De lo virtual a lo real

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T. Lectura: 3 min.

Una noche aburrida, mientras la ciudad dormía y el silencio se adueñaba de las calles, yo, un hombre de veintinueve años, delgado y de naturaleza introvertida, decidí entrar a un chat erótico en internet. Era algo que hacía con frecuencia cuando el tedio se apoderaba de mí, un escape para calentarme y olvidar la monotonía. Comencé a hablar con varias chicas, intercambiando mensajes picantes y fotos sugerentes, como era habitual en esos encuentros virtuales. Pero esa noche, algo fue diferente.

Entre las conversaciones, una chica llamó mi atención. Se hacía llamar “Ladysex”, tipico nick de un chat hot. Empezamos con las típicas preguntas calientes: “¿Qué te gusta hacer?”, “¿Qué te excita?”, y pronto estábamos los dos masturbándonos, enviándonos fotos íntimas. Yo le mandé una de mi pene erecto, y ella, sin dudarlo, me envió una de sus pechos generosos, que me dejaron sin aliento.

La conversación fue subiendo de tono, y en un momento de curiosidad, nos preguntamos de dónde éramos. Para mi sorpresa, descubrimos que vivíamos en la misma provincia, y luego, en la misma ciudad. Pero lo que realmente encendió la llama fue darnos cuenta de que estábamos a solo dos barrios de distancia. Eso cambió todo. Lo que había comenzado como un juego virtual ahora se sentía real, tangible.

—¿Y si nos vemos? —propuso Ladysex, su voz cargada de deseo a través de la pantalla.

—Podríamos hacerlo —respondí, sintiendo cómo mi corazón aceleraba.

Acordamos reunirnos esa misma noche, con precaución, ya que, a pesar de la confianza que habíamos construido, éramos desconocidos en la vida real. La pasé a buscar en mi auto, con la intención de ir a mi casa, donde todo sería más privado. Pero la calentura que habíamos acumulado en el chat era demasiado intensa como para esperar.

Cuando ladysex subió al auto, el aire se cargó de tensión. Llevaba un vestido ajustado que resaltaba sus curvas, y su perfume dulce y seductor me envolvió. Nos miramos, y sin decir una palabra, supimos que no llegaríamos a mi casa.

—¿Aquí? —pregunté, aunque la respuesta era obvia.

—Aquí —confirmó ella, con una sonrisa pícara.

Aparqué el auto en un callejón oscuro, donde las luces de la ciudad apenas llegaban. El silencio de la noche solo era interrumpido por el sonido de nuestras respiraciones aceleradas. Sedienta se acercó a mí, sus labios rozando los míos, y comenzó a besarme con una pasión que me descolocó. Sus manos recorrían mi cuerpo, desabotonando mi camisa con prisa, mientras yo me perdía en la suavidad de su piel.

Sin perder tiempo, me desabroché el cinturón y me recliné en el asiento, permitiendo que Ladysex tomara el control. Ella se arrodilló entre mis piernas, su vestido subiendo hasta sus caderas, revelando unas bragas negras que contrastaban con su piel clara. Con una mirada cargada de deseo, comenzó a desabrochar mi pantalón, sacando mi pene erecto con una habilidad que delataba su experiencia.

—Eres tan duro —murmuró, antes de llevárselo a la boca.

Lady era toda una experta en el sexo oral. Su lengua recorría mi miembro con una destreza que me hizo gemir de placer. Sus labios apretaban con firmeza, mientras sus manos masajeaban mis testículos, llevándome al borde del éxtasis. El auto se llenó de sonidos obscenos: mis gemidos, sus jadeos, y el golpeteo de su cabeza contra mis caderas.

—lady, para, no quiero acabar aún —supliqué, aunque mi cuerpo pedía lo contrario.

Ella sonrió, retirando su boca solo para susurrar:

—Aún no hemos empezado.

Con un movimiento rápido, me empujó hacia el asiento y se sentó sobre mí, guiando mi pene hacia su entrada húmeda. Se dejó caer con un gemido, ajustándose a mi ritmo. El auto temblaba con cada embestida, los cristales empañados por el calor del momento. Lady se movía con desenfreno, sus pechos botando al ritmo de sus caderas, mientras yo la sujetaba con fuerza, disfrutando de su cuerpo caliente y apretado.

—Más fuerte —pidió, clavando sus uñas en mis hombros.

La obedecí, tomándola de las caderas y moviéndola con fuerza, sintiendo cómo su sexo apretaba mi pene con cada embestida. El espacio reducido del auto hacía todo más intenso, más salvaje. Éramos dos desconocidos que se entregaban al placer sin inhibiciones, como si el mundo fuera a acabar esa noche.

—Voy a acabar —gimió Lady, su voz ronca de excitación.

—Yo también —respondí, sintiendo cómo mi orgasmo se acercaba.

En un último esfuerzo, la levanté y la recosté en el asiento, colocándome entre sus piernas abiertas. Comencé a moverla con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo temblaba bajo el mío. Nuestros gemidos se mezclaban con el sonido de la lluvia que comenzaba a caer fuera del auto, creando una atmósfera aún más íntima.

—Dámelo todo —susurró Lady, sus ojos cerrados de placer.

No pude contenerme más. Con un grito ahogado, me corrí dentro de ella, llenando su sexo con mi semen caliente. Lady siguió mi ritmo, su cuerpo convulsionando en un orgasmo que la hizo gritar mi nombre. El auto se llenó de un silencio pesado, solo interrumpido por nuestras respiraciones agitadas.

Nos quedamos allí, abrazados, sintiendo cómo nuestros corazones volvían a la normalidad. Lady me besó suavemente, sus labios aún sabiendo a deseo.

—Eso fue increíble —murmuró, con una sonrisa satisfecha.

—Lo fue —coincidí, acariciando su mejilla.

Salimos del auto, el aire fresco de la noche enfriando nuestros cuerpos sudorosos. Lady se ajustó el vestido, y yo me acomodé la ropa, ambos con una sonrisa cómplice.

—¿Repetimos? —preguntó ella, antes de bajar del auto.

—Cuando quieras —respondí, sabiendo que esa noche no sería la última.

La llevé de vuelta a su casa, y nos despedimos con un beso rápido, prometiendo vernos pronto. Mientras conducía de regreso a mi hogar, no pude evitar sonreír. Lo que había comenzado como una noche aburrida había terminado en el sexo más salvaje y apasionado que había tenido en mucho tiempo. Y todo gracias a un chat erótico y a una mujer llamada Lady, que había sabido encender la llama de mi deseo como nadie más.

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