuerpo reaccionó antes que mi razón. Le contesté con suavidad:
“A vos, por tu predisposición.”
Mi mente ya jugaba su propio juego. Si responde, es porque le gusto…
Segundos de silencio. Respiración contenida. Hasta que vibró el celular:
“¿Vos ya terminaste?”
Ni lenta ni perezosa, le pasé mi número personal con la excusa más vieja del mundo:
“A esta hora ya no veo este celu. Te paso el mío.”
Y él, directo:
“Ah… decir que vamos por ahí.”
Claro que íbamos por ahí. Ambos sabíamos lo que queríamos desde ese primer encuentro.
Esa misma noche, mientras el iba camino a Corrientes, empezamos a hablarnos. Las preguntas eran las clásicas: ¿qué hacés?, ¿cómo estás?, ¿soltera? Pero algo pasaba…
Las palabras fluían como si ya nos conociéramos. No había silencios incómodos, solo una conversación que nos desnudaba de a poco, sin necesidad de tocarnos.
Yo, coqueta, le propuse vernos.
Él se quedaría una noche más cerca. Feriado largo, sin pasajes… no se pudo.
Pensé que se desvanecería todo.
Pero no.
Empezamos a compartirnos por mensajes. Pedacitos de nuestras vidas, chistes, insinuaciones…
“Está bueno para chupar una bombilla… de Mate, por el frío, claro” .
Fue mi primer chiste. Tiraba la piedra… y escondía la mano.
Un día me mandó una foto en bóxer, y sus pies cruzados, relajados.
Le contesté:
“Voy en un Uber-helicóptero. Esperame.”
Jugábamos con las palabras, y las palabras se calentaban.
Hasta que un sábado, él dejó caer la bomba:
“Qué lindo que está para chupar una bombilla… de carne.”
Me reí. Y lo provoqué:
“Te la chupo toda.”
Y ahí se rompió el hechizo de la corrección.
Desde entonces, nos comenzamos a saboreamos a la distancia.
Nos desvestimos con palabras, nos mordimos en voz baja, nos prometimos piel.
Todavía no nos habíamos tocado. Pero el deseo…
Ah, el deseo viaja más rápido que cualquier avión.
Seguimos así durante dos semanas más, desnudando nuestros anhelos, poniendo en palabras todo lo que sentíamos desde aquella primera vez en que mis ojos se cruzaron con los suyos —esos ojos verdes que cambian de color con el tiempo.
Juntábamos las ganas, le hacíamos el amor a la ansiedad y acumulábamos un apetito feroz…
Todo para devorarnos, sin pausa, en ese primer encuentro.
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y? la tercera parte?