Su cuerpo aún temblaba con el plug dentro de ella cuando mi lengua la llevó al límite una vez más. Cada orgasmo la quebraba y la volvía a reconstruir bajo mi control. La vi arquearse, con las muñecas tensas, sujetando las sábanas como si fueran sus últimas ataduras. El vaivén de mi lengua en su interior la hacía morder sus labios, al tiempo que yo bebía con avidez ese mar de placer que me ofrecía. Empecé a introducir mis dedos en su húmedo interior, sintiendo cómo se adaptaba a cada centímetro. Su respiración se volvió errática; sus gemidos se transformaron en gritos cortos y ahogados. Perdió el control, su cuerpo se sacudió violentamente y un fuerte grito escapó de sus labios al alcanzar el orgasmo.
Me incorporé y la levanté, llevándola contra la pared. Sus ojos brillaban con un deseo intenso. La besé con pasión, dándole a probar sus fluidos mientras mis manos exploraban su cuerpo. Tomé uno de sus suaves y hermosos senos y me lo llevé a la boca, lamiendo y succionando con fuerza, provocando suspiros de placer. Luego me entretuve con sus pezones, duros y erectos. Los mordí suavemente, disfrutando cada reacción que provocaba en ella.
—No he terminado, Laura. Aún me debes tu entrega completa —dije con voz firme y autoritaria.
Ella asintió. La giré y quedó de espaldas a mí, sus brazos extendidos, sintiendo el frío de la pared. Giró la cabeza, mirándome de reojo; sus nalgas redondas y firmes se ofrecían a mi vista. Tomé el látigo y marqué un par de azotes. El sonido seco resonó en la habitación y ella jadeó; una mezcla evidente de dolor y placer apareció en su mirada. Para mi sorpresa, no se quejó; todo lo contrario: abrió más las piernas y arqueó la espalda, sacando su trasero, invitándome a continuar, mostrando su disposición a aceptar mi dominio.
—Eres mía, Laura. Y esta noche te voy a enseñar lo que significa ser mi esclava —dije en voz baja y firme.
—Sí, Joel. Soy tuya, soy tu esclava —respondió entrecortada, pero decidida.
Seguí azotándola. Cada golpe era una lección de sumisión y ella, encantada, gemía más fuerte. Su piel ardía bajo cada impacto. Ya eran incontables sus orgasmos, y cada vez que la veía perder el control, sentía cómo el poder y el deseo me consumían. Yo seguía vestido; no le había permitido tocarme, y eso aumentaba la tensión entre nosotros.
—Penétrame ya —me rogó en un susurro cargado de necesidad. Eso me hizo sonreír con satisfacción. Había conseguido lo que quería. Su súplica intensificó mi deseo y, sin más preámbulos, me desnudé por completo, dejando que mi cuerpo hablara por mí; no hubo necesidad de palabras; con mi mirada le hice ver lo que debía hacer a continuación. Ella lo entendió: inmediatamente se arrodilló y tomó mi miembro con sus ávidas manos. Cuando iba a entrar en su boca, la detuve con una cachetada en la mejilla. Lejos de molestarla, la excitó aún más.
—Lo harás como yo te diga, cuando yo lo diga —le ordené. Ella esbozó una sonrisa llena de perversión, abrió la boca y, sacando la lengua, esperó mi orden.
Tomé mi verga con la mano derecha mientras con la izquierda acariciaba su hermoso rostro. Lo acercaba a sus labios y lo retiraba varias veces, disfrutando de su anticipación. Finalmente, ante sus ojos exigentes, se lo introduje en la boca. Lo lamía con devoción; su lengua recorría cada centímetro. Sentía cómo mi control sobre ella se fortalecía con cada movimiento. Su boca era un templo de placer. Empecé a guiar su cabeza firmemente con mi mano. Ella respondía con entusiasmo; su lengua y labios trabajaban con habilidad, llevándome al borde del éxtasis. Sus ojos me miraban con adoración mientras entraba hasta su garganta. Las arcadas se mezclaban con sus gemidos.
Esa entrega se volvía aún más intensa. Siempre, el sexo oral con ella fue increíble; sus gemidos acompañados del sonido de su boca chupando mi miembro eran una sinfonía de placer. Pero ahora, con su sumisión total, cada movimiento se sentía más profundo, más significativo. La veía perderse en el acto, su cuerpo temblando de deseo y entrega.
Llegó el momento de unirnos por completo. La levanté y la guié hacia la cama, donde la puse en cuatro, nuestra posición favorita. Sus nalgas se veían irresistibles. La penetré de golpe.
—¡Sí, por fin! —gritó ella.
Sentí cómo su cuerpo se ajustaba al mío. Cada centímetro de mi miembro en su interior arrancaba un gemido más intenso. Sus manos se aferraban a las sábanas, y yo podía sentir su necesidad de mí en cada movimiento. Comencé a embestirla con fuerza, cada golpe un recordatorio de quién estaba a cargo.
—Aaahh, Joel… por favor, mmhh… más fuerte… más profundo… —gemía desesperada.
Eso me excitó aún más. La tomé del cabello y aumenté el ritmo.
—Así quería tenerte, completamente a mi merced —dije mientras seguía embistiéndola con furia.
—Sí, no pares, haz lo que quieras conmigo —respondió, estremeciéndose.
Sus uñas se clavaban en las sábanas, anunciando su orgasmo. Me retiré un instante, ahogando su espasmo. Tomé el látigo y descargué un par de azotes más en sus nalgas. Antes de que reaccionara, volví a penetrarla con más fuerza y profundidad. Su cuerpo se sacudió con un grito desgarrador mientras alcanzaba el clímax.
Nos desplomamos sobre la cama, agotados. Laura estaba completamente rendida; el sudor brillaba en cada centímetro de su piel y las marcas rojas adornaban sus nalgas. La besé suavemente, probando sus labios. Ella me miró con ojos llenos de amor y sumisión.
—Nunca imaginé sentir tanta intensidad en una sola noche —susurró con voz cansada.
—Y esto es solo el comienzo. Nuestra relación cambiará para siempre —respondí satisfecho.
Aún la noche no había terminado. La besé en el cuello y acaricié sus marcas, haciéndola estremecer de nuevo. Ella lo adivinó, quería lo mismo en ese momento; se subió encima de mí y se clavó con fuerza, moviéndose frenéticamente. Sus gemidos llenaban la habitación, y yo sentía cómo mi deseo se renovaba con cada movimiento. Le mordía y golpeaba sus senos suavemente, alternando placer y dolor. Sus uñas se hundían en mi pecho mientras su humedad empapaba mis piernas. Su movimiento era salvaje, desesperado, como si quisiera absorber cada gota de placer que yo podía darle.
Pasaron varios minutos en que la música se perdió en nuestros gemidos y jadeos. Se acostó sobre mí, sin dejar de mover sus caderas. Con cuidado, pero con firmeza, fui sacando el plug de su interior. Vi su mirada de sorpresa y miedo al imaginar lo que pasaría después.
—Tranquila, hoy no lo haremos. Tú misma me pedirás que te sodomice —le dije con voz tranquila.
Sentí en su mirada alivio, pero también una chispa de tristeza. Cerró los ojos al sentir cómo reemplazaba el plug con mis dedos y no se hizo esperar otro grito de gusto. Sus músculos se contraían alrededor de ellos, buscando llenar el vacío. La besé con ganas, acariciando su rostro. Laura se retorcía, incapaz de contener el oleaje de sensaciones.
—Vente dentro de mí. ¡Aaagh! Amo, dame más —susurró. Sus mejillas se encendieron al pronunciar esa palabra, sorprendida de su propia sumisión, pero aceptándola con gusto.
No necesité más. La tomé de la cintura con firmeza y empecé a entrar y salir de ella sin descanso. Con un último empuje, la llené por dentro. Nuestros cuerpos se sacudieron al unísono y un grito de placer escapó de ambos. Tomé su rostro entre mis manos y la besé profundamente.
—Chúpame la verga, puta —le ordené. Su cara se iluminó de lujuria y perversión; bajó con prisa y metió mi verga aún erecta en su boca, saboreando la mezcla de nuestros fluidos. Su lengua jugueteaba con la punta, mientras yo acariciaba su cabello.
—Déjalo bien limpio —le indiqué. Ella obedeció con felicidad, dejando mi miembro reluciente.
Finalmente, agotados y satisfechos, nos quedamos dormidos entrelazados, sabiendo que nuestra relación había cambiado radicalmente.
Al amanecer, Laura despertó primero, con su cuerpo dolido por la intensidad de la noche. Me miró con ojos llenos de duda.
—¿Qué soy para ti ahora? —preguntó con un hilo de voz.
—Eres mi esclava, Laura. Y yo soy tu amo. Ahora y cada vez que queramos, serás mi puta. Pero eso no cambia nada: sigues siendo mi amiga y estaría encantado de conocer tus fantasías. Nuestra relación ha evolucionado, y estoy dispuesto a explorar este nuevo camino contigo —le respondí con sinceridad.
Ella pareció satisfecha con mi respuesta, y una sonrisa traviesa apareció en su rostro. A pesar de la noche anterior, sus ganas, lejos de disminuir, parecían haber aumentado. Se acercó a mí y me besó con pasión, dejando claro que estaba lista. Llevó su mano a mi entrepierna y comenzó a masturbarme con urgencia. Yo la miraba con admiración, sintiendo una mezcla de orgullo y deseo; envolvió mi pierna con las suyas y empezó a rozar su ya húmeda vagina con mi muslo. Su cuerpo se movía con una sensualidad que me volvía loco. Ya deseaba penetrarla y escuchar una y otra vez sus orgasmos.
—Dame duro, soy tu puta —me dijo al oído. Esas palabras despertaron una ansia salvaje en mí, y yo, feliz de cumplir sus deseos, la tomé del cabello fuertemente y la hice subir de nuevo sobre mí; con mi mano guie mi pene hacia su caliente vagina, lo froté desde su ano hasta su clítoris. Eso la desesperaba; la hacía gemir y retorcerse.
—¡Métela ya!, te quiero dentro de mí ahora —me pidió, rogando. Durante un momento seguí llevándola al límite y no la penetré; me di cuenta de que iba a protestar cuando se la metí hasta el fondo.
—¡Sí, qué delicia! —gritó sin importarle que la escucharan. Fui directo a sus senos; tomé uno con mi mano y apreté su pezón haciéndola gemir; su otro pezón lo llené de besos y mordidas. Ella no paraba de jadear mientras subía, bajaba, se movía en círculos haciéndome enloquecer. De pronto, y sin esperarlo, le di un bofetón suave para medir su reacción. Como respuesta a su sonrisa le di otro más duro. Eso le hizo tener un delicioso orgasmo, que precedió a otro más. Luego de quince minutos montándola, la volví a coger del cabello y la hice acostarse boca abajo.
—Ahora sí voy a hacerte mi puta —dije mientras la embestía con rudeza. Eso le encantó; gemía y gritaba cada vez más fuerte, lo que a su vez hacía que yo entrara y saliera de ella más rápido y duro. Pasaba mi lengua por su tatuaje de la espalda, luego mis manos tiraban de su cabello. Laura estaba en éxtasis, sudada y mojada; no paraba de gritar y pedir más. No tardó en venirse otra vez; su cuerpo ya no daba para más. Yo también estaba al borde del orgasmo. Así que la giré frente a mí y fui directo a su cara. Ella abrió la boca y yo descargué mi semen en su interior. Una parte fue a dar a sus mejillas, que, sin desperdiciar nada, recogió con sus dedos y los llevó a su boca, chupándolos con placer.
—Eres toda una puta. Me encanta tenerte así —le dije. Laura sonrió satisfecha; se sentía plena, feliz y deseada. Nos quedamos abrazados un rato antes de ir a ducharnos juntos, donde volví a penetrarla con firmeza, disfrutando de su cuerpo y de su sumisión. Sabía que esta era solo la primera de muchas noches intensas que compartiríamos juntos.
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Que delicia de relato, me encanta la sumisión así deseada, dulce caramelo.