Salir completamente desnuda en público me hizo sentir una perra empoderada. Todas mis inseguridades y miedos desaparecieron, y desnudarme en público se volvió una costumbre, pero no soy pendeja, no lo iba a hacer gratis.
Aproveché mi negocio de los pies y empecé a ofrecerle a mis clientes la oportunidad de desnudarme frente a ellos en público por un precio justo. La oferta era simple: nos veíamos en un lugar público, yo me desnudaba frente a ellos y permitía que se masturbaran viéndome, que me acarician todo el cuerpo o que se las jalara con las patas, cada cosa por una tarifa diferente.
Mi primer cliente fue un chico que ya era cliente frecuente. Siempre me pedía que usara huaraches para que se masturbara y se corriera encima de ellos. Esta vez no fue diferente. Me pidió usar los mismo huaraches de siempre pero ahora con el plus de desnudarme. Nos vimos en un parque cerca de su casa, y simplemente llegamos, nos quedamos debajo de un árbol un poco alejados de las personas para no ser tan obvios, y yo comencé a desnudarme para él, y él me pidió que sólo me dejara puestos los huaraches.
Mientras me desnudaba, él estaba de pie y se masturbaba frente a mí, y yo disfrutaba de ser admirada por mi cuerpo. Mi blusa cayó primero al pasto y mis pequeñas tetas quedaron expuestas. Yo las apretaba y me estimulaba los pezones mientras el chico se jalaba la verga con mucha energía. Las personas a lo lejos al principio pasaban de largo, disimulando que no nos veían.
No llevaba puestas mis pantis, así que debajo de mis jeans solo era yo misma. Después me bajé los jeans hasta las rodillas, me puse de espaldas hacia él y comencé a mover mis anchas caderas frente a su verga. Me agachaba mostrándole mi puchita y mi culote y el chico solo gemía de placer al verme. Hice pequeños saltos para que mis nalgas rebotaran y sonaran como aplausos. Seguí bajando más mis jeans hasta que me los quité por completo. Quedé completamente desnuda (a excepción de mis huaraches) y la gente ya no pudo evitar vernos.
Algunos hombres empezaron a acercarse para ver el espectáculo, y como era de esperarse, también empezaron a masturbarse con mi cuerpo desnudo. Al principio pensé en decirles que se fueran, y luego pensé en cobrarles, pero en ese momento estaba tan excitada y empoderada que no me importó y los dejé darse placer a su antojo.
Uno por uno los hombres empezaron a venirse, hasta que el chico con el que yo estaba me pidió eyacular en mis pies, así que me acosté en el pasto, puse mis patas frente a su verga y grité: “Dámela toda papi, lléname todas las patas de tu leche caliente”. Todavía no terminaba de gritar la frase, cuando sentí caer su primera carga de semen en mis dedos de los pies. Cada gota de semen que caía en mis pies me volvía más caliente, como nunca antes lo había sentido.
De pronto, otro de los hombres que se habían acercado, me preguntó: “Disculpe ¿Yo también puedo acabar en sus pies?” Y yo, sin decirle nada, solo le sonreí, le extendí los pies hacia su verga y comencé a mover mis dedos llenos del semen del otro chico. Al señor se le iluminó el rostro y fue como si solo estuviera esperando mi “sí” para que soltara todo el semen quede había estado guardando. Eyaculó inmediatamente en mis patas, pero se vino tan fuerte que su leche me cayó no solo en los pies, también me cayó en las piernas y hasta un poco en mi cabello.
El espectáculo terminó. Y yo, llena del semen del chico y de un completo desconocido, me volví a vestir (sin limpiarme) y regresé a mi casa.
Con cada cliente nuevo con el que me reuní para desnudarme en público fue más o menos la misma experiencia. Me desnudaba, se acercaba la gente y terminaban sobre mi cuerpo desnudo. Hasta que un día, la petición de un cliente lo cambió todo.
Este cliente además de pedirme que me desnudara, me trajo la correa de su perro y me pidió que me la pusiera y que actuara como una mascota afuera de su casa. La verdad me pagó bastante bien, por lo que no dude mucho y accedí a su petición…
Continuará…
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