Habían pasado algunas semanas desde aquella noche en mi casa. Desde entonces, no habíamos podido volver a vernos por temas del trabajo y familiares. Esto, lejos de separarnos, nos hacía llenar de muchas más ganas de sexo. Sin embargo, seguimos conversando y, entre charlas casuales y triviales, el tema amo/esclava era parte de ellas. Laura se veía cada día más suelta y en confianza. Ya no había espacio para las dudas, ambos sabíamos lo que éramos el uno para el otro cuando estábamos juntos.
Una tarde de viernes le escribí sin previo aviso:
—Haz maleta. Ropa ligera, el vestido rojo, y nada debajo. Salimos mañana temprano.
Solo respondió con un corazón y una palabra: “Sí”. No necesitaba más.
El sábado, cuando pasé por ella, me esperaba con una pequeña maleta y una sonrisa que mezclaba nervios y deseo. El viaje en moto fue largo, casi tres horas, con la carretera abriéndose entre montañas verdes y nubes bajas que olían a lluvia. Ella se abrazaba a mi cintura con fuerza, su mejilla contra mi espalda, y cada tanto podía sentir cómo respiraba hondo, como si intentara contener algo que no podía nombrar. De vez en cuando acariciaba sus piernas en lo que mi manejo lo permitía, ella con más libertad aprovechaba para tocar mi pene por encima del pantalón, haciéndome tener una erección tan grande que llegaba a incomodar por momentos.
Llegamos a un hotel pequeño, apartado, rodeado de árboles y silencio. El clima era perfecto, un frío suave que invitaba a estar bajo las cobijas. Por suerte y sin que yo lo planeara, nos dieron una de las habitaciones más apartadas del hotel. Sospecho que era cómplice de lo que era evidente que haríamos. Dejamos las cosas y bajamos al restaurante. Comimos poco y hablamos menos. No hacía falta hablar mucho más, cada mirada decía más de lo que cualquier palabra podría. El hotel estaba algo lleno, pero era perfecto para lo que tenía planeado.
En la habitación, el ambiente era distinto. Había una calma tensa, como la antesala de algo que los dos sabíamos que pasaría. Me acerqué a ella despacio, tomándole el rostro con ambas manos.
—Hoy no hay prisa —le dije. Quiero que aprendas a rendirte por completo.
Laura asintió, sin hablar. Cuando mis dedos rozaron su cuello, la sentí temblar. No era miedo, era expectativa. Esa noche no buscábamos el desenfreno, sino el control. Cada gesto, cada respiración, tenía un propósito. Las primeras horas fueron solo de preparación: caricias lentas, confianza, exploración. Ella aprendía a dejarse guiar, a respirar, a no luchar contra la sensación de entrega. Su cuerpo respondía distinto: más tranquilo, más consciente. Me miraba a los ojos en silencio, y en esa mirada entendía que estaba lista para el paso siguiente.
En la tarde, mientras tomábamos algo en la habitación, sin previo aviso, la besó apasionadamente hasta dejarla sin aire. Eso la hizo mojar de inmediato.
—Desnúdate —le indiqué tranquilamente. Cosa que hizo de inmediato sin dejar de mirarme ansiosa de ser mi esclava.
Tan pronto se desnudó, la tomé por el cuello y besé con fuerza sus deliciosos senos, mientras con la otra mano jugueteaba con su clítoris.
—Penétrame, amo, por favor —me suplicó luego de tener un orgasmo con mis caricias. Sonreí gratamente al ver esa transformación sexual. Me desnudé pausadamente, mientras Laura me observaba expectante. Tan pronto aparté mi ropa, ella se agachó a devorar mi verga. Su deseo era más que evidente, pasaba su lengua por la cabeza y volvía a meterla hasta la garganta. Algo que ella sabía me enloquecía. La levanté del suelo y la puse en la cama boca arriba y se la metí de un solo empujón.
—¡Siiii!, eso quería desde que llegamos —dijo casi gritando. Yo continué penetrándola mientras mi boca de nuevo fue a sus senos. Laura no dejaba de gemir y mojarse. Nuestras miradas se cruzaron y le di una bofetada, no tan fuerte, pero sí lo suficiente para que me pidiera otra mientras respiraba agitadamente.
Luego de unos minutos la puse en 4 y seguimos nuestra deliciosa sesión. Aprovechando su excitación, con mi dedo pulgar fui acariciando su ano. Laura empezó a moverse hacia atrás, demostrándome que le estaba gustando. Continuó hasta que metí todo el dedo dentro de ella. Eso le encantó y gemía muy fuerte sin ningún temor de que la escucharan.
Cinco minutos después me detuve, y le dije que no se moviera, fui a la maleta y saqué un dilatador y un plug anal. Me agaché e introduje mi lengua en su vagina. Laura jadeaba y movía sus caderas para que mi lengua entrara más. Mientras disfrutábamos del sexo oral, pasé el plug por su culo solo rozándolo. Ella dio un pequeño brinco asustada al sentir la textura fría del plug.
—Tranquila, confía en mí —susurré mientras me levantaba. mi sumisa asintió y abrió más las piernas. Yo volví a penetrarla y, luego de untar el dilatador tanto en su culo como en el plug, fui introduciéndolo lenta y suavemente hasta que estuvo todo dentro. Se veía muy provocativa de esa forma y no dudé en darle una nalgada fuerte, que la hizo tener otro orgasmo.
—¡Dame más, dame más duro! —Me decía entre jadeos. Y yo, feliz de complacerla, aceleré mis movimientos y fuerza. El orgasmo que tuvimos al tiempo fue algo indescriptible, el sudor de nuestros cuerpos era el claro indicador que nos entendíamos completamente en el sexo. Ella era feliz siendo tan sumisa conmigo y yo disfrutaba viéndola ser mía.
Tras reponernos, Laura se sacó el plug cuidadosamente y lo observaba con intriga. Antes de que me lo preguntara, le dije lo que sospechaba.
—En este momento no será, pero en la noche serás completamente mía —Le comenté mientras descansaba. Ella, con una mezcla de miedo y ganas, me contó que ya deseaba que llegará la noche. Solté una carcajada y añadí que había creado un monstruo. Tras lo cual nos reímos y besamos. Lo genial de esta relación es que fuera de lo sexual, seguimos siendo amigos, no hay silencios incómodos y disfrutamos nuestra compañía tanto en el sexo como en general.
—Vamos a cenar, ponte el vestido y el plug también —Ordené mientras me levantaba de la cama.
—Estás loco, Joel. ¿Cómo voy a salir con eso a la calle? —Me dijo asustada.
—No haremos algo que te afecte. Tranquila, que nadie lo va a notar —le dije recordándole lo acordado al inicio de todo esto.
Lo dudó por unos minutos, hasta que se fue hacia la ducha. La seguí y nos bañamos juntos. La besé y acaricié con deseo, pero no tuvimos sexo oral ni penetraciones. Quería que su deseo fuera incrementando durante la noche. Me vestí y me dirigí hacia el restaurante, para que Laura se sintiera cómoda con mi orden. Luego de diez minutos ella llegó y su caminar era lento, haciéndome reír calladamente.
—Esto se siente raro, pero me gusta —me explicó mientras cenábamos. Le comenté que la idea era que se acostumbrara, porque mañana será reemplazado por mi verga. Se ruborizó, pero sus ganas eran muy evidentes. Luego fuimos a caminar aprovechando que el hotel quedaba cerca de un lago. La vista era grandiosa, ya que era luna llena y se iluminaba todo el lugar.
Antes de llegar al lago, me tomó de la mano y me llevó hasta unos árboles que había.
—Te deseo, quiero tu leche —me susurró, mientras se arrodillaba y bajaba mi pantalón. Sin ningún recato, empezó a masturbarme hasta dejar mi pene completamente duro como roca. Comenzó a chupar y lamer con avidez. Sin duda, para el sexo oral era una experta.
—¡Dámela, la quiero en mi boca! —repetía alternando su lengua y sus manos en mi pene. Esas palabras me excitaron muchísimo y descargué todo el semen en su caliente boca. ella sonrió, se lo tragó todo y se fue hacia el lago. Definitivamente, he creado un monstruo, pensé mientras me arreglaba la ropa.
Estuvimos en el lago un rato hablando de nuestro trabajo, cine y una que otra anécdota sexual que hemos experimentado. Laura se veía irremediablemente caliente. Sus mejillas rojas y sus ojos brillantes me decían cuando quería volver al hotel y continuar nuestra faena. Así que nos fuimos directo a nuestra habitación. Ni bien cerró la puerta, la tomé del cuello y le solté otra bofetada en la cara que la hizo gemir. Subí su vestido hasta la cintura y mi mano fue directo a su entrepierna, su tanga estaba empapada.
—Así que ya estabas mojada, putita —dije mientras hacía un lado su ropa interior para acariciar su clítoris.
—Si amo, siempre me tienes muy caliente —comentó entre jadeos y con una voz muy sensual. Entonces metí dos dedos en su húmeda vagina de una sola vez y casi tuvo un orgasmo con ello. Metía y sacaba mis dedos de su interior muy rápido, cuando sentí que su vagina empezó a contraerse, signo visible de su creciente clímax; saqué los dedos y me aparté de ella.
—Pues hoy te quedarás con las ganas, estás castigada —
Iba a protestar cuando le expliqué que, por el hecho de haberme echado esa mamada en el lago, sin pedir permiso, ya no habría más sexo hoy y que tenía prohibido masturbarse. Su cara de incredulidad era un poema. Allí, con el vestido a medio cuerpo, sus flujos llegando a sus muslos y su mirada exigiéndome sexo, no podía ni moverse. Luego de unos segundos, y ante mi cara seria, comprendió que no había nada que hacer. Fue al baño y se limpió. Nos acostamos y pronto se quedó dormida.
Al otro día fuimos a desayunar. Laura estaba algo callada, más de frustración que de enojo. Empezamos a hablar cosas varias hasta que se fue relajando cada vez más. Terminamos el rico desayuno, nos relajamos un rato con el hermoso paisaje del lugar y nos fuimos a la habitación.
—Desnúdate y arrodíllate —le ordené. Ella lo hizo de inmediato, como si hubiera esperado mis órdenes toda la mañana. Yo al tiempo me desnudaba y observaba su hermoso cuerpo que hacía hervir mi sangre.
—¿Puedo chuparlo, amo? —me cuestionó con una mirada pícara. Yo asentí y empezó con su delicioso trabajo, en solo unos segundos ya tenía mi pene lleno de saliva y entrando hasta su garganta. Yo cerré mis ojos y con mis manos guíe su cabeza para que lo hiciera cada vez más rápido. Solté una gran carga de semen acumulada desde la noche anterior, sonrió triunfante y sacó su lengua mostrando que se había tragado todo.
—Ponte en cuatro ahí mismo en el piso —le ordené de nuevo con voz ansiosa. Saqué el plug de un cajón, llenándolo de abundante lubricante y no fue necesario usar el dilatador, por su excitación ya tenía su ano bien dilatado. De inmediato lo introduje en su interior de una vez, haciendo que soltara un grito de dolor y placer. La deje así unos minutos, observando ese paisaje monumental del deseo. Empezó a mover sus caderas, esperando algo más. Yo no la hice esperar y le clavé mi verga con fuerza.
—¡Si amo! Dame duro, castígame! —Me suplicaba. Yo la penetraba sin piedad, le saqué el plug y lo reemplacé con uno de mis dedos, que entró sin problemas. Ella solo se movía de adelanta para atrás, buscando más placer. Un rato después, metí otro dedo en su culo, causando otro orgasmo.
—Dime, puta, ¿quieres que te dé por el culo?
—¡Siii! Hazlo ya, por favor. Quiero tu verga en mi culo.
Feliz de su sumisión y entrega, saqué mi miembro aún más duro que antes por sus palabras, lo guíe hacia su ano, fui introduciéndolo poco a poco, despacio pero constante. Al tener la mitad dentro, esperé un momento a que se acostumbrara a esta nueva sensación. Laura apretaba el tapete con fuerza, tenía cerrados los ojos y sollozaba. Al ver que se iba relajando más, la terminé de meter toda de un solo empujón. Empecé a entrar y salir de su culo lentamente, y poco a poco fue cambiando su sonido de dolor por jadeos. Yo, al tiempo que la penetraba, con una mano frotaba su clítoris para que sintiera más placer.
No sé cuántos minutos más pasaron, pero ya estábamos fuera de sí, ella gritándome que le diera más y más y yo dándole con todas mis fuerzas.
—¡Que delicia, amo, soy tu puta hoy y siempre! —decía una y otra vez. Yo estaba como un animal, encima de ella, entrando y saliendo de su culo como poseído. Los orgasmos de Laura venían uno tras otro, como oleadas interminables de placer. Al final, me vine dentro de ella en un orgasmo compartido que nos dejó agotados sobre la alfombra. La habitación era una mezcla de calor y sudor. Luego de recuperar el aliento, fuimos a ducharnos. La besé con calma, entendía que era algo nuevo para ella y debía asimilarlo. La ayudé a enjabonarse, acariciando todo su cuerpo suavemente y sin prisas. Terminamos la ducha, nos secamos y fuimos a la cama a ver algo en la televisión.
—Fue algo espectacular, el dolor y el placer que me diste me encantaron —me dijo tras un rato, como repasando lo ocurrido y buscando las mejores palabras para expresarlo.
—Esa era la idea, que te sintieras a gusto. El problema es que ahora no vamos a parar —le dije acariciando uno de sus senos.
—¿Y quién dijo que quería parar? —dijo mientras se subía sobre mí y empezaba a besarme. Yo rápidamente tuve una erección, tras lo que sonrió maliciosa. Acomodé mi verga en su vagina y se dejó caer con un gemido.
Ese día, la entrega fue total: sexo oral, vaginal y sobre todo anal. Ya no había barreras, ni miedo, ni reservas. Por primera vez, la palabra “dominio” no se sentía como una imposición, sino como una forma de cuidado. De equilibrio. De pertenencia.
Continuará…
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Exquisito relato, me encanta todo la verdad.